El
Premio Águilas de novela medio siglo después.
Maniobra
ilustrada para potenciar la industria turística desde la promoción cultural.
Pascual Gálvez Ramírez. Casa de la cultura
Francisco Rabal (16 de agosto de 2018)
“En breve espacio mucha Primavera”
Luis
de Góngora, Soledad segunda (verso
339)
Presentación.
Esta
ponencia tiene dos caras complementarias: esta charla en la que, sobre
imágenes, vamos a contextualizar las coyunturas que dieron lugar al Premio
Águilas de novela (el porqué y el cómo); y un texto que podrán leer en el
enlace que, desde mi blog Limbos,
tendrán en el grupo de “Facebook” Premio Águilas de novela (1968-1972), en
el que disponen de los datos y precisiones que no caben en una conferencia de
cuarenta y cinco minutos. La charla sigue una estructura panorámica y
cronológica y el texto profundiza de forma temática sobre los aspectos más
relevantes.
El
título es heredero del de un artículo de Ramón Jiménez Madrid, Hijo predilecto
ya de Águilas: “El premio Águilas de novela: casi veinte años después” (1986),
que acaba de reeditar en Mosaico aguileño. También recoge el acto
del cuadragésimo aniversario de Premio organizado por Josep Asensio Ramírez el
7 de febrero de 2009 en el hotel Juan Montiel)
Me
emociona estar hoy al otro lado de la atención. Mi interés por la cultura me ha
llevado a Mirando al mar en sus
veintitrés ediciones y me ha hecho uno de sus asistentes más fieles. Con Ramón Jiménez Madrid, con Juan María Vázquez Rojas, con José Asensio
Mayor y, ahora, con Jorge Novella Suárez. Creo que solo ha sido más asiduo Juan
Oliver (quien, además, me ha permitido volver a ver o asistir en diferido en su
Kalika films a las pocas que me he
perdido). Juan de Dios Hernández es quien más me ha enseñado porque es quien
más veces ha hablado desde este balcón cultural que mira la mar aguileña. El
Premio Águilas de novela, que pretendía ser el galardón novelístico del verano,
pervive en parte en este cultivo del intelecto estival que son estos ciclos de
conferencias, adscritos a la Universidad del mar.
Lo
que expondré hoy es parte de mi tesis doctoral en curso, cuyo título es
Análisis
histórico, social, económico, político y cultural de las condiciones que
hicieron posible la convocatoria del Premio Águilas de novela entre 1968 y 1972
y estudio literario de las obras ganadoras.
La
maniobra ilustrada de hacer de la cultura el valor añadido al atractivo natural
de Águilas para crear una industria turística.
Podría
dedicar más de una hora a agradecer, solo diciendo nombres, a todos aquellos
que forman parte del proceso investigador. Seguro que entre los asistentes hay
quien sabe más que yo sobre algunos aspectos de los que voy a hablar. Mi
propuesta es una ventana abierta (como el grupo creado en “Facebook” hace cuatro años en el que es fundamental Antonio Navarro
García, Akila): construcción viva de la investigación, historia desde la
intrahistoria (testimonios, prensa, vestigios…) De esa estructura reticular se
nutre y sobre Pepi Navarro, la responsable del Archivo municipal, vuelve de
forma periódica para documentarse.
Parte
del proceso ha sido también el intento por dar lugar a una segunda época del
Premio Águilas de novela en este 2018, junto al amigo Josep Asensio Ramírez. Me
consta que hubo un intento anterior, sobre el 2005, cuyo promotor fue Alfonso
Escámez. Ese proyecto es hoy la segunda edición del Premio Águilas de relato
breve cuyo timón lleva Josep Asensio Ramírez y cuyo fallo se dará a conocer el
próximo viernes 24 de agosto en el Auditorio.
Lo que
motivó mi interés por el Premio fue una pregunta de Manuel Aznar Soler. Era yo
por entonces un especialista en la obra de José María Quiroga Plá, un poeta
ignorado de la Generación del veintisiete exiliado en Francia. Sobre él había
hecho la tesina dirigida por el doctor Aznar Soler. Quería saber sobre el
Premio Águilas de novela y, en concreto, sobre Cecilia García de Guilarte,
republicana exiliada en México. Nada sabía sobre el asunto. Quedará claro hoy
que me interesó hasta cambiar al bueno de Quiroga por un trozo de la historia
de mi pueblo. Esta investigación me permite volver, desde la madurez
consciente, a la infancia. He hallado, pues, una coartada investigadora y
vital. El exilio me ha hecho regresar a la raíz del paraíso de mi infancia
Introducción
El 7 de mayo pasado se cumplieron cincuenta años de la
presentación de las bases del Premio Águilas de novela en el hotel Mindanao de
Madrid. Ángel María de Lera y Emilio
Landáburu fueron los dos brazos, el literario y el político, de una idea colectiva
que pretendía promocionar Águilas desde la cultura y, además, potenciar la
nuevas creaciones novelísticas. Mañana
17 de agosto se cumplirán los cincuenta años de la primera gala que le dio a
Lorenzo Andreo el primer Premio Águilas de novela en el hotel Calarreona.
Medio siglo permite comprobar cómo ha progresado un
pueblo en lo físico y en lo cultural.
Pero empecemos en 1966. Ese año Juan Goytisolo publica en
la editorial Joaquín Mortiz de México Señas
de identidad. En España no se
podrá publicar hasta 1976: es la década de un castigo administrativo en el que
contextualizar la singularidad del Premio Águilas de novela. Señas de identidad, con Tiempo de silencio Luis Martín Santos
(1962), Rayuela de Julio Cortázar
(1963) y Cinco horas con Mario de
Miguel Delibes (1966) es una de las novelas que hace de puente entre el
realismo social y la renovación de las técnicas narrativas que producirán obras
desde el realismo dialógico y crítico, lo real maravilloso o la experimentación
estructural. Como después hiciera otro exiliado, Max Aub, en La gallina ciega (Joaquín Mortiz,
México, 1971), en su venida (que no vuelta) a España en 1969, Goytisolo se
retrata desde el personaje de Álvaro de Mendiola, un fotógrafo catalán exiliado
en París que vuelve para encontrarse en España en el verano de 1963. Todo el capítulo cuatro centra su acción en
la Águilas de la segunda mitad de los cincuenta, en la rememoración del
protagonista. La población es en la novela símbolo del atraso cultural y social
español, de la opresión, pobreza e ignorancia, del desfase respecto al progreso
europeo, del determinismo del clima. La visión crítica que elabora Goytisolo
tiene un objetivo literario en la ficción y carga las tintas como mejor le
funciona para su fin novelístico. Antonio, el personaje coprotagonista en esa
parte de la novela, es alguien confinado en Águilas (como lo fuera el tío de
Goytisolo que le proporcionó los datos que el mismo autor pudo comprobar en sus
estancias) y nos permite hacernos una idea (literaria, al menos) de las condiciones en las que se vivía en esa
Águilas de posguerra.
Pero Águilas era mucho más que una chanca suresteña.
Caminos de agua la habían hecho rodal
fértil del mundo en la antigüedad clásica. Como ciudad la fundaron los
ilustrados del siglo XVIII: el conde de Aranda y el conde Floridablanca, Sebastián
Feringán, Antonio Robles Vives…. Y a finales del siglo XIX y principios del XX los
“ingleses” construyeron los caminos
de hierro y con ellos enraizaron el “foot
ball”, algunas costumbres y la prosperidad industrial de la minería, el
esparto y la barrilla. Tanto fue su interés y su influencia que había consulado
inglés y dos capillas protestantes. Su ubicación, arrinconada en zona de
frontera, protegida por la sierra de Almenara, la preservaba, le daba un
microclima que la singularizaba. Y desde su ecosistema de paisajes y personas
se podía abrir al mundo y prepararse para recibir mundo. Tertulias, convivencia de diferentes
confesiones religiosas, balnearios que eran también teatros, cines, un número
de publicaciones que no deja de sorprendernos, daban vida a una población
extrovertida y acogedora. Los Severo Montalvo, Luis Siret, Edmund Sykes,
Gustavo Gillman, Juan Gray, Mac Murray o George Lee Boag dieron a los aguileños
un cosmopolitismo singular cuyo progreso la guerra civil cortó de cuajo y
eclipsó. El Premio Águilas de novela, en la recta final del franquismo, consigue
empezar a volver a lo que era esencia de Águilas. Esa conjunción de intereses
que fue concreta la ósmosis que construye la nueva etapa de su progreso: el
turismo familiar le da la raíz que vuelve sobre sus orígenes y el turismo
“forastero” le da las alas para ser mundo. Con la cultura, en su sentido más
amplio, como aglutinante. Ya lo dicen algunos de los eslóganes acuñados:
“Águilas, donde el forastero deja de serlo”; “Y en Águilas me quedé”; o este
otro, ya de los años ochenta, “The Mediterranean warn nest”, que lleva el eco
del inglés aguileño del “chambi” (“sandwich”)
o de “chipichanda” (“ship Chandler”,
abastecedor nativo de los “vapores”). Tres símbolos pueden acercarnos a las
intenciones, logros y fracasos del proceso urbanístico del que el Premio
Águilas era mascarón de proa: Las cuatro calas de Julián Ruiz Aranda, el
complejo Delicias diseñado por Miguel Fisac y construido por los hermanos
Peregrín y el sueño frustrado de ese proyecto ilustrado que iba a ser la
residencia de escritores Antonio Machado como instalaciones de Centro de las
Artes y las Letras de Águilas (C.A.L.A)que acabó siendo el centro de formación
Alfonso Escámez. El lustro 1968-1972 es una sinécdoque del prólogo de la
transición en España.
Para entender las coyunturas que dieron lugar al Premio
Águilas de novela es necesario hacer un breve repaso contextualizador de la
gestión del poder consistorial. Cinco son los alcaldes que preparan el terreno,
lo siembran, lo cultivan y lo acaban dejando en barbecho: con José Fernández Martínez (1957-1961) el empresario visionario Julián Ruiz Aranda
abre el melón de la posibilidad; con Vicente Bayona López (1961-1963) la
cultura cinematográfica de sus “Águilas de Águilas” inicia la complementariedad
promocional; con Luis Muñoz Calero (1963-1967) los planes de ordenación urbana
y los complejos turísticos empiezan a dar el “skyline” de Águilas; con Emilio Landáburu García (1967-1972) Ángel
María de Lera concreta en el Premio Águilas de novela la simbiosis
político-cultural promocional; y con José María Guillén Florenciano (1972-1979)
el modelo que suponía el Premio se hace insostenible y reconvierte su posibilidad
en la que ha sido característica en los veranos aguileños hasta nuestros días.
También debemos recordar que había un Ministerio de
Información y Turismo (cuyo objetivo fundamental era la propaganda oficial) que
era un organismo tentacular que controlaba la censura, los medios de
comunicación y administraba el turismo. Promoción turística y censura, por
tanto, dependían de la misma voz. En los años que nos ocupan los titulares de
esa cartera fueron Gabriel Arias Salgado (1951-1962), Manuel Fraga Iribarne (1962-1969) y Alfredo
Sánchez Bella (1969-1973). La voz de mando más cercana era la de los
gobernadores civiles de Murcia: Alfonso Izarra Rodríguez lo fue entre 1967 y
1970 y Enrique Oltra Moltó entre 1970 y 1973.
Águilas iba a ser “El paraíso del Mediterráneo” según
proclamaba el eslogan del promotor Julián Ruiz Aranda, quien bautizó la zona de
Las cuatro calas y Matalentisco como “Playas de la esperanza”. Era
entonces uno de los municipios de la “Costa de la luz” (o “Costa blanca”),
antes de serlo de la “Costa cálida”. Era “La perla del Mediterráneo” y había
que construirle una concha de ostra a medida, con arena extraída de algunas
playas incluida. En una carta del alcalde José Fernández Martínez a Armando
Muñoz Calero, fechada el 2 de febrero de 1959, podemos
leer:
“Mi querido amigo: Después de escribirte la carta referente al asunto de
Juan Navarro, vuelvo a hacerlo para hablarte sobre el asunto que ya conoces de
los proyectos sobre la construcción de hoteles y residencias con miras al
turismo, de lo que ya te he informado por teléfono.
Hoy
he recibido un telegrama del Sr Ruiz Arada dándome cuenta de haber establecido
contacto contigo.
Ya puedes imaginarte el estado de ánimo en que
nos encontramos todos ante unas perspectivas tan extraordinarias como se le
ofrecen a Águilas, ya que de llevarse a efecto los proyectos de estos señores
sería algo que rebasaría nuestra propia imaginación.
Es conveniente que tú que estás en esa y has
de tener más ocasión de tratar de cerca todo esto, en cuanto se refiere a su
planteamiento y desarrollo en las esferas oficiales, me des tu opinión sobre
ello en cuanto a la garantía de las personas que intervienen en este negocio y
sus posibilidades de realización.
