Sánchez
Aguilar, Diego. Factbook. El libro de los
hechos. Barcelona: Candaya, Candaya Narrativa, 54, 2018 (noviembre).
“Res,
non verba”
Marco Porcio Catón el Censor, senador romano. Siglo
II a. de N.E.
“Hacer es la mejor forma de
decir”
José Martí
(1853-1895), revolucionario cubano.
Diego
Sánchez Aguilar. Cartagena, 1974. Doctor en Filología Hispánica. Editor de la
poesía vertical de Roberto Juarroz. Premio Setenil en 2016 por Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino, cuentos.
Poeta: Diario de las bestias blancas;
Las célebres órdenes de la noche.
Factbook. El libro de los hechos (2018).
349 páginas. 21 x 352 cm. ISBN: 978-84-15934-57-8. 30 capítulos, 3 voces: Rosa,11,
Gustavo, 10 y el investigador, 9. Abre Rosa y cierra Rosa. Primera persona del
singular. Presente de indicativo: 2011 y alrededores, tiempos de José Luis
Rodríguez Zapatero y los Indignados del 15M en un lapso de unos treinta años.
“Idioteque” de Radiohead. “Factbook” vs. “Facebook”: acción vs. postureo. Tres
ahorcados: todos los culpables. 30 firmas en Change.org. Puerta del Sol. Acampada bajo el toro de Osborne.
Criogénesis clandestina en un hotel en ruinas de la Manga. CEOE, FMI, CLC, IBEX, PAH, PIEGS, ICE. Apocalipsis lento. 94.537 palabras.
Datos.
Hechos. Lo demás es literatura.
Sacrificio
y culpa. Responsabilidad dentro de un sistema corrupto que fagocita a las
personas. Podría haber sido el guion de una película de serie B, de las que
Gustavo y Rosa disfrutaban en los tiempos muertos del sofá como La invasión de los ultracuerpos, pero el
escenario apocalíptico se difumina ante las palabras. Crisis económica y
feudalismo económico contemporáneo. El presidente de la CEOE, el presidente del
FMI y la Ministra de Empleo ahorcados,
oreados públicamente en la soga del cadalso del toro de Osborne que tantos
horizontes ha “escailinizado”. La revolución encauzada en una red social
clandestina investigada por terrorismo que se rige por la objetividad de los
hechos traducidos a datos verificables. Una clínica ilegal de criogénesis en un
hotel en ruinas de La Manga del Mar Menor de después de un terremoto que viene
a ser un suicidio asistido y sistémico con aroma kafkiano. Un escritor que
entrevista a un investigador informático, contratado por el sistema, para no se
sabe qué trabajo. Inercias hacia la violencia o la deserción que superan el marco
espacial ahora descrito. Palabras para los marbetes “hechos, no postureo”, “acción, no imagen”, “dato, no onanismo”,
“objetividad, no selfie”. También
podría ser un testimonio generacional de los nacidos a finales de los sesenta y
principios de los setenta, con su movida cosmopolita, su música, sus evasiones
para centrarse con la droga como Palinuro, su oposición a unos padres
provincianos. Pero es mucho más gracias
al ardid literario, a la estructura narrativa que acoge lo que podrían
ser clichés y que son aprovechados, y trascendida su función de hito, para darle
mayor valor a la sustancia de lo narrado. Tres voces (y una cuarta presente en
ausencia) que expresan las perspectivas de la insatisfacción y un bajo continuo
lírico (Diego Sánchez Aguilar es poeta) cuyo epifonema simbólico es el capítulo
30. Realismo distópico, si se quiere, por taxonomizar. Afirma María Ayete Gil
en su blog El lector salteado que los
ingredientes más propios de la ciencia ficción o la fantasía operan como el
distanciamiento brechtiano, que son un artefacto narrativo para posicionar en
el distanciamiento al lector y darle la perspectiva reflexiva que la novela
requiere, tan centrada siempre en la voz en primera persona (una de las tres),
mostrada como monólogo interior sin caos, racional y sintácticamente
comprensible por el tú que lee. Podría ser un capítulo de Black Mirror, pero es mucho más: es literatura.
Tragilírica.
