lunes, 28 de diciembre de 2020

Un final para Benjamin Walter de Álex Chico: un pasaje de tiempos y espacios en la estación de la historia que pueden ser todos los Portbou

 


 

                  

CHICO, Álex (2020 ). Un final para Benjamin Walter. Avinyonet del Penedés (Barcelona): Candaya, Candaya Narrativa, 47.

 

 

“Lo universal es lo particular sin fronteras”

Álex Chico cita a José Ángel Valente, pág. 161

 

“Un exiliado, para serlo, necesita una frontera"                                                  

  RIPOL, Marc (2005). Las rutas del exilio. Barcelona: Alhena Media. Pág.13. 

  Citado por Chico en la pág 89.                                                       

 

“Es ist niemals ein dokument der kultur ohne zugleich ein solcher der barberei zu sein”

         Epitafio sobre el simulacro de tumba de Walter Benjamin en el cementerio cristiano de Portbou, tomado de su Tesis de filosofía de la Historia.”No hay ningún documento de la cultura que no lo sea también de la barbarie”: lo cita Chico en la pág. 46.

 

“Desde los tiempos de Homero los grandes relatos han seguido las huellas de las grandes guerras y los grandes narradores han emergido de ciudades destruidas y de paisajes devastados”

                                               Hannah Arendt

 

“Narrar acaba en sabiduría”

   Álex Chico parafraseando a Walter Benjamin  (pág. 133)      

 

                      

 


                                              Angelus Novus de Paul Klee (1920) / Ángel de la Historia

 

Las alas del deseo sobre Berlín, sobre Varsovia, sobre cualquier frontera. El ángel de la Historia escucha y resiste los embates del progreso para fundar un mundo nuevo con los odres viejos; con los moldes antiguos impuestos, nuevas formas de libertad. La verdad literaria que cobija y da alas a la verdad factual.

En el hogar que alguna vez tuvo Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, frontera de fronteras, 1940), en una pared (ese muro doméstico) lucía el original del Angelus Novus de Paul Klee (1920) junto a una reproducción del trágico retablo de Isenheim de Mathias Grünewald (1512-1516).  En la tesis IX del ensayo de Benjamin Tesis de filosofía de la Historia (Über den Begriff der Geschichte –Sobre el concepto de historia-, 1939-1940 –cuya copia, en tiempos del pacto germano-soviético, llegó a George Bataille, que pasó a Hannah Arendt, quien la hizo llegar a Adorno, primer editor en 1942, y que acabó en las Iluminaciones de 1968, editadas por Arendt) eterniza esa contigüidad a la que bautiza como Ángel de la Historia, ese progreso que necesita la interrupción del pasado, su revisión, para poder seguir siendo. En la tempestad que sopla desde el Paraíso hacia el futuro, acumulando ruinas, es la que arruina también la posibilidad que encarnaba Walter Benjamin y la Escuela de Frankfurt. Portbou (ese refugio de embarcaciones en las inclemencias de los vientos) era un trámite viajero hacia el Portugal que llevaría a Benjamin hasta la América en la que lo esperaban Max Horkheimer y Theodor W. Adorno en el Instituto de Estudios Sociales.

Álex Chico estuvo en Portbou: la imagen de la portada del pasaje de Karavan cuenta su estancia allí entonces (entre las fronteras entre el otoño y el invierno de 2014 y las del invierno y la primavera de 2015) como los “Alojamientos” de S[í]lvia Monferrer narran las suyas por el mundo dentro del mundo de la narración que vive encuadernada en el libro.  Círculos densos multicentros que albergan semillas que serán centros de otros alrededores. Otras composiciones de lugar: lugares que serán habitados por protagonistas de las historias de la Historia. El narrador se fotografía en el cristal que ampara el punto de fuga del acero cortén entre las palabras de Benjamin y el azul del mar:

“Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre”.

