“Kono michi wa
yuku hito nashi
ni
aki no kure”
Matsuo Basho (1644-1653).
“Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo”
Traducción de Octavio Paz
en colaboración con Eikichi Hayashiya
“Nadie emprende
este camino salvo
el crepúsculo de otoño”
Traducción de Francisco F. Villalba
“Por este camino
nadie va.
Atardecer de otoño”
Traducción de Ricardo de la Fuente
y Yukata Kawamoto
“Nadie que vaya
por este camino.
Crepúsculo de otoño”
Traducción de Vicente Haya.
“Este camino
ya nadie lo pasea.
Acaba otoño”
Traducción anónima.
Hay paisajes que no sabemos ver, de tan cercanos. Una hipermetropía cultural combatida por los espejismos de la miopía ignorada y gozada como un horizonte de felicidades. Entre lo esotérico y lo exótico está la vida real, la palpable, la que habita nuestro alrededor. Ser turista metafísico de procelosos interiores o de lejanos paraísos nos despoja de nuestra posibilidad de ser. El haiku, como dijo Matsuo Basho, es, simplemente, o que ocurre aquí y ahora. Esas coordenadas no están condenadas a ser un calco reiterado de lo ya visto y siempre próximo por hábito, pero tampoco lo contrario. Ese cronotopo lleva en su esencia una condición: que eso que sucede en este lugar y en este momento se viva, dónde y cuándo sea, desde dentro, desde el arrobamiento de la epifanía, bajo tu balcón o junto a un moai en la Isla de Pascua. Se requiere una miopía simbólica y selectiva: tener unos ojos grandes para ver lo que tenemos delante, sin la usura del cansancio porque todo es siempre diferente.
Las cinco traducciones del
famoso haiku de Matsuo Basho hacen evidente la doble lente de la mirada: el haijin
capta, en las condiciones explicadas, la naturaleza; quien lo lee vuelve a
leer, desde las gafas de la traducción, lo que ya había sido traducido a
sonidos y sentidos. No entraremos en detalle
filológicos: aquí interesa el alambique quintaesenciador y las interpretaciones
enriquecen el objeto. El “kigo” (esto es, la estación de determina la vivencia
poética de la visión) es en el texto de Matsuo Basho “Aki no kure” (atardecer
de otoño –“aki” equivale a “otoño”-). En él el sujeto lírico, caminando
solitario ante un crepúsculo otoñal, vive una senda simbólica que puede ser la
del mismo poema. El tono nos lleva hasta una soledad espiritual que emana de lo
que se dice desde sus connotaciones.
El haiku que propongo, aunque
vivido en primavera (“haru”), abstrae
ese marco (como lo haría si hubiese transitado el paisaje en verano –“natsu”-, otoño –“aki”- o invierno –“fuju”-
y pretende elevar lo visto. Técnicamente su “kigo” sería un “mu-kigo”
(sin estación). Pero, a diferencia del haiku del maestro, este necesita la
imagen, ajena a las palabras, que las dictó.
Diálogo
de caminos
que
se entrecruzan.
Cambio de agujas.
Cambio de agujas.