jueves, 21 de julio de 2011

Los ojos de Quiroga Plá



José María Quiroga Plá acabó escribiendo ciego, como un Tiresias sin tragedia o un Belisario encarcelado en la autarquía de su presente, sin transcendencia, hipotecada su visión de futuros en su vivir al día el prodigioso “pulso del instante”. No pudo ver, físicamente, su libro La realidad reflejada en enero de 1955: tuvo que conformarse con tocarlo y que le explicaran cómo era. No pudo ver, ni nosotros tampoco, Valses de la memoria.
Desde que la ceguera definitiva (hubo otras que asaetearon su entereza, pero no abatieron el bastión de su esperanza, desde la muerte de Salomé en julio de 1933 o el diagnóstico de su diabetes insulinodependiente de abril de 1936) lo cercó de bultos y sombras en febrero de 1953, intentó trufar de confianza lo que ya solo acertaba a tocar.

    Yo podré quedarme ciego...
Tú seguirás, Primavera,
trenzando tu cabellera
de verde y sol, en un juego

de agua fresca y denso olor,
lanzando el viento, de anzuelo,
en el mar a contrapelo
de las densas praderas en flor.

¡Gozosa risa, puntual
vivificadora! Yo
no veré arder tu cristal

en el rosal del reló.
¡Ay,dura ley! Pero no:
¡sagrada ley natural”

                                                         (La realidad reflejada, 1955)


Esa semilla de la esperanza ya la había sembrado en otros jardines poéticos, antes:


“No soy, nunca seré más que un momento.
Pero en él, ¡cómo llega al colmo de su sentido el universo!”

                                              (París, 1948. Poema “Pulso del instante”)


“Después, mañana… Sueños. En esta pausa, ahora,
Abrir los ojos en torno, vivir para crear y creer,
Ser hombres, con los hombres y las cosas de la mano.
Ser, hoy. Sencillamente. Diáfanamente. Ser”

                                                          (París, 1946. Poema “Pausa”)

“¡Ser uno mismo! ¡Ser tú y yo porosos,
en densa actualidad fiel a sí misma,
naciente y fresco borbollón cambiante,
cada cual a la vez punto de cita
y despierto testigo del milagro
de este encontrarse cada cual en todo!”

                                       (París, 1948. Poema “Encrucijadas, edenes”)


“(Pero tiene cada día,
cada lugar, su trabajo,
y no hay evasión que valga
lo que este ser donde estamos)”

 (París, 12 de septiembre de 1949. Final del poema Romance de mar y tierra”)


“(…), hermano, no olvidemos
que el árbol muerto vive en su semilla”

                          (París, 1948. Poema “En la muerte de José Ontañón”)



        
A partir de 1953, en esos dos años que le separan de la muerte, no del anuncio de su oscuridad, debe inventar formas para seguir siendo. Reaprender mecanografía o escribir en el hueco de una falsilla de cartón fueron puntales dolorosos de su querer estar y ser en poeta y persona. A continuación van los fragmentos de dos cartas en las que nos acerca esa angustia, esa lucha (“agonía” la llamaría Unamuno) por imponerse a la realidad hostil. La primera, dirigida a Rafael Martínez Nadal,  está fechada en Ambilly, el 18 de enero de 1954. La segunda, destinada a Max Aub, está fechada también en Ambilly el 9 de agosto del mismo año, a ocho  meses de su muerte definitiva (hubo “muertes” parciales de las que resucitó).

(...) Y escribir yo... En julio, al entrar en la clínica, logré al fin lo que venía siendo mi pío desde hacía cinco meses; es decir, que, siguiendo mis instrucciones, me hicieran unas falsillas de cartón, con la caja de los renglones en hueco, para permitir tomar notas en un cuaderno (llevé uno de 200 páginas en la clínica. Empecé otro en Ambilly, y me paré en seco al volver, en despedida, a París. Tal vez reanude el ejercicio, pero procurando no caer en la mezcla de diario íntimo y de crónica doméstica, en cuyas páginas se me iba envenenando el alma. Para escribir cartas, también. Pero el temor de que me entienda el destinatario, por mi mala letra, por las equivocaciones al pasar de una página o de un renglón a los siguientes, me traban. Tengo que escribir cada carta de un tirón, para no perder el hilo.(...)”

(...) La empresa no es fácil. Susana tiene demasiado trabajo para que yo le dicte mis cartas y hay cierto pudor. Prefiero valérmelas por mí solo, sirviéndome de una pauta de celuloide que me he hecho preparar. El método es práctico hasta cierto punto, es decir, mientras no tengo que tachar o enmendar algo. Entonces, como no veo, me es imposible volver atrás y saber dónde he de hacer las correcciones. Me he puesto a reaprender la mecanografía. En tres sesiones me metí en la cabeza el teclado que me sé perfectamente de memoria. No he tecleado, en total, de enero acá, arriba de siete veces, la última para escribir directamente un romance. Todo bien hasta que me equivoco de renglón; eso me ocurre pocas veces. Cada día menos, pero no tengo quien me dicte y entrene. No desespero, sin embargo, de llegar a valérmelas con la máquina. (...)