         CHICO Álex en la convención bibliográfica: Benjamin Walter en las fichas policiales. Una circunstancia que desjudaíza, paradójicamente, al sospechoso, aunque lo germano y lo hebreo siguen aliándose en la combinación. Benjamin Franklin como coartada: padre de Estados Unidos y creador del pararrayos. Nadie apellidado Walter como referencia. “Walter”: líder de ejército. Walter Benjamin Walter muere en la soledad dudosa del tránsito.  El “señor Walter” como pseudónimo coyuntural. Narra el Álex Chico destilado en ficción realista, en enhebrador de posibilidades entre el ensayo, la épica, el análisis filosófico la reflexión lírica, el cuaderno de viaje y una especie de calendario de adviento cultural con ventanas que son pasajes, que son búnkeres, que son túneles que nos llevan, lectores, a otros paisajes desde otros nombres: Kafka, Arendt, Atget, Sebald, Centelles, Scholem, Machado, Karavan, Baudelaire, Gamoneda, Aub,  Bartra, Eidenbenz (que quiso ser anónima en su presente y la historia la ha hecho histórica), Líster, Klee, Adorno, Calvino (Italo), Marés, Carrión, Gabriel y Galán, Monje, John Wayne, Lichtenberg, De Chirico, Aira, García-Alix, Levi, Kertéz, Goethe, Proust, Camus, Mann, Carpentier, Brecht, Rohmer, Wenders, Handke…;  (también los intrahistóricos de Sílvia Monferrer, Vera Kéldysh, Teresa Puig, Xavier Jonama, la mujer de los amaneceres en Portbou o los cien mil concentrados en la playa de Argelès, el cura Andrés Freixa o los médicos Ramón Vila Moreno y Pedro Gargot, Dora Kellner, Juan Suñer o Lisa Fittko…). El juego de intertextualidades convierte la narración en un tejido de espejos que son hipervínculos:”Un tal Benjamin Walter” en Quimera (número 376, año 2015, págs. 49-51) del propio autor, prólogo del libro; Sobre la historia natural de la destrucción de W.G. Sebald; Walter Benjamin. La herida que se cierra de Carlos Taibo; Las ciudades invisibles de Italo Calvino; “Las claves de la maleta de Portbou” de Manel Martos (El País, 14 de septiembre de 2014); ¿Quién mató a Walter Benjamin? De David Mauas (documental de 2005:

 https://www.youtube.com/watch?v=6S3iT2iwDOQ);

Las rutas del exilio de Marc Ripol; y, sobre todo, a la obra del protagonista ausente de este mar de rescates que es el libro de Chico. En mi biblioteca, desde mis tiempos universitarios, dormían  L’obra d’art a la seva reproductibilitat tècnica, Haschisch, Poesía y capitalismo. Iluminaciones II (que tanto me reveló sobre Baudelaire) o Dirección única. Los fragmentos que son la obra de Benjamin, esa atinada provisionalidad desde la que escribe, esos libros-andadura sobre los que camina para vivir, viven en su estudio inacabado (el olvido es una maleta de sombra perdida) La obra de los pasajes y en la obra de Álex Chico que motiva esta reseña (pero con la dispersión muy bien tejida en la experiencia narrada, estancamente abierta entre las tapas de su libro).Pasajes, conexiones de dentro a afuera y de fuera a adentro, en ese movimiento estático de escribir y de leer. Flâneur baudelairiano Benjamin, Chico y los lectores: ante la ocasión creada por David Karavan en un cementerio marino, ante los libros que habitan los libros. Búnkeres de la memoria hechos paisaje para volar de la mano del Ángel de la Historia.

