miércoles, 13 de junio de 2018

Arquitrabes XXX: Lírica para la vida




 
Entre la inclusión obligada del rebaño de disciplina militar y la clientelización con coartada científica debe de haber universos de pedagogías fértiles. Entre el capón humillante y el cojín, el maestro socrático.


         Había inventado un género literario. No era, por supuesto, ni la greguería ni el esperpento. Lo había inventado sin intención de hacerlo, por imperativo de la obligación disfrutada en su agridulce felicidad. Destilaba en sus textos la experiencia vivida, las posibilidades de futuro de sus personajes, las oportunidades de mejora que esbozaban sus gestos pasados. Tenía lectores asegurados. Pocos, pero devotos. El argumento, del que solo mostraba atisbos reconocibles, era seguido por seis ojos simultáneamente. Forjaba en cada línea un acto locutivo desde la pasión ilocutiva  que fraguaba en acto perlocutivo. Quizás después de la lectura el texto se olvidaba, pero permanecía el acto fraguado.

         Era una literatura imperfecta, comprometida con las personas pero sin voluntad científica. Sin constatación sistémica de los indicadores que armaban la trama, sin bibliografía autorizada de estudios psicológicos, sin árboles genealógicos ni trabajo de campo previo sobre el perfil cognitivo de sus personajes.  La observación, la intuición y el conocimiento de la naturaleza humana eran su método.

         Pero los nuevos tiempos con sus nuevos negocios y su nueva jerga (que bautiza la vieja realidad para hacerla más suya y la acaba enajenando en la complicación de sus cuadriculaciones) han desterrado la necesidad del género literario inventado. Ahora la personalización estándar asume la información: es el sistema el que expone los progresos de los personajes, motiva su implicación, alienta las enmiendas y rubrica las evidencias de crecimiento. El narrador omnisciente sucumbe ante el héroe protagonista de su propio bildungsroman.

         El género inventado nacía de la vida, se hacía lírica y desde su poesía fértil volvía a la vida y la enriquecía.

         Ahora los informes de evaluación, huérfanos de comentarios, naufragan en constataciones prolijas que abarcan tanto que no aprietan nada. Y el aprendizaje huye por entre los sumideros que son los algoritmos en el fragor multiposibilista del movimiento hormonal.

Destellos XCII


 
Asertividad




         La vida es una ola infinita sin playa. Vivir es volar sobre su cresta en orgasmo con faralaes, cabalgar sobre su relámpago continuo de agua. Nada de nadar. Nada de bucear. Nada (menos) de bracear a contraola. Fluir por el cauce enhiesto que el viento labra, sin más talento que estar allí para fluir y henchirte de cantos de sirenas 5.0. Como una giralda de carne.       

         En la democracia de los surferos de espumas, de cacareo tan mediáticamente incluso, los buceadores y nadadores son endecasílabos perdidos entre versos libérrimos.

         Nubes que contienen todos los algoritmos en su embudo invisible contemplan, maternales y encriptadas, el mar. Los pecios sueñan con el éter de los dioses y las alegorías. Este cielo, tan azul, que todos vemos, qué lástima que no sea cielo ni azul, qué lástima que sea un código de barras, una telaraña de señales de cables etéreos.




Genealogía vital.
Ecosistema: Raíces, tronco, ramas, hojas, frutos.
                     Abuelos: padres: hijos: nietos.
El tronco es presente. Presente de presentes. La raíz, sin exhibición aérea, nutre y es nutrida en simbiosis por las hojas. Lucen las flores que son por ser raíz, que se manifiestan por tener un tronco en el que germinar y haber sido rama en la que multiplicar su feraz belleza.


                                                         “Quien ama porque es querida,
                                                            sin otro impulso más noble,
                                                            desprecia al amante y ama
                                                            sus propias adoraciones”

                                                                                   Sor Juana Inés de la Cruz

Dos no se aman si uno no quiere.



Disidencia en la corriente de la inercia. Y no es contracorriente.


Pincel de la raíz.
Pintura de sombra:
amarillo retama.


La realidad es lo menos verdadero.


Newton obsolesce ante la nueva ley de atracción universal: piensa en positivo y levitarás de felicidad; piensa en negativo y te transformarás en Dante ciego, sin el lazarillo de Virgilio, cargando una cruz de plomo por los círculos del infierno.


Hialina, el alma es andamio y encofrado del cuerpo.