Tres firmas de tres momentos de un mismo poeta. En la última, Suzanne Duval, su compañera, la ubica y data




Dos muestras de la caligrafía ciega de Quiroga Plá. La primera es de una carta a su hijo Miguel del 3 de mayo de 1954, desde Ambilly. Se aprecia en ella la equivocación al perder la pauta de la plantilla. La acabará Suzanne. En la segunda, ya en Ginebra, un 6 de marzo de 1955 (22 días de su muerte), intenta caligrafiar lo que quiere comunicar, pero consciente de su ilegibilidad, dicta la carta a Suzanne, como se puede leer después de los garabatos iniciales.
 


Para comprobar su pulso literario de los últimos momentos, a pesar de la tortura a la que le sometió la diabetes durante diecinueve años, basta con leer los poemas “AÚN no es el fin, aún no es el fin...¡Paciencia!” (8 de junio de 1954: el título real es ilegible) y “Querencia del presente” (diciembre de 1954), o el prólogo que dictó a Virgilio Garrote para Valses de la memoria, ya publicado en este blog.




Copia del manuscrito autógrafo del poema escrito desde la ceguera de los ojos (que no de la mirada poética). El título, por ilegible y por incompleto, sí ha quedado en la sombra de su ceguera.
                                                        

AÚN no es el fin, aún no es el fin...¡Paciencia,
mano de ciego que el vacío toca,
grito de angustia que la amarga boca
degrada en estertor e incoherencia!

    El pecado mayor es la impaciencia,
ni el desánimo necio ni la loca
imprecación defenderán la roca
contra la gota de agua y su insistencia.

    Así, no te apoques ni desmayes;
sigue como hasta aquí firme en la brecha
de la contraria o la propicia suerte.

    El aliento contén, contén los ayes,
pues ya el arquero tiende el arco y flecha
que la paz han de darte con la muerte.

 (Publicado en 60 ans d’exil républicain: des poèts espagnols entre mémoire et oubli. Anthologie, 2000. Fechado en Ambilly, Aute Savoie, 8 de junio de 1954)




Esta copia del poema muestra, al transformarse en regalo para Rafael Martínez Nadal, las consecuencias de la ceguera: sobre el poema mecanografiado, se superpone la dedicatoria manuscrita del poeta.
 
QUERENCIA DEL PRESENTE.

A Rafael, mi hermano pródigo, con el cariño de JMª.


       A VECES pienso que he perdido el tren,
que he dejado zarpar sin mí el último barco
o el avión madruguero que va a coger el trébol
más allá de la cancha reservada a los pájaros.
Y me quedo un instante con los hombros hundidos,
vacante la mirada y los labios amargos,
helándoseme un hilo de sudor en las sienes,
en la raíz de mis cabellos canos,
allí donde la sangre y el pensamiento afloran
su paralelo pulso de mellizos contrarios.

       ¿Qué islas se me cierran como piñas caídas
bajo el ala del viento salpicado de llanto?
¿Qué continentes trepan, gigantescas iguanas,
por las frondas confusas de un entresueño mágico?
Se me define el mundo, de pronto, por ausencia,
y el ansión de emigrante me punza en el costado,
gimiendo hacia las sierras y los pastos por donde
conduce la esperanza sus rebaños,
hacia las trochas, hacia las ciudades babeles
en que fantasmas cómplices me están, fieles, guardando
el sitio, por si un día me llevara la suerte
a jugarme a las cartas, antes que cante el gallo,
mi resto de futuros disponibles,
plata y cobre de sueños malogrados.

       ¡Futuros disponibles! ¡Espectro de la rosa
de los vientos, perdido como un arco voltaico
en perspectiva de arrabal cuando, a la noche,
las calles, de tan solas, se van volviendo campo!

       Pero aquí, pero ahora -¡oh tierra firme!-
se enciende la mañana como un gran candelabro
a cuyo resplandor se ordena y patentiza
la hermosura del mundo y halla su peso exacto.
Los sentidos descubren el secreto
valor que todo lleva dibujado
a flor de piel, y el pie se afirma y reconoce
en el arroyo de lo cotidiano,
y la mano y el ojo participan del ala
en el cristal del aire, puro, diáfano.
En torno nuestro, la creación en colmo,
al alcance del ansia cada blanco:
la vida, una aplicada aceptación gozosa
del destino profundo, madurado
morosamente para cada hombre,
cortado a la medida de su paso,
con su cielo y su luz, y en derredor
los bastidores para el escenario.
En vano silba la locomotora,
la marina sirena muge en vano:
Aquí está todo, aquí mi vida, aquí mi tiempo,
y, más allá de mi horizonte, el vasto
mundo. Su voz y su latido vienen
a posarse en la palma de mi mano.
Todo está aquí, en presencia, en inminencia.
Y lo que no...
                 En el punto que mi paso
huella, puede surgir, en chispa de sorpresa,
y en este ahora, en este aquí, el milagro
posar su lirio o levantar su espada,
florecer y dar fruto como un árbol.