         El “seguro azar” saliniano de la vida tiene en la demiurgia narrativa de Álex Chico un control literario que, aunque dependiente de la vida de su autor, vibra autónomo en la ficción ensayística (“Pensé en la suma de azares que se había sucedido para que yo estuviera en ese lugar. La cadena de casualidades que se habían ido añadiendo inesperadamente, o que quizás yo mismo había provocado, como un imán que ejerce su magnetismo y nos atrae hacia él sin darnos cuenta”, pág. 223). La estructura de Una final para Benjamin Walter se rige por las leyes de la dinámica dialógica del arte. Tres partes y muchos estuarios como nuevas castalias: una “Composición de lugar” con setenta y cinco estaciones; una “Densidad del círculo” con cuatro secuencias que concentran la diana en su epítome de realidad; y una coda-estrambote, la “Nota final”, con el testimonio de la deudas contraídas en el viaje hacia un punto del pasado (finales de septiembre de 1940) en un lugar recóndito del mundo como metonimia (Portbou) y un espacio infinito de ficción y de historia. Benjamin y la pintora Sílvia Monferrer: los exilios que acaban (para radicar en la historia) en Portbou y los desarraigos que arraigan en Portbou. Sílvia como contrapunto a Benjamin: su viaje recala en  esa frontera en la que ahora se ordenan todos sus “Alojamientos”; la maleta que se pierde en el limbo de la historia con los pensamientos benjaminianos. Cuando Sílvia aparece en la narración, la secuencia de vórtices se altera y se hace largo remanso. Si el narrador agrupaba los asuntos en manojos de unos cuantos capítulos, al llegar al LX Sílvia nos acoge como alquilados (al Chico narrador y a nosotros) en una de sus habitaciones de su piso de la Pujada del Mirador, muy cerca del memorial de Karavan, durante trece capítulos con algunas interpolaciones (la culpabilidad de los supervivientes al holocausto, la resignificación de las palabras y la necesidad de seguir hablando del horror después de Auschwitz a contraAdorno –el LXI-; el valor de los lugares olvidados –el LXIII-; el valor baudelairiano del poeta como coleccionista de fragmentos desechados o el goethiano de los universos de lo minúsculo –el LXIV-). Silvia pasa a ser Sílvia para no quedarse fuera del espacio  el tiempo que quiere habitar en Portbou. Walter Benjamin había perdido su identidad al ver su nombre hecho pseudónimo: Benjamin Walter. Lo suicidaron.  El capítulo final de “Composición de lugar”, el LXXV, como en el poema que cierra esta reseña, nos pone en la fuga de sin puntos fijos del memorial de Karavan, como una cicatriz sin restañadura en la geografía del alma.

         La estructura de esta crónica de viaje, estático en el espacio y dinámico en tiempos y protagonistas, es de vaivén marino. Los temas, como olas, van conformando el mar del argumento. Un mar que oculta más que enseña. La historia y sus huecos dan el argumento y la literatura la trama y la urdimbre. Como en El Lazarillo, novela pionera del falso realismo autobiográfico, la obra de Chico parte de una posible mentira fundadora de la narración. Es el “caso” que Lázaro González Pérez intenta rebatir sin éxito ante “Vuestra Merced”: cuanto más argumenta, irónicamente, menos razón tiene en su defensa. La carta desaparecida de Benjamin a Adorno (pág. 123): “En una situación sin salida no tengo más opción que ponerle fin. Será en un pequeño pueblo de los Pirineos en el que nadie me conoce donde mi vida se acabará”. Portbou como culo de saco y una muerte (buscada o encontrada) como salida abren un excelente argumento. Un lugar en despoblación, centro neurálgico de la política de estrategias fronterizas –una estación que pare un pueblo- en el que lo fantasmal y el abandono pueblan sus calles de ambiente deshabitado. Porque el sentido de la vida de un hombre es una retroproyección desde su muerte que es la que ilumina su pasado para poder ser futuro. Las fechas del ensayo se diluyen para construir la realidad narrativa. Las fronteras de la luz dan mayor sentido al monumento que Dani Karavan, judío, pudo construir en la memoria del olvido en 1994. Como la oralidad se lo da a la historia narrada. En el acantilado sobre el mar el cementerio marino puede incitar a un suicidio por imitación que nunca se dio. Transición entre la vida y la muerte. Transición entre el olvido y la memoria. Entre la luz y la oscuridad. Teje Álex Chico con esos mimbres un palimpsesto que da historia a la Historia. Un exilio: todos los exilios. La ruina física nadando en la ruina moral que brota de la cornucopia de la apariencia. Walter Benjamin volando de la mano del Ángel de la Historia sobre la metonimia de Porbou: eso narra el libro de Álex Chico con su crónica de una itinerancia estática desde el lirismo de su testimonio de testimonios. Benjamin buscaba en el arraigo material de su coleccionismo el antídoto de su desarraigo vital, era un coleccionista nómada. El narrador fotografía con palabras la paradoja.