Ha de nacer el nuevo Fausto. Y nacerá con cincuenta años. Y no querrá ser nunca joven.


Ludopatía social pedagógica.





domingo, 10 de junio de 2018

Los Crímenes del futuro que no quiere Juan Soto Ivars


Juan Soto Ivars (Águilas, 1985). Fotografía de Sara Baquero Leyva

 
El novelista es cofundador del movimiento litetario Nuevo Drama (viejo molde para savia nueva, distanciándose del zapingueo posmoderno)


“Antes de que nosotras naciéramos, en tiempos de nuestros padres, todavía quedaba algún poeta. Pero luego se extinguieron. No hacían ninguna falta. A mí siempre me han hecho falta. Todavía más ahora que soy vieja”

SOTO IVARS, Juan. Crímenes del futuro. Barcelona: Editorial Candaya, Narrativa, 50, 2018, pág. 313.

Lo dice Julia, rememorando su afición por Alejandra Pizarnik y el placer de su lectura junto a Bruno, el hermano culto y revolucionario de Pálida-Paula y compañero de César, el amante de Julia. Estas dos mujeres abren la trama y la cierran. Margarita, la modelo que abre un universo de colores en un mundo gris, la protagoniza en su intermedio. César, Bruno y Héctor son sus hombres: cómplice de descubrimientos en un mundo que naufraga el primero; hermano carismático de una hermana ciega promiscua el segundo; fotógrafo de glamures el tercero, que goza de las mieles de la belleza en los tiempos propicios y se hunde en la depravación sexual en la pérdida.

La novela, fruto de una gestación lenta (en tiempo -los ocho años que van de 2009 a 2017- y en espacio –Yecla, Madrid, Águilas y Barcelona-), tiene las tres partes, “libros”, que la acción de sus protagonistas provoca: “Los Decapitados” (seis capítulos), “El diluvio universal” (con tres capítulos titulados –“Isla”, “Sed”, “Cacería”-) y “La salud de los ojos” (cinco capítulos). Juan Soto Ivars, un aguileño de treinta y tres años, tiene oficio, bregado diariamente en la realidad de su objetivación literaria de la realidad. Sus columnas de actualidad cultural (en su sentido más amplio) en El Confidencial (“España Is Not Spain”), El Periódico de Catalunya, el suplemento dominical de El Mundo (Papel) o en Tiempo de Hoy, Primer Línea y Jot Down lo encaran al gallinero de la vida y lo posicionan en opiniones arriesgadas en las que sabe, osado, mantener el pulso desde un carisma entre temerario, provocador y reflexivo. Por eso, por su imagen mediática, beligerante y socarrona, lo han fichado en la televisión  y en la radio (Las mañanas de Cuatro, La Sexta Noche y No es un día Cualquiera de la RNE). Ser uno de los asesores lingüísticos de la Fundéu le da músculo normativo a sus palabras. Palabras que no siempre se lo ponen fácil. Su colaboración con En País (en su suplemento Tentaciones) se zanjó, tras la controversia con el director del grupo Prisa Juan Luis Cebrián, con un último artículo que proclamaba en la sordina de sus acrósticos “CEBRIÁN ES UN TIRANO COMO CALÍGULA”. Ese episodio frontalizó un asunto que es medular en su labor ensayística: las relaciones entre libertad de expresión, libertad de prensa, censura y redes sociales. A él debemos (son las alas sólidas que necesita la lengua y que la Fundéu le pide) el término “poscensura”: en un espacio todo libertad, no es tanto el poder tradicional quien veta, sino los “lobbies” activos en las redes y las campañas magmáticas de miedos que eclipsan y anulan las opiniones, prevenidas ante linchamientos mediáticos. Arden las redes o Poscensura (ambos de 2017) recogen la escritura de reflexión de andadura más larga sobre la candente realidad: “La poscensura y el nuevo mundo virtual” le lleva a responder a la pregunta que él mismo hace en el subtítulo (“Somos tan cabrones como parece en las redes sociales”). Un abuelo rojo y otro abuelo facha, un “Manifiesto contra el mito de las dos España” (2016), analiza, en cambio, desde la perspectiva de la herencia los prejuicios para leer el pasado de una forma diferente. Como novelista, antes de Crímenes del futuro, narró en La conjetura de Perelman (2011), Siberia (2012), Ajedrez para un detective novato (2013) y algunos cuentos y relatos recogidos en diferentes antologías. Para comprender la magnitud de Crímenes del futuro, punta de iceberg, creo que ha sido necesaria esta reseña de su base.

