sábado, 21 de agosto de 2021

Vecinos: sabiduría (popular)

                                        Higos pajareros. Cosecha de agosto de 2021
 

 


        

         A Diego López Sáez, hijo mayor de Pedro “El cojo”, por entrojar en su experiencia la cultura de la bondad y compartirla, generoso.

          A Pedro López Piñero, nieto de Pedro “El cojo”, hijo y nieto de la tradición, puente auténtico del progreso.

          A Isabel Hernández Méndez, raíz de savia nueva, alma de corro.

          A Iván López Navarro, Iván de La Escucha, por ser cauce de la cultura del arte.

          A María Dolores Simó Sánchez, hija de Paco el de la bomba, por encarnar, como persona que ejerce de profesora de Historia y como concejal de cultura del ayuntamiento de Águilas, la simbiosis entre sabiduría e inteligencia.

          A Francisco Serrano Buendía (Paco el Zumbío) y Francisco Serrano Gálvez (cabico de tripa de los Sables) por tantas horas de mar con la  mar como escuela.

 

         Presentación de un libro en la casa de la cultura Francisco Rabal: un diplomático de profesión, jubilado, poco diplomático, poco riguroso, maniqueo y complaciente con el espectáculo intelectual exhibido, presentaba su último panfleto. Dos horas y media después, la vela de hormigón del Auditorio acoge en su fachada lateral la proyección de Palomares. Días de playa y plutonio. En ambos actos coincido con Diego padre y Pedro hijo. La conversación brota, natural, cómplice, fértil. No hay más hilo argumental que la vida y pasamos de un tema a otro con alegría, dejando fluir el intercambio de palabras. No somos del todo conscientes pero el hogar que encendemos y alrededor del cual conversamos alumbra ya una agonía de la que somos protagonistas. “Agonía” en su recta etimología: como lucha en una crisis, como pulso en el que combatir, crepusculares, la novedad que eclipsa la herencia hasta encandilar con su obsolescencia mediática.

         Sin pretenderlo, los actos culturales nos dieron tesis sobre las que conversar, entreverando en esas médulas toda clase de injertos que dan amplitud al árbol de la vida sobre el que crece el árbol de la ciencia, sobre el que pueden crecer, fractal, a su vez, ramas del árbol de la vida. Árbol que puede ser una higuera o puede ser una chumbera, que es planta con vocación de árbol frutal resiliente. Diálogos que son intercambios de frutos.

         Había, como mínimo, dos grandes lecciones en esa coyuntura de velada aguileña de agosto. Y las dos eran tesis sobre las que construir el mundo presente. Y las dos venían desde la cultura del pasado. Para proyectar es necesario conocer y para conocer es necesario estudiar. Estudiar en la escuela de la vida con el entorno como maestro, desde el emprendimiento de la herencia experimentada ; estudiar en el sistema que la civilización humanista se ha dado para aprender a progresar (colegio, instituto, universidad, autodidactismo de biblioteca); estudiar combinando ambas posibilidades, aprendices de todo, humildes y abiertos, escuchantes de la sabiduría ancestral vehiculada en la vivencia de quienes sí se han hecho a sí mismos gestando un espíritu crítico.

         La primera lección vital es que somos ignorantes en presente y que la historia que comprenderemos en el futuro ahora está pasando y no somos capaces de entenderla. Como pasó en Palomares cuando en una maniobra rutinaria de repostaje en vuelo de dos aviones norteamericanos cayeron cuatro bombas termonucleares. Fue un 17 de enero de 1966. La narración de lo que ocurrió que vivieron los habitantes del lugar y que conoció el mundo poco tiene que ver con los que realmente pasó. En nuestro presente tenemos que sospechar, cartesianamente, una situación similar. Peor, porque nos creemos más y mejor informados (y en esa ingenuidad de la prepotencia nos ponemos a merced de los aurigas faetónicos usureros).

         La segunda lección: la tecnología es un atributo humano inherente a su condición natural. Hay tecnología artesanal y tecnología industrial: tecnología analógica y tecnología digital. Tecnología humanista (virtual u ocupante de tiempo y espacio físicos) y tecnología petimétrica “empoderantemente” endiosada y protésica. Cuando Francisco Simó Orts, Paco el de la bomba, les dijo a los militares norteamericanos dónde había caído la bomba desaparecida en el mar, estos despreciaron la ciencia de su cálculo (¡cómo iba a ser mejor su GPS humano que los sofisticados sistemas de geolocalización con tecnología puntera!) aunque seguían fracasando. Cuando Francisco Simó presenció el choque del B-52 (cargado con sus cuatro bombas) con el KC-135 nodriza sabía dónde estaba, con consciencia y tecnología humana. Las marcas tradicionales de los pescadores sitúan en la desorientadora igualdad de la superficie del mar cualquier punto de interés para su ofició: allí donde convergen tres puntos reconocibles en tierra. Paco sabía dónde estaba la bomba. Los formados científicos confiaban en sus artefactos: Paco en su percepción humana de estudios heredados en directo, vivenciados. El 15 de marzo la sabiduría de Paco superó a la inteligencia norteamericana (y salvó a esa potencia de la posible injerencia soviética, al acecho en esa guerra fría tan caliente). El 8 de marzo, una semana antes, Fraga en gayumbos representaba la “tranquilidad” para el negocio turístico. A cinco millas de la costa y a casi novecientos metros de profundidad, la sabiduría popular fue más eficiente que la inteligencia artificial en manos de la gestión intelectual titulada en universidades.

         Hasta aquí la coyuntura. Ahora, la serendipia:

Las conversaciones con Pedro López Piñero (Predro de Cope) y su padre Diego, de pie (siendo descendientes de “El cojo”), en un contexto de cultura oficial, se quedaban en poco. Al día siguiente, en la Glorieta, volvemos a quedar los tres. Diego padre, el más sabio, viene en forma de higos pajareros. De ellos habíamos hablado la noche anterior, de la cultura arraigada en la tradición. Diego me había explicado cómo “trabajaba” sus higos (hijos de árbol y hombre) para que fueran los mejores posibles: cómo los volteaba para cuidar su humedad y ahuyentar a los inquilinos (los más sabios por ancianos no pueden evitar abrir el higo seco para comprobar que no lo habitan los gusanos del hambre de la posguerra). Un higo pajarero preñado de almendra o un pan de higo fueron carbón para la locomotora del vivir con el hambre como vía de progreso. Diego López sigue cultivando su autocracia alimenticia y su bondad sabia. Su hijo y yo hablamos durante cuatro horas porque él ha abonado la tierra sobre la que crecemos. Si Aristóteles o Leonardo eran polímatas, los hombre y mujeres como Diego son simiente de sabiduría, personas poliédricas en lo suyo: de la miel a los chumbos, pasando por un economato al aire libre que abarca todo lo abarcable en esta latitud: higos (en higueras pajareras, orales, verdales, negras), patatas (blancas, rojas –“importadas” de otros lugares-), aceitunas, ajos, cebollas gigantes, zanahorias, guisantes, calabazas totaneras, pimientos, fresas, acelgas, perejil, nísperos, habas, albaricoques, caquis, ciruelas (blancas, rojas), peretas, manzanas, granadas, aguacates, uva, paraguayos, almendras… En los tomates tiene un doctorado y de ellos ha vivido, de ellos ha podido hacer “negocio”: el trabajo en el campo, pasión y dedicación, nunca ha estado reñido con su ocio. Para Diego el campo es su médula espinal vital, su profesión y su “hobby”. Cuidar el campo, con amor incondicional, con primera y segunda parte. Plantar, proteger, vigilar, intervenir (mientras, puede, además recoger espárragos silvestres o “cazar” caracoles), recoger y hacer, si así debe ser, los productos derivados: aceite, artesanía culinaria (volver a mimar en tiempo y tacto a sus vástagos vegetales) o higos secos.