         Álex Chico y Benjamin Walter Benjamin revisan la historia, ángeles paganos, no en una dirección única sino en un bifrotismo literario y filosófico que funda progreso futuro en el pasado.

Ese “realismo expandido” del que habla Bachelard, además de nombres, referencias culturales y experiencias personales de su autor está poblado de lugares. Un libro, crónica de investigador, que es un lugar de lugares, un viaje con Portbou como estación de todos los enlaces, sea cual sea la naturaleza de sus vías. La narración de Chico es un ventilador fértil. Un ventilador de aspas de helecho, entrojado en libro, que esparce sus esporas en una diáspora de semillas que trascienden los géneros desde la imprecisión precisa de a ficción.

Walter Benjamin es un pensador, no un filósofo. Álex Chico es un narrador, no un novelista. Los dos reflexionan sobre el espacio y el tiempo, sobre cómo habitamos el mundo en su metamorfosis y la nuestra, desde la orografía de la memoria.

El narrador y la persona que es Álex Chico fueron a Portbou una tarde de octubre y Portbou los retuvo hasta mediados de marzo. Seis meses con paréntesis de bajadas a Barcelona para guardar la distancia de la perspectiva. Fueron a buscar un misterio, a intentar resolver el enigma del efímero paso de Walter Benjamin por ese enclave costero fronterizo y espacio y el tiempo condensados en la incógnita los atraparon. El viaje-visita fue un viaje-estancia. “Solamente lo fugitivo permanece y dura”, dice Quevedo: lo efímero funda permanencias. El peregrino busca Roma en Roma y en Roma no hallará más que su ruina. Álex Chico busca la muerte de un hombre y halla la vida muerta de un lugar lleno de pasado y vestigios. Pasa la vida: queda la muerte y esta crónica novelada de una permanencia.  Para hacerse una composición de lugar no hay mejor guía de viaje ni mejor portulano ni mapa que la vivencia sin prisas ni usuras:

“Fui en busca de un escritor y acabé encontrando un pueblo. Más aún: acudí al pasado sin saber que solo me estaba desplazando hacia el presente. Este tipo de presente que nos asalta de improviso, en un instante y en un lugar concretos, y sobre el que planteamos su propia memoria, como un aura”

Así acaba el artículo de Álex Chico de Quimera (reproducido en la página 55 de la novela). Es el germen de la narración de Un final para Benjamin Walter. El aura, ese “hic et nunc” de la teoría estética walterbenjaminiana, ya lo tenía el hombre Álex Chico inoculado. Portbou es el aura de una huella.

 

“Lo más extraño del viaje

es no saber hacia dónde se regresa.

 

Acaso diría Walter Benjamin

que en esos lugares parece haber pasado todo

lo que aún nos espera”

 

CHICO, Álex (1998-1999?-2008). “Primer momento”. La tristeza del eco.

 

 

(Esta reseña de un libro de 2017, como el Ángel de la Historia que vence la presión de un futuro memoricida, a redrotiempo, tiene una precuela que es secuela en otra reseña a un libro posterior, de 2019, leído antes, Los cuerpos partidos, que habita en esta grieta digital).

lunes, 21 de diciembre de 2020

Palimpsesto de la vida-historia-vida: La ciudad que el diablo se llevó de David Toscana. El nuevo giro copernicano sobre el horror

 


 

Enfocar la vida. Enfocar la ficción. El ojo del novelista consigue que en la deformación confrontada de la ficción con la realidad vuelva a nacer vida donde empieza a enraizar el olvido abonado con la usura del tiempo por los sicarios memoricidas.

