Entre el mar y
la tierra también hay una frontera, como en cada instante. Si eres agua
conquistas brevemente la orilla, la empapas para retirarte a tus dominios. Si
eres tierra te dejas querer, te dejas mojar: el aire y el fuego solar son tus
aliados y ponen el agua a tus pies o te los secan. En esa indefinición, en los
matices de espumas e irisaciones, está la proeza discreta que entretiene al
paisaje. La orilla nunca es dos veces igual, aunque, minimalista, vuelve
siempre sobre su inasible eje espacio-temporal. Metamorfosis de la permanencia.
Siempre es frontera,
duda
entre las certezas
de
agua y arena.