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La velocidad se nutre de la lentitud de la duración. Llegar es el camino.(Fotografia de Manuel Morales en el atardecer luminoso del sábado 24 de febrero de 2018) |
Llegados hasta aquí, todo
queda en nada. Y aunque repensar la vida parece una pasión inútil, en la
planicie del magma criterial, los estribos se pierden, se desbocan los
caballos.
Dios, esa convergencia
obsoleta que mutó en consciencia después de morir, se diluye estéril en el
relativismo infinito de la empatía como negocio. La responsabilidad personal,
efecto colateral de la metamorfosis divina, se evalúa en plantillas que un
sistema de subcontratas retroalimenta hasta la eficiencia kafkiana. Hay un “big eye” que
todos alimentamos para que nos vea y apruebe. Alineados, somos el aliño de una
esencia vacía.
Entre la pedagogía militar y
el “self made” mainfulnésico de las “flipped classroom” y el “learning by doing” hay todo un nicho de
negocio. Entre la academia magistral y el autodidactismo alephita de “youtubers” e “influencers” hay un paso de la evolución mental (¿qué dirá la
neurociencia la respecto?) que nos saltamos. Entre la sinergia y la dispergia
queda un hueco para el progreso.
He sido un profesor
apasionado por enseñar lo que me apasionaba. Ahora soy un implementador de
contextos cognitivos motivadores y significativos, empoderantes y
heteroevaluantes, en los que la metacognición y la transparencia del proceso me
anulan y desempoderan en un mar de falsas evidencias que emborronan informes que recogen los indicadores de tan quirúrgica
precisión de vaguedades contrastables. Y en el trayecto se ha perdido la pasión
por aprender, dulcificada en gamificaciones que alargan la infancia hasta
pasada la universidad. De una cultura presente basada en el pasado, a una
compulsión utilitarista tan abocada al futuro que anula el presente. La
individualidad, disfrazada de personalización, se hace vórtice de progreso. Cada
uno es su maestro y desprecia el límite enriquecedor, como la creciente del pan,
de su referente exógeno hecho semilla mental. Abolir la oposición, tunear con
talentos múltiples la negatividad no da
alas: diseña una realidad de sastre “ad
personam” en un universo de confección industrial y explotación laboral.
Los modelos educativos son antinaturales, claro, pero no deben ser militares.
Un niño debe ser niño y prepararse para ser adulto, en un proceso de ritmos
alejados de los intereses económicos.
Si Sócrates pasa a ser un “coach” que diseña itinerarios curriculares personalizados mal vamos
para seguir progresando. Porque el negocio de la educación se hace médula
social, más por negocio que por altruismo humano, aunque se disfrace de coartadas
globalizadoras, cooperantes, ecologistas, inclusivas y neurocientíficas.
De ahí la imagen que da entrada a estos Destellos. En la
cápsula tecnificada del andar, después de una comida con amigos, con el sol
poniente recortado la sierra que es Montserrat y mi amor de copiloto, vuelvo.
Porque volver da argumentos a la velocidad del avanzar.
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Con las cuatro ruedas sobre la
carretera, prótesis doméstica de la velocidad, cultivamos la bilocación en
diferido.
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El árbol tiene raíces-bulbo que son corazones que bombean
la sangre que nutre la floración de los cerebros de sus ramas, que pagan la
vida que reciben con fotosíntesis de neuronas radicales.
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Culturalmente, “niña” es la costilla de “niño”, “varona”,
de “varón; pero el hombre es la sombra fértil de la madre tierra.
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Entre el árbol
de la vida y el de la ciencia, la pantalla.
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La cultura se hace el harakiri de la prisa.
Inmolación de la inmediatez mediática, en soledad.
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Paisaje para la nueva felicidad: Fahrenheit 451, mestizaje
comercial Benetton y ecumenismo fraternal de testigos de Jehová en una
decoración minimalista de Ikea y banda sonora de una “playlist Spotify” como
hilo musical de un aire de pago.
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El ceño fruncido del ánimo.
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La épica del estudiante se nutría de insomnio, café y
esfuerzo. Ahora es pura eficiencia feliz, significativa, competencial y utilitarista.
Por eso los ingenieros acaban trabajando como expendedores de alegría en McDonald’s.
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Necesidad de lastre para volar. Necesidad de ancla para
pararse a navegar.
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