Cultura telúrica en cultura literaria
Cito la cita (de
Charles Bukowski) que abre el poemario:
“El capitalismo consiste en vender algo por mucho más
de lo que vale”
Cito otra cita citada en el primer poema, “Capitalismo
One”, de Andrés de la Orden, juez por necesidad nutricia y poeta por necesidad
vital holística:
“tú y yo valemos lo que podemos pagar”
Y cito la cita de Eduardo Galeano que da paisaje al poema
“La sorpresa del rollito de primavera”:
“el socialismo es el camino más largo para llegar del
capitalismo al capitalismo”
“Dirán
que esto
no es poesía,
pero
yo les diré
que la poesía
es
un martillo”.
Gabriel
Aresti, Harri eta berri, 1964
“Pienso
que solo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que
estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para
qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices como dice tu carta? Cielo
santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros
que nos hagan felices podemos escribirlos nosotros mismos, si no nos quedara
otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia
dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros
mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos,
lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser
el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
Franz Kafka, carta de
Oskar Pollak, 1907
“A
veces las monedas en enjambre furiosos
taladran
y devoran abandonados niños”.
Federico
García Lorca, “La aurora” de Poeta en Nueva York
Cash
es más que un conjunto de poemas yuxtapuestos. Tomás Soler Borja arma una
narración cuyo desenlace queda fuera del texto. Los protagonistas serán los
lectores que leen en presente un libro sobre su presente. La ficción poética
está movida por un corazón crítico con la ironía y el humor haciendo de puente
paradójico entre nuestras contradicciones cotidianas. Somos sujetos agentes y
pacientes de una alegría impelida por una inercia impuesta y que contribuimos a
dinamizar. La apuesta de Tomás Soler Borja es la de poner el verso en la llaga. Es una poesía
ética sin moralina maniquea porque la realidad es muy compleja y todos somos
juez, parte, verdugo, reo condenado y reo absuelto.
Para
leer Cash como merece he dado tres pasos atrás para impulsarme sobre su
altura. He leído Papel, lápiz y soledad (bella edición digital de
Groenlandia de 2014 en issuu -
https://issuu.com/revistagroenlandia/docs/papel_l__piz_y_soledad_de_tom__s_so -
con prólogo de Rocío Escobar y
fotografías de Lola López-Cózar). He releído A la contra. (Poemas resentidos
o ninguna vez callados) (Ediciones En Huida, 2017; con prólogo de Loida
Ruiz Rodríguez). Y he releído (no nos engañemos: a la buena poesía siempre se
vuelve) Un día en las carreras (Versátiles Editorial, 2017). Un poeta
con cuatro libros editados (no cuatro libros autoeditados: tres editoriales han
apostado por su verso y una, Versátiles en su colección Tribal, ha repetido su
apuesta poética. Hay una declaración en los cuatro títulos que nos sitúa en su
viaje poético (con las notas a pie de página del silencio editorial de su
producción -novela, aforismos, poesía…- que, generosamente, comparte en las
redes sociales. La soledad que dicta, papel y lápiz en mano, olas de vida en
tierra, a contrafluir obligado, lleva a Tomás Soler a ir a la contra y,
bukowskianamente, salir de la posible ebriedad solipsista y pasar un día en las
carreras con quien le quiera acompañar.
En el circo del mundo, con su “crash” sistémico edulcorado (choque,
quiebra, estrépito: especulación desde los espejos de las pantallas) nace Cash:
porque “sin cash no hay party hard”; sin solvencia líquida contante y sonante
no hay gamificación cruenta. El lirismo de su primer poemario (desde ese
itinerario que nos lleva del “Escribo” al “Te escribo” desde el “Me escribo”)
al asesino en la fiesta de vivir en sociedad, a la epicidad lírico-irónica.
Tomás
Soler Borja es un marinero en tierra, por oficio, por genética y por vocación
de azules. Es un marinero varado en el dique seco pero fértil de la poesía.
Tomás Soler Borja es un acróbata. Es un huérfano prematuro, de madre y mar, de
madremar. Las olas libres de sus versos son su mar: navega en ellos en el
naufragio alegre del mundo. La poesía puede ser, quizá, lo que nos salve de
justicias injustas y de mares esquilmados por la “felicidad” turbocapitalista.