 

 

 

TOSCANA, David (2020). La ciudad que el diablo se llevó. Avinyonet del Penedès (Barcelona): Candaya, 67.

 

Sobre la ruina, la vida. Sobre la impostura, la literatura. Sobre lo políticamente correcto: el esperpento.

La Lista de Schildler de Spielberg (basada en Schindler’s Ark de Thomas Keneally), El pianista de Polanski (basada en las memorias El pianista del gueto de Varsovia de Wlandyslaw Szpilman), el Diario de Anna Frank (que pudieron ser los de Kasia y Gosia), El drama de Varsovia (1939-1944) de Casimiro Granzow, La aritmética del diablo de Jane Yolen o El oficial polaco de Alan Furst son quistes en la historia de la verdad polaca de la Segunda guerra mundial. Toscana saja esa pústula, valleinclanamente, y la hace fluir desde el pasado hacia el futuro, como el Vístula.

Sobre el inicio de una novela olvidada, destruida o usurpada (pág. 40):

“Si uno sigue el curso del Vístula, desde su nacimiento en los montes Cárpatos hasta donde dios le preste fuerzas, habrá de encontrarse una noche con la ciudad taciturna y misteriosa que lleva el nombre de Varsovia”;

otros inicios posibles plagiados superpuestos:

el nazi (pág. 42):

         Si uno sigue el curso del Danubio, desde su nacimiento en la Selva negra hasta donde el Führer le preste fuerzas, habrá de encontrarse una noche con la ciudad espléndida e imperial que lleva el nombre de Viena”;

el  soviético (pág. 120):

“Si uno sigue el curso del Volga, desde su origen en la meseta de Valdái hasta donde se lo permita el Partido, habrá de encontrarse una noche con la ciudad sólida y progresista que lleva el nombre de Stalingrado”.

Hasta volver a ser un nuevo inicio a la luz de tanta sombra y ruina, reinventado en una nueva Varsovia enlodada y poblada de muertes (pág. 278):

         “Si uno sigue el recorrido del tranvía ocho, desde su terminal en la plaza Narutowicz hasta donde lo lleve un billete de veinte grosz, habrá de encontrarse con una ciudad extinta y endemoniada que lleva el nombre de Varsovia”

En el límite, la salida de la armonía de contrarios: la fusión-frontera de la tragedia y la comedia. El carnaval en la ruina como modo de supervivencia. Esto es: la ironía. En el argumento de esta novela convergen los personajes de Esperando de Godot de Samuel Beckett, la espera sin espera de los bárbaros de Kavafis y la irrealidad real de Luis Landero. Ludwik es el enterrador de Powazki y el sepulturero de Hamlet. La orgía ebria de vida restaña heridas desde el tremendismo y la picaresca: una mano cercenada acariciadora; el corazón de Chopin como lagarto que da cuerpo al alcohol bebible, medicinal; la necrofilia etílica hecha broma que va más allá de la del marqués de Bradomín en las Sonatas valleinclanianas (con tufo a muerte que es olor a mierda de vivo); el palimpsesto de la cólera de Aquiles de una épica sin epicidad, negra de guerra: “Cántale a Varsovia, amigo mío, la ciudad que el diablo se llevó” (pág. 101).Papel reciclado. Historia reciclada. Palimpsesto de vidas desde el arte. Una novela perdida sobre una ciudad perdida. Las divinas palabras, en latín (¡claro!), para una enajenación anestesiada con vodka y perspectiva. La belleza del horror en lo real maravilloso etílico. La metamorfosis de la guerra como puente entre dos pérdidas: la provocada por el nazismo y la “salvadora” del comunismo. Solo la lógica de la borrachera permite la vida de esos volatineros que son Ludwick, Feliks,  Olga, Kazimiers, Marianka, Eugeniusz, el barbero, el novelista, incluso la viuda enamorada Kukulska o Gosia y Kasia (esas niñas-mujeres ficticias en la ficción real de una casa ocupada, cuya fotografía es fotografiada por la luz de los relámpagos y da carbón a los ocupantes ocupados). También la pierna ortopédica de madera del barbero, el corazón de Chopin o la mano en alcohol amante de Marianka (¿amputadora de la pierna del barbero?).Porque la vida es un hiato entre la ficción y la vida con vocación de diptongo. La escatología como evidencia cartesiana de la posibilidad de vivir.

