miércoles, 5 de agosto de 2020

Entre las grietas de la historia y la fe crecen los relatos. El peregrino desolado de José Ortega: los veinte años perdidos de Yahshsuah encontrados en un ensayo-ficción

 

 

         Ortega, José (2019). El peregrino desolado. Los años perdidos de Jesús. Málaga: Ediciones Corona Borealis.

 

 

La novela de José Ortega nos hace entrar en el paréntesis de los años ignorados de Jesús. Con él podemos imaginar y recrear el tiempo en que el Peregrino desolado se busca y se encuentra para poder después darse al mundo. La hipótesis por una formación vital en la cultura egipcia conecta los dos universos intelectuales del autor: la cultura antigua, con Egipto como centro, y la bondad. En esta novela, en este ensayo-ficción, la formación de Yahshuah es revelación de pasos hallados en el limbo histórico de las palabras sagradas: la herencia cristiana de Maat. Al calor de la hoguera de hogar del libro nos contaremos una historia que nos hará mejores.

José Ortega, abogado del mar y de la bondad cifrada en actos, nos habla para que sigamos aprendiendo a ver, nos enseña para que podamos aprendernos en la brecha que hay entre la verdad y el relato, entre la espiritualidad y la materialidad de ser. La serenidad de su discurso, diletantemente fértil, se nutre de hiperactividad e introspección. Diez novelas ha publicado, incontables son los pleitos, en todos los frentes jurídicos, trabajados (su Manifiesto 2012, una propuesta de reforma de la constitución al margen de la carrera electoral, es paradigmático de su esfuerzo por hacer justa la Justicia, democrática la Democracia y para hacer eficaz al activismo al margen de los activistas de sofá). Desde Gilgamesh y la muerte, 1990-1995 (primera parte de las tres del ciclo: luego vinieron Khol, el príncipe pálido y La piedra resplandeciente –ambos de 2001-) hasta El peregrino desolado (ahora está enfrascado en una novela sobre la pandemia de la Covid-19 en la que su azacaneo legal ha sido extenuante) nos ha enseñado desde el placer de la lectura con novelas como El último sueño de la mariposa y El árbol de la vida (2012), Camino al paraíso , La tumba y Mi hombre ideal (2013) o Nafuria (2018). En El sol, la luna y las estrellas, con una intención más ensayística podemos apreciar también la trasversalidad de su conocimiento, hecho de inquietudes, trenzado desde la trascendencia humana que forja en la antropología, la historia, el pensamiento político crítico, la literatura y la espiritualidad. Sus estudios de derecho y de Historia Antigua y Arqueología, mucho más allá de sus licenciaturas y cursos de doctorado, además de novelista y ensayista, le han obligado a hacerse guionista, productor, director de cine y televisión y a tener una productora con el nombre del padre de Gilgamesh, Lugalbanda, en la que dar salida a tanta sabiduría.

 

Lenguaje legal, lenguaje de la historia, lenguaje literario. La narración (novela o cuento popular) como conocimiento antropológico que hay que saber interpretar a la luz la interdisciplinariedad.

 

José Ortega, imaginación e inteligencia, es el cicerone en el viaje iniciático humano de Yahshuah. Nos lo trae diletantemente fértil en la bondad, peregrino de una tristeza alegre y trascendente. Su epifanía medular de veinte años puede ser antídoto ante tanta facilofelocidad hueca mediática e inmediatocéntrica. Dios, el innombrable, el oclusivo gutural, fue carne y palabra en Yahshuah. Salvador humano de Yahweh, necesitó peregrinar para aprender a ser salvador de los hombres. Egipto fue su escuela. La bondad, el equilibrio cósmico, la geometría de la belleza, la proporción, la inteligencia del sentimiento se hacen camino de vida en la revelación de Maat. La bisagra cultural de su buscarse nos acerca a lo que somos desde lo que fuimos. El viaje por Mitzráyim nos hace salir del libro ungidos de la esencia de la bondad circadiana, del orden cósmico, geográfico y ético de ser.

