A mis alumnos de filosofía, pidiéndoles perdón por
perfilar las sombras de la caverna.
En las tripas
del corazón del haiku late el vaivén del
agua. Toda agua vive preñada de olas: susurra en las fuentes y brama en el mar.
También en los
relojes hay agua: su mecánica de arena o engranajes bombea, contumaz en
gravedades serenas o giros frenéticos, la fractalidad en que seguimos siendo.
El alma del motor, el resorte de acero templado que impele el movimiento
analógico, sigue habitando, de momento, en el silencio digital binario.
En un cajón de
la alcoba, bajo la imagen congelada del prólogo del amor, entre calcetines, calzoncillos
y condones, late el viejo reloj heredado. Como el corazón delator de Poe.
Hoy, con
nocturnidad y alevosía, viviremos dos veces una hora.El tránsito de las dos a las tres de la
madrugada inventa un espacio temporal de agujero abisal. En él están todos los
besos, todos los abrazos, todas las complicidades eróticas que no nos hemos
dado. Como heridas, condensadas y ajenas, volverán esas ausencias cuando los
relojes devuelvan su convención en la frontera entre el invierno y el verano.
Entre el verano y el otoño tenemos la proyección de la película de lo perdido,
de lo echado a perder.
La corona, a
las doce o a las tres, subordina a su eje toda posibilidad de fluir. Abolida la
corona, el tiempo se desangra en estuarios estériles que fertilizan el lucro
del simulacro de libertad. Por eso le doy cuerda cada día a mi reloj de
bolsillo: le obligo a recordar la mecánica binaria de mi corazón. Tiempo y
latidos hechos corazas para seguir fluyendo a contrafuturo.
Las correspondencias de Baudelaire siguen buscándose. Han perdido el rastro. Lo digital no tiene olfato ni da lugar ni tiempo a la sinestesia. Fluye la vida en su centro. Se dispersa en el multicentrismo.La diáspora la esporas que somos naufraga en los océanos de las pantallas. Un claustro con su fuente sí que bombea centro desde su médula de agua. Centro exógeno: el nuestro.
Domotizado. Liberado de la esclavitud
de mantener la perfección aséptica. Asistido en la ruina de vivir por una
legión de prótesis imperceptibles que le dejan ser siempre todo él en todo lo
que piensa, dice y hace. Vive en la holística de ser, en la plenitud de su talento
sin interferencias, sin contaminación.
Todo es ocio. Su vida privada, su vida
pública, su profesión. Ocio sin ocio: diversión plena a dedicación completa. No
hay demora en la satisfacción de su necesidad. Goza en el corazón mismo del
humanismo digital, acunado en su sístole y diástole cuánticas.
Pero algo le chirría alegremente. Es el
efecto Skype. Plétora con una
imperceptible nota a pie de scroll.
(Dice
la nota en el fondo del abismo: nunca podrás mirar a los ojos de quien quiere
mirarte cuando le hablas en streaming. El
flujo de realidad se cobra su peaje)
Era una inquietud tan leve que no llega
a preocuparle.
Es una mente competencial. Su
pensamiento crítico lidera su vida. Él lidera su alrededor. Ha elegido su
entorno social remoto y presencial. Su zona de confort la ha diseñado él para
poder salir y entrar según su necesidad. En Instagram
ve una fotografía que le lleva a un vídeo de Youtube que le lleva a un twit
que le lleva a Netflix y en Netflix a una serie de la que estará pendiente
y en la que vivirá los próximos ochenta capítulos y en todas sus consecuencias.
Conciencia y consciencia plena y libre. Dueño de su
destino. Empoderado y emprendedor. Domotizado.
Tiempo de espacio.Tiempo de dios. Tiempo fractal cuántico.Naufragio en la placidez procelosa de las pantallas.
El
objetivo de la educación es el conocimiento. El conocimiento es la conciencia
de ser en sociedad, en un tiempo y un espacio, con una historia y unas
posibilidades de futuro que hacen necesario para cada persona la voluntad de
saber.