         Ni el barbero ni el novelista tienen nombre. El nazismo y el comunismo sí los tienen: los nombres de sus ejecutores. El diablo que se llevó Varsovia tiene el nombre de los cuatro nombres. Las ínfulas de santo de pseudosan Eugenio de Varsovia han dado, quizás, un  Papa. Un pontífice fruto de la ironía mística y alcohólica: “La carne podría convertirse directamente en otra carne o debía hacer escala en un pan?”(pág. 230). O del sacrificio: ¿llegar a la santidad mediante el tormento de la hoguera o de la cruz, de la guerra o del alcohol? La ironía trágica percute sobre la conciencia y hace a los personajes “enanos y patizambos que juegan una tragedia” (Valle-Inclán dixit).

         David Toscana (Monterrey, 1961, ingeniero industrial y de sistemas) es un fabulador mexicano con experiencia polaca. El ritual de la muerte interseca en su narración y entre la ficción y la realidad. Como en Eduardo Ruiz Sosa (Cuántos de los tuyos han muerto)  o en Juan Rulfo (Pedro Páramo), la muerte nace para alumbrar la vida. La ruina, la catástrofe (ese volverse en contra, ese voltear hacia abajo, tan teatral), el desastre (ese ir contra los astros, ese hacer negativa la posibilidad) ilumina la historia de la que se nutre para trascenderla. La devastación agosta el alrededor de la que sus protagonistas son centro. La amistad los salva del naufragio social. La amistad y la anestesia etílica que los hace creerse “cráneos previlegiados” en la controversia del esperpento real de su ficción. Ludwick, Eugeniusz, Kazimierz y Feliks son los supervivientes de una coyuntura felizmente fatal: la suerte los libró de una ejecución de fueron difiriendo hasta sobrevivir entre la muerte. Son los héroes y víctimas de una pandemia bélica: la que acaece en una Varsovia devastada por pretensión (que tensa y rompe) de refundar el mundo desde el maniqueísmo. Nazis y soviéticos aniquilan la posibilidad polaca para hacerla suya enajenándola.

La nube del vodka da alas a la vida mientras la civilización va mutando. Kafka toma nota y David Toscana interpreta la tragedia en clave de comedia bufa trascendente. Entre los cascotes florece, caos, belleza y posibilidad, la vida. Como narrador cervantino (sin la complejidad que consigue Gustavo Faverón en Vivir abajo) Toscana nos regala un juego de espejos (deformantes algunos) en los que vivir el caleidoscopio de la ficción sometida a la matemática refundadora de la realidad. Es el volver a empezar, en la ruina, de cada lector: el futuro fractal de la Varsovia herida que centrifuga su gueto en el tiempo y en el espacio. Una tienda de rapiña, usura de la supervivencia, y una delación forzada, la del capitán Bojarski, son el cuaderno de bitácora de la crisis que puede ser la supervivencia. El morse puede ser el código de la ilusión en la brecha funambulista entre la vida y la muerte. Engañar al diablo es una gesta de dioses: los hombres deben conformarse con las artimañas del trilero fáustico. Un sepulturero, un cura confinado en la "extremasunciones", un aspirante a conserje que quiere hacerse pasar por astrónomo copernicano y un aniñado gestor de la impostura comercial juegan sus cartas en una mesa náufraga y ajena.

