Aunque de otra tarde, este capricho de la naturaleza, destino de peregrinación laica, da forma al horizonte de los sueños de Ábradas. |
Recorte
de uña de dios, la luna se deja caer con su concavidad panza arriba sobre la
Bahía de levante. Busca su correspondencia en ese sol que, oculto, querrá
tramontar sobre la Cabeza del caballo. En breve volverá a ser cielo mientras el
sol, tímido, se esconde por poniente ruborizando aire y agua.
Los
pasos me hacen. Recorrer lo que mis pies me acercan me vertebra en raíz. Ser
también el tierno sol salobre me humaniza y me centra. Y peregrinar a ese tótem
que es el Pico de l’aguilica, sobre mis pasos, me lleva a un balcón de vaivén
que me trae al yo más mío. Sus cuevas ausentes son la tierra presente de la
miseria opulenta. De bajada, la bahía del Hornillo, escindida por su
embarcadero oxidado, da cuenta local de la belleza posible del universo. La mar
virgen, inseminada de hierro, es fecundada en vientres de vapores políglotas de
mineral desde la gravedad de de su altura de carril férreo. Mientras miro lo
que fue, el horizonte se tiñe de malva en la raya entre el Nido del cuervo y el Cambrón, con el Fraile
como fiel de la balanza del horizonte abarcable. La greda de la ladera baña el
camino civilizado y me obliga a dejar mis huellas. No tengo cámara fotográfica
en los globos oculares, ni móvil fotográfico en las manos, así que guardo en la
cámara oscura de mi memoria analógica lo que la realidad me regala: es mío y de
estas palabras.
Vuelto sobre
mis pasos, reando con levante a la espalda, bajo el puente sobre la Rambla de
las culebras, y enfilo hacia poniente con el Castillo señoreando la silueta del
paisaje. El Paseo de Parra me queda corto y llego hasta el rompeolas. El faro,
como cálamo en la chumacera de la costa, me detiene para atalayar al alimón la
dinámica recta de la frontera entre agua
y aire.
A otro
ritmo, henchido de belleza y esfuerzo, recorro lo vivido para entrojarlo en lo
que ya es mío para siempre.
El
horizonte, eclipsado bellamente por crestas de paisaje, recorta la mirada, la
hace humana y da perspectiva al ser. Los ojos son los enchufes inalámbricos de
la realidad. Y esta conexión su testimonio y pantalla.