Imagen de una obra original, óleo sobre lienzo, de Maria Medrano y Noa Samón: convergencia puntual de generaciones muy distantes de una misma humanidad.
A los nativos digitales con manos para seguir queriendo tocar y seguir deseando lo tocado.
A quienes, como yo, transitamos el humo trascendente de
un cambio de paradigma sobre la esperanza, el escepticismo y la desconfianza.
A Paula Corripio Ramos, compañera, por su búsqueda de la
armonía de contrarios valleinclaniana desde un yin y un yan capicúas.
A Clara, por enseñarme a seguir aprendiendo a contrapelo.
“Men at some times are masters of their fates,
Brutus”
W. Shakespeare, Julius Caesar (1599-1623)
«Y
Dios, seguramente, añadió: “Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed
cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del
árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que
os destruirá”»
Pío Baroja, El árbol de la ciencia (1911)
“La repercusión social y psicológica (humana, en suma)
de la Electrónica es, en efecto, inmensa. Y no ha hecho más que empezar. De
manera incontenible, su desarrollo va a transformar las condiciones de la vida más
allá de lo que en estos momentos podemos prever”
“En mi opinión, no cabe la duda: para bien y para mal.
Depende de lo que el hombre haga el que la balanza se incline de un lado o de
otro, que la Electrónica sea principalmente una maravilla o un desastre para la
humanidad.”
“[…] la potencia de la Electrónica, si se la maneja
con imprudencia, más aún si se la usa como instrumento de manipulación y
dominio, puede producir daños de incalculable gravedad. Es menester revisar,
aunque sea de manera muy somera, las tentaciones […] en que pueden caer los que
se sirven de las técnicas electrónicas.”
Julián Marías, Cara y
cruz de la Electrónica (1985)
“Pero la rectificación y el adiós definitivo nos
recordaron, ya en el después, que solamente seríamos libres cuando fuera libre
nuestra lengua masticada, tan tejida y tan tremenda. Por eso el espacio está
quieto pero nosotras somos pura quietud, por eso la escenografía no cambia pero
nosotras nos reescribimos, para que la memoria de las antepasadas y de las
abuelas y de las esclavas y de las madres y de los padres incluso y de todos
los que nos hicieron posible sea canto fundacional, épica un poco triste, drama
de nuestras deudas, tragicomedia de las máscaras y las catacumbas y las demasiadas
dudas, narrativa liberadora y liberadas, amor que teje más amor pese a las luces
tan sombras, poesía tan solamente nuestra, en el inicio de una nueva ruta,
después del adiós, después del después, la que nos conducirá a nuestra alma por
supuesto artificial, al fin sin dudas ni deudas.”
Jorge Carrión, Membrana
(2021)
Ni el inglés,
como lengua, es malo ni lo es la tecnología como herramienta para progresar. Ni
el ser humano es malo por naturaleza, en esencia substancial ontológica, ni es
bueno. Aquí estamos como humanidad porque hemos llegado, en animalidad racional
y racionalidad animal de “zoon politikon”, en toda nuestra
heterogeneidad moral.
Dice Shakespeare
en su Julio César que, a veces, el ser humano es dueño de su destino. La
inteligencia artificial es una consecuencia natural de la inteligencia humana
¿Qué es la inteligencia, si no? Pero vivir en la prótesis y el simulacro,
alimentarlo como un caballo de troya envolvente desde dentro del centro del yo
más íntimo, enajenado, clientelizado, es un fallo del sistema, el hueco desde
el que darle la vuela a la oportunidad de mejorar, víctimas, con síndrome de
Estocolmo, de la mejora. Numancia es su propio cerco imperial. Somos las
sirenas de nuestro naufragio. Porque somos inteligentes.
La épica de los
datos y la lírica de la vida. Épica de hipocresías digitales. Lírica de risa y
dolor humanos. Cada terminal es una fuente y nicho de negocio: un embudo, tan
íntimo y personal en su agudo principio como relativo y magmáticamente usurero
en su embocadura abductora. Relativismo que suena a falsete de libertad, a
autotune de egocentrismo democrático:
todos los datos que somos en el universo globalizante son absolutos y
sinérgicos en su despersonalización clientelizadora. La persona sola ante su
pantalla proyectando datos que son procesados en progresión
geometricogeométrica, fractal y cuántica. No es una vigilancia de vieja del
visillo omnisciente: no importan las personas sino sus datos despersonalizados
(cultivados en laboratorio aséptico, inalámbico y umbilical, para que cualquiera de nosotros atomizado en
dígitos no nos sintamos expoliados sino alegres paseantes de la felicidad).