El estilo de la novela permite la reflexión existencial en un marco de broma trascendente. Para compensar la suerte de un fusilamiento perdonado por el azar y cierta bravuconería, los protagonistas nos regalan su verborrea para conjurar la muerte con la que conviven. Pero Toscana consigue un trazo ágil en que lo lírico, lo telegráfico, lo narrativo, lo trascendente y las contingencias, lo histórico y lo inventado consiguen un tono que fluye como el Vístula. Alternan capítulos muy breves con otros que nunca llegan a ser largos, alternando protagonismos para conseguir un mosaico de complementariedades sinérgicas. Y en la trama, la urdimbre del esperpento: visión de altura sobre el horror, armonía de contrarios y carnavalización. Realismo mágico, irónico y poético para una memoria herida, para una novela hospitalizada y enterrada, para sus lectores imposibles muertos. El alma perdida del novelista, como título y entelequia, fantasmea en una Comala edificada de cascotes en la Segunda guerra mundial (el quince por ciento de los edificios verticales velan la horizontalidad precipitada). Feliks, jugando con la radio, saluda a la nada receptora “desde Varsovia libre” (pág. 44): envía sus palabras al infinito y el silencio hace que se sienta poeta. Kazimierz ignora lo que lee en De revolutionibus orbium coelestium: otro giro copernicano, bufo en su tragedia, es el de su presente polaco. El guiño cervantino en la narración (“¿Quiénes serían mis compañeros de borrachera si el índice del nazi hubiese señalado a tres hombres distintos?”, pág. 51) frontaliza el hecho narrativo mismo. Como esa máquina de escribir eléctrica (sin tener donde enchufarla) alemana que la lengua polaca necesita enmendar a mano para recuperar su ortografía (usurpada como el territorio invadido). Una novela perdida en una ciudad perdida. Y la vida que dura y perdura mientras se cuenta: el novelista se alimenta del esfuerzo por recordar la novela perdida; los cuentos que, incluso en morse, dan esperanzas en la oscuridad de la tragedia (la vida puede ser un hilo entre la realidad y la ficción, bajo una puerta que separa a dos prisioneros); las palabras inventadas para recuperar las pérdidas; el vodka que nutre de palabras la sordidez en espacios que fueron fiesta, como el  café Adria, y son escombro.

“Tenemos un grupo. Nos emborrachamos para celebrar que estamos vivos” (pág. 109)

“Cansados de bailar, tumbados en el suelo, todavía alegres por el recuerdo de la alegría, bebieron otra ronda” (pág. 117)

La novela trenza un doble interés lector: el trasversal diacrónico del argumento y su diálogo entre la historia y la ficción y el puntual y sincrónico de un estilo lleno de matices y guiños.De lo escatológico (la verruga de Ludwick operada por el barbero y “amada” por una rata, la mano amputada del amante Piotr que acaricia la espalda desnuda de la enfermera Marianka, el corazón de Chopin como copa en la que libar el coñac en que se conservaba desde 1849), de la burla de lo sagrado (circuncisiones, caballos de tiro sin “pedigrí” litúrgico kóhser…) a las divinas palabras que pueden ser las del latín de Copérnico traducido por Eugeniusz para un Kazimierz que quiere asegurarse un oficio (el de conserje en un liceo con pretensión de maestro) que pueden estar a la misma altura que latinajos como el “halitus cloacarum” de las letrinas (pág. 131).”Cualquier texto de trascendencia para el espíritu había de escribirse en latín” (pág. 191) Es la potencia de la metamorfosis de la guerra. O sentencias, aforísticas (“porque matar se vuelve un acto repetitivo, pero morir es siempre una novedad” -pág. 144-) o líricas (“la caída de la nieve es más silenciosa que el silencio” -pág. 155- en el prodigio de la primera nevada del año). O, en lo más gramatical, el uso de la aposición. O el surrealismo que va balizando todo el argumento. Por aluvión, la estructura de la novela atrapa y sorprende (desde la voz narrativa a los diálogos incrustados -pág. 185, por ejemplo-).