Ayer recibí también una carta del Sr
Espallardo que [es] su representante en esta zona, dándome cuenta de que próximamente
se desplazarán a esta fotógrafos y topógrafos para iniciar sus trabajos.
Dentro de la zona demarcada por estos señores,
concretamente en la finca propiedad de Bartolomé López, adquirió unos terrenos
el Doctor Poyales de esa, al cual nos hemos dirigido pidiendo vendiese dichos
terrenos al Ayuntamiento para este fin.
Este señor nos manifiesta no poder acceder a
ello por haber adquirido los citados terrenos con miras a la construcción de
una residencia para veranear él y su familia aquí. Si tú le conoces y tienes
ocasión de hablar con él, es conveniente que lo hicieses para ver de llevar su
ánimo el convencimiento de que debe vendernos los mencionados terrenos en
evitación de que el Ayuntamiento tuviese que adoptar el procedimiento de
expropiación forzosa, ya que por parte de los demás dueños de terrenos de la
zona afectada no hay al parecer ningún inconveniente.
Espero tus prontas noticias sobre todo esto
y por que respecta a mí ya te tendré también al tanto de los acontecimientos.
Reciba un afectuoso abrazo de su buen amigo
José
Fernández”
El
tono y el contenido es representativo de cómo se llevaban a cabo las gestiones de esta índole es esos
años. Aguileños ilustres amantes de su tierra que la servían desde su posición:
Armando Muñoz Calero y Alfonso Escámez son dos de los prohombres que pueden
representar a los demás benefactores. Con el Premio Águilas de novela se
buscará la complicidad del pueblo, en una estrategia de neodespotismo
ilustrado. El sello que editó Correos y subscripción
popular son su puesta en escena, el símbolo, de una forma de hacer del turismo
y la cultura una marca de aguileñidad. La necesidad de promocionar la empresa
desde los medios (que fraguará en el Las cuatro Plumas –y Pura Ramos- y Ángel
María de Lera) podemos verla ya en esta carta de Jesús Hermida (vinculado por
entonces a Europa Press y después visitante ocasional del chalet del Hornillo)
del 4 de mayo de 1959 y dirigida al alcalde José Fernández:
“Querido
amigo:
Después
de los dos reportajes publicados en La actualidad Española y Arriba, en los que
se tocan aspectos de Águilas en relación con el Gas del Sahara, nos proponemos
hacer otro en el que Águilas figure totalmente en primer plano por sus
bellezas, situación y clima.
Para
facilitarnos un poco la labor, le agradeceríamos nos remitiese dirección y
detalles de la empresa constituida para explotar el turismo en esa población y
que, según creo, ha incorporado el nombre de Águilas a su título social.
Aprovechando
la ocasión para expresarle nuestro agradecimiento por las atenciones recibidas
durante nuestra estancia en ésa, le saluda cordialmente,
Jesús
Hermida”
El 25
de junio de 1959 Julián Ruiz Aranda, apoderado de la sociedad “Equipamiento
Turístico y Hotelero de la Costa de Águilas, S.A”, cuya central mercantil
TURSA, situada en Madrid, presidía José Jaúdenes Junco (que también se
registraría en 1965 en el Boletín oficial
de la propiedad industrial como “Fomento turístico de la Costa de Pulpí”- y
antes figuraba como apoderado general de PROMOTURSA-), desde un carisma
emprendedor singular, inicia las gestiones para acomodar el paraíso
natural a las condiciones necesarias
para atraer el turismo. Presentó un ambicioso plan para que los equipamientos
turísticos pudiesen responder a las expectativas que se querían crear. El
arquitecto Muñoz Monasterio hizo el estudio y realizó los planos para construir
entre los parajes de la cala La Higuerica, Cala Cristal y la carreta de Águilas
a Cuevas de Almanzora hoteles, apartamentos con club náutico, embarcadero,
campos de tenis, cámping y los servicios complementarios necesarios. En octubre
de 1959 se presentó el proyecto definitivo. Se denominó Las Cuatro Calas por
abrazar Calarreona, La Higuerica, Calacerrada y La Carolina. El contraste entre
el presupuesto ordinario del consistorio de 1960 (4.260.428 pesetas –unos
25.600 € al cambio-) y los planes megalómanos de Ruiz Aranda (que cifraba en
unos cuarenta millones de aquellas pesetas –unos 240.405 €-) nos sitúan en el
prólogo de la ilusa pretensión urbanística de la costa aguileña que llegó a
traer a la población hasta al subsecretario de Información y Turismo.
No
especulaba Ruiz Aranda sobre el vacío. El Ayuntamiento de Águilas había
aprobado en pleno el 8 de agosto de 1957 la creación de una comisión que
potenciara su desarrollo turístico en consonancia con las consignas y
expectativas económicas que desde el gobierno de Franco se estaban implementando
en su política del desarrollismo con el turismo como mayor baza. El consistorio
y los posibles mecenas aguileños se alinearon en esa dirección como veremos.
Aunque el reglamento de concesión del título de “Vecindad turística” no le fue
concedido hasta finales de los sesenta (y su oficina de turismo no se abrió
hasta el 16 de noviembre de 1980, con Cristóbal Ruiz como alcalde y Carlos
Collado como concejal de turismo)
La
prensa recoge la pretensión de Ruiz Aranda y su intención de comprar un millón
de metros cuadrados (hipérbole de las 52,6 hectáreas -526.000 m2-)
con propaganda como la que sigue, síntoma de un desarrollismo especulador que
buscaba en el turismo su nicho de negocio :
“Noble por su origen. La mandó construir
Carlos III, el Rey creador, artista y urbanista. Águilas es también un capricho
egregio y una bendición de la naturaleza. Acogedora por su clima privilegiado,
por la civilidad y hospitalidad de sus habitantes; por la variedad e intimidad
de sus playas de fina arena y de suave pendiente; por la protección que le
prestan las ingentes montañas que la respaldan y la guarecen de las raras
inclemencias climáticas invernales, Águilas no tiene par igual en todo el
Mediterráneo español.
Por
entender que el turista no es un viajero ocasional, repetido a millones de
ejemplares, sino que en cada caso, un fiel mensajero de la buena acogida y de
mejor trato recibido, o, por el contrario, un detracto del lugar y de las
gentes que atentaron contra su asepsia, contra su paladar, contra su
tranquilidad o contra su cartera…Águilas, todo el vecindario de Águilas. Vela
celosamente para que el turista que le visita… vuelva una y otra vez. FOMENTO
DE ÁGUILAS, vigila, cuida y aconseja. Los intereses del turista, priman.
Lo
esencial, es decir: el Sol de todos los días, las más dulces temperaturas a lo
largo del año, las más bella e íntimas playas, las gentes más acogedoras y la
tranquilidad y la facilidad de vivir, todo esto ya lo tiene Águilas. El resto;
la indumentaria verde del suelo –árboles, arbustos y flores en abundancia-
surgirá, por transplantación, al mismo tiempo que los hoteles, los clubs, los
chalets y moteles, los terrenos deportivos, las diversiones… FOMENTO DE ÁGUILAS
conoce las necesidades y sus técnicos saben satisfacerlas.
Vivir
dinámicamente sobre el mar, practicando alegremente todos sus deportes o practicar
plácidamente todos los deportes en tierra, eso es Águilas. Por un lado, la
pesca submarina –con pingüe resultado-, la natación olímpica en mar abierta, el
ski náutico, las regatas a motor y vela. Por otro lado, el tenis, el golf, el baloncesto, la bolera, la
pelota vasca. En Águilas se lucha contra el tedio y se le vence, se busca la
tranquilidad y se la encuentra. FOMENTO DE ÁGUILAS promueve las competiciones y
las premia en colaboración con los 108 medios deportivos españoles.
El
promedio anual de días de lluvia en Águilas, es de 33. No se conoce más hielo
que el artificial producido por las neveras…Águilas, además de poseer las más
bellas playas, produce las legumbres más tempranas de todo el Mediterráneo
español. Su tomate de invierno, es el más codiciado y el mejor cotizado en los
países nórdicos por ser el de más segura recolección… El clima es el mejor
aliado de Águilas en todos los casos. Lo mismo es rentable el clima en la
agricultura, que en cualquier inversión turística. En su chalet o en su motel,
por ejemplo.
En
automóvil, en ferrocarril, en avión o en yate, se puede llegar cómodamente a
Águilas. Desde Madrid por excelente carretera, desviando hacia Águilas en Lorca
(kilómetro 453 de la nacional Madrid-Almería). Desde Madrid, igualmente y en
ferrocarril, cambiando una sola vez en Alcantarilla (Murcia). En avión (dentro
de pocos meses) desde cualquier aeródromo europeo hasta Murcia (capital) y
desde allí, en auto, hasta Águilas,… por magnífica carretera en 45 minutos; y
pronto, en helicóptero, en 20 minutos. Por mar; todas las rutas conducen al
puerto de Águilas, bien acondicionado para recibir hasta barcos de 8.000
toneladas. Desde Águilas, el viajero puede excursionar: cómodamente por el
interior, por las montañas, donde abundan los valles fértiles, la caza, los
panoramas bravío, las casa de campo acogedoras donde descansar y saciar la sed
y, acaso, el apetito”
El
siguiente documento, dirigido a los aguileños, muestra las intenciones
generales de todo lo que se estaba cocinando desde finales de los cincuenta y
que tendría su máxima expresión (hasta ahora) en el Premio Águilas de novela.
Esto quería implementar, y de esta manera, Julián Ruiz Aranda en enero de 1964
con su empresa Fomento de Águilas, una de las concreciones de su Equipamiento Turístico y Hotelero de la
Costa de Águilas, S.A
“Carta
abierta al vecindario.
Todos los aguileños habéis
recibido ya por correo el anuncio del PLAN ÁGUILAS, publicado antes en la
prensa.
Os
habéis preguntado unos y otros si este PLAN es algo más que un sueño. Y
algunos, ni siquiera os lo habéis preguntado, puesto que perezosamente habéis
considerado siempre como un ideal inaccesible que vuestro pueblo ascienda a la
categoría que turísticamente merece.
Nosotros,
sin embargo, no tenemos para nada en cuenta lo que opinéis unos u otros, porque
sabemos por experiencia que, no obstante vuestro escepticismo, cada uno de
vosotros vais a intentar creer que el PLAN ÁGUILAS se realizará:
1º-
Los que tenéis brazos que ofrecer, vais a intentar creer porque pensaréis en
que el PLAN puede traeros a vosotros y a vuestros hijos trabajo constante y
bien remunerado, que no en balde son los hombres de FOMENTO DE ÁGUILAS los que
elevamos, los primeros, el nivel de vuestros jornales, que todavía no han
alcanzado su máximo…
2º-
Los que andáis, muy lógicamente, tras la perra gorda (a veces demasiado gorda)
que puede produciros en verano el alquiler de un alojamiento sobrante, vais a
intentar creer en el PLAN porque partiendo de él echaréis ya vuestros cálculos
para, sin esperar a que se realice, pedir la luna a quien intente hallar en
vuestras casas un aposento más o menos confortable e higiénico.
3º-
Los comerciantes vais a intentar creer en el PLAN porque vuestro negocio
necesita clientes nuevos y facilones que desprecien los que os son habituales,
tan parcos, cicateros y lentos en el pago a causa de la crónica necesidad.
4º-
Los que intentáis, sin conseguirlo, vivir decentemente de lo que os da la
tierra y los bichos que ella os ayuda a nutrir, vais a intentar creer en el
PLAN porque espiráis a que la pobreza endémica de vuestros cuatro terrones se
transforma, gracias al apetito o al capricho de los turistas, en incontables
fajos de billetes verdes, de esos billetes que veis solamente cuando llueve a
tiempo y cuando los precios compensan…
5º-
Los que tenéis cuatro cuartos y que a fuerza de contarlos y recontarlos se os
antoja que tenéis más, vais a intentar creer en el PLAN porque tenéis
necesidad, mucha necesidad de que vuestro pobre dinerín se estire más y más,
como sea, ya que en Águilas, tan complaciente y dulce como es, se muere uno muy
tarde y, antes de morir, habéis sembrado mucho chico que, inexorablemente,
germina y grana…
6º-
Los que peleáis duramente en el mar para sacar de él los cuatro pescaditos
necesarios a vuestro condumio diario y a los cuatro auténticos cuartos para
engañaros a vosotros mismos y haceros creer que vivís cuando, en realidad, solo
vais tirando miserablemente, vais a intentar creer en el PLAN porque hasta
ahora os embarca el hambre más que el magro peculio que sacáis del mar, faltos
como estáis de otro menester más seguro y mejor pagado…
Creyendo,
teniendo fe en vosotros mismos, es decir, en vuestro pueblo, es como
conseguiréis que los demás os tengan fe y os ayuden.
Los
hombres de FOMENTO DE ÁGUILAS, creímos los primeros y rompimos el fuego los
primeros, arriesgando el dinero de los amigos y enajenando el propio
patrimonio, aún antes de poseer en la costa la menos parcela de terreno.