Somos individuos-clientes, personas a este lado de la pantalla, conjunto de
datos al otro que, acumulados de forma masiva, nos hacen títeres del
algoritmodiós.
Vivimos un
neofolclore sin más raíz que un fruto que es palomita de maíz instantánea al
gusto. Somos empiristas en una experiencia virtual, única y estandarizada.
Vivimos la experiencia en el simulacro: somos el producto de una lógica
deductiva, la cosa que cree que piensa mientras es pensada (si pensar es ese
crujir sordo de bits de una inteligencia artificial omnímoda)
Determinismo
natural de la inteligencia: animales racionales, seres sociales abocados a
morir de éxito en la victoria pírrica de la fiesta del intelecto animalizado,
de la razón prisionera de la razón. El estoicismo hedonista de salir de la zona
de confort no es más que un mantra, holograma holístico, para instalarse en las
zonas de confort diseñadas por otros. Los otros.
Brutus conspiró
contra el poder. Sabía que el poder era algo fuera de él: el poder era una
conquista. Su intención pudo ser noble y desinteresada pero le hizo asesino.
Asesinato como mal menor: crimen entre humanos para progresar. El progreso es
ahora un asunto sistémico que se nos ha ido de las manos, como el puñal que
mató a César y que todos escroleamos por inercia incentivada. Creemos que somos
libres y que somos el poder, no como Brutus. Y el poder nos utiliza para sernos
sin dejarnos ser y haciéndonos sentir imprescindibles.
Raiciramificarse
para florifrutiscer ante la fagocitosis de la libertad delegada en la
multiposibilidad virtual. Los atajos no son caminos: trampas son del llegar.
Cuando los objetivos son tantos parece eficiencia eficaz ahorrarse los pasos y
es espejismo que incita a especular para fingir ser y creerlo para poder
sobrevivir en el naufragio de yo en el todosiempredecualquiermaneraperoahorayaquí.
En el principio
había dos árboles en Edén: el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal.
En un segundo principio, los dos árboles se hibridaron y florecieron en sus
ramas los libros del saber, de la razón vital. Hubo, pues, árboles de
animalidad, árboles de racionalidad y árboles de vitalidad humana. Y en un
futuro muy lejano a esos principios bíblicos, que es nuestro presente, hay
quien se orienta en el mundo por el olfato, quien lo hace con Google maps
y quien usa y complementa sus sentidos físicos con su intuición digital
protésica: desde el árbol del saber vivir otea lo que ve con los ojos de la
cara y con los ojos de la tecnología.
En la sociedad
del espectáculo, el relativismo en bucle y la economía especulativa, el inglés
y la tecnología son medios para un fin. La persuasión invasiva vendida como
necesidad lo impregna todo. Una invasión que se ha maquinado sutil y eficiente (eficiencia algorítmica en un tiempo de dios,
un tiempo no humano: la urgencia humana inducida es consecuencia de la “paciencia”
del sistema). El inglés como lengua franca (esperanto natural) sería una
oportunidad si se la diésemos. La tecnología (producto de la inteligencia
humana, teoría y técnica al servicio práctico de la vida: de la piedra
transformada en punta de flecha al superordenador cuántico) da calidad de vida
si centramos el valor esencial de vivir. Vivir líricamente la épica. De verdad.
Desde la belleza. El trampantojo era arte y ahora es la vida en que decidimos
vivir, ermitaños en un mundo global, aprendices de hikikomoris náufragos
en la posverdad, hiperestimulados y lacerados de desatención, atrapados en un
regalar tiempo a la gran tragaperras del universo digital con cuentas bancarias
concretas.
