La poesía es prosa medida. Y estos Destellos migajas de verdad
desnuda vestida con palabras.
Las autopistas venden la libertad. La vía, en sus raíles
y traviesas, se alquila para ser destino. En un universo claustrofóbico
queremos vivir fuera del mundo: allí tampoco seremos, aunque llegásemos a
estar.
Nos queda, en la pausa sin publicidad que robamos a
nuestros patrocinadores, el pulmón del yo más generoso. Las raíces surrealistas
sin plusvalía cuantificable que regeneran una mirada sin usura.
Los relojes de bolsillo, las sabonetas que viven de su
cuerda, marcan el tiempo de la vida. En la intemperie, los cronómetros asesinos
acechan en cada esquina de la décima de segundo.
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“Carpe diem”: tarjeta de débito a crédito de los
clientes del futuro.
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La vida es un espectáculo. Si no hay gala parece que no
se ha vivido. El “show” justifica la vivencia. El parque temático del mundo
siempre tiene su patrocinador. Si no nos exhibimos, no existimos.
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A veces, el valor añadido lo contiene el valor mismo. Las
cosas reivindican su poliedria.
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Tratar a la personas
como clientes. Ese es el fracaso del éxito.
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Frente al
ruido, conexión con el silencio para abonar la neurogénesis
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Incontinencia desiderativa: caos animal con coartada
racional. La vida es la víscera de Prometeo.
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El presente vive su carnaval. Se disfraza con las
máscaras de Jano.
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Abrázame con tus labios.
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La noche de tu sombra me cobija de los excesos de tanta luz
de anuncio feliz.
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Modelos absorbidos por el asfalto, con los pies sumergidos en aire invisibilizador. |