martes, 17 de julio de 2012

Librería de papel en la biblioteca de Babel


Si tocáis sobre la imagen podréis oír las declaraciones de Esther Gorchs a Cugat.cat sobre el cierre de su librería.



“La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible”
“Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro es también una escalera, aunque sin duda hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya estructura corresponde a la de una escalera”
“Letizia Álvarez de Toledo ha observado que la  vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaría un solo volumen, de formato común, impreso en cuerpo nueve o en cuerpo diez, que constara de un  número infinito de hojas infinitamente delgadas. (Cavalieri a principios del siglo XVII, dijo que todo cuerpo sólido es la superposición de un número infinito de planos) El manejo de ese vademécum sedoso no sería cómodo: cada hoja aparente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés.

Jorge Luis Borges, “La Biblioteca de Babel” (1941) en Ficciones (1944), Obras completas II (1941-1960). Barcelona: Círculo de Lectores, 1992, páginas 56, 60 y 61, respectivamente.
 

 
El camino más corto para llegar no siempre es la línea recta. Existen los buscadores en internet, cuya referencia endogámica acaba siendo, casi siempre, internet: no trazan líneas, superponen planos sin espacio y los lanzan, a la velocidad de la luz, hacia nosotros. Es el atajo más rápido, pero no siempre el más eficiente.
La cultura clásica, la que hemos heredado de griegos y romanos, es ya prehistoria. Lo que pasó (pretérito perfecto simple, muerto ya en su tiempo acabado) hace cinco minutos pertenece ya a la Antigüedad.
Hay quienes todavía cultivan la palabra: siembran vocablos con las semillas que atesoraron para que de su simiente puedan nacer, mimadas por la duración, nuevas palabras como árboles que den sombra y conocimiento y nuevas voces con los viejos ecos.
Entre las abigarradas librerías de viejo y los libros expuestos en exhibición aséptica en las grandes superficies comerciales (especializadas o no en cultura) existieron librerías con libros de papel y libreros que conocían su oficio y equilibraban las novedades consumibles de los escaparates para clientes con los fondos literarios para los lectores amigos. Borges, desde los parámetros de la realidad que conocía, ideó lo más parecido a la biblioteca universal actual, el gran simulacro de la totalidad inabarcable desde nuestra limitación humana: todos los libros caben en un futuro e-book (que primero será libro electrónico y ecolibro, luego libro digital y ciberlibro; después dejará de ser libro para ser texto, hipertexto sin excipiente. ¿Substituirá el e-reader a los abuelos y padres lectores del borde de los sueños infantiles?). Como el Borges ciego, tampoco los podremos ver. Pero cada vez nos costará más imaginarlos: tan etéreos, tan incorpóreos, tan efímeros y sin alma… El librero que regentaba su librería de libros de papel ha sido asesinado, fagocitado por la virtualidad. El librero de viejo será arqueología viva, reducto acotado como especie en extinción que se preserva como la vida en un zoo. Os invito a pasear con calma por el blog del amigo Galderich piscolabis & librorum: es la mejor síntesis de la simbiosis entre el libro a lo Gutenberg y su expansión infinita en la nada que lo contiene todo. Condenados como estamos a vivir bebiendo de una nube, ganamos espacio en la galera. Los best-seller, es cierto, tendían a ocupar el volumen de unas obras completas y eran poco manejables en el metro: demasiado engorro para “pasar el tiempo” (esto es: dejar que pase en espera de algo mejor). Un libro es tiempo contenido en su continente. Tiempos retenidos entre su lomo y sus tapas, custodiados por sus guardas, cajos, estracilla, tarlatana y cabezadas; presentados en sus sobrecubiertas, portadillas y portadas; promocionados en sus solapas (¡cuántos lectores de solapa huérfanos ahora!) y sus fajas. El paseo infinito por entre los anaqueles de las galerías hexagonales de la Biblioteca de Babel queda abolido con la desaparición de los tejuelos, obsoletos ante el clic que nos lleva de viaje estático a través de nuestras pantallas.
Hubo una vez una librería en el corazón más rural de una ciudad, en su plaza más céntrica: allí excavó su caverna (platónica y aristotélica) y consiguió desviar a los paseantes hacia sus tripas. La ciudad parecía despertar a la cultura literaria y la librería contribuyó, como un afluente, a ese río que quería ser. El Festival de Poesía de Sant Cugat empezaba a consolidarse. Bajo sus techos de “volta catalana” latían poemas y filosofías sin usura. Era una madriguera para la poesía. Esther Gorchs, dinamizadora de la empresa, supo  darle profundidad: Gerard Vilar, Félix de Azúa o Victòria Camps, por ejemplo, alimentaron a los lectores que empezaron a entrar en la cueva. Nacieron allí talleres de creación y pensamiento, clases magistrales y ciclos de conferencias y tertulias. Poetas como Jesús Lizano, Jacinto-Luis Guereña, José María Quiroga Plá o Javier Pérez Escohotado también atendieron su necesidad de ensanchar la normalidad y nos regalaron allí sus aventuras poéticas de misticismo libertario y otras lizanías; nos sorprendieron con biopoéticas o desembocaduras de la palabra vital; nos enseñaron los matices amargos de la esperanza; compartieron con nosotros su vivir,  su extraviarse y su encontrarse en la poesía de la prosa.