El barbero bien pudiera ser el mismo diablo que se llevó a Varsovia quién sabe adónde. Y el novelista, su cronista. Ludwick, parloteador enterrador, ha llevado el cuaderno de bitácora de la muerte en Varsovia, incluso como celestino de necrofilias. Eugeniusz (el bien nacido) da bendición de extremaunción al vodka (“Deus nostro fiat aquam vitae benedictus et nos beberis”) La inmortalidad de tanto protagonista mortal, Vístula abajo, hacia la mar, bien pudiera ser una nota a pie de página de la historia que nos ha quedado por contar y que reclama su resucitación como palimpsesto celebratorio:

“Ludwik depositó la pata de palo en el centro de la barca. Llenó el cuenco de alcohol y le prendió fuego. Los cuatro se acercaron hasta casi quemarse. La madera de la pata del barbero se iba consumiendo poco a poco” (pág. 283)

David Toscana juega con los lectores, nos provoca para entrar en esa sucursal lúdica de la historia que es la novela. Onetti o Monterroso (cuando despertaron el monstruo seguía allí), cortazarianamente, toscanean en los senderos de una continuidad de los parques en la que somos centro y excipiente, kafkianamente lúcidos. El Vístula imaginado por el novelista, perdido, enterrado, redivivo y palimpsestado, como una vena fluvial de la ficción, lleva a los protagonistas salvados de la quema sobre su lomo de agua, muerte y posibilidad. El calor de la prótesis del barbero, metonimia de la supervivencia con la que poder alargar el calor de la vida, arde sobre la barca que busca el mar. La bosquiana y cervantina nave de los locos, sobre el espejo valleinclaniano del río del pesebre del Jardín de las delicias inducido por el vodka, late en el tríptico esperpéntico de las páginas de esta novela. Quizás puedan volver a empezarse en aquel aquí del otro lado.

 

        

lunes, 14 de diciembre de 2020

Poema descoronado de navidad

 

 


 

 

         Cada generación ha tenido su guerra, su hito histórico, su Rubicón. En presente, todas las crisis son las peores porque son las de sus damnificados. Entre la pandemia de la Covid-19 y la peste bubónica hay más diferencias que paralelismos, excepto en la relatividad de su vivencia.

 La fragilidad humana y la resiliencia de su condición frágil son acicates de la perseverancia en el ser, a pesar de los estares. Con decorados y figuración de El séptimo sello o de Andrei Rublev o con escenografía de Matrix o Stalker, seguimos como centro de un halo mefítico que ni huele ni se ve.

Elegir el molde del soneto para liberar la palabra. Ser libre de querer ser cercado para ordenar arquitectónicamente el pensamiento. Cada sintagma es una ventana que da al campo. Y el campo es un haibun infinito que pide ojos de poema para entrojar su prosa. La asonancia evita el martilleo rítmico de la cadencia de “jingle”.

Los magos sin corona, con el laurel de su sabiduría orbitando el cosmos de sus mentes, son la epifanía sin oropel que piden todos los presentes para construir, sin usura, los peldaños del progreso.

         La viralidad de progresión geométrica, la analógica y la digital, convierte al Hombre (persona) de Vitrubio contemporáneo en un “empalao”, ensogado y anónimo en la libertad que profesa.

         Coronaviruscentrismo: modelo cosmológico y cosmogónico del nuevo paradigma humano proyectado a un futuro huérfano de pasado, de una historia walterbenjamianamente interrumpida por el ruido de la urgencia mediática que disuelve los egos que alimenta haciéndolos centros enajenados, alineados en su alienación.

                                              

 

La manzana coronada de espinas.

Los clavos en la paja de un pesebre.

Sabios postrados que ofrecen presentes

de unos futuros preñados de prisas.

 

    Monedas lorquianas que son ajorcas,

maná algorítmico que es pan de cielo;

burbujas osmóticas, don de cieno

hecho alas que la raíz ignora.

 

    Como el sol en el viril de una lupa

todo converge sin tiempo en un punto.

Todo es centro liberado de culpa.

 

    Orbita elíptico el alrededor.

Eva, madre, supera el qué dirán.

Caleidoscópico ombligo de Adán.