         Los pájaros no son tontos. Se pirran por los higos y tienen paladar con criterio instintivo (es su sabiduría animal): primero se comen la variedad más fina y dulce y luego van a por los otros. Por eso se llaman higos pajareros: son los pájaros los que le hacen la cata, su pueden. En el envasado de esos hijos pajareros hay una declaración antropológica de bondad y una arquitectura que quintaesencia una tradición presente. Un recipiente de plástico que atesora una disposición de infrutescencias en “opus spicatum”, con reminiscencia del hambre que saciaban como manjar en el pasado, aromatizados con matas autóctonas. Qué fácil comerlos y cuánta sabiduría en el proceso de producirlos. Los Diegos López del mundo son los que saben qué quiere decir eso.

         El progreso verdadero es, eso pienso, un diálogo entre la tradición y la innovación. Quedarse en la herencia sin digerir o en el innovolatrismo vendido nos arruina humanamente en sus monopolios. Viajamos en un globo en el que el lastre estabiliza la orientación y controla el destino. Esa lección es la que debemos actualizar en cada presente. Y cada presente debe ser la mejor versión de la sinergia entre sabiduría e inteligencia, entre artesanía y tecnología, entre tiempo durativo y tiempo especulativo. Iván de la Escucha (como Pedro López, como Pedro Francisco Sánchez Albarracín o como Pedro Javier López Soler) es clave de bóveda para seguir aspirando a cielo. Le oí decir, en un vídeo sobre los versos al aire de los troveros repentizadores, “cagada de augíacas dimensiones”. Cultura clásica y cultura popular fusionadas, correspondientes, abrazadas para sumar futuro. En hombres como Diego López Sáez tenemos a un maestro en transiciones.


 


        Diego López Sáez, hijo de Pedro "El cojo" y padre de Predro de Cope, agricultor poliédrico, centro presente de pasados con vocación de  futuro, pletóricos de aquí y ahora, sin prisa, con la nostalgia justa para progresar  generoso.

jueves, 19 de agosto de 2021

Cash de Tomás Soler Borja: ”todo lo sólido se desvanece en el aire” pero puede quedar pendido en el tendedero de la poesía.

 

                                            Cultura telúrica en cultura literaria


 

Cito la cita  (de Charles Bukowski) que abre el poemario:

 

El capitalismo consiste en vender algo por mucho más de lo que vale

 

Cito otra cita citada en el primer poema, “Capitalismo One”, de Andrés de la Orden, juez por necesidad nutricia y poeta por necesidad vital holística:

 

tú y yo valemos lo que podemos pagar

 

Y cito la cita de Eduardo Galeano que da paisaje al poema “La sorpresa del rollito de primavera”:

 

el socialismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo

 

 

Dirán

que esto

no es poesía,

pero

yo les diré

que la poesía

es

un martillo”.

 

                       Gabriel Aresti, Harri eta berri, 1964

 

Pienso que solo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices como dice tu carta? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hagan felices podemos escribirlos nosotros mismos, si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.

 

                       Franz Kafka, carta de Oskar Pollak, 1907

 

 

A veces las monedas en enjambre furiosos

taladran y devoran abandonados niños”.

 

Federico García Lorca, “La aurora” de Poeta en Nueva York

 

              Cash es más que un conjunto de poemas yuxtapuestos. Tomás Soler Borja arma una narración cuyo desenlace queda fuera del texto. Los protagonistas serán los lectores que leen en presente un libro sobre su presente. La ficción poética está movida por un corazón crítico con la ironía y el humor haciendo de puente paradójico entre nuestras contradicciones cotidianas. Somos sujetos agentes y pacientes de una alegría impelida por una inercia impuesta y que contribuimos a dinamizar. La apuesta de Tomás Soler Borja es la de  poner el verso en la llaga. Es una poesía ética sin moralina maniquea porque la realidad es muy compleja y todos somos juez, parte, verdugo, reo condenado y reo absuelto.

              Para leer Cash como merece he dado tres pasos atrás para impulsarme sobre su altura. He leído Papel, lápiz y soledad (bella edición digital de Groenlandia de 2014 en issuu -

https://issuu.com/revistagroenlandia/docs/papel_l__piz_y_soledad_de_tom__s_so -

con prólogo de Rocío Escobar y fotografías de Lola López-Cózar). He releído A la contra. (Poemas resentidos o ninguna vez callados) (Ediciones En Huida, 2017; con prólogo de Loida Ruiz Rodríguez). Y he releído (no nos engañemos: a la buena poesía siempre se vuelve) Un día en las carreras (Versátiles Editorial, 2017). Un poeta con cuatro libros editados (no cuatro libros autoeditados: tres editoriales han apostado por su verso y una, Versátiles en su colección Tribal, ha repetido su apuesta poética. Hay una declaración en los cuatro títulos que nos sitúa en su viaje poético (con las notas a pie de página del silencio editorial de su producción -novela, aforismos, poesía…- que, generosamente, comparte en las redes sociales. La soledad que dicta, papel y lápiz en mano, olas de vida en tierra, a contrafluir obligado, lleva a Tomás Soler a ir a la contra y, bukowskianamente, salir de la posible ebriedad solipsista y pasar un día en las carreras con quien le quiera acompañar.  En el circo del mundo, con su “crash” sistémico edulcorado (choque, quiebra, estrépito: especulación desde los espejos de las pantallas) nace Cash: porque “sin cash no hay party hard”; sin solvencia líquida contante y sonante no hay gamificación cruenta. El lirismo de su primer poemario (desde ese itinerario que nos lleva del “Escribo” al “Te escribo” desde el “Me escribo”) al asesino en la fiesta de vivir en sociedad, a la epicidad lírico-irónica.