Después surgieron, como siempre, los aprovechados, los “ocasionistas” que no
habían sido capaces, antes, de dedicar ni su voluntad, ni su fervor, ni un solo
duro a su pueblo y que encontraron, sin embargo, lícito vivir de las rentas que
nosotros habíamos sembrado a bolea al sacar a Águilas de la ignorancia en que
la tenía en el mundo turístico…
Así,
desde entonces, asistimos a la danza y contradanza de las especulaciones
desatadas sobre los inmuebles, sobre los locales de negocio, sobre los terrenos
costeros, sobre el propio estómago de los aguileños…
Por
ese camino y si no se corta de raíz, esperándose a la Ley, esta carrera
desenfrenada a los provechos equívocos y siempre fraudulentos fiscalmente,
Águilas se jugaría su porvenir y lo perdería.
De
aquellos que, con sana objetividad, pensamos, arriesgamos e hicimos los
primeros por Águilas, hayamos tomado ahora, desde FOMENTO DE ÁGUILAS, las
medidas tácticas pertinentes para
evitar, en buena compañía, que se malogre lo hecho y alcanzado por nosotros, no
dejará de merecer el aplauso y la adhesión del vecindario. E incluso merecerá
el aplauso y la adhesión, aunque tardíos, de los propios especuladores que se
convencerán de que nuestra política tiende a que ellos ganen dinero, siempre y
cuando el pueblo de Águilas lo gane también… y al mismo tiempo. Que esto es lo
que se busca con EL PLAN ÁGUILAS.
Julián Ruiz Aranda es quien abre el
melón de la posibilidad en la costa aguileña: el Premio Águilas de novela será
una de sus consecuencias. Tras su intención, con un hotel de ocho plantas y 144
habitaciones diseñado por Deimly-Ostrisky presentado como maqueta en 1962 (y
publicitado en el Libro de festejos y en folletos) vinieron los primeros
establecimientos hoteleros modernos. Al Calypso (cuyo nombre era recuerdo de
los trabajos oceanográficos del profesor Cousteau) se fueron sumando la
residencia La Calica (1966), la residencia Ávila (1967, que pasó a llamarse
Stela Maris y Bahía después), el hotel Calarreona (1968, con sus 44
habitaciones y sus tres estrellas), la residencia Madrid (1970) o el Carlos III
(1977).
La secuencia hasta el Premio
Águilas de novela
Veraneantes
emprendedores
A
principios de los sesenta el terreno ya está sembrado. Calabardina está dejando
de ser una chanca y empiezan las construcciones de la urbanización que será. En
el año 1962 Ángel María de Lera, buscando el clima apropiado para su salud,
empieza a veranear en villa Anita, que será su lugar de descanso y escritura
hasta que en 1967 el premio Planeta y su 1.100.000 pesetas (unos 6.611 €) le
permitieron comprarse el bungalow Los Ángeles en Fransena. Fue una
recomendación de Damián Rabal, a quien conoció en el rodaje de su novela Los clarines del miedo que protagonizaba
Paco Rabal. Salvador Jiménez empezó
veraneando en una casa de la plaza doctor Fortún (El placetón) en 1959 y lo
continuó haciendo hasta que en 1966 pudo establecerse en Las cuatro plumas. Miguel
Ors viene a Águilas en ese mismo 1962 de
Lera: no pudo alquilar su chalet habitual en Ibiza y cuando había reservado en
Benidorm un aguileño, Antonio Carrasco, que asistía a la misma tertulia en
Madrid, le recomendó su pueblo y le reservó habitación en el garaje de El
Cales, donde habitualmente dormían camioneros. Ante la contrariedad, su “anfitrión”
lo realojó en la residencia Urci (El Pijama, anexa al Gran Cinema) hasta que,
un par de días después acabó pasando el mes de agosto (y el del año siguiente)
en el Calypso de Norberto Miras y Vicente Bayona. El privilegio de descansar en
la playa misma fue lo que acabó convirtiendo un deseo en la realidad de Las
cuatro plumas. Miguel Pérez Calderón también vino a veranear al Calypso en
1963, gracias a la promoción de Miguel
Ors, quien también le habló de las maravillas de Águilas a Jesús de la Serna. Pura
Ramos Alcaraz, la esposa de Jesús de la Serna, estaba buscando un lugar cálido
para mejorar la salud de una de sus hijas y Bustillo, un vendedor a plazos de
libros y discos que frecuentaba la redacción, le habló también de Águilas. La
familia De la Serna Ramos se hospedó el verano de 1963 en casa de la Sergia, la
telefonista, en el paseo de Parra y el de 1964 y 1965 en una de las casas de
los ferroviarios, hasta que en 1966 acabaron en Las cuatro plumas que eran
cinco. Fue Vicente Bayona quien presentó a las “Tres plumas” la que habría de
ser la cuarta, Salvador Jiménez. Y, una vez construido el chalet cuádruple, una
visita el arquitecto Eduardo Torallas a Miguel Ors hizo que acabase
construyéndose sobre Las cuatro plumas su casa de veraneo a la que llamó, por
obviedad metonímica, El gallo. Tanto un terreno como el otro fueron un regalo
de los propietarios (Vicente Bayona, Norberto Miras, Jesús Fernández, Armando
Muñoz Calero y José Luis Muñoz): Las cuatro plumas, con un valor de unas 15.000
pesetas (unos 90 €), pagaron (además de las 450.000 pesetas al constructor Juan
Fortún –unos 2.700 €-) con dos reportajes promocionales de Águilas para
televisión española, tantos artículos como pudieron en Pueblo, Informaciones y los medios en los que trabajaban y su
implicación en la organización del Premio Águilas de novela. El gallo pagó con
los planos de toda la futura urbanización del Hornillo.
Ángel María de Lera y los cinco
“periodistas” (como se les llamaba) de Las cuatro plumas (que eran cinco), a
los que se añadía de forma esporádica en su embarcación José Luis Martín Vigil,
no eran unos veraneantes anónimos. Ángel
María de Lera (1912-1984) era un periodista y, sobre todo, un novelista muy
consolidado, con el premio Planeta recién conquistado, que venía de una
militancia republicano-sindicalista que lo retuvo en la cárcel ocho años y que sería el fundador de la
Asociación Colegial de Escritores en 1976 (de la que, en los años del Premio
Águilas de novela estaba poniendo las bases desde el Montepío o Mutualidad de
Escritores). Jesús de la Serna Gutiérrez-Répide
(1926-2013) venía de ser redactor del diario Pueblo, era director de Informaciones
y sería presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y de la Federación
de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE). Su compañera, Pura Ramos Alcaraz
(1932), con más de sesenta años como periodista ya, también venía de Pueblo, era redactora en Informaciones y lo sería de Nuevo Lunes o Ars Magazine, además de jefa de prensa del Museo del Prado.
Salvador Jiménez López (1921-2002), poeta, ensayista y periodista, el único
murciano, venía de ser el fundador de la revista Azarbe, redactor de Arriba y
corresponsal de ABC en París y sería
director de Comunicación de Iberia. Miguel
Ors Candela (1928) era un mediático periodista de deportes de TVE,
especializado retransmisiones (aunque entró en 1957 como filmador) que venía,
además, como subdirector de los diarios Pueblo
y El Imparcial, y columnista de ABC y lo sería de La Razón. Miguel
Pérez Calderón
(1927-1990) era doctor en Derecho y profesor titular de Ciencias de la
Información en la Universidad Complutense y en el CEU y sería redactor jefe y director de
informativos de TVE en1981-82 (medio en el que dirigió el programa Primera Plana y en el que fue
responsable de la coordinación en la redacción de su libro de estilo). José
Luis Martín Vigil (1919-2011) era un ingeniero naval y novelista que ejercía
como sacerdote secularizado que venía de abandonar la Compañía de Jesús; abierto, mediático, autor de éxito y
escándalo durante más de treinta años (La
vida sale al encuentro -1961- y Los
curas comunistas -1965- atestiguan su quehacer) era sobre 1970 un autor que
formaba largas colas en la Feria del Libro y que sería, tras la denuncia por
abusos en 1976, un hombre asediado por las sombras.
En
tiempo de veraneo la cultura era un ingrediente más de la fiesta. Paco Rabal
filmaba una película con todos los zagales de Las cuatro plumas entre los que
estaba Benito Rabal (Las cuatrocientas
plumas, la llamaron). Por allí pasaban Tico Medina, Jesús Hermida, Juan
Luis Cebrián, Jaime Campmany, Julio Iglesias… En el recuerdo infantil de los
hijos de los periodistas esas personas solo eran amigos de sus padres.
En
1971 el Ayuntamiento nombró a Ángel María de Lera, Salvador Jiménez, Jesús de
la Serna, Miguel Pérez Calderón, Miguel Ors (Las cinco plumas) y a Gonzalo Rodríguez
del Castillo (subdirector general de los servicios informativos del ministerio
de Información y Turismo) “Hijos Adoptivos de la Villa”.
Premio Las águilas de Águilas.
Para
alargar el verano, Vicente Bayona propone en 1962 el premio Las águilas de Águilas
cuyo espíritu es el que dará cuerpo al Premio Águilas de novela seis años
después. Con el nombre de Francisco Rabal como reclamo, las gestiones de Damián
Rabal y la plataforma que ofrecía la revista de cine Primer Plano el 2 de septiembre de 1962 el recinto de El Gran
Cinema reunió a 1.500 personas, entre aguileños y gentes del cine, para
celebrar la gala de entrega de los galardones, con la que se quería emular
otros eventos promocionales como el festival de Benidorm. Solo pudo tener una
edición.
La
iniciativa tenía dos caras complementarias: la del premio por premiar y la de
los galardones. Los participantes en la votación popular que otorgaban los
premios ganaban un veraneo en Águilas: un mes en el establecimiento que en La
Colonia tenía la familia Pallarés o una estancia de una semana en el Calypso. La
convocatoria intentaba medir el grado de popularidad de los actores españoles
bajo el reclamo de “¿Quiere usted veranear gratis en Águilas?”
Aurora
Bautista fue elegida la mejor actriz protagonista y la segunda fue Sara
Montiel. El actor más popular fue Francisco Rabal, seguido de Arturo Fernández.
Gracita Morales fue la mejor actriz secundaria, seguida de Isabel Garvés. El
mejor actor secundario fue Julián Mateos, seguido de José Isbert. Los actores y actrices considerados más
simpáticos fueron Conchita Velasco, Gracita Morales, Tony Leblanc y José Luis
López Vázquez. La mayoría de los premiados no pudieron asistir a la gala y los
organizadores buscaron, para no deslucir el acto, otros artistas famosos. El
artículo de Encarnita Molina “Las Águilas de Águilas” en el número 1.145 de Primer plano (Madrid, 7 de septiembre de
1962) relata con detalle lo sucedido.
La
dimisión de Vicente Bayona como alcalde en 1963 da al traste con la estrategia
de promoción de Águilas. La deuda contraída con Torres Gascón, el joyero de
Murcia que hizo los siete trofeos (muy parecidos a los que se siguen dando en
diferentes convocatorias), la acabó saldando el propio exalcalde.
Los planes urbanísticos.
Podemos
hacer de la promesa del paseo bajo el Castillo, que iba a unir las dos bahías
desde el Rincón hasta la Casica verde, un reflejo de cómo las modificaciones de
mejora de la ciudad buscaban la complicidad de los aguileños para fomentar el
diseño turístico de la villa. El ministro de Obras públicas de Franco Jorge
Vigón Suero-Díaz vino a Águilas, al menos, en dos ocasiones. La primera, al
poco de tomar posesión de su cargo (1957-1965), sobre las escaleras del
rompeolas más cercanas al faro, para anunciar la construcción de paseo bajo el
Castillo para contentar a los aguileños. En realidad se trataba de barrenar esa
zona del monte para aprovechar las piedras para las obras de ampliación del
muelle, que acabarían en 1963. La segunda visita, fugaz y con todo el protocolo
agasajador de esos años, fue el 15 de enero de 1962.
Al
calor del proyecto urbanístico de Las cuatro calas, que abarca todo el periodo
de nuestro interés (1959-1972), nacen
otros con desigual fortuna. Entre ellos el que levantará el Complejo Delicias,
Fransena y el Hornillo (1962-1985), Calabardina (1960), Todosol (1971), Niágara
(1971-1973), Mary Carrillo y La Kábila (1971),
Los Collados-Weiss (1972), Calarreona (1972), Los Geráneos (1972)… Antonio
Peregrín Arbide, Francisco Segura Navarro, Antonio Grima Muñoz, Jesús Fernández
Martínez, Juan Fortún o José Rodríguez Pérez (“Rodrigón”) son algunos de los
nombres que, como propietarios, agentes inmobiliarios o constructores van a dar
forma a la Águilas que conocemos.