La épica de su lírica es, en todo caso, el madero al que acogernos para
sobrevivir un poco más. Pero para llegar al Cash de 2021 bebamos de 2014
y de sus “pulsos al silencio” con una poesía que “sólo tiene un
idioma” y, “en vez de corazón, una pecera”. De eso se trata, de
seguir con un intento infinito de poema: “nada más que un puñado de letras /
buscando ser algo más”.
De peces
Tengo un silencio
de peces
fuera del agua
que boquea versos
y sueños sin más ánimo
que el respirar poesía.
Escribir ahoga
y si no escribiera
ya sería un cadáver de espinas
en lo inhóspito del mar.
(Papel, lápiz y soledad, págs. 60-61)
De perfil
En mitad de la intemperie,
soledad de nubes y aire,
caminando de perfil
todos los vientos lo son menos.
La lluvia cala de igual modo.
Algo es algo.
La nada se antoja tanto,
tanto,
más.
El frío viene de dentro,
de los mimbres que soportan
lo insoportable,
el peso de no dejarse caer.
(Papel,
lápiz y soledad, págs. 168-169)
“Cada verso escrito / me condena /
en el camino de salvación / que me ofrece la poesía” (Papel, lápiz y
soledad, pág. 97 ). De ahí la necesidad de la ironía de “poeta bombilla”
(Papel, lápiz y soledad, pág. 41) en la controversia paradójica de vivir
la libertad en la cárcel del sistema: “Eso, un punky de los de toda la vida
/ pero con una sudadera Adidas” (Papel, lápiz y soledad, pág.
49); o anarquía familiar (Papel, lápiz y soledad, págs. 52-53). En su
primer libro el tú receptor de entre las páginas-sábanas es el amor. En el
último, el amor vive herido en el naufragio consumista y es pecio que emerge
para salvar algo del mundo que nos hemos dado, sordos a la poesía.
La
lengua poética de Tomás Soler es clara, directa. Señala la herida desde la
experiencia léxica. Una herida social y una herida personal. Sobre la estela en
que, por ejemplo, cuentan la vida Karmelo C. Iribarren, Miguel D’Ors, Pedro
Casariego, Ángel González, Carlos Marzal, Francisco Brines, Charles Bukowski,
Caballero Bonald, Vicente Gallego, Felipe Benítez Reyes, Miguel Ángel Velasco o
Andrés de la Orden, abriendo espacios rebeldes (con posos amargos a veces, sin
resignación, con ironía -socarrona, blasfema, lírica o salvavidas-), Soler
Borja desvela verdades incómodas que nos sitúan en nuestra contradicción moral
asumida. Con la sencillez profunda de lo auténtico. Hay poetas que necesitan la
hipérbole del estilo para cantar: la poética de este acróbata siente, crea y
comunica desde la trascendencia de la luminosidad meridiana. Como una noche en
altamar del invierno mediterráneo, faenando (negociando con el riesgo la vida),
explicada un mediodía de agosto entre amigos cómplices y cervezas, dándole
entidad ontológica al ocio. Las risas de la “amistad a lo largo” de Jaime Gil
de Biedma son en Tomás Soler versos. Versos de palabras auténticas, cotidianas,
sin artificios innecesarios, con la lucidez del Mairena machadiano (su
heteronomia, en Cash y en los tres libros anteriores) solo es del sujeto
que escribe y del sujeto que habla: pero el primero nos lleva al segundo desde
el arte. La conversación es un arte también, claro. Pero en el poema ser
remansa esa naturalidad y se dispone para la duración. Releer sus poemas es una
necesidad esencial inducida por su poética. Hasta los broncos exabruptos (esos
que hacen que en un recital alguien se incomode o que, incluso, se levante
indignado y hasta ofendido) están medidos. Su efecto es tan artístico como
militante de su verdad vital. Ir a la contra para poder remar a favor. Dice en A
la contra (“A dar”, pág. 27) después de citar el misterio humano invocado
por Federico García Lorca que “ronda las cosas del otro lado”:
Entre la rendición y la resignación
yo
y escribo
porque este es mi modo
de presentar batalla
disparando mi munición
contra el silencio, la frustración y
el olvido.
Tirando a dar.
Y no, no me rindo.
