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Sin nostalgia ni su antónimo, que no es esperanza, una apología del maestro. |
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Las cosas están y los maestros las ponen ante los de los aprendices para que sepan qué y cómo mirarlas para saber verlas, sin lucro, humanamente. |
A
Ángela Moriana Vico, por el latín y el pan.
A
Olga y Paco Candaya por los libros y la amistad.
“Cuando los camiones arrancaron,
cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrieron detrás, tirando
piedras. Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor
y criminal. Pero el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el
medio de la Alameda, con los puños cerrados, solo fui capaz de murmurar con
rabia: “¡Sapo! ¡Tilonorrinco!¡Iris!”
RIVAS, Manuel. “La lengua de las mariposas” en ¿Qué me quieres, amor? (1995). Madrid:
Alfaguara, Alfaguara Bolsillo, 151, 1999, pág. 41.
“Poeta
ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado”
MACHADO,
Antonio. “Coplas mundanas” en Poesías completas. Madrid: Espasa-Calpe,
Austral, 1, 1984, pág. 134.
El maestro es una especie en peligro de extinción.
Nunca tuvo poder y ahora vive desempoderado.
Asesinado el sabio, hecho zombi en la nube, las bocas educativas se llenan de
un Sócrates paseando por un centro comercial. ¡Pobre maestro! Amorfo, habiendo
sido modelo (que invitaba a ser seguido o a ser atacado), burocrático y con el
uniforme aséptico de la pedagogía más científica, cuelga la pasión en la percha
de la entrada del aula que deberá dinamizar y gestionar para cumplir los
objetivos marcados por la programación de las unidades temporales didácticas,
de secuencias que motivan desde un problema que no interesa, unos contenidos
factuales que ya viven en las memorias de los “smartphones”, y otras cuadrículas de unas secuencia que más que
propuesta es propuesta forense. Mientras los alumnos inducen y construyen
conocimiento (“learnig by doing”),
autónomos y responsables, el maestro piensa en las Lecciones de cosas que condujeron su curiosidad. Lecciones de vida
le parecían a él. “Learnlife” lo
llaman ahora en esta descomposición de la educación como procedimiento
socializador en vías de transformación en las Mary Poppins 5.0. Lecciones de
nada son las que imparte ahora esta ruina de maestros porque la vida ha ocupado
el aula y eclipsa la perspectiva necesaria para aprender a vivir. Aprender a aprender,
desde la compulsión dinámica, desdibuja los bordes del vivir, los descentra.
Como el golpe de agua que, abrupto, irrumpe en una habitación y ahoga a quienes
viven de la lluvia.
La admiración agoniza con la maestría. Hay mucha prisa
por llegar como para pararse a escuchar y ver qué y cómo se puede aprender en
quien ha sabido ser y crecer como árbol. Sin voluntad de aprendiz, el becario
quiere derrocar pronto a quien ocupa el espacio que debe ser suyo por
impaciencia y emprendimiento. Pero la responsabilidad del interés y el
sentimiento de pertenencia se diluye en una gentrificación del oficio que, kafkiano,
se hace población flotante en sistemas que desahucian la cultura para
sustituirla, cínicamente, por oportunidades que siempre son peores que las que
todavía no se han alcanzado. Y así, en equilibrio precario, los nuevos docentes
cobran para poder pagarse los viajes que los hace ciudadanos del mundo. El
orden se confunde con la burocracia (sin papeles, tan ecológica como
contaminante) y los cedazos ISO filtran con su interés las garantías de calidad
de la coyuntura que toque. El mito de la simplificación de los procesos acaba
ahogando el acto mismo de trasmitir y potenciar el conocimiento.
Alta cocina, de aprendices que fundan restaurantes.
Pasarela de moda. ¿Quién se pone esa ropa? Tendencias y realidad. Pasarela de
ideas pedagógicas mesiánicas, inclusivas, personalizadas, altruistas y
ecuménicas. ¿Quién las vende y quién las compra?