La acción de Crímenes del futuro, como en Blade Runner o Mad Max o La carretera (relativizando todas las muchas diferencias, claro) nos lleva a un mañana con más ambiente de pasado que de futuro.  Los algoritmos gestionando la economía, la degradación humana tras la tensión; pasada la primera posguerra, las pantallas gigantes, la deformación exhibicionista de la televisión. Es, por tanto, una distopía como un “déjà vu”, una paramnesia que fue real y se repite. Como si la historia, como el monolito de 2001: una odisea en el espacio, hiciese emerger en su frontera un espejo gigante en el que progresar en un reflejo invertido. El destino es un círculo y las protagonistas, Julia, Pálida-Paula, con Margarita en el centro de su radio, se revuelven, pero acaban aceptando las condiciones de una rendición con redención: caridad con quien no quiere ver; dejarse engullir por el sumidero pervertido de la desbelleza. Julia podría ser la Andrea de Nada (de Carmen Laforet), porque el contexto posbélico  y los paralelismos con los setenta últimos años del siglo XX (República, golpe de estado, guerra, miseria de la larga posguerra, transición, democracia…) repiten, con variantes y tono de apocalipsis “light” (por ser consecuencia del progreso y no historia) los errores. Como en una versión novelada de la cuarta  “Glosa a Heráclito” de Ángel González: “(interpretación del pesimista) /Nada es lo mismo, nada / permanece. Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten”. El Ente y la televisión de Patria Nueva, como unas cartillas de racionamiento y un NODO del futuro, administran la economía y la diversión de los ciudadanos, habitantes de un Madrid arrabalero. Con sus tiempos, su progresiva recuperación social y económica, pero muy lejos de la proyección actual de los deseos  de seguir siendo en las prosperidad de un mundo feliz. Con su represión y sus fusilamientos en las tapias de los cementerios, con su Junta Militar poniendo en orden el país tras la guerra, con sus exilios, combinados con la hiperconexión de los mercados. Esa mezcla implosiva pone al lector presente en guardia ante el futuro séptico y paradójicamente retrógrado.

De entre los muchos méritos puntuales que trufan el acierto general del argumento, destacaremos un par. La primera, la imagen de las pantallas con la cotización de los alimentos básicos, en fluctuación constante, en un oxímoron de anacronías y anatopías  simultaneadas: la economía de la especulación y los brókers en un mercado de la subsistencia. Sin estados, gobernado el mundo por las multinacionales (cuyo nombre deja así de tener sentido), el amor (neorromántico o animal) o la necesidad de inventar realidades paralelas van trenzando la intrahistoria dentro del cauce impuesto de la historia.  La segunda, la adanización de Pálida al convertirse en Paula cuando, tras una operación propagandística y mediática (en Portugal), obtiene la vista que nunca tuvo: el proceso sinestésico de mirar el mundo nunca visto es un gran acierto narrativo. Cuando la doctora Milena y la técnica del ministerio Azucena van a comer y abordan el asunto de la operación de Paula, dicen (pág. 279):

      “-El gobierno de la Patria Nueva está planteando la estrategia mediática. […] Esta historia tiene muchas oportunidades para nosotros. Una ciega, hermana de un criminal de guerra, recupera la vista y abraza la causa neodemócrata.”

Concluida la maniobra, como un juguete roto, volverá, viendo, al carril vital que le corresponde, fuera del “mimo” institucional interesado.

         Dice Kafka algo así como que un libro debe ser el hacha con la que romper el mar helado que llevamos dentro. Crímenes del futuro nos plantea un dilema moral presente desde el que, con el picahielos de su novela, podemos analizar el horizonte desde la experiencia y construir el mañana desde la catarsis de los ojos de un Edipo que puede ver los presentes futuros deseados. Porque los crímenes de aquel futuro se urden en este presente.




sábado, 9 de junio de 2018

Destellos XCI


 
La parábola de los ciegos: Pieter Brueghel el Viejo, 1568. Óleo sobre tabla (86 x 154 cm). Museo de Capodimonte (Nápoles)




         Como el burro en su noria, el hombre volvía sobre sus pasos para extraer el agua de su sabiduría. La voluntad movía la inteligencia en una gimnasia de músculos mentales. Ese esfuerzo y constancia circular piden ahora otra metáfora. Quizás esta: Como la mariposa o el mosquito, efímeros perennes y diversos para poder hacer inclusiva belleza y molestia, el hombre liba pajareando lo que cree que necesita, a veces, sin moverse de su lugar, pero con visión global integradora. La sociedad de los burros, de las norias de sangre, dicen, formaba trabajadores. La sociedad de las los revoloteos anárquicos (orquestados por ese espía que es la galleta informática) forma consumidores.