Morir asfixiado de amor o de dolor
tiene su antídoto: la palabra poética. Contra el mundo, contra el poeta mismo,
el sujeto lírico se alivia pensando la obra que le pica y está por llegar: se
rasca y pare ahoras que no caducan porque ya son complementos directos de un
verbo con vocación de agentes ante los ojos de los lectores. Todo es siempre
personal en un poema, aunque sea mentira. Porque todo en un poema es siempre
mentira, menos las palabras, que son los cristales del caleidoscopio de la verdad.
Desde mi agujero domino el mundo
[…]
pero no
rompí los espejos
con violencia, a cabezazos.
Soy el hombre sin ombligo
nacido solo de la palabra
aquí en mi cuarto.
Me retrato. Os (d)escribo.
(Un
día en las carreras, “Retrato”, págs. 13-14)
En el
algoritmocapitalismo, la verbalización. Verso libre de métrica y puntuación
para respetar la libertad del lector atento como autor. Poemas que devienen
prosas: porque el prosaísmo en poesía no es falta de oficio sino música para
una letra. La semántica pide su vestuario y el poeta se lo diseña. Guiños
constantes, diálogo de diálogos: con la realidad de la vida, con la realidad de
la ficción literaria, con aquello que obliga al poeta a reposicionarse,
incómodo ante los argumentos que vienen para aplastarlo bajo su cabalgar de
olas-caballodetroya. La intertextualidad es fundamental en la poesía de Tomás
Soler: da pretexto y contexto al texto que nos regala. En Cash son
padrinos poéticos Bukowski, W. Churchill, Andrés de la Orden, Juan Bonilla,
Patrick Modiano, Frédéric Beigbeder, Primo de Rivera y Agustín de Foxá, Mircea
Cartarescu, Luis Landero, Mark Twain, los Payasos de la Tele, A. Camus, Erasmo
de Rotterdam, R. Bolaño, Rousseau, Roberto Iniesta, Manuel Vilas, Thoreau,
Martínez Pisón, Paul Auster, Cioran, Pedro Juan Gutiérrez, Robert Zemeckis,
Hemingway, Pedro Ugarte, Pedro casariego de Córdoba, Schwarzenegger, Eduardo
Galeano, Rivera Letelier, Maquiavelo, Woody Allen, A. Koestler, Muñoz
Molina, Josep Pla, Anaïs Nin, Eduard
Limónov, Alberto Méndez o Kutxi Romero (y otros muchos menos explícitos -el Delibes
de Los Santos inocentes encarnados en Paco Rabal orinándoselas para
que no se le agrieten, La Biblia, por ejemplo-). La lista es larga
pero necesario es hacer el esfuerzo de leerla porque hay un Tomás Soler Borja
lector previo y cocreador al poeta creador (su blog Frente al silencio, aunque
ya con poca voz -como sus otros dos blogs ts-acrobata y diariodeunaexistencia-acrobata- es un
aperitivo de su voracidad literaria). Son muchas las complicidades que busca el
sujeto lírico con el agente lector: eso es una experiencia que cada uno debe
analizar personalmente si quiere. Llamo la atención, solo, sobre el rasgo
estilístico solerborjiano de trenzar lo propio con lo leído, que no diferencia
de lo vivido porque experiencia vital es lo que se lee y leemos el mundo y los
libros que este contiene. Las citas jalonan sus poemarios, lo balizan, son
pórtico y son título de capítulo. En Cash, además, actúan como los
robapantallas de la publicidad que fagocita nuestras lecturas navegadoras en
las “touchscreens”, las que nos acercan el universo alejándonos del
mundo. Ironía de tercer o cuarto grado. Así, podríamos interpretar que Cash
tiene ochenta y dos poemas (en verso y prosa) en siete “capítulos” de extensión
irregular: “Sin cash no hay Party Hard” (como prólogo, con cinco textos, que
da, además, la clave de lectura general); “La publicidad son los ojos del
capitalismo, el consumo su sangre” (seis textos); “Que unos pocos humanos se
las hagan pasar putas a toda una muchedumbre de humanos. ¿También esto es
humanismo?” (tres textos); «“El mayor sueño de la democracia
consiste en elevar al proletariado hasta el nivel de estupidez de la
burguesía”. Gustave Flaubert» (cuatro textos); “El pobre nunca
tiene demasiados amigos” (treinta y tres textos); «“El capitalismo no tiene corazón” (dieciocho textos); “Los
esclavos abren sus bocas para pedir pan y su hambre / se disfraza / de música”.