El maestro no es neurocientífico, ni psicólogo, ni
pedagogo (David Albury, Richard Gerver, John Moravec, Judi Harris, Roger
Schank, George Siemens, Gardner o Paulo Freire, Alfred Adler, Alfred Binet,
Ovide Decroly, Maria Montessori, Vygotsky, Piaget, John Dewey, Celestine
Freinet… le son más ajenos que Sócrates, Homero, Garcilaso, Faulkner Cervantes,
Cortázar, Shakespeare o Aldecoa). No es practicante de la épica del fracaso y
de sus escuderos lenitivos (la holística, el mainfulnes, la gestalt, el yoga,
el espiritismo, el “puenting” o el
buenismo rusoniano de la ilustración a lo Silicon Valley –con cojines y
posturas de comodidad fuera de la zona de confort-). No hace de la retórica un
trampantojo logomáquico para dar consistencia al vacío sistémico. No busca en
la secuencia de pensamiento Lego© o el pensamiento computacional la eficiencia
de los logaritmos para llegar sin ser. Es (quiere seguir siendo) un maestro magistral
apasionado y apasionante, no un pseudoneuroeducador de ítems subcontratados,
con formación continua en psicología transpersonal y gestión en eneagramas, muy
profesional y riguroso en leyes y lengua para no etiquetar de forma incorrecta
y punible los déficits, disfunciones y talentos personales y con un control del
relativismo moral que sea contenedor de todos los contenidos posibles (pasados,
presentes y futuros). El maestro no es pedagogo. Y el pedagogo es “gogó”
mediático, “influencer” con verborrea:
“insigth”, “zona de desarrollo próximo”,
estructura cognitiva”, “andamiaje”, “disrupción, “reestructuración perceptual”,
“constructivismo genético”, “conflicto cognitivo”, “neuroprogramación”, “producto
final”, “inteligencias múltiples”, “evaluación criterial” (y “diagnosticadora”,
y “procesual” –“formativa” o “continua” para los más conservadores- y
“sumativa” o “final”), “evaluación normativa”, “finalidades educativas”,
“necesidades educativas especiales” (además de la personalización),
“preconceptos”, “priorización”, “transversalidad”, “talento” “secuenciación”,
“metacognición”, “inteligencia emocional”, “evidencias evaluativas” … ponen
grilletes y etiquetas a una práctica de “boy
scouts” urbanos en la algarabía entrópica de la diversión como objetivo y
no como medio (las adicciones gamificadas son el efecto estructural de la
jugabilidad social). El “portfolio”,
un no lugar sin límite, ocupa el espacio de la libreta. El Fornite ocupa la atención de la distracción que antes entretenía
con ahorcados, barcos por hundir o empanamiento ventanero. El “coaching”, el “tutoring”, el “mentoring”,
el “counselling” son como parches
para los fumadores empedernidos: humo de pajas, agua de borrajas. La pedagogitis
de los directores de experiencias cognitivas, de los facilitadores
experienciales, agentes del cambio y fomentadores de flujo, de los diseñadores
de entornos de aprendizaje y arquitectos del espacio experiencial es directamente
proporcional a la anarquía mental de las islas colaborativas con náufragos
aislados sin más referente que el ensimismamiento multicultural, multilingüe y
polidisciplinar en transversalidad competencial eficiente reticular
constructivista de solipsista ecuménico y holístico.
Learnlife. Resiliencia en la
sinergia de quienes se entrenan en estrategias para la gestión de estrés de
luchar cada instante para salir de la zona de confort. Educación para cultivar
el pensamiento crítico sin raíz de cultivo, en una procrastinación de presente
compulsivo, tan multievaluado que carece de valor porque el exceso ha asesinado el criterio.
Conocer, ser, hacer y convivir como programa político-económico para construir
ciudadanos felices y competentes (OCDE dixit).