¿Evidencia
neurosicocientífica de la necesidad de matar al padre? La retórica de la
pedagogía “mainstream” de hoy
documenta sus acciones con argumentos de mayoría de edad mercenaria. La
autonomía moral personalizada cae en el relativismo moral y la “inoculación
programada” de pensamiento crítico (esa tautología tan del estilo de su
retórica) es, en realidad, heterónoma. La evaluación criterial que busca
evidenciar la personalización de los progresos frente a la normativa selectiva
y propedéutica es, en realidad, una atomización de los criterios para hacerlos
clientelares. No hay crecimiento sin afirmación contra algo, contra alguien.
Atender las necesidades egoístas del que está creciendo enquista su pequeñez y
la clona y reproduce en el tiempo. Es como programar el ocio, los tiempos de
descanso. ¡Qué presente vive el Unamuno de Amor y pedagogía un siglo
después!
La
profesión de profesor (que no ya maestro, del que cada vez está más lejos por
acercarse cada vez más a la de “youtuber”,
“instagramer”, “tuitero” o “tictoquero”
–nótese la dependencia de la plataforma comercial desde la que se “pontifica”, que
equivaldría al antiguo “librero”) deja lastre y vuela en los vientos sin rumbo
del recorta y pega (perdón, del “copy&paste”).
Los profesores deben reconvertirse, si quieren seguir a sueldo de su antigua
pasión, en programadores neurolingüísticos (sin haberse formado de verdad -¿qué
querrá decir “de verdad” en este ahora posverdadero?- en neurociencia ni en
lingüística), en programadores informáticos de “interfaces” (sin el más mínimo conocimiento de la cocina binaria
que sustenta las superficies por las que navegan y hacen navegar); en
psicopedagogos que no han estudiado ni psicología ni pedagogía y siguen los
dictados (como muchos psicopedagogos graduados, masterizados y doctorados) de
los protocolos (basados en evidencias científicas pero clonados por las prisas
y la complejidad y trascendencia-económica y psicológica- de su
implementación). El “zapping” mental
lo fagocita todo y las autoridades piden rastro objetivado de las evidencias
del caos. Los alumnos aprenden como pollos sin cabeza. Los profesores aprenden
a enseñar en contextos cognitivos descognitivizados: su antigua pasión
(incruenta) por, pongamos, Lorca (Federico García) deben travestirla por una
pasión (más sacrificada) por algo que debe saber que apasiona (con efímero amor
de cliente que pasa por ahí o le hacen pasar) a cada uno de sus alumnos (que ya
no son “tribu urbana” sino suma de personas): café descafeinado, hamburguesa de
tofu: suplantación alumnocéntrica que precipita hacia un mañana vacío de
referencias del pasado, ahíto de autorreferencias abigarradas y monetizables.
Pedagogías
de cooperativismo solipsista, que hacen creer en la importancia de cada persona
como centro de un sistema solar en un universo copernicano en el que son piezas
de repuesto, son prescindibles en su importancia. Es una paradoja de los
paradigmas ideológicos: un socialismo neoliberalibérrimo. Un paseo por las
pantallas de grandes corporaciones bancarias con “obra social” nos puede abrir
los ojos. Cambia en formato, pero la estética es la de los libros
propagandísticos de los testigos de Jehová o las campañas de Benetton. Pueden
pasar por sus “cátedras” ante público asentidor, con un montaje de planos
estudiados, deportistas, pensadores, empresarios, profesores… La misma empresa
contrata a Gregorio Luri y a Àlex Rovira o a Antonio Marina o a Pedro García
Aguado. Y aunque sus discursos en otros ámbitos discurran por terrenos
filosóficos, analíticos y críticos, el magma mediático (“inmediático”, podemos
decir) los acaba igualando y todo acaba teniendo un tono de “el poder del
ahora” (Eckhart Tolle), “el secreto” (de Rhonda Byrne o la filosofía capsular y
aguada de Paulo Coelho o la “autoayudística” y trascendente de Jorge Bucay. La
vida no pide la medicina de las frasecitas que apuntala la ruina: pide la
cimentación en una educación basada en el conocimiento y no en las tiritas. “Tu
mirada puede trasformar a las personas” (Àlex Rovira) Esas personas que miran y
son miradas son, simultáneamente, miradas por un sistema que los utiliza. El
ojo panóptico de dios, algoritmizado, regalador del sagrado derecho a la
libertad de expresión, ha abolido el pecado como criterio y vive y se lucra
(con nombres, apellidos y fortunas concretas) de la virtud general de sus pupilos
que piensan que son centro sus pupilas.