Pedro Casariego Córdoba» (catorce textos
que, en mi lectura, son trece poemas más una prosa, “Reconciliación”, que
funciona como epílogo esperanzador -como “Algo de alivio” en A la contra-). La arquitectura del
poemario no parece tan clara como en los otros tres, pero es muy coherente con
la columna vertebral de los temas que constituyen su tema vertebrador: la
paradoja vestida con los faralaes heterogéneos y caóticos (aunque controlados
por el sistema clientelar de las funciones algorítmicas centralizadoras del
negocio) de nuestra experiencia social capitalista. Fe y dinero con Bin Laden
como intersección de intereses e hipocresías (págs. 14-15): el credo a la
concentración de capital que debilita su devoción ante la calderilla (ese “cash”
rompebolsillos, solo digno para limosna).Las correspondencias entre los poemas
de las diferentes “partes” del poemario muestran un futuro que siempre llega
camuflado de presente y proyectado desde un pasado sazonador cada vez más
ignorado. El poeta centra en el aquí y ahora la posibilidad de progresar, desde
la mirada ácida. Cada poema tiene un corazón de aforismo, más o menos
expandido, narrativo o lírico). En “Al remilgo y sus voceros” (págs. 115-116),
por ejemplo, le late, irónica, una conciencia obrera atávica puesta al día
desde la experiencia laboral real (en el mar, que puede ser metonimia de todos
los trabajos duros en una sociedad cada vez más blanda -con la sombra de
Azarías como símbolo de la explotación asumida como normalidad-). La
metamorfosis que vivimos y alimentamos transforma en eslogan o titular (viral)
la idea, la idea en ideología y la ideología en mierda (pág. 86). Necesitamos
crear burbujas, paréntesis, treguas: pero son ilusiones en un infierno de lo
igual vendido como singularidad clientelar de impersonalidad (las franquicias
regentadas por chinos -¡perdón!-, cachondos ante lo japonés -emoticono de
carita amarilla con ojo guiñado y labios silbantes- son una referencia de esa
globalización kitsch (con el “glamour” de la estética de mercado
internacional). Las banderas, pues, son trapos con los que limpiarse el culo
(pág. 91).
Los números, despojados de su
filosofía, son estadística para el consumismo, esa fuente de energía (agotadora
de lo humano) del engranaje de la máquina capitalista. Suma beneficio económico
a la izquierda del cero, arrinconándolo en las cuerdas de su nada, vigoréxicos
hasta la obesidad. Números que son identidad y perjuicio humano. Guarismos
(esos del “cieno de números y leyes” del “juegos sin arte” y de los “sudores
sin fruto” de la “Aurora” neoyorquina de Lorca) que son dinero o tipologías de
capitalismo (“One”, pág. 11; “88”, pág. 24; “24/7”, pág. 33; “96”, pág. 46;
“2.0”, pág. 50; “11”, pág. 58; “55”, pág. 65; “13”, pág. 72; “00”: “Para cuándo
el billete / definitivo, grande y glorioso / con el rostro auténtico /de Dios”, pág. 76; “7”, pág. 83; “59”,
pág. 111; “+ infinito”, pág. 117; “67”, pág. 121; y ese capitalismo “XXXL”,
metonimia bufa de todos los capitalismos del capitalismo.
Frente a los avatares adoctrinados en
“conciencia crítica”, empantallados, “solaborativos” o colaborativos virtuales,
activistas de sofá o de zafu de Decathlon
y dojo ubicuo y mindfulnésico, la subversión de la poesía física,
analógica. Frente al ruido silencioso de tanto hipe (en sus avatares
superficialmente entusiasmados por todo lo nuevo, innovolátricos de humo), la
insatisfacción existencial baudelairiana domada en versos de derrotas
esperanzadas y optimismo real humano. Frente a la victoria pírrica de la
apariencia ostentosa, el “en la derrota llevamos la victoria” cervantino, con
su luz de claroscuros. Como César Vallejo en Trilce (con su tristeza
dulce y su juego sonoro), los poemas nos llevan a fusionar y confundir
“consumismo” y “comunismo”, fonética y conceptualmente: “común” y “consumo”
llevan hoy a lo “mismo”, son ismos aborregantes. Dice Salinas en la
celebérrima Antología de Gerardo Diego que la poesía es un soporte para
la autenticidad, la belleza y el ingenio. Cash es un buen laboratorio
para experimentar esa triada lírica con vocación épica: (glosando al antólogo
comentando la afirmación saliniana) la poesía de Tomás Soler vibra en una
“expresión desnuda y sincera de su intimidad” (ficcionar es también una forma
de ser sincero desde el correlato objetivo, incluso proyectar opiniones
contrarias al autor lo es); la contención retórica, la frugalidad de la
pirotecnia, la depuración de la decoración (en métrica, en rima -de la que
huye-, en imágenes), el envés proletario del haz burgués, la belleza que late
en la fealdad cotidiana, exhiben su estética; la emoción vívida, la
conceptualización lírica de una misión social, de una conciencia moral, ponen
los andamios imaginativos a un ingenio poético que, sin aspavientos
declamatorios, enciende la chispa de la bujía lectora.