Con la pleita de tres voces de la conciencia civil teje Diego Sánchez Aguilar
una ficción realista. Si el autor de El
Lazarillo incitó a pensar a sus lectores que lo que leían era verdad en
tiempos de idealismo caballeresco, morisco, sentimental y pastoril, en
modas de fantasías bizantinas, Sánchez
Aguilar da una vuelta literaria a la máscara de Guy Fawkes y su conspiración de
la pólvora y, en tiempos de silencio digital y apariencias, trama un WikiLeaks, una “Vendetta”, de “hackertivistas” Anonymous que, paralelos al sistema impuesto y con sus mismas
herramientas, pero sin cara (solo con datos que vienen de los hechos y que de
la sintaxis de los datos lleva a las acciones) crean su red revolucionaria
contra la injusticia, con la silueta del toro de Osborne como identificación
social de una convergencia de individualidades. La ficción se hace verosímil
porque nace de un escepticismo pragmático de actos que encarnan palabras (el
verbo se hace carne para vengar injusticias sistémicas, inercias consentidas):
los datos fagocitan las imágenes, los actos pretenden vencer al verbo inerte y
señor feudal. Y en esa pleita de acciones entreteje la filástica lírica que le
da el tono con el que acabará el relato de la lucha entre lo que es y lo que
podría ser.
Activismo
político paradójico el de Rosa, profesora por oposición, comprometida pero
desencantada, que pierde la plaza, como todos los funcionarios, por la
eficiencia capitalista que quiere el sistema: la comodidad de las solidaridades
de Charge.org son las nuevas formas
de justicia herederas de la acampada física en la Puerta del Sol o las Mareas
que, como gota malaya de la hipercomunicación y la oportunidad que ofrece de la
otra cara de “Facebook”, vuelve a la acción, es soporte de un acto de justicia.
Éxito paradójico el de Gustavo, siempre con la pistola en la sien (como un
Shelley “reloaded”), subido en la ola
de su enajenación con música en bucle y marihuana, que se sabe genio e impostor
y decide suicidarse sin ser agente del acto. “Factbook” es la palanca de Rosa. El señor Guevara, la palanca de
Gustavo: el anonimato de la profesora y la fama del guionista, que tuvieron su
intersección vital, son dos posicionamientos inducidos que acaban en una escena
lírica preñada de épica (Rosa como base de la acción; Gustavo, abandonado a la
suerte que ha comprado, prolongación de su burbuja de drogas, dejándose hacer
en un “apocalipsis lento”). Y la voz muda (quiere saber, no sabe) del escritor
o periodista que quiere escribir sobre la supuesta trama criminal de “Factbook” y percibimos desde las
respuestas de varias personas que podemos aunar en el experto en
ciberseguridad, catalizador de los acontecimiento ante el lector, voz
objetivadora de los hechos. El idealismo de Rosa se hace acto. El pragmatismo
acomodaticio de Gustavo muere en su “zona de confort”. Rosa, un yo con voluntad
de nosotros, lucha contra el soborno. Gustavo, solipsista, vende su alma al
sistema. Los miembros del sistema dan fe del contexto que en que Rosa y Gustavo
se mueven. Tres formas de ser en el cambio ligadas a la culpa y la confesión:
la del compromiso, la de las inercias lucrativas y la del control burocrático
del sistema. Ante el espejismo real del progreso, el espejo de la literatura:
ante la especulación de la felicidad fácil, crisis dirigida, consumismo,
desahucios extorsión neoliberal normalizada como una hipoteca invisible y
siempre presente. El compromiso de Rosa cuaja en acto: el de Gustavo pasa por
los guiones de Maquetas (una versión
de Frieds – a su vez, retrato
idealizado de unos conflictos “soft”-) y Crisis
(monetización de la realidad) para acabar en la inacción de un suicidio
asistido. El proceso de Rosa y el proceso (algo kafkiano) de Gustavo son dos
caras de un mismo remordimiento. Rosa, desencantada y anónima, acaba actuando:
Gustavo, cuyo talento le hacía pensar que iba a ser el sucesor de Tarkovski,
procrastina en agonía “soft”, herido de éxito.
Presente
en tres espacios desde los que rememorar para comprender ese ahora y poder
caminar hacia un después muy cercano: sala casa de Rosa, en las Torres;
habitación de hotel abandonado de La Manga; oficina. Poca acción real hasta el
capítulo 20, mucha reflexión; el contexto creado permite comprender al lector
la evolución de Rosa y Gustavo.
Lo
religioso embasta la narración desde el mismo título hasta el sacrificio
simbólico final: Los hechos de los
apóstoles, sus acciones como enviados, quinto libro del Nuevo Testamento, ese que marca la nueva
era; El Apocalipsis de san Juan, el
último de sus libros, el que contiene la revelación; las declaraciones del
investigador de la posible rama terrorista de “Factbook”, que hace continuos paralelismos entre sus miembros y la
secta del cristianismo emergente. Un terremoto en la Manga del Mar Menor sin
efectismo, del que solo queda la desolación de su presente de dejaciones e
impotencias de la eutanasia hecha negocio. El paralelismo religioso (que la
“religión” es la acción y el efecto de amarrar –al dios del capital en “Facebook”, a la idea de justicia social
contra el dios del capital en “Factbook”-)
da profundidad a la novela: la felicidad de los beatos de “Facebook” (que, insatisfechos de su estatismo se pasan a otras
sectas como “Instagram”) o la
redención de la culpa de los feligreses de “Factbook”
(que reformulan el terrorismo purgando la mala conciencia desde la
responsabilidad de los datos que objetivan los hechos). La secta de los
ufólogos, investigada también por el sistema, contrapuntea, dando mayor valor,
la fertilidad política de una fe construida desde los datos. Frente a la
realidad falsa de la telerrealidad, del “reality”, del “show”, literatura que enraíza en la vida para florecer en palabras
que son simiente de realidad.