Desde los proyectos de proyectos motivantes que se alimentan de trabajos
específicos famélicos, mareados de movilidad y adaptación “ad hoc” que tiende al infinito, como la sed de satisfacción
insatisfecha en el caos de la posibilidad.
El progreso no es ya un subir a contracorriente sobre
la escalera mecánica de tiempo: ahora viajamos sobre una cinta mecánica en
dirección al futuro, inclinada hacia abajo, en la que vamos dando saltos para
ganarle en velocidad (una fuerza, además, nos empuja para multiplicar la
distancia del salto) El futuro como un examen inesperado con preguntas que no
hemos preparado y que, nos dicen, sabremos contestar porque nos están
preparando en el caos para ello.
El
docente es una especie humana es extinción: el “coach” personal a domicilio, con una socialización virtual, es su
sustituto. Después el tutor también será virtual, en el canal privado que cada
familia compre para ser sin ser. El éxito será ya acicate de proyección
solipsista y egocéntrica de masas virtuales. La
componenda es ya esencia de la contingencia hecha necesidad. La pantalla, la
superficie, es dueña y señora de una voluntad sin más voluntad que la prebenda
y la sinecura. Somos ya, aunque lo neguemos, más fachada que habitación. Y la
política es la espuma de este estar. La logomaquia ha vencido a la retórica. Y
la tecnocracia a la humanidad, desahuciada, a lo casa tomada de Julio Cortázar,
despojada a la intemperie de la dependencia de la prótesis digital.
Pirámide de Maslow (con internet como
base), de la fisiología a la autorrealización. Cono de la experiencia de Edgar
Dale y su versión pedagógica de pirámide del aprendizaje: la actividad como
fuente de conocimiento para recordar el noventa por ciento de lo hecho; la
“pasividad” lectora como condena al olvido (dos semanas después). La motivación
como axioma teórico sin más validez que el que da la campana de la función de
Gauss. La ciencia hecha lugar común sobre el que educar científicamente, con
las evidencias de la práctica docente como un trabajo de campo estandarizado en
su personalización. La educación en píldoras, en fórmulas infográficas fáciles
de entender con los ojos. El método de la pasión del maestro choca con la “mise en abyme” de la flexibilidad, la
negociación y el diálogo de diálogos tautológicos, de retórica viciada y hueca
en bucle hacia la contingencia que anula la necesidad primera.
El maestro propone las posibilidades
para desarrollar el pensamiento crítico que la cultura dispone. El pedagogo
cree que sabe qué quiere enseñar, cómo, para qué y para quiénes, diseña una
secuencia didáctica que, como un calcetín, le da la vuelta al proceso del
maestro en una pirueta “flipped classroom”
en la que el aprendiz (¿los hay ya?), motivado, hace de la experiencia
cognitiva parte de su pasión. En el caos y la hiperestimulación, en la
ubicuidad pantallal y la condescendencia resignada al antitrauma debilitador,
en la intoxicación de los excesos y el hedonismo de la piel (los alumnos de
acarician, estirados sobre los brazos sobre la mesa, igual que acarician la
pantalla que los trae y los lleva sin moverse).
Los tópicos literarios, correspondencias
antes para el maestro, entre bostezos de los alumnos, son lastres ahora. Nuevos
tópicos alimentan la distopía: aprender a desaprender; adquirir competencias
desde la singularidad del talento personal como garantía de libertad; cultivar,
desde la cooperación sinérgica, el jardín del conocimiento real para ser
eficientes ciudadanos de un futuro mejor; reciclar y reducir el consumo de
plásticos en las vacaciones ecologistas en una isla perdida del universo; huir
de la zona de confort desde las aplicaciones de nuestro terminal conectado al
mundo en frenética actualización y armado de coltán del Congo; enseñar a pescar
a los alumnos protagonistas y líderes de su crecimiento (en vez de, desde la
rigidez curricular, mostrar los bancos de peces que solo se pueden oír, mirar y
percibir y no escuchar, ver y sentir); aulas que son espacios para investigar y
autorretroheteroalimentar el conocimiento significativo; métodos abiertos,
flexibles, posibilidades poliédricas, que encienden la mecha de la motivación
porque saben dar con la inteligencias múltiples; el error como camino de
progreso… No es que piense el maestro que todo eso sea negativo: es que el “coach” y el dinamizador cognitivo lo han
jubilado. Juan de Mairena es una reliquia y Antonio Machado una tumba vacía en
Collioure. ¿El paradigma mental del maestro frena el progreso? ¿Educa en el
adocenamiento de una sociedad industrial y prepara a sus alumnos para la obediencia?
