martes, 28 de junio de 2016

La realidad de la imagen



                  

                                       

        Leer la imagen es reconocer la realidad que imita. La imagen no es la realidad sino su apropiación para el transporte de la imaginación: es su representación, la reproducción de lo que fue fuera de ese artificio que es. El imán de la luz se hace simulacro y achica verdad por sus imbornales. Una mentira piadosa para retener lo efímero.

         Primero, la emoción. Luego, la razón.

         Mirada sólida sobre una realidad líquida que, evanescente, vaporiza en nada si no se tiene voluntad de recuerdo.

         Una geometría dulce de nubes. Siempre estuvieron ahí, siempre las mismas, aunque siempre diferentes. El ojo y sus filtros sí son otros cada vez. Ojos de memoria caminada. Ojos de mirada de pincel. Ojos de visión victoriana y daguerrotipo (como aquella que inmortalizaba la muerte como espejismo de vida retenida). Ojos eclipsados por cámaras. Ojos digitales con tanta memoria que olvidan lo que ven mientras lo están mirando. Ojos que fingen ver entre tanta obligación de mirar.

         Esas nubes, capricho de viento y presiones, están ahí desde siempre. Hemos desaprendido, por feliz pereza, a no verlas. Los instrumentos de ver son inútiles si no se aprende a mirar: la realidad aumentada es una broma del progreso. Las nubes, simplemente, bellos hidrometeoros preñados de posibilidades: cirros, cúmulos, estratos o nimbos que navegan por el mar celeste de nuestra imaginación.




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