El
Complejo Delicias tiene un interés especial para el tema que nos ocupa. Los
cuatro edificios del complejo son de autoría diferente, aunque todos están en
el terreno que ocupaba un antiguo almacén de esparto propiedad de Antonio
Peregrín Arbide. El primero, el edificio Goleta, lo construyó el lorquino Pedro
Hernández García. El de la Avenida de la Luz, cuyo nombre recuerda a la mujer
del constructor fallecida en accidente de tráfico, es de 1963 y lo diseñó Miguel
Fisac Serna (1913-2006). Este era uno de los más importantes arquitectos de la
época y uno de los fundadores del Opus Dei. Inspirado en el organicismo
escandinavo e innovador con el uso del hormigón ya había construido en Águilas
y era otro de los contactos que había conseguido Armando Muñoz Calero, cuñado
del promotor. Pero el edificio lo acabó levantando Antonio Peregrín. El edificio Delfín, el más alto con doce
plantas, es obra de Lucas López Cabrera y se quedó en la mitad de lo que
debería haber sido. El restaurante con piscina que es ahora el Samoa o la pista
de tenis completaron unas instalaciones que supusieron un hito en el perfil de
la costa y un importante núcleo de concentración turística y cultural, con una
especie de “higth society” madrileña
entre la que se movían cirujanos, abogados, periodistas y hombres de negocios.
Era el mismo Antonio Peregrín, el promotor, quien animaba a los madrileños a
veranear en Águilas: José María Lorente Toribio (director de Marca), Juan Antonio Cortés de Ponte,
consejero de Santillana, o Julio Muñiz González (cirujano digestivo de
referencia) fueron algunos de ellos. Los pocos aguileños que iban al bar
advertían que lo eran para que ajustasen los precios. Y en la pista de tenis se
hacían misas con las mesas del bar y los zagales curioseaban en las duchas a
monedas. Juan Crouseilles Coronado era
el administrador del Complejo Delicias y José Lencina Lorca el dueño del
restaurante. Una foca presidía, mirando al mar, el bullicio veraniego. Algunos
locales bajo la piscina daban vida comercial al enclave turístico (la
peluquería de Juani la de los Candiles, el quiosco de Manuel Gris, el colmado
de la Chava…), cuya estructura imitaría, sin la heterogeneidad de las distintas
manos y fases de esta urbanización pionera, la Bahía de Águilas de Juan Fortún,
frente a la desaparecida Cigarrilla.
En el
Complejo Delicias hubo más vida cultural de la que imaginamos ahora. El mismo
suelo del Samoa actual (en parte cubierto de madera ahora) fue testigo de tertulias y conferencias.
Allí, por ejemplo, se celebró en el verano de 1967 una velada literaria que
reunió a doscientas personas en la terraza de su piscina. Eran los tiempos en
los que Ángel María de Lera y Salvador Jiménez se sentían miembros de un grupo
de intelectuales que querían ser vanguardia de los agentes para convertir
Águilas en un núcleo cultural que había de tener una residencia, la Antonio
Machado (construida por el Montepío de escritores que presidía Lera en los
terrenos bajo el Pico de "l’Aguilica" cedidos para tal fin), en la
que los novelistas y poetas pudieran retirarse para descansar y provocar
encuentros y diálogos dinamizadores de
cultura. Por allí pasó ese agosto de 1967 Juan Emilio Bosch Gaviño
acompañado de Carlos María Idígoras. En el restaurante Delicias se sirvió el
cóctel a la prensa provincial el mayo de 1968 para promocionar el Premio
Águilas de novela.
De las Cuevas del Rincón al
instituto Alfonso Escámez, sin pasar por la residencia de escritores Antonio
Machado.
El
barrio troglodítico que ocupaba la falda del monte del Pico de l’Aguilica, habitado
por pescadores que compensaban la precariedad de sus 50 m2 con una
de las mejores vistas de la Bahía, es también un símbolo de esos años de
transición. Llegaron a vivir más de ciento cincuenta familias y aunque fueron
recolocándose por fases en otros lugares es en 1970 cuando, por imperativo
legal, tienen que salir todos de allí para trasladarse al grupo l’Aguilica del
barrio de El Labradorcico. Dice la historia y alimenta la mitología popular que
Franco atracó con su yate Azor en la Bahía el 5 de abril de 1966, escoltado por
la fragata F-36 Sarmiento de Gamboa.
Emilio Landáburu era entonces el práctico del puerto y lo dispuso todo para el
recibimiento. Una lancha de la fragata, con el almirante Nieto Antúnez,
ministro de Marina, a bordo,
viene a por el
alcalde de Águilas, Luis Muñoz Calero y su hermano Armando. Parece ser que
Franco, que no se bajó del Azor (sí lo hizo su esposa para ir a misa), desaprobaba
la miseria que representaba para su España las condiciones de vida de los
habitantes de las cuevas e instó a hacerlas desaparecer. Pero fue el gobernador
civil y el jefe provincial del
Movimiento Antonio Luis Soler Bans quien, en realidad, expuso con detalle la
situación de la vivienda en Águilas.
Con
las cuevas derruidas, los terrenos bajo el tótem de l’Aguilica pedían un nuevo
uso y ese fue el que quiso darle Ángel María de Lera: como concreción material
del C.A.L.A (centro de las Artes y las
Letras de Águilas) consiguió, como presidente de la Mutualidad de Escritores de
España, que le cedieran ese espacio para construir allí su barrio residencial
de escritores. Pero en 1978 lo que se construyó fue el instituto de formación
profesional Alfonso Escámez y la residencia Antonio Machado, objetivo
fundamental de Lera, quedó en el olvido.
La
construcción del auditorio y palacio de congresos infanta doña Elena, que ha
eclipsado gran parte de Fransena, pero ha respetado la visión que tuviera Ángel
María de Lera de la Bahía, puede ser la reencarnación, en otras condiciones, de
la idea por la que Lera impulsó y
dinamizó el Premio Águilas de novela.
Transversalidad de la cultura
en Águilas.
Pocos
pueblos debe de haber que cultiven tanto el chovinismo de su raíz como Águilas.
La imagen viral de “Españoles por el mundo” en el que el escritor Antonio
Gallego decía en Estocolmo que no es de Murcia, que es aguileño, es más que una
anécdota mediática. Las publicaciones sobre nuestras costumbres, historia y
tradiciones y las obras de creación están muy por encima de la media esperable
para un pueblo costero que busca en el turismo el crecimiento económico y el
progreso. Esa preocupación ya debió darse en las charlas que los “aguileños
romanos” (¿urcitanos?) mantenían en las termas, en los diálogos ilustrados de
su refundación, en las inquietudes de los ingenieros ingleses, en las
conversaciones de los ateneos, en el desparpajo
de las barras de las tabernas, en la animada vida cosmopolita que celebraba
Sarita Masoin con música, amistad, mar y palabras en su Cotopaxi, en las
gestiones y coyunturas que hicieron nacer y mantuvieron la llama cultural del
Premio Águilas de novela. Basta pasarse por la papelería de Manuel Gris (uno de
los nervios de la médula cultural aguileña de los años que nos ocupan) para ver
en su escaparate la metonimia de lo que planteamos.
Para
ilustrar la profundidad de esa inquietud cultural recordaremos una iniciativa
que bien puede interpretarse como una maniobra a pequeña escala de lo que fue
en una dimensión de mayor trascendencia en Premio Águilas de novela: el club
Amangue del local de Acción católica (en el que también estaba el cine Cames y
la Radio Caridad de Emiliano Navarro)
A
mediados de los años sesenta, un grupo de jóvenes, entre los que estaban
Francisco Navarro Campoy (conocido como Paco Lucas), Vicente Ruiz, Soledad
Navarro y Rami Belmonte, creó un grupo al que el primero (consultando un
diccionario que encontró en un almacén de esparto que pasaría a ser de bebidas)
bautizó como Amangue (que en caló es la primera persona del plural del
pronombre personal tónico, “nosotros”). Ese club era frecuentado por el
sacerdote alternativo (por no llamarlo directamente comunista u obrero, figura
que empezaba a darse a conocer por esos años y que da tema a un libro de Martín
Vigil) Manuel Esteban Albert (que dejaría el sacerdocio, se casaría con Loli
Lloret y acabaría como profesor en la Sorbona). Entre las actividades que el
grupo dinamizaba, dos tienen especial relevancia: la obra de teatro Cualquiera sabe, escrita por Francisco
Navarro Campoy y el “fancine”
satírico (rudimentario, artesanal) La trola del medio kilo en el que dibujaba Manuel Gris para
ilustrar algunos de los chascarrillos de su contenido.
La
breve obra teatral Cualquiera sabe
nos permite sondear la situación de las relaciones entre cultura, libertad y
poder. La primera representación en el local de Acción católica pasó como una
actividad más. Su argumento de realismo social maniqueo e irónico parecía que no
llamaba la atención de las autoridades locales. Un empresario explotador centra
la acción por la que pasan coroneles, curas y políticos, un personaje simbólico
con una hucha (representado por José María Morales López) con la que recaudar
para restaurar las imágenes sagradas quemadas por los rojos. Todos buscan en el
empresario la prebenda, el abrigo económico para mantener y mejorar sus
privilegios. Como es muy mala persona, su hijo lo envenena. Salen los obreros
aplaudiendo el saneamiento social que los libera, pero topan con la realidad:
el látigo nuevo sustituirá al viejo látigo y nada cambiará (empeorará incluso).
El éxito de la representación la llevó al escenario del Capri de Juan Ruiz, que
se llenó. Al día siguiente Francisco Navarro Campoy, acompañado por su padre,
tuvo que presentarse en el cuartel de la guardia civil. Las autoridades le
instaron a declarar que el autor de la obra había sido Manuel Albert y no él
para ahorrarse problemas (que no tuvo aunque se negó a aceptar el fraude)
Entre
la sotana y la pana (parafraseo la expresión de Jordi Costa) hay un tiempo de
reforma y ruptura. No podemos hablar de contracultura tal como la concebimos al
hablar de la “Movida”, pero sí de unas corrientes internas dentro del sistema
franquista que, alimentadas de aires de libertad (el Mayo francés estaba muy
cerca) operaron para hacer virar la cachazuda embarcación de la dictadura hacia
la democracia. Si el ambiente del Cotopaxi nos permite hablar de la comunión
entre la diversión, la cultura y una
visión cosmopolita y artística de la vida, la convocatoria del Premio Águila de
novela es la muestra de la simbiosis entre agentes sociales ideológicamente muy
distantes y con intereses muy diferentes que, buscando al intersección,
inventaron un lustro ilustrado de posibilidades para Águilas. Recordar que en
el jurado del primer Premio pudieron compartir mesa Juan Emilio Bosch Gaviño y
Antonio Tovar Llorente es todo un signo de intersecciones sinérgicas en unos
tiempos menos grises de los que imaginamos desde la cruel y larga eclipse de la
alegría que fue la Guerra Civil. El
primero, que ya andaba por la Águilas de Ángel María de Lera en 1967, fue un escritor
que vivió en el exilio su oposición al dictador Leónidas Trujillo durante
veintiséis años y que acabó siendo presidente comunista de la República
Dominicana en 1963. El segundo fue un lingüista falangista, de la órbita de
Serrano Suñer y Dionisio Ridruejo, que estuvo presente en encuentros con Hitler
y Mussolini, aunque en los años que nos ocupan había dado muestras de
alejamiento de las consignas dictatoriales y se había posicionado como
progresista moderado, lo que le supuso enfrentamientos con el Régimen. Si al
final no pudo ser fue más por un problema de comunicación que de voluntad de
los organizadores del Premio. Una situación análoga de convergencia en el
interés común podemos verlo en el, a priori, extraño tándem dinamizador que
conducían el alcalde Emilio Landáburu y Ángel María de Lera. Como aquella
concordia fértil entre protestantes y católico tolerantes de principios del
siglo XX. En ese contexto la labor de Armando Muñoz Calero y otros prohombres
aguileños adquiere una dimensión que la distancia del tiempo y sus
mitificaciones puede distorsionar. Porque hacer converger intereses puede
beneficiar el conjunto de esfuerzos: crear una expectativa de turismo con la
cultura y las instalaciones como reclamo (el Premio Águilas de novela iba a ser
su enseña literaria y los planes urbanísticos su infraestructura de acogida) y
en ese contexto, la creación de una residencia de escritores bajo la luz de la
sombra del Pico de "l'Aguilica"
iba a suponer el símbolo del éxito de la empresa. En esa promoción turística,
pues, Lera buscaba descubrir nuevas voces literarias (aunque se especulaba en
las notas de prensa con los grandes nombres que se presentaban) y hacer visible
su “lucha sindical” como presidente de la Mutualidad de escritores con la
erección en la Bahía de levante de la residencia Antonio Machado (cuyos
terrenos acabaron acogiendo el instituto Alfonso Escámez).