Como si
Platón y su idealismo tuviera sentido en una sociedad utilitarista y
materialista, la pedagogía, como la teología o cualquier ideología, diseña
sistemas con coartadas científicas y buenismo rusoniano que, siendo
políticamente correcto en intenciones y formas, está al servicio de un sistema
más poderoso al que rinde pleitesía en lo íntimo y declara el bien común y el
progreso en sus congresos, “TED talkianos”
o “Webinarios”. Conocimiento y
provecho se alían y la barbarie regulada por el mercado de mercados, con sus
nichos y sus “targets”, compa a sus
anchas disponiendo y gobernando (guiño: La
vida es sueño de Calderón). Lo material acaba regulando lo espiritual, como
siempre, pero con argumentos como nunca se han vendido. Servir al poder cuando
tú no eres poder te posiciona. Hacerte creer que tú eres tu propio jefe, que
eres libre en tus decisiones y que eliges tu destino desde el “empoderamiento”
es la mayor perversión de la historia de las relaciones entre las personas y el
poder. Y la escuela está entrando en ese juego. El mundo como negocio con la
libertad como acicate, objetivo y procedimiento. Hay planes programados, con
tiempos como los de dios, en los que mostrar batallas perdidas conduce a una
victoria lucrativa para los vencedores de verdad y pírrica para los que se
creen también vencedores. Educar para servicio de las personas o educar al
servicio de los poderes económicos para hacer creer que todos ganamos. La
educación llena de contingencias sistémicas (inteligencia emocional,
pragmatismo, vitalismo, “conflictos cognitivos”…) y vacía de conocimiento;
llena de retórica hueca y taxonomías que fingen despreciar las etiquetas y la
selección y vacía de atención personal al crecimiento intelectual y la
consciencia cultural para entender y cambiar el mundo que han heredado. OCDE:
CEOE: UNESCO. Las siglas son metonimia de cómo centramos en la persona el
interés usurero del sistema con todas las garantías legales y los beneplácitos
internacionales. Siempre, en un mundo globalizado más, cada persona necesita
ocupar un espacio y un tiempo. Puede pensar en global y actuar el local. Tiene
que ser en su lugar y su tiempo. Contra el hedonismo consumista, el estoicismo.
La familia y los amigos son el lugar y el tiempo que necesitamos para ser.
Personas que siempre pueden estar a este lado de la pantalla. Glocalizarnos
resume el esperpento de una intención que podría ser la solución y es el “jingle” del problema.
El
postureo “mainstream” está eclipsando el progreso con su luz led de pantallas.
Y la educación es cómplice del humanicidio en este antropoceno antropocida
disfrazado de felicidad cifrada en algoritmos facilitadores. Humanismo digital
lo llaman. Antonio Rodríguez de las Heras, transformado en dato para los que no
fueron familia o amigos, murió el 4 de junio de 2020. Su mirada sí que era
humanistamente tecnológica. Ahora es la de los cachorros de Silicon Valley (no
la de sus hijos, despantallizados, o la de los gurús disidentes oportunistas
como Jaron Lanier) y la de Mark Zuckerberg, Elon Musk, Jack Dorsey, Evan
Spiegel, Steve Jobs, Bill Gates o Jeff Bezos la que “regala” las gafas de mirar
para ver los productos de nuestra felicidad y los caminos para conseguirla.
