Al mar, por dejarme fluir en su vientre a ritmo humano.
Haiku subacuático.
Pertrechado con el accesorio mínimo para viajar en el agua, vivo lo que veo
que, de conocido, es siempre nuevo. Oigo mi respiración sin lecciones de “mindfulness”, porque soy, gestáltico sin
teoría de pago. Los balcones de posidonias; el brillo de los bancos de salpas;
el azul cobalto eléctrico de los benjamines de castañuelas; la curiosidad ostentosa
y retadora de los pulpos en su tana; la sordera del nácar de las orejas de mar;
el rojo desubicado de las estrellas; los vaivenes de mi líquido amniótico, raíz
del tómbolo del Fraile, freo amable como cordón umbilical entre la especulación
y el gárum romano: un universo que podría ser sala de estar y es siempre
espacio de ser.
Como un fuego
de agua suena el mar.
Bañera azul.
Crepitares del agua.
Respiro luz.
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