A Pilar, pidiéndole perdón
por haberle robado tiempo al amor con su verbalización.
A Pilar, por sostener capiteles y basas, cielo y suelo. Por ser
corazón, además, de este nosotros tan nuestro.
Bajo
la sombra de la superluna de noviembre, tu luz difusa, tu silencio escudero del
ritual cotidiano del amor. Sin pretensión, fuerte. Dorada de soles y mar,
templada en la generosa aventura de dar en el darte (sueño perdido en la noche
y ganado en el día, azacaneo doméstico sin recompensa, viajes frustrados por
las cadenas de la costumbre, renuncias sin premio…)
Crecer
sobre el crecimiento de quienes tanto te quieren, abono de amor. Es tiempo de sabia sazón: como
copo de catalejo, como atalaya jánica, sabes quién eres y sobre esa
construcción levantas la mejor que aún serás.
Más
que “carpe diem”: “amor fati”. La fértil cosecha de amar lo
que se ha hecho para, sobre su jardín, seguir amando. Amar el destino que has
elegido, la experiencia que ya eres. Y mejorar su vivencia mañana a la luz de
ese astro que tú sabes ser. Tus satélites se alimentan de esos destellos
seguros de amor y de su orbitar seguro te nutres tú.
Llueves
hojas,
coronada de ti misma
desde tu tronco.
Te precipitas en el abono
del siempre empezar a ser novios.
Más
de la mitad de la vida
de tu medio siglo
(alas, camino y raíz),
pronunciando mi nombre,
preñándolo de vida,
iluminando sus rincones:
en la caligrafía epistolar,
en el cordón umbilical de la cabina
telefónica,
en el ritual cotidiano,
en el silencio cómplice.
No
tengo ojos suficientes para verte
y te miro también con los dedos,
con
el oído,
con
la voz,
con
la lengua,
con
la nariz,
con
la nostalgia esperanzada.
El beso se hace abrazo de labios
como brazos.
El abrazo se hace beso de brazos
como labios.
El
mapa herido de tu cuerpo
guía la aventura de serte
hacia la fuente.
Horizonte circundante
al corazón del deseo
(ese centro que crece con vocación
de alrededor y busca tu centro y encuentra ser centro)
Por donde se abre la piel, entrar.
Con el amor, zurcir los rotos del
deseo.
Negociar con la realidad la
posibilidad,
engrasar con cariño
sus goznes,
encarnar las palabras en carne.
En
el naufragio del yo que es cada exilio,
volver.
Volver,
acabada
la odisea de cada día
a hogar puesto,
a corazón dispuesto
para entrojar nosotros
(mucho más ya que tú y yo desnudos)
Un
beso en la frente
para dar
con la lengua de tu pensar
abre el día y su promesa
de lecho sembrado
y encarnado.
Llueves
hojas
desde tu tronco coronado
para cultivar raíz,
para importar lo que realmente
importa
y hacerlo nuestro
en el otoño más fértil.
Sant
Cugat, 15 de noviembre de 2016
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