Axioma
innovolátrico: la sociedad vive en la resistencia al cambio. Los principales
agentes de progreso, los profesores, se enquistan en su seguridad, en su “zona
de confort”. Por eso están siendo substituidos por catalizadores de futuro más
eficientes y rentables: los youtubers, los instagramers, los tiktokers,
los talkteders, los twiteros…: cualquier emprendedor ocurrente
con gracia y técnica para promocionarse y monetizar su presencia pantallal es
un supuesto educador al servicio de los valores utilitaristas, efímeros y mercenarios.
Para combatir la resistencia al cambio que, parece ser, frena el progreso,
imponemos el cambio por el cambio, la actualización como modo de vida. Una
actualización que no es la de la sangre pasando por corazón y pulmones: una
actualización que pasa por caja y obsolesce la duración. El profesor que
educaba para el presente desde el retrovisor ha muerto: están haciendo nacer el
dinamizador de contexto cognitivos motivadores y motivantes fundador de
presentes al servicio del poder inalámbrico de tecnólogos y emprendedores
millorarios de filantropía egoísta. Una ideología disfrazada de filosofías y
lenitivos orientalistas que aprovecha todas las coyunturas y crisis para
reivindicar su valor terapéutico de panacea humanista. Los profesores se ven
obligados a reciclarse como comerciales de la cultura: deben vender un producto
y, además, van a ser responsables del rendimiento y del uso que le den sus
alumnos. Captar clientes, cuando los alumnos pueden elegir, es ya, además, una
cruzada contra la desculturización, contra el arrinconamiento de saberes tan
útiles para crecer como la literatura o las lenguas clásicas. Los cantos de
sirena educacionales, supeditados a los dictados del mercado, salen de la
flauta de un músico de Hamelin contratado por una multinacional que fabrica y
vende humo de risa. La tragedia está servida: todos somos dueños de nuestro
destino: el destino es una franquicia americana. Como hámsters, hacemos rodar
la dinamo en que, felices, damos energía en forma de datos al carcelero de
nuestra libertad.
Mesianismo
científico. De una ciencia usada como se utilizaban los mitos. Una ciencia como
una ideología disfrazada de posibilidad fundada en evidencias para construir (“forjar” suena a una épica de otros tiempos) la
ciudadanía de personas libres, competenciales, con criterio, y con tolerancia
empática del futuro. En esa odisea mesiánica, los profesores son “riders” de la franquicia internacional
del Timo envaselinado y teleológico. La gamificación bromea primero y pervierte
después. La anécdota en forma de aplicación amable, pongamos, por ejemplo, el
jijijajajá de las “deep fakes”, pasa
a categoría. Si no lo veo no lo creo: te lo enseñan, lo ves, te lo crees y
articulas tu ética desde la evidencia perceptiva. Porque la realidad osmótica
de pantallas y vida forma parte del mismo panóptico. Y la cultura es vista desde
los ojos digitales como un síndrome de Diógenes sobre el que los gabinetes
psicopedagógicos deben actuar con protocolos como el de la dislexia, la
discalculia, la disgrafía, disortografía, los transtornos obsesivo-compulsivos,
las sutilidades del espectro autista o las infinitas concreciones del déficit
de atención, con o sin impulsividad. Hay un umami cognitivo, un talento
agazapado en cada disrupción que el buen profesor altruista debe saber guiar
por la senda socrática, sorteando los talenticidios de lo sofista. La panacea
de todas las encrucijadas cognitivas es el algoritmo, ese glutamato de todos
los sabores. Esplendor geométrico: cuadratura del círculo de la vida, manual de
instrucciones trascendente que asocia sinapsis a actos de progreso ecuménico.
Mecanicismo pedagógico, sistema algorítmico de la nueva glándula pineal
cartesiana que centra el alma y el cuerpo en un biobot trascendente y cuántico.