              Tomás Soler Borja es un marinero en tierra, por oficio, por genética y por vocación de azules. Es un marinero varado en el dique seco pero fértil de la poesía. Tomás Soler Borja es un acróbata. Es un huérfano prematuro, de madre y mar, de madremar. Las olas libres de sus versos son su mar: navega en ellos en el naufragio alegre del mundo. La poesía puede ser, quizá, lo que nos salve de justicias injustas y de mares esquilmados por la “felicidad” turbocapitalista. La épica de su lírica es, en todo caso, el madero al que acogernos para sobrevivir un poco más. Pero para llegar al Cash de 2021 bebamos de 2014 y de sus “pulsos al silencio” con una poesía que “sólo tiene un idioma” y, “en vez de corazón, una pecera”. De eso se trata, de seguir con un intento infinito de poema: “nada más que un puñado de letras / buscando ser algo más”.

De peces

Tengo un silencio

de peces

fuera del agua

que boquea versos

y sueños sin más ánimo

que el respirar poesía.

Escribir ahoga

y si no escribiera

ya sería un cadáver de espinas

en lo inhóspito del mar.

 

        (Papel, lápiz y soledad, págs. 60-61)

 

        De perfil

 

En mitad de la intemperie,

soledad de nubes y aire,

caminando de perfil

todos los vientos lo son menos.

 

La lluvia cala de igual modo.

Algo es algo.

La nada se antoja tanto,

tanto,

 más.

 

El frío viene de dentro,

de los mimbres que soportan

lo insoportable,

el peso de no dejarse caer.

 

        (Papel, lápiz y soledad, págs. 168-169)

             

Cada verso escrito / me condena / en el camino de salvación / que me ofrece la poesía” (Papel, lápiz y soledad, pág. 97 ). De ahí la necesidad de la ironía de “poeta bombilla” (Papel, lápiz y soledad, pág. 41) en la controversia paradójica de vivir la libertad en la cárcel del sistema: “Eso, un punky de los de toda la vida / pero con una sudadera Adidas (Papel, lápiz y soledad, pág. 49); o anarquía familiar (Papel, lápiz y soledad, págs. 52-53). En su primer libro el tú receptor de entre las páginas-sábanas es el amor. En el último, el amor vive herido en el naufragio consumista y es pecio que emerge para salvar algo del mundo que nos hemos dado, sordos a la poesía.

              La lengua poética de Tomás Soler es clara, directa. Señala la herida desde la experiencia léxica. Una herida social y una herida personal. Sobre la estela en que, por ejemplo, cuentan la vida Karmelo C. Iribarren, Miguel D’Ors, Pedro Casariego, Ángel González, Carlos Marzal, Francisco Brines, Charles Bukowski, Caballero Bonald, Vicente Gallego, Felipe Benítez Reyes, Miguel Ángel Velasco o Andrés de la Orden, abriendo espacios rebeldes (con posos amargos a veces, sin resignación, con ironía -socarrona, blasfema, lírica o salvavidas-), Soler Borja desvela verdades incómodas que nos sitúan en nuestra contradicción moral asumida. Con la sencillez profunda de lo auténtico. Hay poetas que necesitan la hipérbole del estilo para cantar: la poética de este acróbata siente, crea y comunica desde la trascendencia de la luminosidad meridiana. Como una noche en altamar del invierno mediterráneo, faenando (negociando con el riesgo la vida), explicada un mediodía de agosto entre amigos cómplices y cervezas, dándole entidad ontológica al ocio. Las risas de la “amistad a lo largo” de Jaime Gil de Biedma son en Tomás Soler versos. Versos de palabras auténticas, cotidianas, sin artificios innecesarios, con la lucidez del Mairena machadiano (su heteronomia, en Cash y en los tres libros anteriores) solo es del sujeto que escribe y del sujeto que habla: pero el primero nos lleva al segundo desde el arte. La conversación es un arte también, claro. Pero en el poema ser remansa esa naturalidad y se dispone para la duración. Releer sus poemas es una necesidad esencial inducida por su poética. Hasta los broncos exabruptos (esos que hacen que en un recital alguien se incomode o que, incluso, se levante indignado y hasta ofendido) están medidos. Su efecto es tan artístico como militante de su verdad vital. Ir a la contra para poder remar a favor. Dice en A la contra (“A dar”, pág. 27) después de citar el misterio humano invocado por Federico García Lorca que “ronda las cosas del otro lado”:

Entre la rendición y la resignación

yo

y escribo

 

porque este es mi modo

de presentar batalla

disparando mi munición

contra el silencio, la frustración y el olvido.

 

Tirando a dar.

Y no, no me rindo.

 

Morir asfixiado de amor o de dolor tiene su antídoto: la palabra poética. Contra el mundo, contra el poeta mismo, el sujeto lírico se alivia pensando la obra que le pica y está por llegar: se rasca y pare ahoras que no caducan porque ya son complementos directos de un verbo con vocación de agentes ante los ojos de los lectores. Todo es siempre personal en un poema, aunque sea mentira. Porque todo en un poema es siempre mentira, menos las palabras, que son los cristales del caleidoscopio de la verdad.

 

Desde mi agujero domino el mundo

[…]

pero no

 

rompí los espejos

con violencia, a cabezazos.

 

Soy el hombre sin ombligo

nacido solo de la palabra

aquí en mi cuarto.

 

Me retrato. Os (d)escribo.

 

                                     (Un día en las carreras, “Retrato”, págs. 13-14)

 