Las
tertulias siempre han sido en Águilas un hábito arraigado, un síntoma de sus
inquietudes culturales. La peña de Antonio Sánchez Cáceres, por ejemplo,
conseguía reunir la diáspora de aguileños que convergían en el verano. Armando
Muñoz Calero reunía en el Gran Cinema a tertulianos como Paco Rabal, el
magistrado Francisco Román, el pintor Delgado Raja, el escritor Antonio
Moltalvo, el oftalmólogo Miguel Martínez Mínguez, el director de instituto Paco
Ros, Félix Luis Pareja (Subdirector
General de Inspección y Normalización del Comercio Exterior), Ángel
María de Lera, Salvador Jiménez… Es muy probable que uno de esos encuentros,
por una coyuntura de la distensión del diálogo, naciese el embrión de la idea
de hacer brotar del terreno fértil del incipiente turismo la germinación del
Premio Águilas de novela.
Cuando
llegaron los madrileños simbolizados en Las cuatro plumas, como cuando lo
hicieron los británicos, hubo alguna reticencia a su posible afán colonizador.
Es cierto que en todo descubrimiento hay algo de prepotencia y algo de
desconfianza, pero pronto se pudo ver la sintonía de la simbiosis. Valgan como
muestras la vinculación de Ángel María de Lera con la cultura del trovo o las
relaciones sociales de Salvador Jiménez con los nativos aguileños que supo
extender a sus compañeros de chalet. Jesús de la Serna se hizo muy amigo de
Jesús Gorreta Nieto, el chamarilero de detrás de la Estación: tanto que su hija
María ha heredado esa amistad con su hijo, Jesús Gorreta García (quien no dudó
en llevar al entierro del que fuera presidente de la Asociación de Prensa de
Madrid, en septiembre de 2013, arena del Hornillo para que siguiera con él más
allá del verano de la vida). Y tanto como para que su hijo Natxo se enrolase en
la traíña Andrés y Ana de los Rabales a finales de los setenta, gracias al
contacto con Apolonia, a quien Pura Ramos le hacía la compra. Y el “escándalo”
del Cotopaxi sigue viviendo en esos vasos de tubo, rescatados del fondo de la
playa del cura, en los que algunos aguileños todavía se toman sus cubatas
ahora.
El Cotopaxi de Sara Masoin: el
ambiente lúdico cultural de la “gauche
divine” aguileña.
Como
un Bocaccio exótico en la árida costa aguileña, el Cotopaxi dio lugar a
encuentros entre la cultura y la diversión con una propuesta abierta de miras
que chocaba con cierta mojigatería local. Calabardina dejaba de ser
definitivamente un poblado almadrabero, la chanca que describió Juan Goytisolo
en Señas de identidad y se erigía
como lugar de veraneo con el local de Sarita como faro y con Paco Rabal como
dinamizador y epicentro de juergas y literaturas.
Juan
García Vidal y su socio José Rafael Pulido Albalá le compraron en 1960 a Pedro
Méndez López (Perico de Cope) los terrenos que se extendían desde el final de
la playa de la Cola hasta la actual calle Teresa Rabal. Sigfried von Mühlen,
Sarah Irene Masoin y su hijo Michael G. llegaron a Águilas en su Mercedes en el
año 1962 y les compraron, a veinte pesetas el metro cuadrado, casi mil en la
playa de Canalicas de En medio, conocida como la Playa del cura: el
alemán, que fue chófer de Erwin Rommel (y murió en 1966) y la ecuatoriana (de
raíz belga y francesa) fundaron allí un club en el que los clientes eran una
especie de socios que, incluso, disponían en sus orígenes de armarios
personales en los que guardar sus
bebidas. El presidente de ese club era Armando Muñoz Calero. El mono tití, el
piano, las sombrillas en la playa y el poema “If” de Rudyard Kipling eran señas
de identidad del “dancing”. Después, sobre 1968, se harían famosas, por motivos
infundados, sus sobrinas que eran en realidad hijas de amigos de Sara y
Sigfrido (al que algunos paisanos rebautizaron como “Sufrido”) que venían a
veranear a España. No era habitual ver camareras en un mundo de camareros y eso
alimentó una especulación sobre su promiscuidad, en una muestra de
analfabetismo social causado por la represión normalizada y poco cosmopolita de
la dictadura.
Juan
García y José Pulido, en ese arranque de la década de los sesenta, le dieron a
elegir a Francisco Rabal qué parcela de Calabardina prefería, en primera línea
de playa, para situar su casa de veraneo y se la regalaron. El gesto es
paralelo y coetáneo al de Las cuatro plumas del Hornillo que acogió parte
fundamental de la responsabilidad organizativa del Premio Águilas de novela. La
promoción del lugar para veranear, de las segundas residencias, es la base
compartida de una inversión de futuro que ahora podemos contemplar con
perspectiva.
Sarita
aportó vientos de modernidad que no fueron bien interpretados por todos los
aguileños (“que hubiera un lugar apetecible para el recreo del espíritu,
escandalizaba a la mojigatería del pueblo”, dice Salvador Jiménez ). Paco
Rabal era cliente asiduo, el aglutinador, y con su presencia venía también la
de invitados ilustres como Ángel González, Rafael Alberti, Margarita Lozano, Miguel
Delibes o Rafael Alberti, lo que da cuenta del nivel del ambiente intelectual
de ese rincón de Calabardina. Aguileños ilustres como don Clemente, José Luis
Muñoz, Manuel Gris, o Jorge Novella o lorquinos como los hermanos Pepe y Pedro
Guerrero Ruiz o Carlos y José Collado Mena frecuentaban este local abierto a
los vientos de libertad que empezaban a soplar. Por el local también pasó algún
sacerdote (iba a su playa), un sobrino de Franco, Juan Carlos I cuando era
príncipe o los miembros de una expedición oceanográfica. Los actores Catherine
Deneuve y Stewart Granger, que rodaban por estos parajes, pasaron por el local. Así como el decorador
americano Gene Reed o el presentador alemán Dieter Thomas Heck, con quien
venían otros famosos. Al calor de las amistades de Sarita se construyeron
chalets en Calabardina otros famosos presentadores de televisión alemanes como
Andrea Horn o Wyn Hop. Incluso Paloma Gómez Borrero, que estableció amistad con
Sarita, solía acudir al Cotopaxi. También era frecuente que grupos de amigos y
parejas fuese a divertirse. Incluso alguna familia se dejaba sorprender por el
arte culinario de Sarita, que igual improvisaba una paella de salsa de tápena
que les hacía un pollo a la piña. Más tarde, en los ochenta, el Cotopaxi era
una de las muchas salas de fiesta de Águilas en lo que podríamos denominar la
movida aguileña. Esos años los recuerda Jordi Rebellón, quien relaciona el
local con su conocimiento de Paco Rabal (que todavía no había bautizado su
chalet como Milana Bonita). La cultura se trenzaba con la diversión y llegaba a
la trasgresión: Paco Rabal haciendo de director y matando a autoridades (que
entraban en el juego) en su montaje; Paco Rabal como un Virgilio dantesco que
hacía ruta por las discotecas e insultaba a los guardias civiles por el golpe
de estado de Tejero… A finales de los sesenta llegó a inspirar una canción con
aires de soul: “Cotopaxi ba ba ba”.
La compuso Francisco Lara inspirado en el local (literalmente) y apareció en
1968 como cara B de un single de Micky y los Tonys. Armando Muñoz Calero, con
quien Miguel Ángel Carreño Schmelter, Micky, había trabado amistad en los
aperitivos del bar Goyescas de Madrid, veraneaba en Águilas en un apartamento
facilitado por el aguileño que fue, además de médico, procurador de las cortes
franquistas, presidente de la Federación Española de Fútbol y vicepresidente
del Atlético de Madrid
Miguel,
el hijo de Sarita y Sigfredo, recuerda que en sus tertulias del Cotopaxy
aprendió a dudar: el Cotopaxi era una isla en el páramo natural aguileño en la
que el tinto facilitaba la relajación del tiento y las conversaciones sobre
literatura, cine o política llegaban a la conspiración intelectual.
El
ojo lírico de Salvador Jiménez, amigo del Cotopaxi también, nos trae el ambiente
del bar de Sarita:
“[…]
Coto Paxi, fiel a su nombre, era también un volcán pero que aquí, a la orilla
clemente del Mediterráneo y en una cala
hecha a medida para la intimidad, se expresaba con la lujosa lava de la música
y la poesía, del diálogo espontáneo, de la apacible y animada convivencia.
Tenía algo de acogedor asilo de la cultura, de buque fantasma, de fábula y de
mito y era como si a Águilas le hubiera nacido un rincón de mágico
encantamiento. Y allí, claro, como una sirena varada, estaba Sarita, con dos
clavitos negros en sus ojos, toda la gracia en su figura y la flauta mágica de
los encantamientos en su guitarra su baile, su embaucadora palabra, su luminosa
sonrisa. Era el hada madrina que había tocado con su varita mágica el escenario
desolado de los ramblizos y piteras para convertirlo en un pequeño paraíso, tan
bello que parecía artificial. […] Sarita, luego de mucha vida venturosa y
aventurada, había encontrado al sur de Europa, su norte ansiado. Y aquí montó
su casa, con gusto y pormenor. Y la ofrecía como lugar de encuentro, con el mar
llenos de rosas azules, un piano que sonaba en la noche y una naturaleza
epifánica y todavía casi virginal, para asombro de sus muchos amigos europeos.
Fue ella la que le dio alas a Calabardina y aún no sé cómo entre los nombres
que lucen las nuevas calles ni figura el suyo, con letras de oro. Gracias a Sarita
se hizo Águilas sitio en el mapa de muchas ilusiones viajeras. Fue, sin
proponérselo, una adelantada al turismo. Y empezaron a llegar alemanes,
franceses y belgas, catedráticos, poetas, pintores, en cuyos oídos había sonado
la caracola de la voz de Sarita. Y eran las hijas de los amigos, acabado su
curso en la Sorbona, las que venían de vacaciones y convertían en Coto Paxi en
un aula de verano, donde se comentaba el último libro de Boris Vian y se decían
versos de Jacques Prévert o de Paul Eluard. Sonaba algo así como una “boitte”
trasplantada de la “rive gauche” de París […]”
El
Cotopaxi de Sarita se erige en el recuerdo como un símbolo de la simbiosis
entre cultura y diversión, una de las singularidades y atractivos que ofrecía
el Premio Águilas de novela como galardón del verano. El árbol de la vida y el
de la ciencia en una misma raíz. Funcionó como local social (en una progresión
de club a sala de fiestas) entre 1963 y el 2000. Sara Masoin falleció en mayo
de 1999 y su hijo Miguel lo vendió en el 2000, fagocitado ya su encanto por las
dos urbanizaciones que priorizaban en la promoción turística de Águilas la
especulación urbanística sobre la cultura.
Todo por el pueblo, pero sin el
pueblo, aunque en nombre de Águilas.
Ese
lema, trasposición de la consigna del despotismo ilustrado, puede acercarnos a
las relaciones que entre el poder y el pueblo (la economía y la cultura
incluidas) se establecieron para alumbrar el Premio Águilas de novela. Ya han
quedado pespunteados algunos embastes de ese tejido sobre el que ahora volvemos
para asegurarlos y seguir con esta confección histórica.
Una
forma de concebir este planteamiento nos lleva a aguileños ilustres como
Armando Muñoz Calero o Alfonso Escámez, quienes aprovecharon su posición
prominente en la España del momento para
beneficiar cuanto pudieron a su pueblo. Y aunque la cultura no precisa siempre
de locales específicos donde fomentarse, la construcción de infraestructuras
ayuda a determinados formatos. Los cotillones son una manifestación lúdica de
la cultura popular y han tenido en la
plaza de Antonio Cortijos (La pista) un epicentro magnífico. Hay un
documento en el Archivo General de la Región de Murcia (CARM, 23453/42), de
fecha inicial 1995, cuyo título, explícito, expone: “Expediente sobre
yacimientos y excavaciones arqueológicas A399/95: Construcción de auditorio al
aire libre en plazas de Antonio Cortijos y Alfonso Escámez, Águilas”. Y antes,
poco después de inaugurada la plaza Antonio Cortijos, casi estuvo a punto de
materializarse un complejo social, cultural y deportivo, diseñado por los
arquitectos municipales Cantalejo y Moreno
de debería haberse inaugurado en los terrenos del Campo Polideportivo en el
verano de 1974. Finalmente, el proyecto ha acabado siendo realidad en el
auditorio y palacio de congresos Infanta doña Elena (de los arquitectos Alberto
Fernández Veiga y Fabrizio Barozzi), que desde el 2011 ha creado otro centro
cultural muy cerca de donde Ángel María de Lera tenía pensado ubicar la
residencia de escritores Antonio Machado.
