Entre el mar y
la tierra también hay una frontera, como en cada instante. Si eres agua
conquistas brevemente la orilla, la empapas para retirarte a tus dominios. Si
eres tierra te dejas querer, te dejas mojar: el aire y el fuego solar son tus
aliados y ponen el agua a tus pies o te los secan. En esa indefinición, en los
matices de espumas e irisaciones, está la proeza discreta que entretiene al
paisaje. La orilla nunca es dos veces igual, aunque, minimalista, vuelve
siempre sobre su inasible eje espacio-temporal. Metamorfosis de la permanencia.
Siempre es frontera,
duda
entre las certezas
de
agua y arena.
Interpreto el “siempre” como sustantivo abstracto, no como adverbio: esa frontera que hay en todos los instantes en todos los tiempos tan bien ilustrada con la imagen de la orilla del mar (o de la tierra). Esa sutil franja entre o seco y lo mojado, entre el pasado y el futuro. A un lado, la certeza de lo que se recuerda (o se inventa); al otro, la certeza de lo que se desconoce de forma absoluta (aunque se pueda intuir –es, por tanto, la certeza de lo que no sabemos-). Entre las certezas, la duda de vivir, el presente: la impureza anfibia de elegir vivir en un sentido o en el otro, siempre entre dos medios.
ResponderEliminarMe gusta este haiku que utiliza la naturaleza para abstraerla y explicar con ella el pensamiento.
¡Qué suerte, amigo don José María, tenerle como lector! Esa era mi idea al condensar en el haiku la percepción temporal. En este mundo donde el cambio heraclitiano (pero sin su trascendencia: ahora todo es más prosaico, más material) es la única certeza, quise plantear cómo podemos vivirlo desde una mentalidad anterior a esta modernidad líquida en la que naufragamos: la nostalgia de lo vivido y la ilusión de lo que esperamos es lo cierto; el instante que siempre se nos está yendo, la cuerda del funambulista volatinero. Y el mar, que siempre está ahí, es la mejor imagen para hacerlo evidente. Habrá que aprender a ser un equilibrista de lo efímero para poder llegar a mañana.
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