En el algoritmocapitalismo, la verbalización. Verso libre de métrica y puntuación para respetar la libertad del lector atento como autor. Poemas que devienen prosas: porque el prosaísmo en poesía no es falta de oficio sino música para una letra. La semántica pide su vestuario y el poeta se lo diseña. Guiños constantes, diálogo de diálogos: con la realidad de la vida, con la realidad de la ficción literaria, con aquello que obliga al poeta a reposicionarse, incómodo ante los argumentos que vienen para aplastarlo bajo su cabalgar de olas-caballodetroya. La intertextualidad es fundamental en la poesía de Tomás Soler: da pretexto y contexto al texto que nos regala. En Cash son padrinos poéticos Bukowski, W. Churchill, Andrés de la Orden, Juan Bonilla, Patrick Modiano, Frédéric Beigbeder, Primo de Rivera y Agustín de Foxá, Mircea Cartarescu, Luis Landero, Mark Twain, los Payasos de la Tele, A. Camus, Erasmo de Rotterdam, R. Bolaño, Rousseau, Roberto Iniesta, Manuel Vilas, Thoreau, Martínez Pisón, Paul Auster, Cioran, Pedro Juan Gutiérrez, Robert Zemeckis, Hemingway, Pedro Ugarte, Pedro casariego de Córdoba, Schwarzenegger, Eduardo Galeano, Rivera Letelier, Maquiavelo, Woody Allen, A. Koestler, Muñoz Molina,  Josep Pla, Anaïs Nin, Eduard Limónov, Alberto Méndez o Kutxi Romero (y otros muchos menos explícitos -el Delibes de Los Santos inocentes encarnados en Paco Rabal orinándoselas para que no se le agrieten, La Biblia, por ejemplo-). La lista es larga pero necesario es hacer el esfuerzo de leerla porque hay un Tomás Soler Borja lector previo y cocreador al poeta creador (su blog Frente al silencio, aunque ya con poca voz -como sus otros dos blogs ts-acrobata y  diariodeunaexistencia-acrobata- es un aperitivo de su voracidad literaria). Son muchas las complicidades que busca el sujeto lírico con el agente lector: eso es una experiencia que cada uno debe analizar personalmente si quiere. Llamo la atención, solo, sobre el rasgo estilístico solerborjiano de trenzar lo propio con lo leído, que no diferencia de lo vivido porque experiencia vital es lo que se lee y leemos el mundo y los libros que este contiene. Las citas jalonan sus poemarios, lo balizan, son pórtico y son título de capítulo. En Cash, además, actúan como los robapantallas de la publicidad que fagocita nuestras lecturas navegadoras en las “touchscreens”, las que nos acercan el universo alejándonos del mundo. Ironía de tercer o cuarto grado. Así, podríamos interpretar que Cash tiene ochenta y dos poemas (en verso y prosa) en siete “capítulos” de extensión irregular: “Sin cash no hay Party Hard” (como prólogo, con cinco textos, que da, además, la clave de lectura general); “La publicidad son los ojos del capitalismo, el consumo su sangre” (seis textos); “Que unos pocos humanos se las hagan pasar putas a toda una muchedumbre de humanos. ¿También esto es humanismo?” (tres textos); «“El mayor sueño de la democracia consiste en elevar al proletariado hasta el nivel de estupidez de la burguesía”. Gustave Flaubert» (cuatro textos); “El pobre nunca tiene demasiados amigos” (treinta y tres textos); «“El capitalismo no tiene corazón” (dieciocho textos); “Los esclavos abren sus bocas para pedir pan y su hambre / se disfraza / de música”. Pedro Casariego Córdoba» (catorce textos que, en mi lectura, son trece poemas más una prosa, “Reconciliación”, que funciona como epílogo esperanzador -como “Algo de alivio” en  A la contra-). La arquitectura del poemario no parece tan clara como en los otros tres, pero es muy coherente con la columna vertebral de los temas que constituyen su tema vertebrador: la paradoja vestida con los faralaes heterogéneos y caóticos (aunque controlados por el sistema clientelar de las funciones algorítmicas centralizadoras del negocio) de nuestra experiencia social capitalista. Fe y dinero con Bin Laden como intersección de intereses e hipocresías (págs. 14-15): el credo a la concentración de capital que debilita su devoción ante la calderilla (ese “cash” rompebolsillos, solo digno para limosna).Las correspondencias entre los poemas de las diferentes “partes” del poemario muestran un futuro que siempre llega camuflado de presente y proyectado desde un pasado sazonador cada vez más ignorado. El poeta centra en el aquí y ahora la posibilidad de progresar, desde la mirada ácida. Cada poema tiene un corazón de aforismo, más o menos expandido, narrativo o lírico). En “Al remilgo y sus voceros” (págs. 115-116), por ejemplo, le late, irónica, una conciencia obrera atávica puesta al día desde la experiencia laboral real (en el mar, que puede ser metonimia de todos los trabajos duros en una sociedad cada vez más blanda -con la sombra de Azarías como símbolo de la explotación asumida como normalidad-). La metamorfosis que vivimos y alimentamos transforma en eslogan o titular (viral) la idea, la idea en ideología y la ideología en mierda (pág. 86). Necesitamos crear burbujas, paréntesis, treguas: pero son ilusiones en un infierno de lo igual vendido como singularidad clientelar de impersonalidad (las franquicias regentadas por chinos -¡perdón!-, cachondos ante lo japonés -emoticono de carita amarilla con ojo guiñado y labios silbantes- son una referencia de esa globalización kitsch (con el “glamour” de la estética de mercado internacional). Las banderas, pues, son trapos con los que limpiarse el culo (pág. 91).

Los números, despojados de su filosofía, son estadística para el consumismo, esa fuente de energía (agotadora de lo humano) del engranaje de la máquina capitalista. Suma beneficio económico a la izquierda del cero, arrinconándolo en las cuerdas de su nada, vigoréxicos hasta la obesidad. Números que son identidad y perjuicio humano. Guarismos (esos del “cieno de números y leyes” del “juegos sin arte” y de los “sudores sin fruto” de la “Aurora” neoyorquina de Lorca) que son dinero o tipologías de capitalismo (“One”, pág. 11; “88”, pág. 24; “24/7”, pág. 33; “96”, pág. 46; “2.0”, pág. 50; “11”, pág. 58; “55”, pág. 65; “13”, pág. 72; “00”: “Para cuándo el billete / definitivo, grande y glorioso / con el rostro auténtico /de               Dios”, pág. 76; “7”, pág. 83; “59”, pág. 111; “+ infinito”, pág. 117; “67”, pág. 121; y ese capitalismo “XXXL”, metonimia bufa de todos los capitalismos del capitalismo.

Frente a los avatares adoctrinados en “conciencia crítica”, empantallados, “solaborativos” o colaborativos virtuales, activistas de sofá o de  zafu de Decathlon y dojo ubicuo y mindfulnésico, la subversión de la poesía física, analógica. Frente al ruido silencioso de tanto hipe (en sus avatares superficialmente entusiasmados por todo lo nuevo, innovolátricos de humo), la insatisfacción existencial baudelairiana domada en versos de derrotas esperanzadas y optimismo real humano. Frente a la victoria pírrica de la apariencia ostentosa, el “en la derrota llevamos la victoria” cervantino, con su luz de claroscuros. Como César Vallejo en Trilce (con su tristeza dulce y su juego sonoro), los poemas nos llevan a fusionar y confundir “consumismo” y “comunismo”, fonética y conceptualmente: “común” y “consumo” llevan hoy a lo “mismo”, son ismos aborregantes. Dice Salinas en la celebérrima Antología de Gerardo Diego que la poesía es un soporte para la autenticidad, la belleza y el ingenio. Cash es un buen laboratorio para experimentar esa triada lírica con vocación épica: (glosando al antólogo comentando la afirmación saliniana) la poesía de Tomás Soler vibra en una “expresión desnuda y sincera de su intimidad” (ficcionar es también una forma de ser sincero desde el correlato objetivo, incluso proyectar opiniones contrarias al autor lo es); la contención retórica, la frugalidad de la pirotecnia, la depuración de la decoración (en métrica, en rima -de la que huye-, en imágenes), el envés proletario del haz burgués, la belleza que late en la fealdad cotidiana, exhiben su estética; la emoción vívida, la conceptualización lírica de una misión social, de una conciencia moral, ponen los andamios imaginativos a un ingenio poético que, sin aspavientos declamatorios, enciende la chispa de la bujía lectora.