Si leemos el libro como un todo, como
un cuerpo estructurado en órganos que se complementan y explican (creo que es
lo que debemos hacer: ya se encarga el poeta, generoso, de regalarnos poemas
sueltos en las redes sociales), podemos partir de la cita de Flaubert (pág. 35)
como su corazón bombeando la contradicción que es motor del progreso en edad
contemporánea:
“El mayor sueño de la democracia
consiste en elevar al proletariado hasta el nivel de estupidez de la burguesía”
La paradoja triste de esa alegría es, en su
práctica, cuestionada sin moralina por el poeta, quien se sabe buceador en ese
Maelstrom dulce. “El capitalismo no tiene corazón” (pág. 79): no lo
necesita (el libro y las personas sí) porque vampiriza lo que toca y hace creer
que el espejismo que vende es la realidad y consigue que todos seamos
proletarios disfrazados de burgueses alimentemos el mismo circuito que,
inoculador de anorexias, nos convierte en productos. El filósofo coreanogermano
Byung-Chul Han llama a eso autoexplotación: el anzuelo tienta con la mejor
carnada, la mordemos y, con Huxley y Orwell mirándose y mirándonos desde el
panóptico del diorama de la Historia, rien irónicos, mientras nosotros reímos
porque hemos impuesto la democracia, hemos abolidos las clases sociales, hemos
conseguido que todos seamos, de vocación, burgueses. “El pobre nunca tiene
demasiados amigos” (pág. 41) pero ahora, como cantaba como deseo Roberto
Carlos, podemos tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar
(lalalá, lalalá…). Somos libres en la cárcel de barrotes invisibles y mucho
trampantojo de puertas y ventanas de un
sistema cifrado en humanismo digital que se erige como monopolio de los
humanismos. Cualquier “Black Friday” en cualquier franquicia es metonimia de
esa decadencia happycrática: “Los esclavos abren sus bocas para pedir pan y su
hambre se disfraza de música”, nos dice con palabras de Pedro Casariego Córdoba
(pág. 107). Sí, el capitalismo no tiene corazón sino una caja de caudales en
criptomonedas: la publicidad son sus ojos
y el consumo su sangre (pág. 19). Sin cash inmaterial (pero puro
materialismo) no podemos jugar a ser burgueses felices: así empezamos el vía
crucis épico-lírico de Cash (la melena del poeta podría ser,
valleinclanianamente, un homenaje al Jesús Nazareno que lo sedujo en silencio
en su infancia mientras la “muchedumbre” aclamaba bajo el palio del himno nacional
a la Virgen de los Dolores). Ese itinerario no lleva hasta un atisbo de
redención en “Reconciliación”: una prosa que cierra el libro que solo es
posible después de la experiencia colectiva (vivida desde la angustia personal
en un mundo globalizado y globalizante) de una pandemia de fantasmal letalidad.
