Discurso del callar frente a tanto silencio mediático de pantallas táctiles en las que solo se toca la nada. Alzamos la vista y la bóveda de azogue infinito, ¡qué agobiante desde el reflejo metálico de sus añicos! De nada sirve un adjetivo si no tiene un nombre que lo sustente y lo substancie: el espacio sublime no cabe en una pantalla, fin ya que eclipsa su camino de puente hacia nosotros. Paisaje sin olor. Cuarto estado de la materia: ni sólido, ni líquido, ni gaseoso: virtual, como espuma o burbuja.
Dos horizontes: el de la realidad y el de la pantalla.
“Lo mejor siempre está por hacer”-pensó el agónico poeta en su lecho de muerte.
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Buscas un yo de recambio para este yo. Pero no puede ser un tú.
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Frente a la obsolescencia programada, la resilencia improvisada como un “carpe diem” sisífico.
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La intuición no es más que conocimiento infuso: la vía iluminativa del destello implosivo.
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Miro a tu hija en tu cama, plácida repetición de tu pasado proyectado hacia una promesa de futuro, y me sorprende, una vez más, la vida que somos.
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Así, cebolla de gabardinas, exhibes lo que ocultas: ¡Inhibicionista!
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Transmutación ortográfica; operación de cambio de sentido:
“Banal”, “vanal”: vacío a fuerza de ser común. La banalidad se alimenta de muchos espíritus vanos que convergen, en masa, a anular a las personas para transformarlas en individuos que se vanaglorian en su hueco: su vanidad y devaneos ensanchan la banalidad.
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Intermitencias cordiales: despojos del amor del pálpito, derroche vital en el sumidero de la soledad.
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Adolescencia: prisión de la libertad del querer ser libre.
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