viernes, 26 de junio de 2020

Desde la piel literaria de Sergio del Molino


 
DEL MOLINO, Sergio (2020). La piel. Madrid: Alfaguara.



 
Autorretrato de Joseph Wright of Derby (1765-1768), detalle.



Entre quienes glosan la realidad nuestra de cada día hay una especie que aunque se pudo dar en otros tiempos hoy es más necesaria que nunca. Una especie que por su propia naturaleza vuela libre y distinta entre las páginas de los diarios o de los libros. Son escritores independientes, sin pelos en la lengua ni mucho lastre en el prejuicio que opinan desde un pensamiento crítico personal que tiñe sus posicionamientos en una gama cromática que va del cinismo a la ironía, pasando por la sorna, del zasca a la ternura, arañando postureos y lameculismos, y nos lleva del cabreo a la filantropía sin casarse con nadie. Su mirada no deja indiferente al lector y la chispa de su ingenio puede ser dardo o pluma. Estoy pensando en Sergio del Molino. Pero también en Juan Soto Ivars.

He leído La piel y he disfrutado en la complicidad interbiográfica de su escritura. Lo que a nadie le importa (2014) o La mirada de los peces (2017) ya están en ese camino de presentes rememoradores desde la inteligencia contemplativa de la pasión. Un abuelo o un profesor de filosofía suicida son palos del pajar de la ficción autobiográfica que no trae una España que ya ha dejado de ser. Decir que su estilo es personal declara en su dilogía la potencia de la atracción que sus libros provocan. Hay algo de ensayo también: ensayo novelado autobiográfico. Como hace Álex Chico en Los cuerpos partidos. La España vacía que Sergio del Molino retrata en 2016 fue revelación de una evidencia social y política. La piel confirma que ha inventado un género literario: el columnismo narrativo. Los Lugares fuera de sitio (premio Espasa 2018) también son una declaración de principios: hacer de las piedras en los zapatos, de la incomodidad que desautomatiza las inercias de las opiniones, una forma de vida literaria. Dar puñetazos al “mainstream” para despertar de su hipnopedia a los lectores, a los que trata siempre como mayores de edad, sin dogmatismo. Divertimento trascendente, el humor sin humos es parte del aglutinante de su literatura. En las píldoras paralelepípedas de sus columnas de opinión en El País (con la realidad televisiva como coartada), en sus ensayos, en sus novelas, en sus comentario de la actualidad en la radio.

El confesionalismo fingido de la poesía de la experiencia (con Robert Langbaum, Jaime Gil de Biedma o Carlos Marzal como referentes) adquiere en el columnismo narrativo de Sergio del Molino una vuelta de tuerca literaria. La autobiografía en la prosa, desde El Lazarillo, cultiva el equívoco y la complicidad del lector en ese juego de espejos trampantojil. El mundo real y el mundo imaginado de la ficción son voz y eco, eco y voz, osmóticos, biyectivos y recíprocos. El yo es una entidad narrativa jánica que relata la alteridad del yo y pone en práctica un estilo directo en que la retórica se parece mucho a la vida. Por eso es tan atractivo: expulsa la retórica hueca y campanuda y la sustituye por una retórica imperceptible con ilusión de diálogo de verdad. Sergio del Molino imagina la realidad: la persona, el personaje y el escritor se funden en una entidad fértil y cercana, hable de lo que hable (de una serie de Netflix, de Stalin, del Negro de Banyoles, de su hijo, de Cindy Lauper o de Nabokov; de la iconoclastia o de la psoriasis; de Sochi o de una plaza de Zaragoza). Desde la impostación real conoce la evidencia: el lector lo va a leer todo como ficción porque no conoce la verdad de las causas literarias: es necesario escribir bien para que la experiencia de realidad escrita obre el milagro al ser leída. Lo real y lo falso, la verdad y la mentida se cruzan en la experiencia literaria de sus textos. ¿Autoficción?: ¡Literatura! Como dice en su curso de escritura autobiográfica, podemos ser cronistas de nosotros mismos con proyección ecuménica: “Escribir sobre la propia vida es escribir sobre todas las vidas posibles”. La suya es, pues, una narrativa de la experiencia, un juego de creación universal autobiográfico con un corazón de columna de opinión trascendida. Digamos que sergiodelmoliniza una práctica literaria de amplio espectro y varia concreción: Vila Matas (Ordesa y Alegría), Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos), Miguel Ángel Hernández (El dolor de los demás), Agustín Márquez (La última vez que fue ayer), Carlos Barral (Penúltimos castigos, Años de penitencia, Los años sin excusa, Cuando las horas veloces), Francisco Umbral (Mortal y rosa), Álex Chico (Los cuerpos partidos), Avelino Hernández…

El “Efecto realidad” de Roland Barthes y el “Correlato objetivo” de T.S Eliot puestos al día. La portada de La piel es la piel del cuerpo del libro. Un detalle del autorretrato de Joseph Wright of Derby (1765-1768) presenta la fractalidad metonímica de la metáfora googlearthatiana de ser criatura y creador y viceversa. Sangre y palabra: palabra y sangre.

Catorce capítulos independientes, bajo la misma piel, conectados por los guiños entre ellos y con la psoriasis como columna vertebral e hilo enhebrador de las partes. De la monstruosidad paternal en la incredulidad sabia del hijo (“Las brujas no exixten”)  hasta la reconciliación epidérmica que permite una nueva relación paternal (“La costumbre”). Entre la presentación y el cierre argumental, doce historias preñadas de historias y  mucha historia, mucha sabiduría en píldoras que trufan la narración de narraciones. Sergio del Molino afina la ironía: ese rasgo vital y literario puntual en sus columnas (que a veces son picotas) es en la novela medular. Lúcido, mordaz, cáustico (tanto como sensible), obliga al lector a armarse de un lápiz o a hacer papiroflexia con las esquinas de las páginas para poder retener la antología de pasajes memorables, entre la ocurrencia y la reflexión filosófica o dermatológica.

Si la psoriasis es una anomalía genética que produce más células epidérmicas de las que necesita el cuerpo, la prosa de Sergio del Molino es, en su exceso de ingenio, un placer que solo producirá prurito intelectual y media sonrisa burlona y cómplice en quien recree sus ojos en la piel de las  páginas de su novela. Aunque solo fuera por eso de “La Edad Media griega” de la piel (la que nos hace naufragar desnortados entre el “amor maternal asfixiante y el sexo”) o por la precisiones léxicas sobre la adecuación narrativa del nombre de los genitales, el baño de realidad en la ficción que nos regala ya tendría sentido. Pero es muchísimo más, como podrá comprobar el lector que quiera dejarse acariciar por el tacto literario de Sergio del Molino.


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