domingo, 11 de junio de 2023

Haikus LVIII

 


                Imagen de una obra original, óleo sobre lienzo, de Maria Medrano y Noa Samón:                 convergencia puntual de generaciones muy distantes de una misma humanidad.




A los nativos digitales con manos para seguir queriendo tocar y seguir deseando lo tocado.

A quienes, como yo, transitamos el humo trascendente de un cambio de paradigma sobre la esperanza, el escepticismo y la desconfianza.

A Paula Corripio Ramos, compañera, por su búsqueda de la armonía de contrarios valleinclaniana desde un yin y un yan capicúas.

A Clara, por enseñarme a seguir aprendiendo a contrapelo.




 

Men at some times are masters of their fates, Brutus

                                           W. Shakespeare, Julius Caesar (1599-1623)


«Y Dios, seguramente, añadió: “Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá”»

                                         Pío Baroja, El árbol de la ciencia (1911)


La repercusión social y psicológica (humana, en suma) de la Electrónica es, en efecto, inmensa. Y no ha hecho más que empezar. De manera incontenible, su desarrollo va a transformar las condiciones de la vida más allá de lo que en estos momentos podemos prever

 

En mi opinión, no cabe la duda: para bien y para mal. Depende de lo que el hombre haga el que la balanza se incline de un lado o de otro, que la Electrónica sea principalmente una maravilla o un desastre para la humanidad.”

 

“[…] la potencia de la Electrónica, si se la maneja con imprudencia, más aún si se la usa como instrumento de manipulación y dominio, puede producir daños de incalculable gravedad. Es menester revisar, aunque sea de manera muy somera, las tentaciones […] en que pueden caer los que se sirven de las técnicas electrónicas.”

 

                                         Julián Marías, Cara y cruz de la Electrónica (1985)


 

            Pero la rectificación y el adiós definitivo nos recordaron, ya en el después, que solamente seríamos libres cuando fuera libre nuestra lengua masticada, tan tejida y tan tremenda. Por eso el espacio está quieto pero nosotras somos pura quietud, por eso la escenografía no cambia pero nosotras nos reescribimos, para que la memoria de las antepasadas y de las abuelas y de las esclavas y de las madres y de los padres incluso y de todos los que nos hicieron posible sea canto fundacional, épica un poco triste, drama de nuestras deudas, tragicomedia de las máscaras y las catacumbas y las demasiadas dudas, narrativa liberadora y liberadas, amor que teje más amor pese a las luces tan sombras, poesía tan solamente nuestra, en el inicio de una nueva ruta, después del adiós, después del después, la que nos conducirá a nuestra alma por supuesto artificial, al fin sin dudas ni deudas.”

 

                                    Jorge Carrión, Membrana (2021)





Ni el inglés, como lengua, es malo ni lo es la tecnología como herramienta para progresar. Ni el ser humano es malo por naturaleza, en esencia substancial ontológica, ni es bueno. Aquí estamos como humanidad porque hemos llegado, en animalidad racional y racionalidad animal de “zoon politikon”, en toda nuestra heterogeneidad moral.

Dice Shakespeare en su Julio César que, a veces, el ser humano es dueño de su destino. La inteligencia artificial es una consecuencia natural de la inteligencia humana ¿Qué es la inteligencia, si no? Pero vivir en la prótesis y el simulacro, alimentarlo como un caballo de troya envolvente desde dentro del centro del yo más íntimo, enajenado, clientelizado, es un fallo del sistema, el hueco desde el que darle la vuela a la oportunidad de mejorar, víctimas, con síndrome de Estocolmo, de la mejora. Numancia es su propio cerco imperial. Somos las sirenas de nuestro naufragio. Porque somos inteligentes.