Si leemos el libro como un todo, como un cuerpo estructurado en órganos que se complementan y explican (creo que es lo que debemos hacer: ya se encarga el poeta, generoso, de regalarnos poemas sueltos en las redes sociales), podemos partir de la cita de Flaubert (pág. 35) como su corazón bombeando la contradicción que es motor del progreso en edad contemporánea:

“El mayor sueño de la democracia consiste en elevar al proletariado hasta el nivel de estupidez de la burguesía”

La paradoja triste de esa alegría es, en su práctica, cuestionada sin moralina por el poeta, quien se sabe buceador en ese Maelstrom dulce. “El capitalismo no tiene corazón” (pág. 79): no lo necesita (el libro y las personas sí) porque vampiriza lo que toca y hace creer que el espejismo que vende es la realidad y consigue que todos seamos proletarios disfrazados de burgueses alimentemos el mismo circuito que, inoculador de anorexias, nos convierte en productos. El filósofo coreanogermano Byung-Chul Han llama a eso autoexplotación: el anzuelo tienta con la mejor carnada, la mordemos y, con Huxley y Orwell mirándose y mirándonos desde el panóptico del diorama de la Historia, rien irónicos, mientras nosotros reímos porque hemos impuesto la democracia, hemos abolidos las clases sociales, hemos conseguido que todos seamos, de vocación, burgueses. “El pobre nunca tiene demasiados amigos” (pág. 41) pero ahora, como cantaba como deseo Roberto Carlos, podemos tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar (lalalá, lalalá…). Somos libres en la cárcel de barrotes invisibles y mucho trampantojo de puertas y ventanas de un  sistema cifrado en humanismo digital que se erige como monopolio de los humanismos. Cualquier “Black Friday” en cualquier franquicia es metonimia de esa decadencia happycrática: “Los esclavos abren sus bocas para pedir pan y su hambre se disfraza de música”, nos dice con palabras de Pedro Casariego Córdoba (pág. 107). Sí, el capitalismo no tiene corazón sino una caja de caudales en criptomonedas: la publicidad son sus ojos  y el consumo su sangre (pág. 19). Sin cash inmaterial (pero puro materialismo) no podemos jugar a ser burgueses felices: así empezamos el vía crucis épico-lírico de Cash (la melena del poeta podría ser, valleinclanianamente, un homenaje al Jesús Nazareno que lo sedujo en silencio en su infancia mientras la “muchedumbre” aclamaba bajo el palio del himno nacional a la Virgen de los Dolores). Ese itinerario no lleva hasta un atisbo de redención en “Reconciliación”: una prosa que cierra el libro que solo es posible después de la experiencia colectiva (vivida desde la angustia personal en un mundo globalizado y globalizante) de una pandemia de fantasmal letalidad. Podemos leer Cash como si fuera la caja de Pandora con la sordina que pone la vivencia poética del mundo: detectados los males, dispersados, comunicados a los lectores, al cerra el libro queda en ellos la esperanza:

         “Muchos seguimos siendo humanos, incluso más que antes, en estos días oscuros de monstruos y miradas esquivas”

              Acaba Luces de bohemia con todo un tratado lógico, desde la ironía del esperpento, de la médula del pensamiento: el mundo es controversia, armonía de contrarios en un carnaval que gozamos desde una visión del altura. Ebrios, nos quitamos en cráneo a modo de reverencia ante la evidencia. El fiel irónico de la balanza tiene tantos rostros como poemas ha escrito Tomás Soler Borja. Algunos fragmentos lúcidos de Cash. Ahora todo nos aboca a pensar que la libertad es el derecho humano que subordina a todos los demás y que el capitalismo es su mejor armazón político-económico (leamos “La sorpresa del rollito primavera”, págs. 89-90; “embalsamando a Fidel”, pág. 98; “Perreo, perreo”, pág. 98; “Mi comandante”, pág. 94; “Capitalismo 13”, pág. 72; “García”, págs. 44-45; “El revolucionario”, pág. 95; “La película”, pág. 104; “El efecto placebo”, págs. 112-113): “nadie elige el sacrificio / ser Jesucristo / pudiendo ser Elvis en las Vegas” (pág. 101) porque (pienso en la madre de la película Requiem por un sueño) la mercadotecnia puede calmar la ansiedad inducida (Mindfulness incluido) y “permitir que durante un rato te olvides de todo / dejes por fin de pensarte / y repensarte” (pág. 113). “Pan y circo”: activismo de sofá de quien, derrotado, en los estertores de la conciencia social fagocitados por la resignación, contempla en su pantalla el “Arte y oficio” (págs. 119-120) de las mascotas que animan los partidos de futbol americano (en Europa tenemos otra versión de la misma alienación -somos aprendices-): el gol o el fuera de juego (¡cuánta sabiduría en ese final de poema!, pág. 118) eclipsan la humanidad hundida que se rellena de helado industrial que, fugazmente empatiza con lo que le enseñan. Esa quimera de cheerleader deserotizada, “cuando al fin regresa a casa  [¿] el sudor le huele a humano recocido, a pan duro ganado con el esfuerzo o únicamente a pollo chamuscado [?]” (pág. 120).

              Números, dinero, religión e hipocresía: maremágnum del orden capitalista. Pero este poeta sabe de mares y sabe de reorganizaciones versales de la vida. A lo Sócrates, tábano del pensamiento encauzado, a los Diógenes de Sinope, cínico y lúcido, muestra cómo el templo ha sido colonizado por los mercaderes. El templo es, de hecho, un mercado. El sujeto lírico no es Jesús ni lo pretende pero si ironiza sobre las necesidades y su gestión, entre la sorna y la denuncia (léanse los poemas “Capitalismo 00”, pág. 76; “El credo”, págs. 77-78; “(De)Generación poética”, pág. 62, que incluye una poética; “Capitalismo 2.0”, pág. 50; “Blanco Vaticano”, pág. 51; o “La textura del papel higiénico”, pág. 52; por ejemplo…). La hidra del capitalismo es un pulpo (“Capitalismo+infinito”, pág. 117): “Ahíto de autocomplacencia / el pulpo del capitalismo se devora a sí mismo  […] para vomitar una nueva realidad / aún más impersonal / y deshumanizada / que su propio vómito”. Ese vómito es el que, desde la voz narrativa externa de quien ve la sociedad como un espectáculo esperpéntico y fernandoboteriano, poetiza en basca lo que piensa “arriando la mascá” (en jerga marinera) en XXXL (pág. 16: que me recuerda la obesidad apocalíptica de la película Wall-E). El segundo poema del libro “Nudos de corbata” (pág. 12) da cuenta del ingenio en las imágenes y en la arquitectura de la dosificación de su encuadre: esa soga-corbata, eclipsada por el simulacro de felicidad, que acaba justificando su verdadero fin (esa verticalidad de las seis clavadas del norte de la brújula del galgo viejo ahusándose colgado en la rueca de un olivo. En “Los esclavos de la apariencia” (pág. 67) conecta también los extremos de la paradoja central del libro, en tono “soft”.

              El dinero globaliza (y “gloviza”), todo lo aúna y lo uniformiza. Los números del dinero (que ya tiende a no ser “cash” sino más líquido todavía y más críptico -una versión 5G de las “libretas de apuntar” las deudas en las tiendas de confianza del barrio con claves y plásticos-) colonizan el valor con el atajo del precio y todo lo estadistiquizan. Los poemas de Cash denuncian esta práctica envolvente sin púlpito, apeados del sermón. La presencia de la ideología (religiosa o política) enhebra las aristas de todos los poemas: agujereados como lectores, quedamos embastados en una trama en la que podemos, si somos capaces de distanciarnos en la precariedad del hilo, mirarnos viéndonos en la tela de araña del Mercado.

              Cash es un libro de cavilaciones que te sorprende en cada poema por la riqueza de todo lo que te remueve como lector. Cada poema es una aria en la sinfonía del libro. La forma que el poeta pone como molde a la idea ayuda al paladeo y contribuye a la digestión significativa (molesta por lo que ilumina, con los reflujos ácidos de lo que parecía dulce en su apariencia). La métrica juega con el verso libre, los espacios, la disposición de los versos, los paréntesis resignificadores, incluso con la tipografía (mayúsculas, negrita, cambio de tipos -págs. 88-89). Versos aforísticos (aforemas -no sé si el termino está registrado-: “Currículum vitae”, pág. 110), prosas (once), citas y poemas de musicalidad versicular (León Felipe sonríe eterno) crean un mosaico heterogéneo excelentemente conjuntado. Dilogías (“S.A”, pág. 70: “compañía” como usura o como remedio a la soledad), ecos fónicos (pocos y significativos porque el poeta huye de la rima: “La sombra desnuda”, pág. 71; “El cara al sol”, pág. 23 –“el beneplácito de sus venerables venéreas” aliterativo-; “Te cuento”, pág. 26 –“un gran banco / en bancarrota”-). Encabalgamientos eufónicos y significativos como “un réquiem enarbolado en los mástiles / flácidos, a media asta” (“Los comercios de la carne”, pág. 64) o encabalgamientos abruptos como el “reprodu-/ciéndose” de “La sorpresa del rollito primavera” (pág. 90). Juega con símbolos icónicos para, desde un realismo socio de línea clara, balizar los lugares comunes y resignificarlos. Por ejemplo, la Coca-Cola. No se la hace beber al Che, a Fidel, ni a Stalin: es el caballo de Troya de nuestra normalidad. Cita el símbolo capitalista cinco veces (págs. 16, 39, 95, 104 y 112): en “Al fresco” (pág. 39) el desencanto de las otras citas adquiere vuelo de esperpento al traernos a la imaginación lectora el capitalismo artístico crítico (eco de Andy Warhol) de un Francisco Franco encajado en una nevera de Coca-Cola, como mantenido por un plan Marshall de largo recorrido.

              Basta con leer solo los títulos de los poemas para construir una narración de momentos que describen nuestro presente fuera del libro. Hay en ellos, además, un juego con el lector, que debe estar siempre atento a lo que parece que anuncia o tematiza, puesto que la relación entre el título y el contenido que desarrolla presenta diferentes claves interpretativas: la más frecuente es la de la ironía. Que cada lector ponga a prueba en cada composición el guiño del poeta y que tenga  claro (no siempre se tiene) que el autor y el sujeto lírico no siempre comparten opinión. Cash podría tener una nota aclaratoria, como en algunas revistas, en la que el poeta, jugando a editor, diga que el autor no se hace responsable ni se identifica necesariamente con las ideas expresadas en los textos. Tensa el cable de la acrobacia poética una guerra fría atemperada por el aire de la ironía que confronta y relativiza de razones los dogmas sobre los que se proclaman sus ideologías. Libertad, igualdad y fraternidad: ¿Quién le pone los tres cascabeles al gato político? Claro que el libro es una entidad orgánica y el conjunto sí expresa, en su juego caleidoscópico, el pensamiento de su autor: la voz del autor y las voces de ficción que crea cantan en una polifonía solerborjiana.

              La legalidad de la ilegalidad, ese juego perverso del sistema monetizador tiene en el poema “Capitalismo 88” su síntesis:

Modernidad o catástrofe

siempre mercancía, evasión tras evasión

 

¿Para cuándo los camellos

que acepten

el pago

 

con tarjeta?

 

Ese camello que podía pasar, alegóricamente, por el ojo de una aguja en la cita bíblica tergiversada antes que lo hiciese el rico en el reino de dios es ahora, en su encumbramiento social, un triste intermediario en el negocio de la droga. Pero como agente económico tendría más fácil su “labor social” si pudiese hacer la transacción como en cualquier negocio. (El “camello” bíblico es, en realidad una soga: la protagonista del poema “Nudos de corbata”, pág. 12). La marca blanca para tiempos oscuros de “Blanco sobre negro” (pág. 25) es una declaración del vivir en el quiero y no puedo “democratizado”. Los cuentos (“Te cuento”, pág. 26) son maniobras alienantes al servicio de la publicidad y el capital. El pedigrí nobiliario y enchufabiliario está empedrado con los Garcías (sinécdoque antonomásica de la marca blanca que quiere lucir como primera marca) que son (“Don Pepito y don José”, pág. 40): “arrabal, bulto, carne de cañón, olvido”. No pueden ser “Polladivina” (“El rap de Polladivina y los protozoos”, pág. 59) y quedan en “una masa de Garcías y más Garcías” (proletarios estupidizadamente burgueses, Flaubert dixit) que visten camisetas negras básicas, de algodón, de cien pavos que pueden ser y son Calvin Klein (“García”, pág. 45).