Mucho hay de mito petimétrico en la respuesta que se espera a esas preguntas.
Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932), George Orwell en 1984 (1949) ya nos hablaron sobre los posibles nuevos modos de ser.
Claro, que eran literatos y no economistas o pedagogos. La sociedad futura será
la que los intereses del mercado están diseñando con la complicidad alegre de
todo el que se pueda conectar a la red de redes, toda ventajas siendo como es
una almadraba. Miremos el mundo y leamos esta serie de oposiciones, a ver si es
así como reconocemos nuestro alrededor actual: tener vs. ser; yo competitivo y
egoísta focalizado en los productos vs. nosotros “win-win-win” centrado en las
personas; jefes vs. líderes; jerarquía burocrática centralizada y vertical vs. “redarquía
adhocrática” horizontalizante y distribuidora de la responsabilidad (en un
neocomunismo capitalista de aquello de cada uno según un capacidad –léase
talento o fortaleza- y a cada uno según su necesidad –léase, también, talento
singular o debilidad-); cortoplacismo que busca resultados vs. largoplacismo que diseña procesos; rutina,
memorización y aburrimiento desmotivador vs. creatividad ilusionante; esfuerzo
solitario y analógico vs. facilidad colaborativa feliz, exhibicionista y
digital; esclavitud productiva del individuo vs. libertad emprendedora de la
persona; pausa y duración vs. compulsión factual, hiperactividad zapinguera ¿La
educación provoca el cambio de la sociedad o son los intereses sociales los que
diseñan la educación a la medida de sus necesidades? La responsabilidad social corporativa,
regulada por el mercado, parece muy lejos de buscar en el negocio la felicidad
desinteresada en la vida de las personas de su máquina.
Matrix
(Lana y Lilly Wachowski, 1999), La isla
(Michael Bay, 2005) o la serie Black
Mirror (Charlie Brooke, 2011-2019) o novelas como Crímenes
del futuro (Juan Soto Ivars, 2018) o Factbook.
El libro de los hechos (Diego López Aguilar, 2018), siendo ficción
distópica, distan cada vez menos de lo que se vive en las aulas y en las calles.
Sin ánimo apocalíptico: que la tercera guerra mundial pinta sin más proyectiles
que el monopolio de los intereses comerciales de la tecnología 6G. Felizmente,
asumiendo su prólogo como la protagonista de Nosedive: desde el postureo hipócrita ingenuamente trágico de la
esclavitud de la libertad. O como los protagonistas de Quince millones de méritos.
Un maestro en
humanidades (matemático, físico, filósofo, médico, ingeniero, historiador,
artista o filólogo), a lo Unamuno, a lo Machado, a lo Leonardo da Vinci… Sin
vocación de polímata políglota, que quien mucho abarca, poco aprieta; sin
divismo. Optimista sin prisa ni más negocio que el conocimiento que ha hecho
suyo para compartirlo, socráticamente, regalando criterio, cosechando semillas
de pensamiento crítico (que difícilmente pueden sembrarse desde la
compacta compulsión mediática de los Ted talks -“talent”: “worth spreading”-). El capital sin
dinero de la riqueza de ser felices mientras se es porque se puede pagar. Hacer
caso a la pasión para convertirla en trabajos (serán muchos y variados), poder
disfrutarlos y poder mantener con ellos la felicidad heredada. ¿Lo instantáneo,
lo inmediato como dínamo de la alegría vital? Eso es dinámica de subcontratas,
no de maestros. Educación inclusiva exclusiva.