Narrar es humano
y necesario. La historia nos hace y en ella somos: la que heredamos, la que
protagonizamos, la que nos contamos y contamos a nuestro alrededor. Las
imágenes sin narración, sincopadas, infinitas, inagotables, al acecho, en busca
y captura del mirador sin contemplación, enhebran con su tela de araña nuestra
atención. Imágenes sin historia para construir una nueva historia sin
narración, yuxtaponiento espasmódicos impactos. Y cuando el chatbot narra
recolectando datos (ChatGPT, Bard, Alphacode, Dalloe: “inteligencias”
sintéticas sin autoconciencia) es para
fingir una humanidad que no tiene, para ser reclamo humano en plena crisis de
la atención. El arte puede ser mentira para ser verdad: la vida solo puede ser
verdad y es ya cada vez más mentira resultona.
El decadentismo
finisecular (entre el XIX y el XX) fue la manifestación humana que hoy
encuentra su paralelo en esta americanización que ya vaticinó Baudelaire
(investido de profeta ridículo), corregida, aumentada y enajenante: decadencia
por desequilibrio entre el espíritu y la materia. Los proyectiles “bodelerianos”
siguen impactando más de un siglo después y no aprendemos. Él, desde su
autodestrucción en un París en construcción, poetizó el futuro huxleyano de
esclavitud que tan bien supo ver Orwell. Comodidad y placer como soborno para
el control: el nuevo y valiente mundo es un magma de facilofelicentricidades.
Ilusión de felicidad, gratificación inmediata, gamificada. El control
remoto que aparenta máxima libertad: la nube en que acaba y empieza cada
pantalla es ya placenta alimentada por quien se nutre, cordón umbilical
invisible también, de quien se regala, que somos todos, a cambio de una nada
total. Y somos estadística tratada como el comercial se ha acercado siempre a
sus clientes, próximo, cómplice, taimado y usurero. Somos datos trazables y
encriptados, mineros estajanovistas.
Los cambios del
nuevo paradigma humano son inevitables. Es más, tenemos que quererlos porque
han de ser canal de progreso. Pero no a cualquier precio. La inteligencia
humana ha de demostrarse en los criterios humanos, más allá de la inercia
impuesta por la mano invisible del mercado que normaliza todo lo que
comercializa. Julián Marías, Heidegger o Byung-Chul Han son referentes para
analizar la inteligencia humana en el universo gaseoso de Zygmunt Bauman.
Enferma de motivacionitis, una humanidad sin atributos se deja atribuir
prótesis tecnológicas: la esencia, la substancia humana, pasa a ser accidente,
contingencia dependiente de la necesidad de vivir en el simulacro. La
personalización hiperbólica puede comportar la disolución porque solo un
sistema algorítmico puede fingir atender la demanda que él mismo fuerza. La
identidad se forja en la permanencia que en que se enhebra el cambio: Parménides
aguja zurce el universo con los hilos infinitos de Heráclito. El código binario
masónico de Francis Bacon pasa por Bertrand Russell y desemboca en
fractalidades cuánticas invisibles que todo lo mueven. Victoria pírrica humana en
este progreso en que nos dejamos acunar.
El alma del
universo, como las fascias de cada ser humano, habita en su nube: ese espacio
sin espacio (pero con una necesidad física que obviamos) del que dependemos,
inalámbricos, desumbilicalizados en apariencia.
Marco Junio Bruto
mató a César y fue dueño de su destino. El césar de hoy domina su imperio
controlando la distracción, alejando el miedo, regalando diversión, mimando, en
apariencia, a sus súbditos, en loor de popularidad masiva. El “smartphone”
es una mandorla rectangular, receptáculo de un dios a la carta que es quien
elige lo que queremos querer.
ensucia el aire
un
inglés usurero
“empoderante”
tiempo de cambios
la
raíz pudre en fruto
de
simulacro
silencio inglés
canta
esta calma de aire
su
esclaviser
hasta en la nada
diluirme
en el todo
se fragua
mi alma
ser siempre en todo
y
estar en todas partes
egos
sin cosmos
tartamudea
la
luz en epilepsia
de
prisa ciega
titiritero
el
algoritmodiós
finge ser nuestro
diseña juegos
induce sueños
ocupa cuerpo
y pensamiento
(esclavo y dueño)
ante
el espejo
pixelamos
la vida
ecos
de un hueco
toda
en la nada
finito
infinito
naufraga
el alma
centrifugados
perdemos
nuestro centro
ensimismados