 

              Abramos el libro en sus páginas 56-57, más o menos su centro. A la izquierda “Quarterback”;  a la derecha, “Escala de valores”. Creo que puede ser una buena presentación del libro, de su núcleo significativo. En el aparente caos del relativismo moral, con legalidades en las que la convencionalidad está huérfana de humanismo y sobreprotegida por los intereses usureros, la doble imagen: en la “kale borroka” de la cotidianeidad, cualquier insatisfecho emula al “quarterback” Tom Brady y, remedo minimizado de Enola Gay o de los bombarderos de la Legión Cóndor sobre Guernika, acaba, ejerciendo su derecho a la libertad de expresión, con el mobiliario urbano. El gesto lanzador del fútbol americano, icónico (endulzado por el “graffiti” del lanzador de flores de Banksy), carece de perspectiva de la jugada y fluye con la masa. Ese manifestante, con otros medios, encarna la misma escala de valores de todos los tiempos pero como escaparate de las marcas que lo visten. La poesía, claro, pinta poco en esa educación (“Fotomatón”, pág. 61): cualquier autorretrato consigue más adhesiones (o “likes”) que el oficio de pensar en verso. No es culpa de nadie y es culpa de todos: el gesto despreciativo sobre el infinito de la pantalla solo permite retener la imagen instantánea, no hay tiempo ni ganas de leer y co-pensar: “Una sola hostia de Poli Díaz / y de las malas / de las que daba en el vacío / ha recaudado más pasta / y bajado más bragas / que todos los poemas que puedas / nunca             escribir / piénsalo, piénsatelo” (“La  senda del triunfo”, pág. 63). El lirismo desnudo y promiscuo de “Los comercios de la carne” (pág. 64) nos sitúan en la frontera entre la realidad y el deseo: la oscuridad de la prostitución (todos nos vendemos) y la luz de la debilidad de quienes nos compran (violándonos con permiso del sistema) se confunden y perdemos el norte del oficio y el sentido de viaje. El jeque es bueno y el moro malo. Los sentimientos no se compraban ni se vendían: ahora sí, son otro negocio (el “coaching” es su modulador de pantones y eneagramas de talentos emocionales). En “Capitalismo 7” (pág. 83), al hablar de sentimientos, el poeta dice: “mejor que los callas [si no se han monetizado] y no jodas  más / con la moral”. La fe puede ser la droga más dura (pág. 81) pero, perdida la virginidad ingenua de la infancia solo es posible ya una felicidad artificial, una fe a redrotiempo en la ingenuidad perdida.

 

Tomás Soler Borja es un jubilado a la fuerza del mar y jubilosamente poeta crítico a tiempo completo.  Es un lector que trama sobre las citas los mimbres de su poema: metapoético, bebe y vive de la vida y vive y bebe de la literatura para darle la vida a sus creaciones. Sus vivencias, literarias o vitales, son la base madre sobre la que abonar un fértil pensamiento poético. Los versos de Cash son hachas que rompen el hielo interior de cada lector, socarrones. El poeta sí tiene corazón.


                   Tomás Soler Borja (Águilas, 1973) en la poesía de cabo Cope


                                         Editorial Groenlandia, 2014


                                        Editorial En Huida, 2017


                                          Editorial Versátiles, 2017


                                                               Editorial Versátiles, 2021




sábado, 14 de agosto de 2021

Una lección para el paladar

 

                                                                      Paté gárum

 

                                            Bombones de gamba

 

Después de una conferencia sobre el proceso perceptivo de mirar y ver, entro a cenar (presente continuo) en el laboratorio de Daniel Méndez. En Garvm la experiencia gustativa, para ser verdadera, pide sentarse con los sentidos puestos a punto. Conviene, como en la meditación, repasar y tomar consciencia de los órganos que nos van a abrir las puertas de la percepción. Cada aprendiz de gustador debe saber qué ha de preparar para la ceremonia.

El chupachups de foie del otro día me dio algunas claves personales que gozaba al comer pero de las que no era tan consciente como necesitaba para un disfrute “premium” e intransferible: de niño lo chupaba todo. Bueno, todo lo que me gustaba: la leche con colacao caliente y pan migado (aquel pan concreto y proustiano con efecto Doppler), el plátano, los helados, algunos guisos, algunos bocadillos (los bollos dulces con mantequilla y chocolate o mantequilla y jamón en dulce)… Ahora hasta el agua me somete a examen. Por eso mis papilas gustativas, entrenadas en el autodidactismo, han convertido en intuición placentera lo que podría ser un trámite nutricio. Ahora, con más de medio siglo de práctica, me sorprendo analizando cómo como y cómo bebo. Estudio las modulaciones y articulaciones de mi cavidad bucal para entender el itinerario y cauce del placer deglutidor. Mi fisiología del gusto, como quien conoce porque estudia, erógeno, su cuerpo para estimularse, me permite agudizar los matices sensoriales: mi cabeza va afirmando y mi piel se eriza en la sinfonía anatómica que supone comer en Garvm, para acompañar la evidencia preparada en el laboratorio oral que marca la dirección del estímulo: mucho más que salado, ácido, dulce, amargo y umami. Esos solo son los mascarones de proa del sabor con la lengua como bajel. Todos son sabrosos y todos activan sus sinestesias si te entregas al ritual. Gozas también lo que ves (desde el emplatado hasta lo que de arte pictórico tiene la presentación). Y gozas lo que tocas (con las manos -ese desmigar el pan casero, caliente-, con los labios, con la lengua -que también es táctil-). Hasta, si te esfuerzas en gozarlo, hay placer en el crujir de las tostas de maíz, en el sorbo de cerveza tostada o el crepitar del concasse de tomate o las láminas de cebolla morada o las esferificaciones. Aplasta contra el paladar lo ingerido, hazle cantar. Y, sin vergüenza, huele lo que comes: así, ostensivamente: no te conformes con la fusión necesaria de sabor y aroma en boca. Es todo un juego de seducción, un cortejo. Sé catador y  sommelier todoterreno en ese pequeño reino taifa que es tu mesa en Garvm.

La cena de hoy me ha llevado de viaje sensorial por el paté gárum, dos bombones de gamba, cebiche de pulpo, corvina y gamba, dos zamburiñas, una croqueta que podría haber sido el postre y un tiramisú que se hizo cielo. Con dos copas de Estrella de Levante Punta del Este (la tostada) y una generosa cesta de pan casero combinado con tostas. Intentaré detallar les festín pero es una experiencia difícil de compartir: un cuadro como este solo es posible gozarlo pintándolo en primera persona del singular.

