Aunque parece que república se opone a monarquía en el ámbito ibérico de los últimos tiempos, su profundidad va más allá de esa simple elección entre corona y cabeza descubierta porque tiene que ver con la mayoría de edad de una sociedad. Las mujeres y los hombres que confían en un “deus ex machina” no son dueños de su destino. Como en la Comedia Nacional barroca, el rey aparece ante ellos, justo y misericordioso, para sentenciar una realidad siempre falsa, ajena a sus agentes reales: los hombres y mujeres de su intrahistoria. Como un Borbón que nos salva, por televisión, de un fracasado golpe de estado, en el que todavía vive un rey que huye porque el pueblo no lo quiere, llámese Alfonso XIII o de cualquier otra manera. Si al dictador fascista lo elige su ego sublimado, al rey lo elige dios y sus méritos quedan al albur de la genética, al margen de la realidad. “Real” se opone a “real”: lo que tiene existencia efectiva, del latín “realis” (de “res”, las cosas, la realidad, la naturaleza…), frente a lo perteneciente al rey (de “rex”, “regis”). La sangre roja frente a la azul.
La república se atiene a la realidad, reivindica la razón (“rei vindicatio”, defensa de algo, recuperación de lo que le pertenece): busca la realización del hombre que, como dijo Antonio Machado, nada tiene de mayor valor que su propia condición de hombre. La república, desde Roma con el SPQR (SENATVS POPVLVSQUE ROMANVS), se ha reinventado en cada coyuntura histórica que la ha necesitado. El senado y el pueblo, el sistema y sus gestadores, ya han llegado a su mayoría de edad, lejos ya del “pueblo” de patricios y “equites” romano. “Res” y “publica”: la cosa pública, el estado, los asuntos de interés público y colectivo. Horizontalidades hacia la razón de estado vertical, lejos del paternalismo del despotismo ilustrado. Cada hombre y cada mujer, un argumento de poder, urdidos en el telar de la democracia. Ya es tiempo de que vivamos regidos sin reyes ni dictadores, que rija el sentido común, que solo puede optar al regicidio conceptual. La monarquía enquista el mundo en su sistema feudal de vasallajes, amables o impuestos por protocolo férreo, que estanca a la humanidad en la minoría de edad. La monarquía infantiliza porque es infantil: ¿qué niño aspira a ser coronado como presidente de la república en su fiesta de cumpleaños? ¿Qué niña prefiere ser diputada a ser princesa en sus juegos? Es infantilizante y sexista. El discurso del rey, mera paradoja: infantas o infantes, niños de mantilla incapaces de hablar. ¿Cómo, entonces, una monarquía parlamentaria? Un rey, un infante al que el tiempo ha convertido en adulto, que preside, que figura y que no habla. El gobierno de uno (que es lo que quiere decir “monarquía”) no debe erigirse con el privilegio de defendernos de la anarquía (esto es, el gobierno sin jefe): el pueblo es soberano (del “superianus” del latín vulgar, derivado de “superius”: más arriba, por encima, del rey, en este caso). Al coronar a las niñas, al disfrazar a los niños en sus fiestas de cumpleaños, pensemos en la proyección de esos gestos en la historia y sus caprichos.
La república es una consciencia civil que hace ochenta años que sigue latiendo bajo todas las circunstancias impuestas. Porque la República proclamada el 14 de abril de 1931 sigue siendo nuestra referencia republicana, tricolor, culta y ecuménica. Es una esperanza a redrotiempo, la nostalgia de la esperanza. Sin melancolía nos alienta por un recuerdo fértil de futuros. La guerra no solo rompió un país: hizo trizas una posibilidad que estamos recuperando setenta y dos años después. Estamos preparados para la segunda parte de la Segunda República, después de este paréntesis impuesto, de esta “edad media”. Nuevos Lorcas o Migueles Hernández están por nacer todavía. Toda una generación borrada de la historia será vengada culturalmente, será reivindicada: Max Aub, Jacinto Luis Guereña, José María Quiroga Plá…, después de ser restituidos a los herederos de su público lector natural, devueltos a la vida de las letras tras su secuestro por el anonimato impuesto por las circunstancias del exilio (como tantos otros, ya irremediablemente hechos olvidar), serán los cicerones de una segunda Edad de Plata de la cultura ibérica, fusionada ya en el espíritu europeo del siglo XXI.
José Luis Sampedro tenía unos catorce años cuando se proclamó la II República. Hoy tiene noventa y cuatro y representa esa tesitura moral que la República quiso normalizar, ese triunfo de las clases medias cultas que ya tienden a ocuparlo todo. La dignidad humana es lo que está en juego. El nuevo tablero de ajedrez debe tener nuevas piezas y nuevos jugadores: que un rey se mueva para defenderse o atacar a otro rey es historia digna de los museos y no de la vida. Un mundo que ha hecho suya la economía capitalista hasta convertirse en una sociedad capitalista necesita más que nunca el compromiso para refundar las reglas el progreso personal y material. La política la hacen los hombres. Los reyes viven en los cuentos, paralelos a la vida.
Didáctico y claro. Aunque esa relación final entre república y capitalismo no la veo tan clara. Evidentemente estamos metidos en una lógica capitalista, pero la organización republicana tambiém nos permitiría vivir en otras lógicas económicas, igual más sostenibles e igualitarias, no?
ResponderEliminarCreo que la monarquia, aun parlamentaria es anacrónica y obsoleta. La democracia debe periodicamente elegir a su jefe de estado. Periodicamente, no en un referendum vitalicio
ResponderEliminarCom a dit en Lluís, molt clar. La idea aportada que més m'han agradat ha estat el tema del parèntesi entre la primera part i la segona part de la Segona República. Anomenar parèntesi al franquisme i a la monarquia és una manera de clarificar les coses de manera intel·ligent... relegant-ho a "Edat Mitjana".
ResponderEliminar“La política la hacen los hombres. Los reyes viven en los cuentos” el problema és que aquests contes, els homes/politics, no els interessa tancar ( per por, per comoditat, per interessos, per...), encara hi ha molta gent que creu que la piràmide feudal no es pot eliminar.
ResponderEliminarVisca la República!!
Fins aviat.
Los reyes viven en los cuentos... y del cuento. República com a punt i final d'un anacronisme, però també com a reivindicació d'allò que finalement no va poder ser. Disortadament, el passat republicà encara està molt per davant del present, i no es tracta de ser nostàlgic però sí d'aprendre.
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