Especialización
en la poliedria. Todo son ya subcontratas. La subcontrata como grado
universitario, como máster, como doctorado. La más demandada en pedagogía,
diseñador de conflictos cognitivos (ese desequilibrio entre los conocimientos
significativos de base y los nuevos retos competenciales). Los programadores
del fogonazo que enciende el motor motivador del conocimiento deben articular
el repertorio científico preparador para la vida desde el simulacro más real de
vida posible, con todos sus afluentes y estuarios vitales. El monstruo que la
pedagogía al servicio de la economía ha gestado está fagocitando a sus agentes,
enseñantes y aprendices, en un magma de evidencias de agua, humo o lava. La
vida como simulacro está fagocitando a la vida como realidad. La estadística y
los objetivos corporativos suplantan, torticeramente, la esencia humana.
Presente:
matriarcado adolescente dinamizado por la pedagogía, tutelada-monitorizada por
la empresa que es el mundo. En las sinapsis, cabe la posibilidad de fertilizar
los saltos de trapecio entre neuronas con la asistencia de las más innovadoras
técnicas basadas en evidencias científicasno invasivas, respetuosas con el medio ambiente y con el talento
amniótico de cada ciudadano del mundo.
La
pedagogía innovalátrica es una “app”
que le lleva al cliente lo este que quiere y lo que este cree que necesita,
empoderado y emprendedor, siempre en penitencia cognitiva por salir de su zona
de confort. Una pedagogía aplicada que garantiza la consecución competencial de
los objetivos de aprendizaje dependientes en las finalidades educativas y
diseccionados en las evidencias de los indicadores de aprendizaje que avalan el
conocimiento significativo y competencial, lleno de sentido y realidad en su
autenticidad pedagógica.
Colapsa la
humanidad. La esperanza es un algoritmo de algoritmos en el fondo de la caja de
Pandora (que es, realmente Casandra tras el filtro de realidad del “deep fake”). El árbol de una vida
monetizada florece y arraiga sobre las ramas del árbol de la ciencia. El bien y
el mal se relativizan tanto que son frutos fractales y vilanos en el vórtice “soft” de un abismo alegre. La libertad
clava su bandera en la fraternidad y la igualdad. La fraternidad habita en
espacios de “coworking” de
colaboracionismo vendido como cooperativismo solidario globalizador y
globalizante de glocalismos sin mapas. Y la igualdad, hecha equidad por aquello
de la corrección política para poder colocar el producto a los clientes, es el
estribillo social de una canción de moda. Colapsa la humanidad porque cada una
de las personas de este universo debe creerse el ónfalos del mundo para que el
progreso pueda seguir comprándose. Dejarse ser en la anestesia de Circe, que ha
convertido a los semejantes en pequeños dioses y no en cerdos. Colapsar en la
dulce placidez de la seducción. Una distopía vendida como utopía (con laingenuidad de la revolución cultural de mayo
del 68 pero desde el adamesmithismo taylorista estanojanovista).
El “coaching” ha substituido a la maestría.
La acumulación de datos para marionetizar la felicidad ha centrifugado la
memoria. Las estadísticas dan razones científicas para ordenar el mundo y
encarar el progreso ante tanta incertidumbre tan cierta (como siempre ha sido
la tarjeta de visita del futuro). La inteligencia artificial es un magma en que
todos sus componentes, los del otro lado de la pantalla, están perfectamente
coordinados. A este lado, una sola persona se deja llevar por un ejército que
tiene dedicación exclusiva en un tiempo de dios digital. Quien navega cree que
decide el rumbo: la derrota es, en realidad, un diseño de empresas aliadas para
vivir de la felicidad ingenua del navegante. La libertad de expresión desoye la
paradoja de la tolerancia de Popper. El “blockchain”,
esa tecnología de redundancias descentralizadora, asegura una seguridad
sospechosa ya en su propia concepción de nube privada con el “machine learning” como Cancerbero.