El
sello que el Ayuntamiento solicitó al delegado provincial del Ministerio de
Información y Turismo y al director general de Correos y Telecomunicaciones en
febrero de 1969 buscaba la forma de sistematizar la subscripción popular que sí
se consiguió en la primera edición con la petición del donativo puerta a
puerta. Se buscaba que los “microfinanciadores”
adhirieran este sello, que habían comprado con una aportación voluntaria, en el
reverso de las cartas que enviaran, además del franqueo oficial. En el Premio
de 1968 consta una recaudación popular de 212.400 (unos 1.276 €, cuya renta actualizada
sería de unos 29.000 € -unos 4.825.000 pesetas al cambio). Locales emblemáticos
como el bar Alhambra, Las Brisas, el Americano, Kaníbal, El Túnel, El Porro, Los Mariscos, Felipe,
Ruano, Los Candiles, Cruz del Sur, Deportivo o La alegría de la Huerta hicieron
sus aportaciones, como tantos otros, de 250 pesetas (un euro y medio –que
equivaldrían a unos 34 € ahora, unas 5.650 pesetas-). Las aportaciones más
cuantiosas fueron de 25.000 pesetas (unos 150 € -equivalentes a 3.400 € que
serían unas 566.000 pesetas) que donaron la Barreiros y Crysler de Lorca o el
Banco Central de Escámez y las más modestas las 100 o 50 pesetas de algunos
particulares. Entre los contribuyentes a la causa de más peso específico en
Águilas, podemos destacar a modo de ejemplo las 15.000 pesetas que, a título
individual, donó Alfonso Escámez o las 10.000 que aportaron, respectivamente,
Francisco Segura Navarro (Fransena), Antonio Peregrín Arbide (Complejo
Delicias) o Luis Muñoz Calero y Jesús Fernández (Matalentisco).
Nos
recuerda Miguel Pérez Calderón
“[…]
que el pueblo aportaría democráticamente, peseta a peseta, lo que ya de entrada
lo distinguía y lo distanciaba en los sustantivo de cualquier otro premio. Este
lo iba a sufragar y lo ha sufragado un pueblo por subscripción -sus pescadores, sus obreros, sus gentes del
campo- en las medidas de las fuerzas de cada uno- […]
Y
Antonio Rodríguez de las Heras, el primer biógrafo de Lera nos dice:
“Lera
ha sido el promotor del Premio Águilas de novela. A su iniciativa ha respondido
el pueblo, no sólo con entusiasmo, sino con su dinero: El I Premio se financió
con una colecta –doscientas mil pesetas-. El II Premio corrió a cargo del
Ayuntamiento. El III y los que sigan, con una participación de doscientas mil
pesetas por parte del Ayuntamiento y trescientas mil de Editorial Linosa en
concepto de derechos de autor”
Aunque
le mantenimiento económico del Premio era fundamental, no lo era menos el
establecimiento de contactos personales para posicionar la idea. De eso se
encargaron, además de sus aportaciones económicas, las personas que habían
encontrado en la convocatoria una intersección fértil para sus intereses,
fueran estos culturales, urbanísticos o, simplemente, de amor a su tierra. Dos
anécdotas pueden servirnos para concebir el contexto de la promoción turística
de Águilas: el eco que la prensa (y del Libro de festejos) dio al amor del
japonés José Luis Toshio Ito por Águilas y la aguileña María Luisa Carrasco
Cayuela y el éxito del Calypso en 1965 explicado en Línea por el testimonio de Gonzalo Rodríguez del Castillo (redactor
jefe de la agencia EFE y jurado el Premio en 1969, 1970 y 1971), ya que “ni por
recomendación” había plazas antes del 20 de septiembre.
Basta
leer dos artículos de ABC (“Veladas
en Águilas” de Lera –sábado 26 de agosto de 1967- y “Alas para el vuelo de
Águilas” de Salvador Jiménez –sábado 2 de septiembre de 1967-) para comprender
cómo se estaba fraguando la gestación de Premio Águilas de novela en su
multidimensión.
Un lustro al que sacar lustre
para ilustrarlo: 1968-1972.
El 17
de agosto de 1968 se presentaban en sociedad dos acontecimientos: la primera
gala del Premio Águilas de novela y
el nuevo hotel Calarreona.
“El próximo día 31 de mayo
finaliza el plazo de presentación de originales para el Premio de novela Ciudad
de Águilas, que este año alcanza su quinta edición y está dotado con la
cantidad de 70.000 pesetas.
Podrán
concurrir a él, como en sus ediciones anteriores, todas las novelas inéditas
escritas en lengua castellana, cualquiera que sea su nacionalidad de su autor,
con una extensión no inferior a 200 folios tamaño holandesa”
El
texto anterior es la escueta nota de prensa que convoca a la última edición,
igual a las anteriores, excepto en la cuantía del galardón. Hasta mayo de 1972 no se formaliza el “Reglamento para la concesión
del Premio Águilas de novela u otras manifestaciones artísticas”. El mismo
gobernador civil de Murcia, Enrique Oltra Moltó, que gestionará la agonía y
muerte del Premio es quien aprueba el documento que le había de dar estructura
legal y reglamentación.
Ángel María de Lera, novelista
dignificador del oficio de escritor.
Dice
Salvador Jiménez en su Murcia y la herida
del tiempo que
a Lera de gustaba vivir en Águilas, entre otras cosas, “porque no había cruz de
los caídos”. Su propósito, además de disfrutar de la tranquilidad necesaria
para crear con una rutina que no podía llevar en Madrid, con baño al alba en su
“piscina” de Las delicias, era crear una institución en Águilas sobre la que
poder mejorar la gestión cultural. Como presidente de la Mutualidad Nacional de
Escritores (oficialmente, desde el 14 de septiembre de 1970) ese era su
objetivo fundamental en la maniobra del Premio Águilas de novela. Preocupado
por las precariedades del oficio de escritor, promovió ALCE, una gestora que
buscaba agilizar la conexión entre el escritor y el lector, anulando la
mediación del distribuidor. Deja clara su intención en la prensa y muy clara en
el libro de festejos del verano de 1971en su artículo “El Centro de Artes y
Letras de Águilas en su desarrollo histórico”:
“No
le bastaba a Águilas poseer un clima sedante, calas y playas en un mar calmoso
y transparente, un cielo pintado siempre de azul, sosiego y un ánimo
predispuesto a la acogida afable, para distinguirse de otros pueblos
mediterráneos igualmente privilegiados. Águilas necesitaba ser un ejemplo en el
cultivo de los valores más estimados: los del espíritu. Por eso, mientras en
otros lugares se estimulaba, como atrayente máximo de promoción la frivolidad o
el chafarrinón pintoresco, en Águilas se empezó por crear un premio literario
que ya está clasificado entre los más importantes de España. En Águilas se
sabía que unir su nombre a una obra de arte es la más inteligente manera, al
par que la más digna, de llegar a la fama para siempre. Porque el libro es la
más alta ejecutoria de servicios a la comunidad y porque la cultura no sólo
ennoblece y constituye la inversión más rentable, sino que es lo único que
queda cuando todas las demás glorias han desaparecido. Hoy, apenas nadie se
acuerda de la batalla de Lepanto, pero todo el mundo sigue leyendo el Quijote y
sabe que existe un pueblecito manchego que se llama El Toboso.
Siguiendo
esta inspiración, y con objeto de dotar a sus empresas culturales de una base
sólida, se constituyó el año pasado el “Centro de Artes y Letras de Águilas”
(C.A.L.A), cuta presencia va unida a la de la Corporación Municipal y cuya
Junta elige democráticamente
sus socios.
Nada más legalizada, los dueños titulados de los terrenos de la “Aguilica”,
donde se asentaba las cuevas, hicieron donación de los mismos al C.A.L.A
mediante escritura pública, por lo que esta asociación puede disponer
libremente de ellos para sus fines.
Desde
que yo pisé Águilas por primera vez, esos terrenos, propiedad hoy del C.A.L.A,
llamaron mi atención y ya entonces surgió en mí el propósito de asentar en
ellos unas residencias o “Casas de Creación” para escritores. Por supuesto,
carecía de los medios para realizar este proyecto, pero la idea cundió y pronto
fue compartida por quienes –aguileños de nacimiento o de adopción- podían
aportar una ayuda y una colaboración inestimables para llevarlos a buen fin.
De
día en día la idea se redondeaba y se hacía más sugestiva y ambiciosa. Lo
concebido como un conjunto de residencias para escritores podía convertirse en
un centro cultural irradiante a nivel internacional. No solo nuestros
escritores se retirarían temporalmente a Águilas para descansar y escribir,
sino que su hospitalidad se extendería a escritores de otras nacionalidades. Al
mismo tiempo se enlazarían con Universidades norteamericanas para que sus
cursos de español, que hasta ahora se acogen en otras ciudades y centros
españoles, tuvieran en Águilas durante el invierno, y en los programas de
actividades del C.A.L.A cabrían congresos, festivales de música y teatro,
exposiciones y simposios.
¿Demasiado,
tal vez? Nada es demasiado para la voluntad humana. ¿Difícil de lograr? Por
supuesto, pero todo consiste en dar el primer paso, y ese primer paso puede
darse muy pronto, el próximo otoño, si queremos.
El
Departamento de Gerontología de la Seguridad Social ha ofrecido a la Mutualidad
de escritores, de reciente creación, construir cien o ciento cincuenta
“bungalows” para residencia de escritores ancianos, dotados de todos los
servicios asistenciales complementarios. Naturalmente, lo primero que se
necesita para ello es disponer de unos terrenos adecuados. La Mutualidad de
Escritores no los tiene, pero si el C.A.L.A le cediese los suyos de la
“Aguilica” o autorizase a la Mutualidad de Escritores para que construyese en
ellos esos “bungalows”, el proyecto entraría en vías de realización en muy
corto plazo, y ese podría ser el primer paso, ese echar a andar, ese romper la
inercia de que depende que los sueños se transformen en realidad.
Estoy
seguro que, después, todo lo demás vendrá por sí solo y que en fecha no muy lejana
el nombre de Águilas sonaría como el del foco de irradiación cultural más
brillante del área mediterránea. Entonces
también habría llegado el momento de sentirnos orgullosos de nuestra obra.”
Esto
había dicho en Informaciones y ABC en marzo de 1968, con el entusiasmo
de la promesa intacta y la idea de que tras él no había “ni un mecenas ni una
casa editora” que el premio lo sostenían los “pescadores de Águilas”:
“Tras el
premio de novela se establecerán otros más. Poesía, cuento, periodismo, además
de levantar un barrio residencial para intelectuales, con el fin de que puedan
reunirse, trabajar y descansar en un clima propicio”.
“[…] el
premio es preámbulo y anuncio de otra empresa de dimensiones culturales mucho
más ambiciosas y a la que quedará vinculado: la conversión de Águilas en un
centro donde sean convocados en programas sucesivos los más importantes
pensadores, científicos, artistas del mundo, para celebrar congresos,
encuentros y simposios que tengan por base la discusión los temas y cuestiones
del más alto interés cultural”.
El autor de Las últimas banderas, por mediación del
contacto con el profesor del Rolling College de Florida Frank Sedwich, a quien
conoció en Madrid en su visita anual con sus alumnos por Europa, estuvo en
febrero y marzo de 1969 dando un ciclo conferencias en diecisiete universidades
americanas. Quiso Lera, en su idea de hacer de Águilas sede universitaria, que
aquellos alumnos del profesor Sedwich y otros pudieran disfrutar de una
estancia cultural en la que compatibilizar el descanso con la formación que la
universidad de Murcia en Águilas podía darles.
Lera supo vehicular sus propósitos con el apoyo de
intelectuales bien posicionados, la corporación municipal y los prohombres
aguileños y el pueblo de Águilas. Era un negocio en el que todos los agentes
implicados ganaban, en principio. Como sabemos, la sucesión de acontecimientos
fue complicando las pretensiones y empezaran a fallar las sinergias necesarias
para un proyecto tan ambicioso.
Emilio Landáburu García, un
alcalde ilustrado.
En el
cóctel de presentación que se organizó en el hotel Mindanao de Madrid el 7 de
mayo de 1968, Emilio Landáburu, arropado, entre otros, por Ángel María de Lera
y Salvador Jiménez, dejó muy claro en sus palabras la intención y la pretensión
del Premio. Partía su discurso de la tradición hospitalaria y el espíritu
acogedor de los aguileños y de sus raíces culturales. Recordemos algunos
pasajes de la presentación:
“[…] como práctico del puerto,
seré el primero en recibiros si venís por mar, y como alcalde, en serviros en
cuanto entréis en mi demarcación. […]
Águilas
queda algo lejos de Madrid. Aunque antes he dicho que soy un alcalde de pueblo,
Águilas es una ciudad. No os abrumaré, pero Roma y Grecia, fenicios y
cartagineses hicieron residencia en nuestro pueblo. Por allí entró la cultura
en España. A dos leguas de mi Ayuntamiento descubrió Siret la cultura del
Argar.
Lo
que Águilas intenta ahora es volver a los orígenes, que fueron de cultura,
desde la raíz primera a nuestro renacimiento como ciudad, obra de la
Ilustración. Nuestras calles se llaman del Conde de Aranda, de Floridablanca,
de Carlos III. Ellos reconstruyeron Águilas de las cenizas de un incendio. De
las cenizas de su memoria, Águilas levanta hoy el vuelo con un premio literario
que van a costear los ciudadanos aguileños. Un premio sin ningún torpe afán localista; antes al
contrario, con vocación que, si no fuera exagerado, me atrevería a decir
universal.