La épica de los datos y la lírica de la vida. Épica de hipocresías digitales. Lírica de risa y dolor humanos. Cada terminal es una fuente y nicho de negocio: un embudo, tan íntimo y personal en su agudo principio como relativo y magmáticamente usurero en su embocadura abductora. Relativismo que suena a falsete de libertad, a autotune  de egocentrismo democrático: todos los datos que somos en el universo globalizante son absolutos y sinérgicos en su despersonalización clientelizadora. La persona sola ante su pantalla proyectando datos que son procesados en progresión geometricogeométrica, fractal y cuántica. No es una vigilancia de vieja del visillo omnisciente: no importan las personas sino sus datos despersonalizados (cultivados en laboratorio aséptico, inalámbico y umbilical,  para que cualquiera de nosotros atomizado en dígitos no nos sintamos expoliados sino alegres paseantes de la felicidad). Somos individuos-clientes, personas a este lado de la pantalla, conjunto de datos al otro que, acumulados de forma masiva, nos hacen títeres del algoritmodiós.

Vivimos un neofolclore sin más raíz que un fruto que es palomita de maíz instantánea al gusto. Somos empiristas en una experiencia virtual, única y estandarizada. Vivimos la experiencia en el simulacro: somos el producto de una lógica deductiva, la cosa que cree que piensa mientras es pensada (si pensar es ese crujir sordo de bits de una inteligencia artificial omnímoda)

Determinismo natural de la inteligencia: animales racionales, seres sociales abocados a morir de éxito en la victoria pírrica de la fiesta del intelecto animalizado, de la razón prisionera de la razón. El estoicismo hedonista de salir de la zona de confort no es más que un mantra, holograma holístico, para instalarse en las zonas de confort diseñadas por otros. Los otros.

Brutus conspiró contra el poder. Sabía que el poder era algo fuera de él: el poder era una conquista. Su intención pudo ser noble y desinteresada pero le hizo asesino. Asesinato como mal menor: crimen entre humanos para progresar. El progreso es ahora un asunto sistémico que se nos ha ido de las manos, como el puñal que mató a César y que todos escroleamos por inercia incentivada. Creemos que somos libres y que somos el poder, no como Brutus. Y el poder nos utiliza para sernos sin dejarnos ser y haciéndonos sentir imprescindibles.

Raiciramificarse para florifrutiscer ante la fagocitosis de la libertad delegada en la multiposibilidad virtual. Los atajos no son caminos: trampas son del llegar. Cuando los objetivos son tantos parece eficiencia eficaz ahorrarse los pasos y es espejismo que incita a especular para fingir ser y creerlo para poder sobrevivir en el naufragio de yo en el todosiempredecualquiermaneraperoahorayaquí.

En el principio había dos árboles en Edén: el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal. En un segundo principio, los dos árboles se hibridaron y florecieron en sus ramas los libros del saber, de la razón vital. Hubo, pues, árboles de animalidad, árboles de racionalidad y árboles de vitalidad humana. Y en un futuro muy lejano a esos principios bíblicos, que es nuestro presente, hay quien se orienta en el mundo por el olfato, quien lo hace con Google maps y quien usa y complementa sus sentidos físicos con su intuición digital protésica: desde el árbol del saber vivir otea lo que ve con los ojos de la cara y con los ojos de la tecnología.

En la sociedad del espectáculo, el relativismo en bucle y la economía especulativa, el inglés y la tecnología son medios para un fin. La persuasión invasiva vendida como necesidad lo impregna todo. Una invasión que se ha maquinado sutil y eficiente  (eficiencia algorítmica en un tiempo de dios, un tiempo no humano: la urgencia humana inducida es consecuencia de la “paciencia” del sistema). El inglés como lengua franca (esperanto natural) sería una oportunidad si se la diésemos. La tecnología (producto de la inteligencia humana, teoría y técnica al servicio práctico de la vida: de la piedra transformada en punta de flecha al superordenador cuántico) da calidad de vida si centramos el valor esencial de vivir. Vivir líricamente la épica. De verdad. Desde la belleza. El trampantojo era arte y ahora es la vida en que decidimos vivir, ermitaños en un mundo global, aprendices de hikikomoris náufragos en la posverdad, hiperestimulados y lacerados de desatención, atrapados en un regalar tiempo a la gran tragaperras del universo digital con cuentas bancarias concretas.

Narrar es humano y necesario. La historia nos hace y en ella somos: la que heredamos, la que protagonizamos, la que nos contamos y contamos a nuestro alrededor. Las imágenes sin narración, sincopadas, infinitas, inagotables, al acecho, en busca y captura del mirador sin contemplación, enhebran con su tela de araña nuestra atención. Imágenes sin historia para construir una nueva historia sin narración, yuxtaponiento espasmódicos impactos. Y cuando el chatbot narra recolectando datos (ChatGPT, Bard, Alphacode, Dalloe: “inteligencias” sintéticas sin autoconciencia)  es para fingir una humanidad que no tiene, para ser reclamo humano en plena crisis de la atención. El arte puede ser mentira para ser verdad: la vida solo puede ser verdad y es ya cada vez más mentira resultona.

El decadentismo finisecular (entre el XIX y el XX) fue la manifestación humana que hoy encuentra su paralelo en esta americanización que ya vaticinó Baudelaire (investido de profeta ridículo), corregida, aumentada y enajenante: decadencia por desequilibrio entre el espíritu y la materia. Los proyectiles “bodelerianos” siguen impactando más de un siglo después y no aprendemos. Él, desde su autodestrucción en un París en construcción, poetizó el futuro huxleyano de esclavitud que tan bien supo ver Orwell. Comodidad y placer como soborno para el control: el nuevo y valiente mundo es un magma de facilofelicentricidades. Ilusión de felicidad, gratificación inmediata, gamificada. El control remoto que aparenta máxima libertad: la nube en que acaba y empieza cada pantalla es ya placenta alimentada por quien se nutre, cordón umbilical invisible también, de quien se regala, que somos todos, a cambio de una nada total. Y somos estadística tratada como el comercial se ha acercado siempre a sus clientes, próximo, cómplice, taimado y usurero. Somos datos trazables y encriptados, mineros estajanovistas.

Los cambios del nuevo paradigma humano son inevitables. Es más, tenemos que quererlos porque han de ser canal de progreso. Pero no a cualquier precio. La inteligencia humana ha de demostrarse en los criterios humanos, más allá de la inercia impuesta por la mano invisible del mercado que normaliza todo lo que comercializa. Julián Marías, Heidegger o Byung-Chul Han son referentes para analizar la inteligencia humana en el universo gaseoso de Zygmunt Bauman. Enferma de motivacionitis, una humanidad sin atributos se deja atribuir prótesis tecnológicas: la esencia, la substancia humana, pasa a ser accidente, contingencia dependiente de la necesidad de vivir en el simulacro. La personalización hiperbólica puede comportar la disolución porque solo un sistema algorítmico puede fingir atender la demanda que él mismo fuerza. La identidad se forja en la permanencia que en que se enhebra el cambio: Parménides aguja zurce el universo con los hilos infinitos de Heráclito. El código binario masónico de Francis Bacon pasa por Bertrand Russell y desemboca en fractalidades cuánticas invisibles que todo lo mueven. Victoria pírrica humana en este progreso en que nos dejamos acunar.

El alma del universo, como las fascias de cada ser humano, habita en su nube: ese espacio sin espacio (pero con una necesidad física que obviamos) del que dependemos, inalámbricos, desumbilicalizados en apariencia.

Marco Junio Bruto mató a César y fue dueño de su destino. El césar de hoy domina su imperio controlando la distracción, alejando el miedo, regalando diversión, mimando, en apariencia, a sus súbditos, en loor de popularidad masiva. El “smartphone” es una mandorla rectangular, receptáculo de un dios a la carta que es quien elige lo que queremos querer.

 

       ensucia el aire

un inglés usurero

“empoderante”

 

 

         tiempo de cambios

la raíz pudre en fruto

de simulacro

 

 

         silencio inglés

canta esta calma de aire

su esclaviser

 

 

         hasta en la nada

diluirme en el todo

se fragua mi alma

 

 

         ser siempre en todo

y estar en todas partes

egos sin cosmos

 

 

       tartamudea

la luz en epilepsia

de prisa ciega

 

 

titiritero

el algoritmodiós

                           finge ser nuestro

                           diseña juegos

                           induce sueños

                           ocupa cuerpo

y pensamiento

                           (esclavo y dueño)

 

 

ante el espejo

                                   pixelamos la vida

                                   ecos de un hueco

 

 

                                            toda en la nada

                                   finito infinito

                                   naufraga el alma

 

 

                                            centrifugados

                                   perdemos nuestro centro

                                   ensimismados