El viejo oficio de maestro es ya harina
de otro costal: aquella que hacía pan en hornos de leña, que la oferta de panes
actual, además de un timo cultural y económico, parte de la comparación del pan
industrial prefabricado para vendernos su valor añadido. El “maestroescuela”
vive en el recuerdo de los alumnos que, frustrados maestros hoy, cobran como
profesores y ejercen como pastores del caos cognitivo de ovejas que son lobos y
clientes empoderados de su involución progresista conspirada desde los centros
de poder en red concertada por el poder económico y su aliado el tecnológico.
Lecciones de cosas que son lecciones de
nada ahora porque todo está al alcance de todos, fuera, en la nube en la que
habitan los maestros difuntos, empleados ahora como operadores del cable
digitales. El librillo del maestro naufraga en el éter binario de tanto exceso
autodidacticida centrointeresado.
Queda, de su oficio, la rúbrica. No de
pluma (en un bolsillo, en otro, la saboneta), sino de indicadores que
estandarizan la personalización del aprendizaje significativo que aterrizan en
las pantallas desde la plataforma digital de turno que el centro educativo haya
contratado.
El paraíso monetizado de la niñez
transversal que es la vida pone birretes y bandas a los párvulos (infancia
adolescente es la patria que dicta las modas) que son, en la emoción del acto
protocolario de graduación, nombrados “doctor
pueritiae causa”. Los abuelos lanzan los bastones y se arrancan los
audífonos alentados por las lágrimas que provoca ese tierno retoño de futuro.
En un rincón, con el traje gris manchado
de ceniza, cabizbajo sobre el libro, a la luz crepuscular del café, el maestro
levanta la cabeza y esboza la sonrisa serena de la humanidad libre de algoritmos
y plantillas, proyectando su memoria.
(En
paralelo, el contenido es su continente y la verdad es corrección política en
el ágora deshumanizada y “happy”
–emoticono “joy-smile”- del mundo. Y
las monedas se hacen, en la volatilidad de la cosificación, “stablecoins”, activos digitales que
confunden valor y precio, divisas estables en relación al padre dólar,
criptomonedas sin alma ni cuerpo).
Lecciones de nada que son lecciones que
la vida, empoderada de sabiduría, da a los aprendices desde un dentro exógeno,
como la llama divina de la vía iluminativa, sin purgación previa, que es
teletransportación a la unión con la globalidad cósmica, sin salir del yo, con
la casa sin sosiego tomada y mucho griterío de cascos aislantes del alrededor
real.
Bibliografía básica para que Hansel y
Gretel y Pulgarcito, sinérgicamente cooperadores, sepan cómo evitar los
peligros del bosque de la vida:
ERASME
DE ROTTERDAM. Eduqueu els infants ben aviat
en les lletres. Barcelona: Adesiara, Aetas, 25, 2015. Próleg de Gregorio
Luri i traducció de Laura Cabré.
LARROSA,
Jorge. Esperando no se sabe qué. Sobre el
oficio de profesor. Barcelona: Candaya, Candaya Abierta, 9, 2019.
MARINA,
José Antonio. El bosque pedagógico. Y
cómo salir de él. Barcelona: Ariel, 2017. Con la colaboración de Mariola
Lorente Arroyo y María teresa Rodríguez de Castro.
RUIZ,
José Carlos. El arte de pensar. Cómo los
grandes filósofos pueden estimular nuestro pensamiento crítico. Córdoba: Berenice,
Ensayo, 2018.
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La espiritrompa de la pasión magistral sin tarima, a pie de realidad. Y sin cosificar. |