 

Jesús-Yahshuah, mito, personaje y persona, siguió siendo en ese paréntesis de silencio que va desde sus doce y sus treinta y tres años: José Ortega novela la aventura de un héroe trágico, pasión humana antes de ser pasión divina, fundador de la catarsis en el teatro del mundo. En su ficción seguimos sus huellas sobre la arena del desierto fértil de Maat en Egipto. De la literatura performativa y perlocutiva, ninguna más fértil (en tergiversación, en exégesis y en humanidad positiva) que La Biblia. Ningún personaje ha fundado tantos comportamientos como Jesús, esa creación entre la historia y el mito, entre la persona y la idea ficcionalizada. Tampoco hay en el canon literario ninguna creación de tan prolija narración, tan palimpséstica (solo Cervantes se atreve a jugar a ese juego de espejos a un nivel comparable) como el libro de los libros.

 

Tras la epifanía pesebrística, un ángel hace soñar a José el peligro que acecha a su hijo Jesús. María huye con el fruto de su amor divino a Egipto. Herodes, embriagado por los velos de las veleidades del poder, busca a quien no va a encontrar sino en el futuro de su presente. En el Creciente Fértil, ese imperio sin murallas, halla el mesías su razón de crecer. Volverá cuando, adolescente, se busque. En Egipto se encontrará para que nosotros, después, nos sepamos hallar. De eso va la novela de José Ortega: del aprendizaje de Yahshuah para enseñarnos.

 

La cábala hebrea le permite hacer del alefato un discurso en un segundo plano de significación. Los doce capítulos, como los apóstoles, y el epílogo, llevan títulos que dan claves sobre el contenido usando algunos de los setenta y dos nombres de Dios. La carga energética de la vibración enunciadora judía también nos habla en la novela desde el ADN del espíritu. Con el Tetragrámaton como eje (YHWH: yod-he-waw-he), los trece trechos del exilio del protagonista vienen anunciados por atributos divinos sensibles que balizan la aventura desde el misterio que da alas a la lírica de su épica y a la épica de su lírica. Energía positiva que protege del mal de ojo ante las miradas que pueden matar; la armonía de la atracción entre iguales que lleva al amor incondicional; la fusión espiritual por la atracción del alma gemela; el dolor de una honestidad que combate el odio; el control sobre la presencia que puede detener la atracción fatal; la revelación de lo oculto tras detenerse a querer ver la verdad y cultivar e coraje para afrontarla; la capacidad para transformar la idea en acción; la fe pletórica en la certeza absoluta; el escuchar antes de decir para poder decir lo que se piensa; el panóptico de las consecuencias de los actos presentes; la conexión con Dios; la construcción de puentes hacia lo otro; el paraíso aquí y ahora a la luz interior infusa por la divinidad: esas son las estaciones de vida previas al via crucis de la penitencia pasional redentora. Ideas desde la demiurgia de la palabra formada con letras teofóricas con una trama atractiva como primer plano del argumento. HLLYH. Y una moneda como símbolo de los vínculos, con su cara de propaganda y su cruz de realidad. Y su sexo. En la Maat personal del ciclo circadiano transcultural y atemporal la bondad busca la intersección entre el sistema inmunitario de la glándula pineal y el vaivén de vigilia y sueño que alienta la luz y mece la oscuridad en su “efecto speculum”. “Si hacemos cosas buenas el mundo será bueno” dice Jose Ortega, en la vida y en la literatura. Jesús es Osiris. Y aunque Dios es innombrable, José Saramago y José Ortega lo nombran en su extensión humana que es Yahshuah.

 

El peregrino desolado no se queda en su tristeza desierta e inhóspita: su aflicción nos unge contra el poder ser uncidos, la angustia y el desasosiego. La transición entre dos épocas que lo contextualiza revela las interacciones entre physis y nomos que ponen los andamios del progreso real. Su exilio es conocimiento: este ensayo-ficción, ucrónico, de distopía pasada benigna, nos lo revela desde un argumento revelador.

 

 José Ortega, aguileño de vocación, centauro de lo espiritual y lo legal, abogado del mar y de la bondad empírica, místico y agente de la bondad, nos habla de la humanidad de Yahshuah, personaje y referente histórico y moral. Su vida entre la discusión con los mercaderes del Templo y su muerte nos va a permitir conocernos mejor y reconocernos en la herencia de la cultura egipcia y en la trascendencia literaria que nos hace más humanos.

 

El dragón dormido de Cope vela, telúrico, nuestro sueño de mujeres y hombres. José Ortega nos lo cuenta para que despertemos y seamos en el cuento.

 

 

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