Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para poder pensar. Edipo lo hizo para no ver la tragedia cosida a su vida sobre la que pensó, de la que quiso huir y que potenció en cada paso que daba. Estos destellos no necesitan ojos que los sorprendan en sus centelleos porque se engendran en la oscuridad: solo desde esa ceguera voluntaria, curado de miopías, presbicias y astigmatismos se puede habitar en ciudades inteligentes para ciudadanos imbéciles. Habitamos el mundo desde dentro. Quieren que, como turistas, como clientes, lo visitemos desde el exterior, ajenos a que somos nosotros los que lo hacemos vivir y somos su razón de ser.
Destellos, encandilamientos: eclipses de luz.
Círculos concéntricos del egoísmo: en sus intersecciones se siembra la amistad y la filantropía. Las altas torres de la mezquindad bañan de sombra sus meritorios brotes.
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Vivir hasta que la muerte nos separe de la vida. Vivir hacia la muerte: tiempo y espacio se alían para llevarnos a la misma nada espacio-temporal. La nada en la que nadamos carece de orillas.
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Dejar de ser esclavo de uno mismo. Fluir para ser, darse para crecer: ósmosis necesaria extradérmica para evitar la necrosis de la autarquía egotista.
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Atomizar la unidad para comprenderla. Unificar lo atomizado para entender que entre lo uno y lo diverso se mueve el pensamiento.
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Cántaro expuesto: como una ameba de barro fagocitó la sombra y se preñó de ella para siempre. El enigma de la vasija no se resuelve ni haciéndola añicos: nunca sabremos qué contuvo este receptáculo en su gestación hermética.
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Éxtasis céntrico: ser el quinto de los cuatro puntos cardinales, guillenianamente.
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Todo el infinito en un flechazo: caer en los brazos de la Venus de Milo, que te arrulla como una “pietá” de erotismo plácido.
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Fuego: aire inflamado, densidad linfática, danza de duna intangible que nos cautiva, precisamente, porque no puede ser nuestra. Su zumbido invita al silencio, balizado por un crepitar que ya no oiremos cuando seamos suyos. Entonces, vida ya en combustión, seremos eternas pavesas reencarnadas en otros fuegos encendidos en otros tiempos y hogares.
Curiosa esta ceguera que nos ilumina y más viniendo de alguien que perdió la vista no por voluntad sinó por naturaleza.
ResponderEliminarHe aquí una muestra de las brasas de Shelley, momentáneamente avivadas por el viento. En efecto, su candor se percibe sin ojos.
ResponderEliminarNo hay más ciego que el que cree que ve y solo mira el reflejo del espejo de sus ojos.
ResponderEliminarA veces no es tanto lo que vemos como lo que no pensamos...
ResponderEliminarPor cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita