sábado, 3 de marzo de 2018

Destellos LXXXVII



 
La velocidad se nutre de la lentitud de la duración. Llegar es el camino.(Fotografia de Manuel Morales en el atardecer luminoso del sábado 24 de febrero de 2018)




         Llegados hasta aquí, todo queda en nada. Y aunque repensar la vida parece una pasión inútil, en la planicie del magma criterial, los estribos se pierden, se desbocan los caballos.

         Dios, esa convergencia obsoleta que mutó en consciencia después de morir, se diluye estéril en el relativismo infinito de la empatía como negocio. La responsabilidad personal, efecto colateral de la metamorfosis divina, se evalúa en plantillas que un sistema de subcontratas retroalimenta hasta la eficiencia kafkiana. Hay un “big eye que todos alimentamos para que nos vea y apruebe. Alineados, somos el aliño de una esencia vacía.

         Entre la pedagogía militar y el “self made” mainfulnésico de las “flipped classroom” y el “learning by doing” hay todo un nicho de negocio. Entre la academia magistral y el autodidactismo alephita de “youtubers” e “influencers” hay un paso de la evolución mental (¿qué dirá la neurociencia la respecto?) que nos saltamos. Entre la sinergia y la dispergia queda un  hueco para el progreso.

         He sido un profesor apasionado por enseñar lo que me apasionaba. Ahora soy un implementador de contextos cognitivos motivadores y significativos, empoderantes y heteroevaluantes, en los que la metacognición y la transparencia del proceso me anulan y desempoderan en un mar de falsas evidencias que emborronan informes que recogen los indicadores de tan quirúrgica precisión de vaguedades contrastables. Y en el trayecto se ha perdido la pasión por aprender, dulcificada en gamificaciones que alargan la infancia hasta pasada la universidad. De una cultura presente basada en el pasado, a una compulsión utilitarista tan abocada al futuro que anula el presente. La individualidad, disfrazada de personalización, se hace vórtice de progreso. Cada uno es su maestro y desprecia el límite enriquecedor, como la creciente del pan, de su referente exógeno hecho semilla mental. Abolir la oposición, tunear con talentos múltiples la negatividad  no da alas: diseña una realidad de sastre “ad personam” en un universo de confección industrial y explotación laboral. Los modelos educativos son antinaturales, claro, pero no deben ser militares. Un niño debe ser niño y prepararse para ser adulto, en un proceso de ritmos alejados de los intereses económicos.

Si Sócrates pasa a ser un “coach” que diseña itinerarios curriculares personalizados mal vamos para seguir progresando. Porque el negocio de la educación se hace médula social, más por negocio que por altruismo humano, aunque se disfrace de coartadas globalizadoras, cooperantes, ecologistas, inclusivas y neurocientíficas.

De ahí la imagen que da entrada a estos Destellos. En la cápsula tecnificada del andar, después de una comida con amigos, con el sol poniente recortado la sierra que es Montserrat y mi amor de copiloto, vuelvo. Porque volver da argumentos a la velocidad del avanzar.

        



Con las cuatro ruedas sobre la carretera, prótesis doméstica de la velocidad, cultivamos la bilocación en diferido.


El árbol tiene raíces-bulbo que son corazones que bombean la sangre que nutre la floración de los cerebros de sus ramas, que pagan la vida que reciben con fotosíntesis de neuronas radicales.


Culturalmente, “niña” es la costilla de “niño”, “varona”, de “varón; pero el hombre es la sombra fértil de la madre tierra.


Entre el árbol de la vida y el de la ciencia, la pantalla.


La  cultura se hace el harakiri de la prisa. Inmolación de la inmediatez mediática, en soledad.


Paisaje para la nueva felicidad: Fahrenheit  451, mestizaje comercial Benetton y ecumenismo fraternal de testigos de Jehová en una decoración minimalista de Ikea y banda sonora de una “playlist Spotify” como hilo musical de un aire de pago.


El ceño fruncido del ánimo.



La épica del estudiante se nutría de insomnio, café y esfuerzo. Ahora es pura eficiencia feliz, significativa, competencial y utilitarista. Por eso los ingenieros acaban trabajando como expendedores de alegría en McDonald’s.


Necesidad de lastre para volar. Necesidad de ancla para pararse a navegar.







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