Restaurante lleno y servicio ágil, pedagógico y atento a la necesidad del comensal, sin agobiar. Como bucear al pairo de las corrientes sin preocupación por respirar, fluyendo aunque estático en la mesa burdeos. En la cocina, Arlenys y Lucía; atendiendo la terraza y la sala, Valeria y Cris: y Daniel, ubicuo en responsabilidad, mente y cuerpo, en el laboratorio de fogones y cuadros emplatados y trasportando dosis de felicidad a las mesas. Cada obra de arte danielgarumniana es un soneto para el paladar, entroja, Pandora benefactora, todos los estímulos para que el disfrutador abra su caja y se deje sorprender por el despliegue de sensaciones (la esperanza, que también se proyecta desde el plato hecha retrogusto, se arrincona en el cerebro sensorial del comensal y es eco para volver).Hay poesía en el ambiente. Una poesía concentrada en cada degustación que el azacaneo de los cordones umbilicales entre cocina (ritmo frenético invisible y sordo, perfectamente organizado) y mesa no perturba. Bajo la apariencia hay mucha ingeniería de fondo, forma y detalle que quien goza puede ignorar porque la dedicación a la porción de felicidad que lo ocupa todo como centro fagocita el alrededor.

Por muchas veces que lo coma, por muchas veces que lo sueñe, por muchas veces que lo rememore, siempre me adaniza. El chef me canta su razón de ser en una actuación irónica que no me canso de escuchar: “paté de pescado azul, puré de tomate seco, coulis de fruta de la pasión, tapenade con aceitunas verdes, tápena, concasse de tomate y esferificaciones de fruta de la pasión. En mi cabeza suena un soneto:

 

Mar concentrado y orlado de sol

orbitado por islas de tomate,

satélites esféricos que laten

sobre lecho olivado de pasión.

 

          Polvo de estrellas verde cebollino

busca la convergencia de la tápena

sobre un corazón redondo de plaza

donde el azul pescado hace nido.

 

          Receta heredada cuajada en ámbar,

en olas de huerto liofilizado.

En paté el licuamen transformado

guinda, verde y negro, su áurea salsa.

        

En dulce naufragio de faro canta

esta sirena del sabor de Águilas


He imaginado muchas veces que, en la playa Amarilla, frente al Fraile, me sobrevolaba el helicóptero de Tulipán de mi infancia. Pero, fusionado con otro anuncio de paté la Piara, quien se acercaba a mí me ofrecía un bocadillo rebosante de paté gárum en pan artesano. Todo eso pasa, como un relámpago, cuando, extático, oigo a Daniel pintar su obra de arte. No lo dice pero es la columna vertebral de su sabor: como en las factorías de salazón romanas, su cocina atesora un licuamen madre que umamifica y pone el bajo continuo. El contraste entre la salobridad marina quintaesenciada y el dulzor amarillo del maracuyá, con esos tropezoncitos de tomate y cebolla cortados por un cirujano, es una metonimia simbólica de la infancia recobrada en la madurez. Para homenajear esa intersección, alejo el pan y me como el paté a pequeñas dosis, desnudo de companaje, esencial. Acabado el redondo festín, ya sí, como pan. Es más, rebaño el plato multicolor. El pan es, por sí solo, un manjar en Garvm.

         Cuando levanto la vista, Valeria me está trayendo la base de pizarra con las dos cucharas alabeadas que son seno cóncavo para sendos bombones de gamba. No puede haber mayor concentración de sabor: la gamba es continente, abrigo, iglú de un contenido de ricota, kimchi, esencia de gamba y vinagreta de lima. Coges la cuchara, cierras los ojos y aparcas la nave voladora (como la del puré de niño) en la boca. Y chupas la combinación hasta que empieza a desaparecer. Por eso pido dos: cuando el eco de ese placer deja de fermentar con claridad en el paladar, la segunda dosis.

         Abro los ojos y el cebiche en un cuenco de vidrio, como Venus sobre su concha, me tienta. Viene con unas tostas de maíz con las que remaré sobre el mar de aceite de jengibre y lima aderezado cilantro. El pulpo, la corvina y la gamba nadan en esas aguas blancas como en un coco sin límites. El guacamole corona la emulsión que funde en ácido el universo.

         Las zamburiñas a la plancha con ajo negro y polvo de ajo blanco, sobre sus conchas, parecen tomar el sol sobre la piedra plana que emerge en la playa de La galera. Sus naufragios son el agua que llena la balsa en la que se baña un cisne de barro, émulo de la famosa Pava de la Glorieta, bajo un cielo que refleja en diagonal el concherío (comer en Garvum tiene algo de llegada al finis terrae, de peregrinación a un santuario). La zamburiña es la hermana concentrada de la vieira. La ceremonia de su ingesta no necesita instrucciones por lo primitivo y eficiente de su enconchado: tiene la carne justa para un delicioso bocado (como el bombón de gamba) y la salsita de su elaboración engrasa lo justo ese paso del Rubicón de los labios. Mientras habita la boca hay que recrearse en la coreografía que la transforma en placer. El filtrado que alimenta a la zamburiña vuelve al mundo como sorbido goloso de umami con premio que merece ser masticado.

         La guinda fue la croqueta del día. Esa es una lotería en la que siempre se gana. De momento, la combinación siempre ha dado un producto rico en matices. Esta vez era de sobrasada, queso de cabra y chato murciano. Una esfera tostada, crujiente, que al abrirla se derrama en su cremosidad justa, apuntalada por las islas de carne, presentes sin molestar, como escuderos del sabor. La potencia e intensidad de la sobrasada (con su carne embutida y aderezada con pimentón molido y ñoras) se asocia con el punto de acidez del queso de cabra en un blanco anaranjado apetitoso.

    Lo anterior habría sido suficiente. No necesitaba, además, ninguna compensación dulce como epílogo. Miré los postres en la carta y recordé la sugerencia del día: “Tiramilove”. Pruebo siempre el tiramisú para comparar. Este, un espectáculo con trampantojo relativo: servido en una taza de café, la cremosidad densa de cada cucharada obliga a embocar la totalidad de sus capas. El mascarpone, el huevo, la nata, los bizcochos de soletilla (melindros, bizcotelas, “savoiardis”, “ladyfingers”, lenguas de gato o como queráis llamarles), el café espirituoso y las capas de tierra de chocolate se aúnan en la brevedad de un tránsito, rubricado con en el chasquido sordo de la lengua satisfecha y los ojos cerrados para blindar y asegurar ese gusto nada untuoso, ese gusto con cuerpo y alma, firmeza y suavidad.

         Necesitamos comer para vivir. Podemos nutrirnos de los frutos del Árbol de la vida y ser muy felices en la ignorancia. O podemos combinar esa necesidad nutricia básica con la que nos ofrece Daniel Méndez, herencia directa de una simbiosis entre el Edén vital y el de los frutos del Árbol de la ciencia. La segunda opción, desde las lecciones magistrales emplatadas de Daniel Méndez Guerrero, ensancha nuestra alma, mantenida por el cuerpo alimentado, y nuestra cultura, alimentada por la sabiduría y la experimentación del maestro. Dani pone su bondad al servicio de su oficio y consigue construir porciones de felicidad que nos llevamos a casa cuando lo visitamos en la suya.