Pedagogías,
conocimiento, saber y competencias. Campaña de mercadotecnia desde la falta de
empatía y exceso de prejuicios de la supuesta resistencia al cambio. La
educación como laboratorio desde el que construir el futuro que les interesa a
las empresas internacionales que, en un tiempo no humano, a una escala
estratégica de implementación muy estudiada, van regulando la normalización sin
resistencia, con la máxima complicidad que ha tenido una dictadura
“democrática” en toda la historia. La coartada es de libro (dicho con adagio
antiguo intemporal): cambio de siglo, crisis, expectativas por encima de las
posibilidades conocidas, creación de una posibilidad en la que concretar los
deseos y mucha base bibliográfica interpretada para la ocasión.Aprendizaje activo, frene a la supuesta
pasividad del tradicional selectivo, trasmisor y memorístico. Rousseau (con su
descendencia en Pestolazzi y Fröebel) y la Ilustración como faro hacia el
progreso: una propuesta con pedrigrí, personalizada, basada en evidencias
científicas, enraizada en la realidad, práctica, colaborativa, democrática,
motivadora, empoderante, constructora de conocimiento para hacer más habitable
y sostenible el universo, reguladora de las potencias cognitivas y el talento
de cada ciudadano bonsái, promotora de derechos y convivencias
universalizadoras… Maria Montessori, Ovide Decroly, Célestin Freinet, Pere
Vergés, Rosa Sensat o Angeleta Ferrer teorizaron y llevaron a la práctica, en
una sociedad que poco tiene que ver con la actual, su proyecto pedagógico para
cambiar el mundo desde la educación. Pero concreción pedagógica que ahora
dogmatiza con su criterialidad, su relativismo y su taxonomixación burocrática
y su fácilofelizocracia motivante y “esponsorizada” lo empieza a ocupar todo,
aulas, despachos, agendas oficiales del poder. El aprendizaje servicio, el
conocimiento utilitarista (¿para quién la utilidad?) es la consigna trasversal
de una dependencia sistémica con carátula atractiva y sin más fondo que el de
una retórica hueca e interesada.
Dos
documentos audiovisuales para amenizar la chapa, si alguien ha llegado hasta
aquí.El primero es un sarcasmo que
hiperboliza los excesos de la pedagogía misionera tan pseudocientífica como
cientifista, una parodia del paidocentrocretinismo. El segundo, más
trágicamente troyano, es la evidencia del discurso impregnado en la normalidad
mediática que nos hemos dejado imponer: Kai-Fu Lee, experto en inteligencia
artificial (auspiciado por el BBVA y el grupo Prisa –Promotora de
informaciones, S.A.-), se hace el revolucionario desde la involución
progresista tecnodependiente. Comentar lo que dice me llevaría a otro texto
como el que se acaba aquí. Enlazo un tercer documento: un publirreportaje de
TV3 sobre Escola Nova 21 que, performativo, se explica por él mismo. Por si el
amable lector (léase también “veedor escuchante”) pierde comba, tiene después
una glosa de la propaganda pedagógica oficial. Y, finalmente, una doble
recomendación (desde el síndrome de Estocolmo de una realidad que nos envuelve
como líquido amniótico): ved, si podéis y queréis, el documental El dilema de las redes sociales (The Social Dilemma, de Jeff Orlowski,
exclusivo de Netflix) y leed, por favor, el ensayo de Marta Peirano El enemigo conoce el sistema. Como esto
me está quedando como una pseudobibliografía, añado lecturas de Gregorio Luri (La escuela no es un parque de atracciones.
Una defensa del conocimiento poderoso, La escuela contra el mundo: el optimismo
es posible…), Andreu Navarra (Devaluación
continua), o Jorge Larrosa (Esperando
no se sabe qué).
Pedagogía
demagógica para un mundo de avatares.
Matemàticas alternativas: el absurdo del relativismo educativo
Los tópicos al servicio del negocio. Kai-Fu Lee, experto.