Águilas,
lejos de Madrid, nunca lo ha estado de Europa. Y ahora, en un momento de
desarrollo material, de bienestar, queremos hacer hincapié en la cultura, el
desarrollo verdadero y el único bienestar que no cansa.
No
buscamos el eco en la canción, sino la edificación en la palabra. La palabra
engendra el pensamiento. Os animamos a escribir. Y os ofrecemos lo que tenemos:
las alas de nuestro pueblo, con el deseo de remontar el vuelo.
Ya
conocéis e texto de la convocatoria del premio. La otra convocatoria para que
vayáis a Águilas no la damos por escrito, sino de corazón […]”
En ese acto promocional, Salvador
Jiménez avanzó que el Premio era el emblema de toda una serie de convocatorias
culturales y que la residencia de escritores proyectada (“barrio residencial”
lo llama él) pondría a Águilas como foco cultural de sureste español: los
intelectuales han de encontrar en Águilas el clima y el ambiente adecuado para descansar
y crear. También intervino Ángel María de Lera, quien afirmó que apoyaba con
entusiasmo la convocatoria (él, el último premio Planeta, escrito, en parte, en
Águilas, entre baños y descanso).
“[…] porque detrás de él no hay
ni un mecenas ni una casa editora: detrás de él, sosteniendo el premio, están
los pescadores de Águilas […]”
Esa
idea-eslogan de premio de un pueblo y premio literario del verano insistieron
sus promotores hasta que la gestión económica complicó sus balanzas y
cuestiones políticas dificultaron su
fluir. En la contrasolapa del segundo de los premios, el de Cecilia G. de Guilarte, declaraban:
“Águilas es un bello y luminoso
pueblo mediterráneo de la provincia de Murcia, con 18.000 habitantes, que atrae
las miradas de los hombres de letras y que pretende ser el centro de
irradiación cultural del sureste español. Ha creado un premio literario, a cuya
dotación contribuye su vecindario unánimemente, porque los aguileños saben que
la grandeza de un pueblo no reside tanto en los signos externos de una
opulencia material como en los frutos de su espíritu”
Otro de
los objetivos del Premio, el de descubrir nuevos talentos novelísticos, lo
expresa el propio alcalde Landáburu en el prólogo que hace a Cualquiera que os dé muerte:
[…] Una mujer.
Y un
Ayuntamiento, el de Águilas.
Empecinado en
embellecer un rincón del Mediterráneo, resplandeciente de luz y color.
Enciende su
linterna en la búsqueda de nuevos valores para elevar un palmo más el
gallardete intelectual español.
Esta vez
encontró a: Cecilia G. de Guillarte”
Tras
la presentación nacional en Madrid vino la provincial en el Complejo Delicias
el 15 de mayo de ese 1968 ante la prensa de la región. El alcalde, la comisión
municipal organizadora (Jesús Fernández Martínez como presidente, Doroteo
Jiménez Martínez como vicepresidente, Andrés Fernández Corredor como tesorero y
Gaspar Giménez Carmona como concejal de cultura) y algunos aguileños de peso
como Armando Muñoz Calero repitieron el mensaje y anunciaron la posibilidad de
un franqueo voluntario añadido a la correspondencia para ayudar a sufragar el
Premio, que ya se ha comentado.
Autores, novelas y galas del
Premio Águilas de novela (1968-1972). Breve historia del que tenía que ser el
premio literario del verano
La edición de 1968 la ganó el farmacéutico alhameño
Lorenzo Andreo Rubio (1926-2015) con El
Valle de los Caracas la noche del 17 de agosto en los jardines del hotel
Calarreona (inaugurado un mes y medio antes y con Ulpiano Puche como relaciones
públicas). El premiado era un desconocido y, por tanto, un nuevo posible valor
novelístico. En el Jurado que valoró las 96 novelas participantes estaban,
junto a algunos de los que serán habituales (Lera, Martín Vigil, Jesús de la
Serna, Salvador Jiménez –como secretario-), la novelista social Dolores Medio
(ganadora del Nadal en 1952), Ignacio Camuñas (en representación de la
editorial Guadiana, la responsable de publicar la obra premiada) y, como
presidente, Antonio Tovar, garante del orden del Régimen. Entre los quince
finalistas había nombres importantes: Fernando Quiñones, Mercedes Fórmica,
Eduardo Garrigues, Enrique Azcoaga, Victoriano Crémer, Enrique Nácher, Alfonso
Martínez Mena, Alfonso Albalá, Luisa Llagostera o Víctor Chamorro. La novela
ganadora planteaba una visión particular de inmigrante español en Venezuela, la
odisea precaria de un exilio económico, que el autor plasma desde un realismo
irónico que hace que esperanza y fracaso vayan haciendo progresar a su personaje
protagonista, Prudencio García, que tan bien puede simbolizar a tantos
españoles obligados a emigrar para poder subsistir en esa España del segundo
tramo de la posguerra (como hiciera Lera en su Con la maleta al hombro, 1965, sobre la emigración a Alemania) El desarrollismo venezolano permite al lector
compararlo con el español, dando voz directa a los personajes nativos y
describiendo diferentes espacios (urbanos, rurales, selváticos) para mostrar cómo
la miseria, la constancia del esfuerzo y la picaresca pueden conducir al éxito,
exhibido en una vuelta del protagonista a una España que agasaja a sus hijos
pródigos. Las 200.000 pesetas del premio (1.202 € -que equivaldrían hoy a unos
27.674€, unos 4.604.585 pesetas-), daban al Premio un caché que lo situaba
entre los mejores del momento.
En todas las ediciones se siguió el método Goncourt y la
independencia del Jurado, a pesar de las presiones, intentó siempre regirse por
la calidad de la obra premiada. Esa fue la razón del premio desierto de 1971 y,
quizás, del final del Premio al años siguiente.
De los 52 participantes del Premio de 1969 salió
ganadora, de entre los 11 finalistas, Cecilia G. de Guilarte (Tolosa,
1915-1989), una republicana católica, corresponsal de guerra para CNT Norte, que había regresado de México
en 1964 y había sido compañera de Amós Ruiz Girón, comandante republicano. En
España era una desconocida por la amnesia impuesta: en México era una
personalidad. Se habían presentado Antonio del Amo, Manuel Linares, Pedro Pablo
Padilla, Bayardo Tijerino o Diego Moreno Jordán (que fue quien le disputó el
Premio a la ganadora). Su novela Cualquiera
que os dé muerte (cuyo título en una redacción primera que presentó al
premio Planeta era Todas las vidas) fue
la galardonada en la Glorieta del Casino el 23 de agosto y editada, como las
dos siguientes, por Linosa (tras la rescisión de la responsabilidad editora de
Guadiana). En el Jurado, Lera (que lo será de todas la ediciones como garante
de la calidad litetaria), Martín Vigil, Pérez Calderón, Ricardo Fernández de la
Reguera (novelista galdosiano), Gonzalo Rodríguez del Castillo (corresponsal en
de la prensa del Movimiento en Alemania, responsable en el extranjero de Arriba) y Carlos María Idígoras (escritor, periodista y combatiente de la
División Azul –aunque espíritu libre e inconformista después-). Las
declaraciones políticas de la ganadora alertaron a gobernador Alfonso Izarra
Rodríguez del riesgo de dejar en manos de un comandante del Ejército
Republicano como Lera (preso entre 1939 y 1947) la gestión y dinamización del
Premio. Esta prevención no impidió que este constituyera el Centro de las Artes
y las Letras de Águilas o que casi consiguiese hacer del molino de la Sagrera
un espacio rehabilitado como biblioteca. La tolosarra, exiliada en México entre
1939 y 1964) que llegó de madrugada con sus dos hijas, ganó 250.000 pesetas
(1.505 € -33.860 € de los de hoy, que serían unos 5.633.863 pesetas) con una
novela que narra la historia de una familia desde 1917 hasta los años sesenta,
pasando por la proclamación de la República o el cisma de la Guerra civil, con
un ingrediente católico presente en el título y en la dedicatoria, como
antídoto al evidente posicionamiento
republicano de la autora. Francisca Amaya Iraola es su protagonista y su
contrapunto es la exiliada en Sonora María de Cascagorri. La autora de Cualquiera que os dé muerte volvió a
Águilas en diciembre de 1969 para firmar ejemplares en el quiosco de Anica.
El 8 de agosto de 1970, también en la Glorieta del
Casino, se falló el tercer Premio: Ramón Hernández García (Madrid, 1935), bajo
el seudónimo de “Humbert Humbert”, lo ganó con La ira de la noche, una narración de estructura compleja, psicopatológica,
con un tono onírico y cruel emparentado con La
naranja mecánica de Burgess-Kubrick (1962-1971), en la que su protagonista,
Walia, traumatizada por su niñez en una taberna-burdel de Hamburgo, nos muestra
la oscuridad de la mente humana. El novelista ganador no era un descubrimiento,
puesto que ya había publicado El buey en
el matadero (1967) y Palabras en el
muro (1969). Esta fue la edición
del mayor impulso de difusión del Premio: la promoción del Ayuntamiento, con
Cecilia G. de Guilarte como abanderada en Madrid y su dotación eran un reclamo
que parecía dar solvencia y cierta consolidación de la convocatoria literaria y
a la promoción en la capital de Águilas como destino vacacional. Las
actuaciones en la gala de entrega (con la televisiva Marisa Medina como
presentadora y las actuaciones de Salomé, Nati Mistral y Julio Iglesias) eran
la confirmación de la apuesta promocional de Águilas como lugar turístico de
alto nivel por la calidad de los artistas convocados. Espinosa fue el
responsable del montaje técnico y José Ortega Cano el operario electricista que
controló desde el Casino su funcionamiento. El Jurado, que acabó seleccionando
16 finalistas de entre todas las obras presentadas, lo formaron Lera, Gonzalo
Rodríguez del Castillo, Pérez Calderón, Dámaso Santos Amestoy (crítico literario
y periodista cultural), Gaspar Gómez de la Serna y Scardovi (primo de Ramón
Gómez de la Serna que se definía como “falangista, orteguiano e ilustrado”) y
Juan Ramón Masoliver (primo de Luis Buñuel, pionero de la vanguardia catalana y
conocedor de la europea, ensayista, periodista, crítico de arte y traductor).
Las declaraciones de este último en La
Vanguardia reafirmaban la voluntad internacional de la empresa de Ángel
María de Lera de crear la residencia de escritores Antonio Machado. El ganador
no pudo asistir a la entrega. Las 500.000 pesetas de su dotación lo convertían
en el segundo premio más importante de España. Ese año La cruz invertida de Marcos
Aguinis ganaba con el Planeta el mismo 1.100.000 pesetas que ganara Lera con Las últimas banderas en 1967 (la misma
cantidad de los ganadores de 1971 y 1972 –desde las 40.000 de su primera
edición en 1952-). Esos 3.005 € equivaldrían ahora a 62.970 €, unos 10.480.000
pesetas. En esta edición llegaron a la final dieciséis novelas, entra las que
estaban las de Enrique Nácher y el cubano Bayardo Tijerino (otra vez), Jesús
Torbado (premio Alfaguara en 1965 y premio Planeta en 1976) y Enrique Calvet
Pascual. La apuesta arriesgada de premiar una novela de una lectura difícil, de
una obra poco comercial, da una pista sobre la integridad de criterio del
jurado.
Pero la edición de 1971 truncó las aspiraciones generadas
en la anterior. Los movimientos tácticos para darle entidad y difusión
auguraban otra cosa. El reconocimiento institucional que el Ayuntamiento exhibía
al nombrar en marzo Hijos Adoptivos de la Villa a las “Cuatro Plumas”, Ángel
María de Lera y a Gonzalo Rodríguez del Castillo o la fiesta de gala preparada
(con Elena Martí y el excéntrico Jaime
de Mora y Aragón como presentadores y Karina, Miguel Ríos y la Polaca como
artistas), que estrenaba un arriesgado escenario sobre la piscina de las
novísimas instalaciones deportivas y sociales de Fransena, no fueron
suficiente. La decisión del Jurado de dejar el Premio desierto y ciertos
detalles económicos (la supuesta recaudación para la Residencia San Francisco)
eclipsaron con polémica el pretendido éxito. Era sábado 7 de agosto. El Jurado,
formado por Gonzalo Rodríguez del Castillo, Lera, Pérez Calderón, Gaspar Gómez
de la Serna, Roberto Mur (catedrático de lengua y literatura y director del
instituto de enseñanza media de Águilas, entonces) y Francisco Ros (catedrático
de matemáticas y director del instituto de Lorca) entibió el entusiasmo. Entre
pseudónimos, llegaron a la final Los
gallos muertos de “Jaime Trulla” (Miren Díez de Ibarrondo) y Una poca gente de “Martín Fonseca”. Otro
de los participantes defraudados, Mugar (el aguileño Juan Muñoz García
-1932-1997-), autor de La vida tiene un
murmullo sexual, avivó la polémica de la decisión. Lera o Gaspar Giménez
Carmona, presidente de la comisión organizadora, tuvieron que lidiar con el
problema creado para limpiar y abonar el terreno de la siguiente edición.