(Publicado por Martínez Nadal,Miguel de Unamuno: dos viñetas. Y José María Quiroga Pla: hombre y poeta desterrados en París (1951-1955). Madrid, Casariego, 2000, pp. 270-271. Fechado en Ginebra, diciembre de 1954).


Si, como dice la leyenda literaria, Orwell murió de un tiro en la garganta y Mallarmé asfixiado por su propia lengua, la voz de Quiroga Plá se apagó atenazada por la enfermedad, entre la espada orwelliana y el clavel mallarmeano, henchida de esperanza: un espíritu tirteico en un cuerpo tomado por el caballo de Troya de la ceguera y la enfermedad, domesticadas por la lírica y la ironía.  
Aquí lo seguimos teniendo ante nosotros, con un pasado eclipsado, un presente hipotecado por el pasado y un futuro siempre por inaugurar, más allá de sus ojos.
Secuencia de miradas, del abuelo al nieto: José María Quiroga Plá; Miguel Quiroga de Unamuno, hijo (de niño); el ya doctor  Miguel Quiroga (padre y abuelo); y José María Quiroga Ruiz (doctor, hijo,nieto y padre)

(…) Volverá. Que vuelve todo,
hecho vida renovada
en el pulso de otras venas »
                                                       
                                                        (La realidad reflejada, 1955)

5 comentarios:

  1. Un apunte bien vertebrado que me ha dejado sin respiración. Impresionante el pensamiento de Quiroga Pla a través de las cartas y los poemas y magistralmente unido por una mano que no sé si está en el limbo o con los pies en tierra.

    Me quedo con (difícil elección):

    "¡Ay,dura ley! Pero no:
    ¡sagrada ley natural”

    Estos versos me irán bien para una ducha de humildad cuando me queje...

    ResponderEliminar
  2. Mira quedarme ciego escribiendo es uno de mis peores temores. Te prometo que tan pronto como en septiembre entre en la facultad, empezaré a remover cielo y tierra a ver si encuentro información de este poeta. Por otro lado, tú deberías retomar tu tesis.
    Gran artículo. Me gustaría saber de dónde viene tanto sentimiento hacia este poeta, aunque supongo que será algo muy íntimo.

    ResponderEliminar
  3. Ábradas, esta entrada ha sido difícil afrontarla y digo afrontarla porque una persona muy querida e incluso venerada pasó por algo prácticamente idéntico y reconozco estas angustias como mías (aunque gracias a tí empecé a interesarme tiempo antes por Quiroga Plà).

    Empecé mis primeros tecleos con su Olivetti de 1.946, mientras me dictaba sus sentires y pensamientos pues su incapacidad era absoluta(o dicho dolorosa y metafóricamente, escribía lo que su impedido desangrado me iba revelando).

    Fíjate, los caracteres de una de las imágenes que publicas son iguales a los de su/mi/nuestra máquina de escribir e impresiona verlos, como impresionan los oculares de Quiroga Plá, y también muchos aspectos de su vida que son asombrosamente similares.

    Consigues que tu profunda admiración por Quiroga Plá sea también nuestra pues si su poética es absolutamente excelsa, el hilado que has empleado para forjar toda esta constelación de versos, angustias, desasosiegos e incluso planteamientos introspectivos de estos naufragios vitales así como el orden con el que has compuesto los textos ha sido magistral.


    Un abrazo y mi más sincera admiración.

    ResponderEliminar
  4. Me ha encantado descubrir a Quiroga Plá,
    Es admirable su perseverancia, para seguir haciendo lo que más amaba a pesar del arduo camino que tuvo que seguir y a la soledad con la que quiso asumirlo, respecto a la escritura se refiere.
    Muy interesante.
    feliz Domingo.

    ResponderEliminar
  5. Gràcies, Galderich; gracias, Eduard; gracias, Gabriela; gracias, Pury. Este racimo de amistades casuales convergen y expanden el silencio de pecio de Quiroga Plá, exiliado definivamente, secuestrado a sus lectores naturales y devuelto, desde este rincón del limbo, a unos lectores en los que nunca pensó. MI admiración por el poeta y traductor, como en casi todas las querencias, viene del roce, del misterio que encierra aquello que habla desde el silencio. Me gusta bucear y contemplar, arrobado, la renovación vital de los pecios, que forman ya parte del mar que los acoge. Pero antes fueron barcos, su historia palpita en el rumor de las profundidades. Por eso quiero tanto a Quiroga Plá: he disfrutado, durante bastante tiempo, de un poeta casi particular, que me hablaba a mí. Conocí y casi ouedo afirmatr que fui amigo de su hijo, cuya amistad heredó también su hijo, nieto del autor de La realidad reflejada. Estudiarlo me permitió conocer a Martínez Nadal... Aunque su poesía y el contexto que la provoca y estimula ya valen y justifican la dedicación. El detalle, Gabriela, de esa "Olivetti" del 46, el reconocimiento de su "caligrafía mecánica", me ha parecido una coincidencia casi borgiana. Seguiremos disfrutando de un poeta iceberg con mucho que dar, como el Cid Campeador, después de muerta la carne. La poesía sobrevive a los poetas, por suerte para los que vivimos de leer.

    ResponderEliminar