Logomaquia.
En la oscuridad, dirigir con batuta precisa los matices del silencio. En los tiempos del acelerador de partículas, demorarse en el tiempo del crecer de las hojas de un árbol, sin aceleración virtual. O someter al yugo de la cámara ralentizadora la velocidad atómica hasta hacerla visible y humana, como la lentitud de los bueyes.
Gafas de graduación lírica para ver lo invisible. Audífonos de calibrado acústico para oír lo camuflado bajo el ruido. Guantes de sensibilidad táctil para sorprender los más íntimos matices de las texturas. Implantes papilares para descubrir la gama infinita que va de lo dulce a lo amargo. Prótesis epiteliales para computar las fronteras de los aromas.
Basta con especializarse en sinestesias. Basta con ser humano. Alguien fue perito en lunas: podemos heredar su ingeniería poética y hacer un doctorado en sentimientos y sensaciones. Que los gadges del cibercentrismo atrofian los sentidos, los anestesian mientras fingen estimularlos, embaucadores y lisonjeros.
No ver para creer. No oír para sentir. No tocar para amar. No gustar para disfrutar. No oler para querer. Virtualidad del goce que no gozamos porque en él no somos, estamos.
Basta con mirar el cielo detrás de su oscuridad. Basta con mirar el mar bajo su superficie. Tras los ojos, oído, tacto, gusto y olfato, sinfonía sensorial. Dimensión real de la vida, tal cual es, sin filtros, infinita y adánica para los sentidos ávidos y despiertos. Superrealidad que habita en lo que no sabemos leer, analfabetos emocionales.
Destellos que abren ojos instantáneos en la oscuridad,
que son eco débil de los infrasonidos,
que suavizan asperones microscópicos,
que aderezan sibaritas manjares, sutilmente,
que impregnan de incienso la aséptica rutina.
Destellos que remueven las ideas.
Taumaturgia.
₪
Naufragio orbital de mí mismo. Circunvalación del yo.
₪
Melancolía: agradable sensación de dulce pérdida.
₪
Abusar de la anécdota, explotar la excepción, es abolir su posibilidad.
₪
Paisaje doméstico desolador: una casa sin libros. Las historias duermen, catalépticas, en los gigabytes de la nada. El final de Fahrenheit 451:zombis levitando en una aséptica y desoladora sala de hospital con la manos vacías y la mirada perdida.
₪
La novedad se precipita en su duración efímera, desmoronándose para darse paso en su caída fractal. Caducidad suicida a la que nos aferramos, homicidas.
₪
Memorias perdidas por los cajones: dispositivos que incitan a la acumulación para densificar el olvido, que se inmaterializa mientras permanece ignorado y amorfo.
₪
Locución vital: rodeo sinestésico para alargar la sensación. Diletancia del rutinario creativo.
₪
Eneriza junio. Febrerea enero en su cuesta, acatarrado. Septembrea agosto, que agoniza, agostado, buscándose en lo que no es, ahíto de sol, mar y chicharras, hambriento de lluvia y otoño.
₪
Osteoporosis financiera del cuerpo del mundo.
₪