El
Gran Cinema, marco de otros acontecimiento culturales (Las águilas de águilas,
las proyecciones de cine o las tertulias que hermanaban a aguileños inquietos
con veraneantes cultos), fue la sede de la quinta edición. Se inauguraban ese 5
de agosto de 1972 las nuevas conducciones de agua con la exhibición en las
fuentes de la plaza Alfonso Escámez. Se presentaron 60 novelas y, entre los 13
finalistas, estaban los seudónimos de J. Rodríguez, Jorge Plana, Manuel
González Villanueva, Pedro Monsalve, Oyarzábal, C.J.C y Alejandro Galán y los
nombres de Eduardo Pons Prades (republicano anarcosindicalista, exiliado en
Francia), Raúl Torres, Carmelo L. Lozano, Enrique Nácher (otra vez más), Antonio Segado del Olmo y Ricardo Conejero
Urrutia. Fue el mallorquín Joan A. Plá García (1934-2016), bajo el seudónimo de
“Escipión”, redactor de Pueblo,
dibujante y amigo de Paco Rabal y Manuel Coronado (en él se inspiró para sus
“angelots”), quien ganó con Maremágnum
las 700.000 pesetas (4.200 €, unos 75.600 € en la actualidad –unos doce
millones y medio de pesetas-), que tardó en cobrar. El Jurado estaba formado por Lera, Gaspar Gómez de la Serna, Jesús
de la Serna, Salvador Jiménez, Pablo Martínez Corbalán (jefe de redacción de Triunfo), Pérez Calderón, Miguel Ors y
Roberto Mur Montero (que llegó a ser director general de Coordinación y de la
Alta inspección, secretario general de Educación y Formación Profesional del
Ministerio, consejero de educación en Brasil y director del colegio Miguel de
Cervantes en Sao Paulo, además de catedrático de literatura, y jefe de
inspección educativa en Barcelona) y Adolfo Muñoz Alonso. Este último (teólogo,
camisa vieja de Falange, Consejero Nacional del Movimiento y Procurado en
Cortes en activo en ese momento, rector de la Universidad de Madrid y director
de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo), que ejercía de presidente del
Jurado, era el control que el Gobierno puso al Ayuntamiento para evitar las
desviaciones de la ortodoxia ideológica que el Régimen pretendía mantener. Las
presiones directas del gobernador a Emilio Landáburu para evitar la influencia
de Lera en el certamen y la mala gestión económica del Premio (la gala misma fue
un fracaso económico) dieron al traste con la empresa. La actuación de Nati
Mistral y Julio Iglesias, que repetían, y la del humorista Chicho Gordillo
fueron el canto del cisne del Premio. Y Maremágnum,
una deslavazada novela-reportaje que narra la vida de un periodista, Pedro
Martín, que pretende ser honesto entre
las tensiones de todos los estratos de la profesión en un mundo caótico, artero
y cínico que tiene en Jaime Pons a su valedor, fue también el cúmulo de
confusiones y tensiones en que se diluyó tanta posibilidad como el Premio
ofrecía a la producción novelística y a la promoción turística de Águilas. Un
galardón auspiciado por periodistas tiene el arribismo del periodismo como
último tema novelado.
Las
galas de concesión del Premio Águilas de novela fueron pensadas para
complementar el prestigio literario con la promoción que los invitados de
renombre podían darle al evento y con ello conseguir uno de los objetivos del
galardón: poner las bondades turísticas de Águilas en los circuitos más
beneficiosos para ganarse un nombre como Marbella, Benidorm o La Manga. La
inversión en infraestructuras necesitaba el reclamo de una mercadotecnia
diferente al simple sol y playa. Sol, playa y cultura (literaria, monumental,
musical) era lo que ofrecía el reclamo de esta estrategia orquestada por los aguileños ilustres y sus socios
periodistas y escritores de Las cuatro plumas, con Ángel María de Lera y el
alcalde Emilio Landáburu como dinamizadores principales. Como hemos visto las
galas del fallo del jurado fueron todo un acontecimiento social en cinco
agostos aguileños, que acrecentó la presencia de figuras de la canción o la
televisión en los veranos, una de las señas de identidad de la Semana grande. En
1971 actuaron Conchita Bautista, Los tres sudamericanos, Cristina, Basilio o
Los mismos. En 1972 pasaron por el Parque municipal o plaza Madrid (que ya era
conocido como plaza de Antonio Cortijos) Luc Barreto, Rocío Jurado, Mochi,
Daniel Velázquez, Dova, Camilo Sesto, Mari Trini, Nino Bravo o el presentador
Miguel de los Santos. Cuando el Premio
dejó de ser sostenible política y económicamente, el consistorio, ya con José
María Guillén Florenciano como alcalde, decidió mantener esa costosa costumbre haciendo
que los “cachés” fuesen financiados con el precio de las entradas de la plaza
de Madrid, que ya se llamaba oficialmente (desde julio de 1973) Antonio
Cortijos.
En
las dos primeras galas la organización no contrata a figuras de renombre. Pero
la tercera convocatoria ya moviliza mayor aparato mediático y empiezan a
moverse los contactos personales (de Miguel Ors, por ejemplo, para traer a
Julio Iglesias) para dar más brillo al evento. Baste, para ver la dimensión de
la pretensión, lo siguiente. Massiel ganó el Festival de Eurovisión en 1968 y
sobre su estela, Salomé, Julio Iglesias y Karina consiguieron unas posiciones
que les dieron el prestigio que buscaban los responsables del Premio Águilas de
novela. Salomé ganó con “Vivo
cantando” el Festival de Eurovisión en
marzo de 1969 (aunque ese primer puesto
fuera compartido con Reino Unido, Francia y Países Bajos). Julio Iglesias, que
había ganado el Festival Internacional de la Canción de Benidorm con “La vida
sigue igual” en 1968, venía de quedar cuarto en Eurovisión en Ámsterdam con
“Gwendolyne” en 1970. Y Karina había quedado segunda con “En un mundo nuevo” en
la edición de Dublín de 1971. Y Miguel
Ríos acababa de triunfar con su versión del “Himno de la alegría” (en su
segundo LP, Despierta, de 1970). Está
claro que buscaron a las figuras de más renombre del momento para dar altura al
Premio. Anunciaba el libro de festejos de 1972: “Por la noche, fallo del V Premio Águilas de novela, dotado con 700.000
pesetas, durante el desarrollo de una cena de gran gala, con intervención de
destacadas figuras de la canción” (sic). También la cena servida era una
forma de darle relevancia al evento: excepto la primera y la última gala, fue
el Rincón de Paco, ese prestigioso restaurante de Murcia, quien amenizó el
estómago de los asistentes con un menú de 550 pesetas (unos 3,3 € -recodemos
que una camarera de la residencia de los ferroviarios ganaba 3.600 pesetas al
mes en 1970, unos 22 €-). El V Premio Águilas de novela tuvo en Diego Ruano, asistido por su familia, a su
restaurador, aunque no acabaron de salir las cuentas porque la previsión era de
unos mil comensales y los asistentes fueron un tercio de los previstos, con el
correspondiente gasto sin compensación. Volvió al pueblo la responsabilidad
gastronómica y unos entrantes (entre los que había anchoas con tomate), medio
melón francés con jamón, mero con puré de castañas y flan de la casa (una
especialidad de Diego Ruano), con correspondientes vinos, cerveza, licores y cafés.
Cuando le preguntan a Miguel Pérez Calderón
en La Verdad (en agosto de 1973, el
primer verano de seis sin Premio Águilas de novela) dice:
“[…] espero
y deseo que el Premio Águilas esté en un paréntesis. Es decir, que esta suspensión
sea eso: una suspensión temporal que dure un año; nada más. Y que el año que viene, o el siguiente como mucho, podamos
reanudarlo. Me parece una idea que sería criminal que se malograra. […]
La
gestión de los elevados gastos de las galas (pensemos que Karina, por ejemplo,
tenía en 1971 un caché de 200.000 pesetas), los difíciles equilibrios políticos
de sus gestores y la disputa por ocupar ese mercado de otros galardones como el
premio Murcia de novela llevaron al garete una embarcación fletada para llegar
mucho más lejos, en intenciones por lo menos.
Han
pasado ya cincuenta años desde la primera convocatoria y cuarenta y cuatro
desde las palabras de la pluma que fuera secretario en la mayoría de los
Premios Águilas de novela. La residencia de escritores que pretendía levantar
Ángel María de Lera con el respaldo de la Mutualidad de Escritores de España es
hoy, si cabe, más irrealizable que entonces. Pero estas conferencias de Mirando
al Mar, la extensión universitaria de Murcia en estos veranos y durante todo el
año, son su herencia y deben ser una
referencia de cómo ilustrar a las nuevas generaciones desde este rincón
privilegiado del Mediterráneo. El Premio Águilas de novela fue el mascarón de
proa de una dinamización cultural cuyos rumbos nos deben llevar a la conquista
y cultivo de nuestra propia esencia.
Cierre. Epítome
El
doble fracaso, de urbanización turística y literario, engendró sin embargo un
gran éxito: la oportunidad de promocionar cincuenta años después un lugar en el
que la cultura, la naturaleza y las gentes puedan ofrecer a quien visite
Águilas el mejor de los destinos de descanso posibles sin alterar ni el paisaje
ni el paisanaje, desde la singularidad más abierta al mundo, sin talar las
raíces de su encanto. En esta Arcadia de musonas, musas y musinas, la
campechanía, la marinería y la cultura hacen su nido cálido todo el año. Pero
lo que fue un proyecto de orientación institucionista, con una residencia de
escritores que hiciese visible la incorporación de estos profesionales de la
cultura a un reconocimiento en el régimen tributario digno, con un premio
literario del verano, de generosa dotación económica, que debía ser la enseña
de toda una dinamización cultural con convocatorias de premios de poesía
teatro, periodismo, cuento, ensayo y pintura, la pretensión de hacer de Águilas
el foco cultural del sureste español, perdió fuelle hace cuarenta y cinco años.
La ausencia de El Centro de las Artes y las Letras de Águilas con el que Ángel
María de Lera quiso hacer visible su empresa es la evidencia del fracaso,
aunque el abrupto final del Premio Águilas de novela parezca más importante.
Con lo que no llegamos a perder de naturaleza y con la energía de los aguileños
(naturales, de adopción o de vocación) sigue siendo tiempo de un presente
culturalmente atractivo para un turismo de calidad, sostenible, poco invasivo y
enriquecedor para todos.
El
Centros de las Artes y las Letras con su residencia de escritores Antonio
Machado era la apuesta cultural de Ángel María de Lera. La construcción de
infraestructuras para poder acoger el turismo que acudía a la promoción era la
de la corporación municipal que representaba Emilio Landáburu. Cultura,
economía y política, y la pretensión de embarcar a todo un pueblo en la
maniobra, dieron la fórmula de un lustro cuyas promesas se diluyeron porque la empresa
excedía en ambición y equilibrios a las posibilidades de ese tramo final de la
dictadura.
Basta
con echar una ojeada a los libros de festejos de los veranos que van de 1960 a
1975 para comprender las relaciones entre el urbanismo, la promoción turística
y el cultivo de la raíz aguileña: las fotografías que presentan son la imagen
de la Águilas que se estaba construyendo.
El
hotel Calarreona se inaugura el 22 de junio de 1968, pero tiene en la gala del
Premio Águilas de novela del 17 de agosto de ese año su promoción más potente.
El Premio Águilas de novela dejará de existir en agosto de 1972 y el Calarreona
cerrará sus puertas hoteleras para
hacerse complejo de apartamentos tras el verano de 1973. El perfil del hotel,
desde el mar, junto al albergue de la Sección femenina de Falange es el testimonio
de un lustro compartido de simbiosis turística, cultural y política, símbolo
del éxito de un fracaso, semilla para una gestión cultural y turística de
progreso real y sostenible.
La
simbiosis entre posibilidad turística, oferta cultural y regalo humano y geoclimático
de la naturaleza tuvieron en el Premio Águilas de novela una lección que ha de
permitir el mejor de los futuros para una Águilas culta, acogedora, sostenible
y singular. Ante la posibilidad de colonización turística, la cultura debe ser
capaz de aprovechar las oportunidades para progresar y crecer. La inquietud
cultural de la Águilas del primer tercio de siglo (con su Ateneo y otras manifestaciones intelectuales), con el Premio
Águilas como palanca, debe dibujar las coordenadas de cómo debe dirigirse el
turismo y la vida de los aguileños para sumarle al mundo un paraíso real de
felicidades posibles.