El mundo es ya un hipermercado y muchos
de sus habitantes (los que más se hacen ver con sus rabietas) unos niños
caprichosos. Niños que alimentan la gran máquina del consumo que, parece ser,
justifica la vida y dicta las leyes de esta selva civilizada.
Pensaba que ya habíamos inaugurado la
nueva era con el nuevo paradigma y no es así. Estamos en su umbral. El paso del
mito al logos fundó la Edad Antigua. Su decadencia náufraga se aferró a los
matices del teocentrismo en la Edad Media y, progresivamente, volvió a aflorar,
antropocéntrica y racional en la Edad Moderna. El cultivo humano de la razón
hecha pensamiento y progreso se hizo mayor de edad, abolió la falsa tutela del
Antiguo Régimen y, urbana, consciente de su limitación e ilustrada, donó al
futuro el acelerón progresivo, de progresión geométrica, de la Edad
Contemporánea. El paso del siglo XX al XXI tecnocentró el humanismo con prurito
de eficiencia eficaz y en eso estamos: cuando el datocentrismo usurpe la deidad
completamente habremos cruzado el Rubicón hacia la nueva era que pedirá una
trascendencia como la que bautizó el 0 de la civilización occidental. El nuevo arkhé, veintiséis siglos después de los
primeros, es el dato. Y la computación cuántica su iglesia.
Ni ucronías, ni utopías, ni distopías,
ni retrotopías. Será, ya empieza a serlo, un tiempo fuera del tiempo y del
espacio. Un tiempo sin duración ni raíz. Un tiempo transhumano, tiempo de
inteligencia artificial que abole el pensamiento (ese juego entre la razón y la
emoción, creativo y abarcable). La eficacia hecha virtud. Como las mariposas de
los entomólogos, sin voluntad de colección, seremos, desde el alfiler fijador,
muestrario obsoleto de posibilidades estériles, inútiles y fuera de presupuesto
que ya nadie querrá contemplar para ser.
Evolución sublimada. Darwin reloaded en Matrix. Heráclito disfrazado
de Parménides en el carnaval de la paradoja que cotiza en bolsa y tiene a
sueldo de franquicia a Zenón de Elea, asistido por happy delivery men-women (igualdad en la subyugación de las alas)
que repostan en Amazon y tienen
cubiertas sus necesidades psíquicas por psicólogos virtuales “completamente
gratuitos” en la aplicación desde la que acceden a su esclavitud liberadora.
Veloces riders que vuelan pletóricos
hacia los purgados que siempre están saliendo de su “zona de confort” confirman
la salud social del progreso digital de cuerpos analógicos.
El alma es un algoritmo. El cuerpo,
materia analógica prescindible: lastre humano que le pesa a la nueva humanidad
que quiere volar hacia el sumidero celeste de iClouds. Los ordenadores nunca padecerán alzhéimer: su memoria es
de futuro eterno, efímero y eficiente.
Cuando todo está en la posibilidad de
todo tiempo y todo lugar nada es, abortado en su posibilidad infinita de
múltiple objeto sin sujeto.
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Una vida para toda la vida.
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Chiste conceptista.
Accidente fatal: muere el progreso atropellándose a sí
mismo.
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El silencio gris engendra sonido blanco o negro.
El silencio blanco engendra la irisación sonora de la
alegría y la palabra.
El ruido engendra silencio denso y palabra hueca.
El silencio negro es silencio eterno.
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Mirar naturaleza:
ver un paisaje.
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Inercia pseudohumana impulsora del algoritmo.
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Suenan las tripas del sistema: alarmas y alertas de
móviles zumban en la exhibición solipsista y escéptica que es el universo
balizado de hedonismos subcontratados.
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La enfermedad es la cuña publicitaria de la muerte.
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¿Utopedia para conjurar la distopía presente?
Conocimiento para construir los cimientos de todo proyecto. ¿Tecnocreatividad?
Imaginación sin usura para pensar el futuro desde un ahora y aquí sin prisa ni urgencias. El medio es un canal
para llegar reconociendo la ruta y reconociéndonos, conscientemente holísticos,
en los pasos del camino.
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