         No hay que sobrevalorar de dónde venimos, pero tampoco anularlo. Importa mucho adónde queremos ir para ser fruto desde la raíz, con voluntad sólida de tronco o flexible de junco o tallo de girasol. Los objetivos del trayecto son conocidos: libertad, igualdad y fraternidad. La educación es el hogar donde se debe cocer el caldo que alimente su concreción en vida, sin utopías centrífugas, sin distopías, sin retroutopías, ajustando los pasos de la utopía científica sin usura.

         Estos destellos quieren iluminar en diodos emisores de luz, bombillas o fluorescentes de diferente potencia. Como en botica en que florecen las palabras




Tenía el corazón transitivo.


Unidad de medida universal: el dólar (en espera del “bitcoin” o criptomoneda de turno).


Salvación por el autodidactismo, sin profesores ni alumnos. Personas que construyen su conocimiento desde la motivación más suya, que se autoevalúan, buscan heteroevaluadores en  línea y crecen en el solipsismo colaborativo más fértil, con el dispositivo móvil inyectado en vena.



El maestro ha muerto. O, herido de muerte, vegeta por los espacios que fueron aulas como acompañante de procesos cognitivos hueros (aunque ricos en evidencias de asunción de objetivos competenciales, convenientemente objetivados en faralaes retóricos de rúbricas y otras cuadraturas de la pedagogía de la ocasión para la vida y desde la vida).



“Auctoritas” no degenera en “autoritarismo” si no hay un interés torticero en forzarlo. Que la autoridad viene de “augere”: aumentar, contribuir a progresar, promover, prender emprendimiento en otros. La autoridad no es autoritaria: su talento moral, sapiencial y psicológico seducen y son camino.
“Autarquía” no es gobierno de uno mismo, sino autosuficiencia, sin poder absoluto, con dependencias enriquecedoras. Pero desoír la autoridad se vende como la conquista del yo más esencial.
“Felicidad” nos llega desde su raíz natural y hace gavilla de nombre la fecundidad, la fertilidad, la productividad. Pero esa esencia feraz, sin la guía socrática verdadera, crece hacia la opulencia y la habilidad lucrativa para conseguir ser afortunado (sin casualidad, sin esfuerzo responsable, por serendipia fortuita)
“Gratis”, casi vocablo franco, es una degeneración de “gratiis”, ablativo plural de “gratia” (por hacer un favor, por benevolencia, por agradar). Cuando parece que todo es gratis (y es cuando todo es más caro -no por amado, sino por su elevado precio disfrazado de gratuidad-) incentivamos más el placer que la gratificación.
Educar para el placer se atrinchera en la autarquía mal entendida y rehúye de la gratificación que es prólogo de una felicidad razonable y más esencial.
En la playa del goce, hay que ser ola para bañarse en felicidad.


La inteligencia (emocional o cognitiva) debe ser como el banco de herramientas de un mecánico. Mejor aún: como un mecánico que hace del espacio de la mente su taller y sabe seleccionar en la ferretería o en el almacén de recambios el material que necesita.


El amor, cuando lo parasita la hiedra de la indiferencia, abandona su jardín y este muta en huerto. Las rosas son patatas y las dulces espinas solo heridas. Y el huerto no cultivado se hace yermo en el que ni las malas hierbas arraigan. Entonces el escozor del alma anestesia los recuerdos florecidos y todo es páramo plano de días y horizonte vacío de noches.


La nuez del deseo se hace granada.


En un examen, observo a los alumnos. Pienso en la parábola de los ciegos (Mateo, 15, 14) y en el cuadro de Pieter Brueguel (1568): si cada uno desconoce su ceguera…


Espacio y tiempo son un cubo de Rubik fractal. El pensamiento, atomizado, dice volar en mecánica automática, libre de autoridades, y las rúbricas que objetivan las evidencias cognitivas se cuadriculan, como pálidas sombras de algoritmo, en forma de evaluación clientelar disfrazada de criterial e “implementada” como clitorial (en hombres también, para empezar a ser culturalmente inclusivos).