Dejarse llevar, tenso, por el equilibrio entre forma y pensamiento que es la caligrafía. Fluir del algo hacia la nada de la ininteligibilidad y el borrón horizontal con atisbos de bucle. El teclado se hace polea del esfuerzo comunicativo y devuelve al mundo los algos privados condenados a la inefabilidad caligráfica. Un texto nunca se agota, nunca se acaba si llega a ser texto porque es causa y consecuencia.
El andamio de yuxtaponer signos me salva del hilo de tinta que enmaraña con algarabía sorda mi expresión. El ovillo habita en mí, pero no sé tejer a mano. Me he perdido para poder encontrarme en el laberinto. Al fondo, junto al Minotauro, un destello azul. Ariadna duerme y sueña en la entrada.
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Paradójica atemporalidad del presente: todo lo abarca y nada es suyo.
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“Dormir”: absolutez verbal de la autarquía lingüística: acción total de la aparente inactividad. Vida bajo la vida muerta.
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Mediodía sin sombra. La lleva dentro y la desparrama en el antes y el después de ese meridiano encandilador del nacimiento que es el presente total de cada instante.
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Bucear en este silencio de colores.
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Esperanza sin espera
: vida hacia afuera, sin centro.
Impaciente esperanza
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Recordar es volver a hacer pasar por el corazón la vida. Darle cuerda al recuerdo para ser y poder seguir siendo.
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Se diluye el criterio en el magma del relativismo necesario. Ser es concretarse en un yo al pairo de las coyunturas.
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Simetría de la realidad. Frontera entre lo que veo y lo que me ve, entre lo que siento y lo que me siente, entre lo que vivo y lo que me vive: esa es la patria del ser.
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El SIEMPRELOMISMO quiere ser el tajamar de la novedad, la isla en el mar revuelto de lo original sin origen; el corazón y la brújula de los petimetres perdidos.
La fuerza de la voz del agua esculpe cauces con su paciente volver a seguir siendo.
Una palabra, una canción, neutras y planas en su virginidad, se renuevan y acumulan sentido en cada volver a ser. Como el agua.
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