lunes, 9 de agosto de 2021

Vecinos

 


 


        

                              Madera, chumbos y vidrio Duralex: triada de la vecindad premium





         A Pedro Montalbán García, vecino a unas cuantas manzanas en el caos urbanístico aguileño (a pesar del racionalismo ilustrado de base), que, en coche, nos trae sus higos chumbos de Los Estrechos.

 

          A María Ramírez Peña, por no hacer trauma de un hábito que ha construido amplitud, matices e intensidad a mi paladar.

 

          A Isabel Hernández Méndez, que sabe de sabores porque son su pan de cada día.

 

          A Pilar Navarro Aragoneses, por educar el gusto en erecciones pilosas.

 

 

         Suena el timbre (las puertas hace mucho que se cerraron y los corros a la fresca del levante son vestigio histórico con vocación de patrimonio inmaterial). Como un Rey Mago, un vecino ofrece la fuente de presentes dulces. El valor del regalo tiene precio en cualquier tienda (incluso en cualquier hipermercado): de mano a mano no hay calculadora que fije su guarismo en bolsa. En el don vive una tradición, se traspasa un amor de hogar que es umami dulce insondable.

         Todo puede estar, algoritmicodigitalmente, muy a mano: sin embargo, cuantos más cerca, más lejos. Los chumbos o los higos (orales, verdales; las brevas -esos frutos de la higuera, hijos larvados, renacidos una temporada después), o los melones y sandías, necesitan personas, espacio, sol, tierra y agua para ser. Necesitan vecindad para pasar del campo a la puerta, de la puerta a la nevera, y de la nevera a la mesa. Si algo es una patria (o una matria) es esa red social de complicidades sin lucro (y preñada de humanidad). Pedro llama a la puerta y los carbohidratos y sus ecos abren la espita de la saliva. En la entrega (Amazon está en pañales -extorsionadores deliverooglovalizadores-) vuelvo a los plátanos chupados de mi infancia, con medio siglo de educación del paladar (con ese hueso palatino oral-nasal y esa lengua infinita que ahora hace de la comida -gracias, Daniel Méndez, garumniano con fondos de sardina guerrera de Costa Azul- un ritual sensorial de etmoides y sinestesias).

         Sí: chupaba la comida cuando era niño; sin presión, por gusto, naturalmente. La sigo degustando, controlado, sin espectáculos, culturalmente. Las papilas gustativas son las mismas, educadas. La química infantiloide de la industria de la felicidad actual es otra categoría (la del fuet Tarradellas, las pizzas glutamatosas o la de las fast-food-hamburguesas-kebab o los zumos industrionaturales -verdes, morados o naranjas-). Norteamericanado o persizado hay un paladeo estandarizado que se vende como universal. Los chumbos o los higos son kilómetro cero internacional. El alimento que da vueltas (pollo o mixtura de carnes) o que vibra a la “parrilla” sin brasas (con aditivos simuladores) tiene sus franquicias. La fruta que llega a tu puerta es fruto del amor y la tierra real.

         La ceremonia japonesa del té es nuestro desnudar el chumbo antes de su actuación en boca. Hay ritual en la pala que lo pare y en el suelo sobre el que se masajea rulante para que escupa y avente sus pinchas. Después el cuchillo y el tenedor coreografían tres cortes (culo de tallo y nido ausente de flor, en paralelo, y el harakiri trasversal que los une): el duro abrigo cede y la carne desnuda rueda ruda haciendo de su protección una ola verdeamarilla de Katsushika Hokusai. El chumbo vive abrigado en su nopal al calor del secarral y desnudo en la nevera. En higo de pala, en su tuna, es un tuareg. Y un exhibicionista en el tránsito hacia la boca. Lejos de la aridez que lo fructifica, tras la liturgia de la transustanciación, un último estertor: los lunares de su ropa ceñida gritan desde las binzas que hay que tragar sin masticar, semillas del bolo sabroso que se perderán, estériles, en las cloacas.

         Los higos orales tienen menos rito y pueden llegar de la higuera a la mesa vestidos, tras el paso por la nevera. Pelarlos, mejor o peor, es responsabilidad de cada comensal. Del pedúnculo al ostiolo, del cuello al ojo, las tiras moradas van descubriendo las ropa interior blanca que oculta la carne roja, binzada también, de un cuerpo preñado de pulpa y flores. Los menos ceremoniosos abren el higo en dos partes, lo miran y se lo comen sin desnudar.

         En cualquier caso, higos son. La aspereza que los acoge (pala fractal, hojas trilobuladas) es proporcional al dulzor que se condensa en su seno. La lija lorquiana y la cama de faquir son reclamos del deleite. Porque la vida crece controvérsica, a contraola: la aridez preña de necesidad exuberante concentrada. Corazones de agua que se agazapan al sol del desierto aparente, se hacen perlas en lo bivalvo del horizonte.

         Llaman a tu puerta y es el vecino de siempre. Esos chumbos, esos higos, ese melón de agua, ese melón de año… son testimonio de un mundo que agoniza en sus costumbres. Sus sabores adánicos sí son experiencias de árbol de la vida, esa placenta humana. El árbol de la ciencia eclipsa: pero aún podemos meter la mano en la sombra de su luz de progreso y gozar los frutos atávicos que nos han alimentado para llegar a este presente ahíto de futuros inciertos de certeza colonizadora.

         Cierro los ojos y chupo el chumbo.

        

 


Higos orales, con sus estrías (grietas que devuelven en rojo la luz que los dio a luz desde el brote que fueron)




2 comentarios:

  1. Admirar lo simple, huir de lo extraordinario. Esta oda a la cotidianeidad y al hogar me ha hecho pensar en la “Resistencia íntima”, que me leí hace unos meses.
    Sigue disfrutando con los cinco sentidos, que lo sabes hacer muy bien.

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  2. Gracias, Clara, por pasearte por estos Limbos.
    Aunque el reclamo del mercado mediático sea el de vivir con consciencia plena de felicidad el presente, sabemos que vivir de verdad supone el contrapelo esa resistencia íntima de la que nos habla Josep Maria Esquirol. Ejercitar, libres de libertad impuesta, lo humano poliédrico es el reto diario. Un chumbo, un beso o un poema contienen la posibilidad de ese milagro laico, de esa epifanía vital (en las antípodas de los viral).

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