Reloj en el aula: “carpe diem” anegado en “tempus fugit”. Alumnos concentrados en su examen. En la densidad de ese silencio intelectual, se repara la prisa por no llegar y el esfuerzo se acota a una cuantas preguntas, un universo previsible y circunscrito, domado en una condensación de horas que dan aquí sus frutos. En esa plácida contemplación, los destellos se cruzan entre sus pensamientos, pero no lo saben, ajenos en su esfuerzo. Para ir delante de la vida hace falta haber aprendido a ir detrás y a escalarla para atalayarse sobre su cima algún día. Desde allí, el concierto de vivir puede llegar a sonar bajo su batuta.
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Tiempo antiguo prisionero del tiempo nuevo. Arena en metacrilato como agua de clepsidra solidificada.
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El naranjo primaveriza el invierno.
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En el amarillo de la hoja ya vive el rojo vital de la cereza.
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Habitar el pasado. Habitar el presente. Habitar el futuro.
Vivir de recuerdos. Vivir de vivencias. Vivir de esperanzas.
Vivir: caminar machadiana y jánicamente: ser tránsito desde el que fuimos hasta el que seremos, siendo.
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¿Es la muerte una enfermedad que no se cura o es la vida un sueño mientras vivimos la muerte? En esas caminamos mientras creemos que vivimos.
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Vivir la vida. Morir la muerte. Morir la vida. Vivir la muerte. Desde esta orilla, todo es posible. Del otro lado, con visión de altura y perspectiva serena, todo sea un infinito sin límites ni bordes. La agonía y los naufragios de ahora quizás no sean más que turbulencias en un vaso de agua.
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El amor es un hilo invisible que ensarta las agujas de los días por su coso, ojo huero, y es capaz de desclavarlos de su esclavitud a la piel del tiempo.
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