Fiesta de la lectura, moderada por Gerard Vilar, para inaugurar el nuevo local para la librería Mythos: de la plaça de Barcelona a el carrer Santa Maria
El río humano quiso hacer más suyo el local y Esther Gorchs refundó su Mythos en la artería principal de la ciudad. La poesía, en el mismo pórtico de la nueva caverna parecía querer salir a la calle. Sus fondos luchaban por ser raíces sobre las que germinaran las novedades. Los clásicos hacían de cicerones a los novatos y les bajaban los humos y la pedantería desde la que querían dominar el espacio. Y allí, ahora en la primera planta (la misma donde vendía los libros de texto escolares), consiguió ser altavoz de la cultura: Sam Abrams, Sílvia Bel, Belén Gopegui, Roser Amills, Laura Dalmau, Lluís Calvo, Santi Borrell,  Marta Pessarrodona, David Parra, los “emmirallaments” de Mireia Vidal-Conte y Mireia Calafell o los poetas de Papers de Versàlia, entre otros, dieron cuerpo a un proyecto que daba sentido a un negocio. Los lectores han sido parte de su equipo asesor: en sus estanterías el diletante literario podía encontrar aquel libro que no sabía que existía: allí estaban, físicamente, cara a cara, el lector y la recomendación de otro lector.

En el paso del mito al logos abrió la ruta de nuestra cultura. El logos siguió necesitando del mito para crecer y multiplicarse y conseguirá, sin morir del éxito que lo nutre, abolir la economía especulativa (que sí que debe morir de engreimiento y fatuidad estéril) Una librería del llamado pequeño comercio vive del equilibrio funambulista entre el servicio y el negocio. 

La o del primer logotipo de Mythos contenía la escena de dos condenados por Zeus: Atlas y Prometeo. En fondo del kylix es toda una alegoría: Prometeo, un ingenioso benefactor de la humanidad que crea al hombre con un destello del sol sobre el barro, que engaña a los dioses y les roba el fuego para dar luz a la vida terrenal, se ve condenado, como una Penélope trágica encadenado a una roca del Cáucaso, a sufrir de día cómo un buitre o águila le devoraba unas vísceras que cada noche se le volvían a regenerar. No atendió a los cantos de sirenas de Zeus en forma de Pandora. Ese mensaje era el que podían leer los griegos después de apurar el kylix en sus simposios (leer El banquete de Platón es aquí una nota a pie de página): Dionisos y Apolo en fraternidad fértil. Ese fuego robado a los dioses fue el que aniquiló la biblioteca de la abadía de El nombre de la rosa de Umberto Eco y el que, seguramente, acabó con la de Alejandría. Fueron otros hombres en nombre de esa metamorfosis de lo mismo que es siempre la divinidad. Divinidad-mito hoy substituida por el logos-economía.
La librería Mythos (1999-2012) es ya una ausencia y un recuerdo presente, como la fonda Tadeo, de quien fue vecina sin haberse conocido y con quien se diluirá como referente en Sant Cugat en los buscadores de sitios de nuestros dispositivos electrónicos. Algunos recitales dejaron pequeño el espacio de la librería Mythos: tan pequeño que ya no existe.
Una forma de resistencia, el último ensayo lírico de Luis García Montero, me espera en otra librería de papel porque no lo podré comprar ya en la Mythos.

5 comentarios:

  1. Buena nota, con una dolorosa noticia respecto del final de una historia escrita en papel
    saludos

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    1. El dolor no está tanto en el cierre concreto de esa librería como en lo que simboliza. Como las tiendas de discos en la década de los noventa, estamos perdiendo la materia sobre la que acceder al arte: los dispositivos electrónicos la volatilizan, la ponen al alcance de la mano en cualquier lugar, pero a un precio que todavía no conocemos. Fahrenheit 451 parece un chiste ahora. La falsa democratización de la cultura tiene un peaje-hipoteca... Todo es más fácil, quizás porque es menos.

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  2. Quan mori vull que escriguis les meves exèquies de manera tant literària com ho saps fer.

    Sant Cugat estarà una mica més orfe a partir d'ara.

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    1. Qui arriscarà temps i espai per actes literaris sense benefici econòmic evident? haurem de buscar nous "patrocinadors de la cultura" fora de Matrix: potser ja vivíem a una il.lusió que comença a esmicolar-se.
      No moris mai (el "mai" sempre és en relació al temps dels altres): ja saps que et necessitem tal qual ets i que no hi ha epitafi ni elogi post-mortem que valgui la pena perquè no el podrás gaudir.

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  3. Me consta, querido Ábradas, la labor de Esther Gorchs al frente de su librería. Ella también me dio voz en la afonía en la que vivo y exhibió los pocos libros que hablan de mí y te permitió leer mis poemas en su "madriguera de la poesía" de la plaça de Barcelona. Quizás el momento de mérido que mejor recuerdo es el del paso de Jacinto Luis Guereña por Mythos: Esther subvenció su viaje y estancia en Sant Cugat y todos los que lo supimos y quisimos pudimos disfrutar de su mirada esencial y lírica sobre la realidad. ¡Jacinto Luis Guereña! ¡Compañero de exilio y de poesía!: a sus 86 años cometió la osadía de viajar solo desde Madrid a Sant Cugat para dar cuenta de su obra en una librería recién inaugurada (solo llevaba un par de años abierta en octubre del 2001 cuando nos visitó). Ahora, muerto él también en febrero de 2007, podemos seguir la amistad interrumpida por la vida.

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