Podemos leer Cash como si fuera la caja de Pandora con la sordina que
pone la vivencia poética del mundo: detectados los males, dispersados,
comunicados a los lectores, al cerra el libro queda en ellos la esperanza:
“Muchos
seguimos siendo humanos, incluso más que antes, en estos días oscuros de
monstruos y miradas esquivas”
Acaba
Luces de bohemia con todo un tratado lógico, desde la ironía del
esperpento, de la médula del pensamiento: el mundo es controversia, armonía de
contrarios en un carnaval que gozamos desde una visión del altura. Ebrios, nos
quitamos en cráneo a modo de reverencia ante la evidencia. El fiel irónico de
la balanza tiene tantos rostros como poemas ha escrito Tomás Soler Borja. Algunos
fragmentos lúcidos de Cash. Ahora todo nos aboca a pensar que la
libertad es el derecho humano que subordina a todos los demás y que el
capitalismo es su mejor armazón político-económico (leamos “La sorpresa del
rollito primavera”, págs. 89-90; “embalsamando a Fidel”, pág. 98; “Perreo,
perreo”, pág. 98; “Mi comandante”, pág. 94; “Capitalismo 13”, pág. 72;
“García”, págs. 44-45; “El revolucionario”, pág. 95; “La película”, pág. 104;
“El efecto placebo”, págs. 112-113): “nadie elige el sacrificio / ser
Jesucristo / pudiendo ser Elvis en las Vegas” (pág. 101) porque
(pienso en la madre de la película Requiem por un sueño) la
mercadotecnia puede calmar la ansiedad inducida (Mindfulness incluido) y
“permitir que durante un rato te olvides de todo / dejes por fin de pensarte /
y repensarte” (pág. 113). “Pan y circo”: activismo de sofá de quien, derrotado,
en los estertores de la conciencia social fagocitados por la resignación,
contempla en su pantalla el “Arte y oficio” (págs. 119-120) de las mascotas que
animan los partidos de futbol americano (en Europa tenemos otra versión de la
misma alienación -somos aprendices-): el gol o el fuera de juego (¡cuánta
sabiduría en ese final de poema!, pág. 118) eclipsan la humanidad hundida que
se rellena de helado industrial que, fugazmente empatiza con lo que le enseñan.
Esa quimera de cheerleader deserotizada, “cuando al fin regresa a
casa [¿] el sudor le huele a
humano recocido, a pan duro ganado con el esfuerzo o únicamente a pollo
chamuscado [?]” (pág. 120).
Números,
dinero, religión e hipocresía: maremágnum del orden capitalista. Pero este
poeta sabe de mares y sabe de reorganizaciones versales de la vida. A lo
Sócrates, tábano del pensamiento encauzado, a los Diógenes de Sinope, cínico y
lúcido, muestra cómo el templo ha sido colonizado por los mercaderes. El templo
es, de hecho, un mercado. El sujeto lírico no es Jesús ni lo pretende pero si
ironiza sobre las necesidades y su gestión, entre la sorna y la denuncia
(léanse los poemas “Capitalismo 00”, pág. 76; “El credo”, págs. 77-78;
“(De)Generación poética”, pág. 62, que incluye una poética; “Capitalismo 2.0”,
pág. 50; “Blanco Vaticano”, pág. 51; o “La textura del papel higiénico”, pág.
52; por ejemplo…). La hidra del capitalismo es un pulpo (“Capitalismo+infinito”,
pág. 117): “Ahíto de autocomplacencia / el pulpo del capitalismo se devora a
sí mismo […] para vomitar una
nueva realidad / aún más impersonal / y deshumanizada / que su propio vómito”.
Ese vómito es el que, desde la voz narrativa externa de quien ve la sociedad
como un espectáculo esperpéntico y fernandoboteriano, poetiza en basca lo que
piensa “arriando la mascá” (en jerga marinera) en XXXL (pág. 16: que me
recuerda la obesidad apocalíptica de la película Wall-E). El segundo
poema del libro “Nudos de corbata” (pág. 12) da cuenta del ingenio en las
imágenes y en la arquitectura de la dosificación de su encuadre: esa
soga-corbata, eclipsada por el simulacro de felicidad, que acaba justificando
su verdadero fin (esa verticalidad de las seis clavadas del norte de la brújula
del galgo viejo ahusándose colgado en la rueca de un olivo. En “Los esclavos
de la apariencia” (pág. 67) conecta también los extremos de la paradoja
central del libro, en tono “soft”.
El
dinero globaliza (y “gloviza”), todo lo aúna y lo uniformiza. Los números del
dinero (que ya tiende a no ser “cash” sino más líquido todavía y más
críptico -una versión 5G de las “libretas de apuntar” las deudas en las tiendas
de confianza del barrio con claves y plásticos-) colonizan el valor con el
atajo del precio y todo lo estadistiquizan. Los poemas de Cash denuncian
esta práctica envolvente sin púlpito, apeados del sermón. La presencia de la
ideología (religiosa o política) enhebra las aristas de todos los poemas:
agujereados como lectores, quedamos embastados en una trama en la que podemos,
si somos capaces de distanciarnos en la precariedad del hilo, mirarnos
viéndonos en la tela de araña del Mercado.