Los
ingredientes de la trama argumental, cuando se reduce el texto a su síntesis
(el de la contraportada del libro, por ejemplo), no hacen justicia a la
experiencia lectora. Es una novela de reflexiones sobre los hechos, de análisis
de los porqués, muy humana, refractaria (aunque algunos lectores hayan dicho lo
contrario) al maniqueísmo esnob. Llegamos a la realidad de la ficción desde el
contrapunto de esas tres voces, con sus dudas, su dialogar desde el monólogo
interior lleno de intersecciones. Y desde una construcción literaria con tres
estrategias complementarias: la imbricación de los hechos, la simiente lírica
que abona sus páginas y el costumbrismo de los detalles que conectan con el
lector desde la intersección de experiencias que sabe abrir. Valgan como ejemplo,
para la primera artimaña literaria, la conexión entre la canción, “leitmotiv” de la novela (como la “pistola”
y la culpa), “Idioteque”, de Radiohead , y su valor final en la clínica de
criogenización (“Ice age coming”). Para
la segunda, estos fragmentos pueden dar cuenta de cómo el autor fija en esas
cápsulas su potencia como poeta: “un
apocalipsis de bolsillo” (pág. 67); “encerrarme
en la escafandra de la marihuana y la contemplación vacía” (págs. 72-73); “bestias residuóvoras” (pág. 136); “Recuerdo mucha luz, desde el principio;
desde que nos levantábamos estábamos llenos de luz como si se hubiera detenido
el tiempo y nosotros estuviéramos en el centro” (pág. 141); “porque la derrota es un tiempo muerto, que
tiene solo un futuro. Que tiene un futuro que es una lenta prolongación de la
derrota del presente” (pág. 143); “formateo
neuronal” (pág. 154); “En su risa
estaba ya todo el futuro. Estaba el fracaso de aquella victoria” (pág.
190); “tono de voz martiriforme”
(pág. 198); “odiaban mi soledad, el
espacio excesivo que mi soledad ocupaba” (pág. 221); “sobredosis de realidad” (pág. 247)…
Para
la tercera, copio, literal (pág. 46):
“[…] Salía de la casa de mis padres con mi
camiseta negra de Iron Maiden o de Slayer y mis vaqueros ajustados y mi pelo largo y
mis negras botas Converse pagadas por
mi madre con un suspiro de admiración y de incomprensión al ver su precio, y
salía con mi cara de asco por la cara de
mi madre y o la cara de mi padre y salía siempre con prisa por estar en esa
casa que olía de una forma que yo no sabía todavía que olía porque era mi casa y uno solo descubre cómo huele una
casa cuando ya no vive en ella […]”
Existió
un mundo antes de “Facebook” (a. de
FcB) y existe un mundo después de “Factbook”
(d. de FctB). Mejor dicho, en estos tiempo acelerados podríamos hablar de
un “ante Facebook” (A.FcB.) y un post Factbook (P. FctB), con la coexistencia
de ambas redes como momento 0. La pregunta sobre qué estás pensando inducía a
postureo o sentimiento de culpa, según la consciencia del usuario. La pregunta
sobre qué has hecho contiene la semilla de lo que habrá que seguir haciendo.
Frente a la iconicidad de la impostura consentida y el determinismo 3.0 tuneado
de libertades, los hechos que mueven y hacen progresar el mundo. Es una opción,
aunque siga siendo literatura, esa mentira con corazón de verdad, ese
pensamiento crítico madre de la acción.
Factbook,
una novela sin tesis, una descripción de nuestro presente, un retrato con el
que ver a este lado de la pantalla lo que desde el otro lado nos venden,
narrado desde voces humanas, contradictorias, de personajes redondos (Rosa y
Gustavo) que completan su relato, preñado de cultura, en primera persona, con
las respuestas que el sistema controlador va entretejiendo en la trama que le
saca puntas de lanza a las endorfinas
del “megusteo”.
El
sistema no es una entelequia: es una realidad gestionada por personas con
nombre y acciones. En la objetivación de esos datos radica el progreso posible.
Eso es lo que hace Factbook.
94.537
palabras: en su sintaxis late un relato performativo.
94.537
palabras que son literatura: pedirles que construyan un enunciado
perlocutivo sería ya demasiado.