sábado, 19 de octubre de 2013

Palabras de Paula, desde el fondo del mar


Los hijos pueden, a veces, ser su propio reflejo de padres: no se miran porque no se pueden ver (estan ahí, pero en un tiempo que todavía no ha llegado)





                     A Gabriel Navarro, Sebi Moltalbán y, esencialmente,
            a Paula Navarro Montalbán, destello.


Tiene la vida sus coyunturas y de esa intersección de caminos sacamos los destellos para iluminarnos y aprender a ser en el estar.

El texto que sigue no quiere decir más de lo que les dijo a los que estaban allí. “Allí”: deíctico de la circunstancia que nos permitió ser porque pudimos estar y transferir esa sustancia que es la vida cuando se puede compartir. Es la potencia épica que vive en el centro de toda lírica.

No digo más: que lo de menos es lo que se dijo y lo más lo que se hizo y lo que se gestó en el decir y el hacer. Esto es un eco de lo vivido en Los Estrechos: una voz que sobrevive a la luz cegadora de un tiempo que todo lo iguala a la más clara nada.

Una transferencia para los elegidos: ungidos por la relación que nos regala la encrucijada.



Epitalamio marino

(desde dentro del mar)



¡Buenas tardes!

Soy Paula y os hablo desde donde os siento sin que me veáis, todavía. Cuando podáis verme ya no recordaré nada de lo que os voy a decir, pero ese olvido será mi esencia. Rodeada de agua, en este mar interior que habito, celebro vuestra celebración al ritmo de esta bomba peristáltica que es vuestro corazón. Sí, Paula: la que no soy por lo que todavía no sé. Aunque ahora cultive esta rosa del corazón, campesina en el otro lado de la fachada del mar. Soy Paula: semilla de una narración, columna vertebral del agua.



En este mar amniótico busco sin prisa el bautizo de la luz: mi naturaleza anfibia tiene aquí las raíces que me darán alas. Soy la mejor buceadora, me preparo para pasar del claustro materno al claustro marino. Sé que mi padre, maestro en vaivenes, reeducará mi respirar: sé que necesitaré llenar mi boca de agua salada cuando visite con él lo que el mar oculta, que tendré que aprender a ser aire también desde el cordón umbilical de agua que seguiré siendo.



         Ser vaivén de mar y amor: cultivar el tiempo para florecer y ser centro de vuestro alrededor. Estamos gestando una trenza de tres cabos hacia un futuro muy nuestro. Sebi, Paula, Gaby: paralelos que convergen por la torsión amable del amor que siempre se estrena en cada nudo de besos y abrazos. Soy ese centro trenzado por vuestro alrededor; imán de amor que os quiere encontrar también en los polos opuestos, precisamente.



El mar esconde más que enseña. Como el amor. Hay que saber darle la vuelta para aprender a ser en él: vivir su fondo como una superficie invertida que nos acuna.



Dice Vinicius de Moraes que el amor es eterno mientras dura. No habla de tiempo: habla de la duración del tiempo, de su calidad, que no admite cronómetros. El amor es agua, no llama. Es el fluido sanguíneo el que tatúa en la piel los dictados del corazón, no su lumbre: la capilaridad varicosa dibuja el amor en su frontera, pero solo los ojos de la intimidad pueden disfrutar de ese cuadro epidérmico, largamente contemplado, degustado en el dejarse ser. El mapa de los sentidos abre caminos que siempre os llevan a vuestro centro. Yo seré su herencia sentimental.



Que este seguir siendo que sois hoy quiera seguir siendo en su duración. Que la usura de la costumbre no corrompa la epifanía de cada encuentro, siempre por inaugurar, orlado siempre por la ingenuidad del darse para ser más rico en cada entrega. Os espero al otro lado de este yo hilvanado, en la comunión de ser.



Un lazo de aire se detiene en estas tierras de agua fagocitadoras de luz. Ha pasado: os queréis. Está pasando: os amáis.



Vosotros, zahorís, me esperáis  afuera: yo os espero desde dentro, mecida en este sueño de promesa, desde estas aguas de mi vuelo hacia vosotros.





                                      Águilas, sábado 28 de septiembre de 2013