martes, 10 de enero de 2012

Haikus VI




Con los dedos rezar las sílabas de la realidad, pasar el rosario de sonidos que bautiza lo que vemos para grabarlo en la memoria y fijarlo fuera de su tiempo y su espacio naturales.
El narcótico calor y el templado frío o los crepúsculos se corresponden aquí y ahora lejos de su allí y su entonces.



           
      
Silente atocha:
Sonido achicharrado,
arrullo de olas.


    




Playa en invierno.
Bajo el mar olvidado
sueña el verano

          
             




Voy a levante,
a contraamanecer.
Mi sombra es lastre.


              

3 comentarios:

  1. Progresas, querido Ábradas, de forma sutil en tu cultivo de ese jardín que llamamos haiku. En esta entrada, particularmente, las propuestas líricas se acercan a la sensibilidad oriental (de la que no eres sospechoso) y sus "kigo" director (esto es, como sabes, la estación del año que determina la miniatura lírica. Puedo apreciar el verano en esa chicharra (o cigarra, que diríamos en otras partes) escondida en la atocha de esparto que no puede pasar desapercibida en ese encallarse sonoro que la delata. Su estridencia contrasta con el susurro del mar y el silencio denso del calor. En el segundo haiku, el invierno nos lleva al recuerdo de un verano con su playa desierta. Y la fotografía, con ese codecor de esparto huérfano de bañistas y de trabajo, permite, aún más, llegar a la sensación visual que el poema quiere condensar. El amanecer de la tercera propuesta, por encima de las estaciones, nos permite ver el peso de la sombra que arrastramos cuando nuestros ojos buscan el crepúsculo matutino.
    Quiero seguir viendo a través de los ojos que me proporcionan tus poemas. Mi ceguera quedó suspendida en el viento cuando esparcieron mis cenizas y ahora veo. Como dijo Maria Zambrano, "las palabras son los ojos con las que vemos lo invisible"

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  2. Pensaba escribir largamente hasta que vi que Quiroga Pla lo había hecho antes de mí. Sólo decir que son tan sencillos como excelentes.

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  3. Donde pone "codecor" quise escribir "cocedor"; es decir, esa piscina marina en la que el agua tibia y salada maceraba el esparto para poder trabajarlo.

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