Aquí y ahora, precisamente.
Pero en el paisaje del desconcierto, en el espacio abierto de la claustrofobia
del sistema. A contraintuición, con el instrumento afinado y brillante pero sin
dirección para reconocer la columna vertebral de la maraña. Es lo que tiene
estar fuera de juego en la defensa de tu propio campo. El negocio en que hemos
convertido la vida explota la diferencia de potencial que va de la realidad al
deseo, de la raíz a las alas, de lo que se tiene a lo que se quiere.
Vivir una vida
ajena, pero que tienes que hacer tuya podría ser apasionante. En la dimensión “selfítica”
supondría el esfuerzo de tener que conquistar el propio yo reiteradamente: un
prometeico romance, desterrados de la zona
de confort, con el nuevo yo que se es siempre. En ese caos de identidad,
fértil en egolatría, estéril en experiencia, el sistema se hace dueño del mundo.
El yoísmo pedagógico de la motivación para crecer está encadenado a este
proceso. La pasión, pues, es la crucifixión de la persona, tratada con
adulación y mil parabienes, para convertirla en individuo. El mundo feliz de
Huxley. La isla de Michael Bay.
Siempre ha sido
la vida una nebulosa amorfa e inabarcable. En el intentar comprenderla se nos
ha ido yendo la vida misma. Cuadricularla para entenderla quizás no es apto
para todos los públicos. Quizás el árbol de la ciencia haya ensombrecido hasta
asfixiarlo al árbol de la vida, fingiendo ser árbol de la vida, disfrazándose de
ciencia.
Claro: que la
sombra arraiga y vive donde se proyecta.
Magma es la vida.
La horma
de la idea
la costumiza.
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