Cash
es un libro de cavilaciones que te sorprende en cada poema por la riqueza
de todo lo que te remueve como lector. Cada poema es una aria en la sinfonía
del libro. La forma que el poeta pone como molde a la idea ayuda al paladeo y
contribuye a la digestión significativa (molesta por lo que ilumina, con los
reflujos ácidos de lo que parecía dulce en su apariencia). La métrica juega con
el verso libre, los espacios, la disposición de los versos, los paréntesis
resignificadores, incluso con la tipografía (mayúsculas, negrita, cambio de
tipos -págs. 88-89). Versos aforísticos (aforemas -no sé si el termino está
registrado-: “Currículum vitae”, pág. 110), prosas (once), citas y poemas de
musicalidad versicular (León Felipe sonríe eterno) crean un mosaico heterogéneo
excelentemente conjuntado. Dilogías (“S.A”, pág. 70: “compañía” como usura o
como remedio a la soledad), ecos fónicos (pocos y significativos porque el
poeta huye de la rima: “La sombra desnuda”, pág. 71; “El cara al sol”, pág. 23 –“el
beneplácito de sus venerables venéreas” aliterativo-; “Te cuento”, pág. 26 –“un
gran banco / en bancarrota”-). Encabalgamientos eufónicos y significativos
como “un réquiem enarbolado en los mástiles / flácidos, a media asta” (“Los
comercios de la carne”, pág. 64) o encabalgamientos abruptos como el “reprodu-/ciéndose”
de “La sorpresa del rollito primavera” (pág. 90). Juega con símbolos icónicos
para, desde un realismo socio de línea clara, balizar los lugares comunes y
resignificarlos. Por ejemplo, la Coca-Cola. No se la hace beber al Che, a
Fidel, ni a Stalin: es el caballo de Troya de nuestra normalidad. Cita el símbolo
capitalista cinco veces (págs. 16, 39, 95, 104 y 112): en “Al fresco” (pág. 39)
el desencanto de las otras citas adquiere vuelo de esperpento al traernos a la
imaginación lectora el capitalismo artístico crítico (eco de Andy Warhol) de un
Francisco Franco encajado en una nevera de Coca-Cola, como mantenido por un
plan Marshall de largo recorrido.
Basta
con leer solo los títulos de los poemas para construir una narración de
momentos que describen nuestro presente fuera del libro. Hay en ellos, además,
un juego con el lector, que debe estar siempre atento a lo que parece que
anuncia o tematiza, puesto que la relación entre el título y el contenido que
desarrolla presenta diferentes claves interpretativas: la más frecuente es la
de la ironía. Que cada lector ponga a prueba en cada composición el guiño del
poeta y que tenga claro (no siempre se
tiene) que el autor y el sujeto lírico no siempre comparten opinión. Cash
podría tener una nota aclaratoria, como en algunas revistas, en la que el poeta,
jugando a editor, diga que el autor no se hace responsable ni se identifica
necesariamente con las ideas expresadas en los textos. Tensa el cable de la
acrobacia poética una guerra fría atemperada por el aire de la ironía que confronta
y relativiza de razones los dogmas sobre los que se proclaman sus ideologías.
Libertad, igualdad y fraternidad: ¿Quién le pone los tres cascabeles al gato
político? Claro que el libro es una entidad orgánica y el conjunto sí expresa,
en su juego caleidoscópico, el pensamiento de su autor: la voz del autor y las voces
de ficción que crea cantan en una polifonía solerborjiana.
La
legalidad de la ilegalidad, ese juego perverso del sistema monetizador tiene en
el poema “Capitalismo 88” su síntesis:
Modernidad o catástrofe
siempre mercancía, evasión tras evasión
¿Para cuándo los camellos
que acepten
el pago
con tarjeta?
