"Obra social", diorama del pesebrista Enric Benavent (2016) |
En estos días tenemos licencia social para ser ñoños y
ramplones. Para ser cursis. Hay una anestesia “candy” que confita la realidad y la ofrece en un universo onírico
de centro comercial sin arrabales. Prevalece el principio de economía.
Pero
hay otros universos en esta película. La estrella porteadora de regaladores
tiene cabeza y tiene cola: su luz alumbra desde el origen también, es su raíz
la que impulsa futuro y se abre camino en la sombra. La distancia entre Aquiles
y la tortuga alimenta el progreso: y es la tortuga quien va delante.
¿Momentos
náufragos en el caos tecnológico en que consumimos incandescencias de
precipicio? Esa puede ser la mónada leibniziana en la cascada: el niño dios en
que converge el absoluto de un presente sin deudas ni hipotecas. Sería ingenuo
no ver las cadenas de esta zona wifi que es el mundo, que sigue siendo un
corral. La esperanza exógena es futuro ajeno, fuera de la zona de confort,
perdidos en un relativismo que aliena a quien no se alinea en la dispersión de
riendas con cabo. La poliedria vendida como esfera tiene aristas que cortan.
El
cambio como valor absoluto. Quizás la novedad radique en saber volver.
Quizás el
nuevo niño dios se comprometa con la
realidad. Con la realidad real. Quizás su inteligencia emocional alimente su
coeficiente intelectual y sea capaz de lidiar la adversidad y ser dueño de su
destino. Quizás su inteligencia múltiple haga renacer a la persona del cliente
que ahora quieren que sea. Quizás reencarne en él el capitalismo de Diógenes o
la pedagogía de Sócrates (y la ignorancia competencial sea redimida por la
memoria como competencia)
La posverdad
(propia de una sociedad enferma de hiperactividad, más -y mal- centrada en un
yo selfiecentrista que en el yo común)
es una verdad paralítica asistida por una cohorte aduladora de individuos que
se disfrazan de “personal shopper” o “coach” para “customizar” las
oportunidades o “tunear” los perfiles del mundo que no se quiere ancho y ajeno
sino propio, abarcable y bailador de nuestra agua. Los “black friday”, los “ciber monday”
(así, con minúscula) se confunden con el “adventus
redemptoris” o la “nativitas” y
la virtualidad de nuestra bondad asume su potencial desamparo fingiendo una solidaridad
y empatía que tranquilizan una mala conciencia tan pasajera como las fiestas
que goza. Los que quedan fuera de la fiesta seguirán a la intemperie como los
embalajes de los regalos desvelados.
Quizás el nuevo
mesías nazca en el hueco de un cajero automático, ungido para desuncirnos, para
regalarnos la felicidad de renunciar a la felicidad comprada, para enseñarnos a
saber atender a la diversidad de los que nos necesitan de verdad.
Kilómetro
cero globalizado,
motivación y esperanza
en pañal
al amparo de una
sucursal
que vende calor de
hogar exiliado.
Desahuciado, sin raíz, de prestado,
hace del cajero la
catedral
pobre del montepío
original
mientras es por el
mundo idolatrado.
Mil naufragios en desierto salado,
mil desalientos en el
lodazal
han parido entre
aristas de metal
el débito anual
plusvaluado.
El niño instante, ajeno a su uso,
cierra
los ojos y llora confuso.
Enric Benavent trabaja vinculado al Grup pessebrista de Castellar del Vallès. |
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