Ese camello que podía pasar, alegóricamente,
por el ojo de una aguja en la cita bíblica tergiversada antes que lo hiciese el
rico en el reino de dios es ahora, en su encumbramiento social, un triste
intermediario en el negocio de la droga. Pero como agente económico tendría más
fácil su “labor social” si pudiese hacer la transacción como en cualquier
negocio. (El “camello” bíblico es, en realidad una soga: la protagonista del
poema “Nudos de corbata”, pág. 12). La marca blanca para tiempos oscuros de “Blanco
sobre negro” (pág. 25) es una declaración del vivir en el quiero y no puedo “democratizado”.
Los cuentos (“Te cuento”, pág. 26) son maniobras alienantes al servicio de la
publicidad y el capital. El pedigrí nobiliario y enchufabiliario está empedrado
con los Garcías (sinécdoque antonomásica de la marca blanca que quiere lucir
como primera marca) que son (“Don Pepito y don José”, pág. 40): “arrabal,
bulto, carne de cañón, olvido”. No pueden ser “Polladivina” (“El rap de
Polladivina y los protozoos”, pág. 59) y quedan en “una masa de Garcías y más Garcías”
(proletarios estupidizadamente burgueses, Flaubert dixit) que visten camisetas
negras básicas, de algodón, de cien pavos que pueden ser y son Calvin Klein (“García”,
pág. 45).
Abramos
el libro en sus páginas 56-57, más o menos su centro. A la izquierda “Quarterback”; a la derecha, “Escala de valores”. Creo que puede
ser una buena presentación del libro, de su núcleo significativo. En el
aparente caos del relativismo moral, con legalidades en las que la convencionalidad
está huérfana de humanismo y sobreprotegida por los intereses usureros, la
doble imagen: en la “kale borroka” de la cotidianeidad, cualquier
insatisfecho emula al “quarterback” Tom Brady y, remedo minimizado de Enola
Gay o de los bombarderos de la Legión Cóndor sobre Guernika, acaba, ejerciendo
su derecho a la libertad de expresión, con el mobiliario urbano. El gesto
lanzador del fútbol americano, icónico (endulzado por el “graffiti” del
lanzador de flores de Banksy), carece de perspectiva de la jugada y fluye con
la masa. Ese manifestante, con otros medios, encarna la misma escala de valores
de todos los tiempos pero como escaparate de las marcas que lo visten. La
poesía, claro, pinta poco en esa educación (“Fotomatón”, pág. 61): cualquier
autorretrato consigue más adhesiones (o “likes”) que el oficio de pensar
en verso. No es culpa de nadie y es culpa de todos: el gesto despreciativo
sobre el infinito de la pantalla solo permite retener la imagen instantánea, no
hay tiempo ni ganas de leer y co-pensar: “Una sola hostia de Poli Díaz / y
de las malas / de las que daba en el vacío / ha recaudado más pasta / y bajado
más bragas / que todos los poemas que puedas / nunca escribir / piénsalo, piénsatelo”
(“La senda del triunfo”, pág. 63). El
lirismo desnudo y promiscuo de “Los comercios de la carne” (pág. 64) nos sitúan
en la frontera entre la realidad y el deseo: la oscuridad de la prostitución
(todos nos vendemos) y la luz de la debilidad de quienes nos compran (violándonos
con permiso del sistema) se confunden y perdemos el norte del oficio y el
sentido de viaje. El jeque es bueno y el moro malo. Los sentimientos no se
compraban ni se vendían: ahora sí, son otro negocio (el “coaching” es su
modulador de pantones y eneagramas de talentos emocionales). En “Capitalismo
7” (pág. 83), al hablar de sentimientos, el poeta dice: “mejor que los
callas [si no se han monetizado] y no jodas más / con la moral”. La fe puede ser la
droga más dura (pág. 81) pero, perdida la virginidad ingenua de la infancia
solo es posible ya una felicidad artificial, una fe a redrotiempo en la
ingenuidad perdida.
Tomás Soler Borja es un jubilado a la
fuerza del mar y jubilosamente poeta crítico a tiempo completo. Es un lector que trama sobre las citas los
mimbres de su poema: metapoético, bebe y vive de la vida y vive y bebe de la
literatura para darle la vida a sus creaciones. Sus vivencias, literarias o
vitales, son la base madre sobre la que abonar un fértil pensamiento poético. Los
versos de Cash son hachas que rompen el hielo interior de cada lector,
socarrones. El poeta sí tiene corazón.
Tomás Soler Borja (Águilas, 1973) en la poesía de cabo Cope
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