domingo, 4 de mayo de 2014

Haikus XIV









Que púberes canéforas te ofrenden el acanto,
que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
sino rocío, vino, miel:
que el pámpano allí brote, las flores de Citeres,
¡y que se escuchen vagos suspiros de mujeres
bajo un simbólico laurel!

Rubén Darío. “Responso a Verlaine”
en Prosas profanas (1896)


         También florece la mirada en primavera. Simple como un haiku o exuberante como un poema de Rubén Darío.

          Calímaco el arquitecto lo inmortalizó, pétreo. En Corinto, al dejarse seducir la extraña forma que el vegetal inventó para adaptarse al espacio que  le había dejado la ofrenda a una joven muerta: la sombra del tributo a la difunta forzó la volutas del acanto que el artista trasladó a la piedra  del orden corintio ya para siempre. Fértil regalo de vida a la muerte como un eterno retorno de la espiral vegetal. Pasear por un claustro es vivir la frontera de esa transmutación de verdes ocres, de vida inerte a capilaridad de savias, de tallos y hojas a troncos que enarbolan su homenaje capital. En el campo la distancia es mayor: el acanto crece ajeno al arte que encarna.

Esos  mismos ojos pueden degustar la miel inexistente de una abeja que liba la nada: promesa entre la flor y el fruto de finales de abril de un cerezo, por ejemplo. En esa frontera transparente, se alimenta la abeja de transparencia entre el blanco y el rojo. O entretenerse en sorprender los ápices niños de un abeto, esas yemas de verde tierno del huevo de la vida que brotan y progresan, imperceptibles y horizontales, hacia el verano que las hará palidecer y desingularizará en verde homogéneo.

Silvestres, las hojas de acanto se coronan verticales con sus propios capiteles que celebran con su simétrica elevación el tributo a su clasicidad.
        


Clásico acanto:
amortajado en piedra,
libre en el campo.

    

Hojas de acanto.
Capiteles florecen
sobre sus tallos.

                                     

Perpetuo estar
en piedra. Y ser
eterno retornar.


      Como en un poema de Antonio Machado (“No basta despertar cuando amanece: / hay que mirar al horizonte”), el haiku centra la visión en lo que nutre la mirada y lo condensa, activa la percepción visual para hacerla significativa, sinestésica y habitada de emociones. 

Tras las puertas de la palabra, la vida.








6 comentarios:

  1. Te envidio por haber visto ya flocer a las plantas. Yo todavía no he tenido ocasión de escaparme al campo... :(

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    1. Vivo a tres minutos (corriendo) del bosque. No necesito escaparme para disfrutarlo: abro la puerta de casa, me pongo las gafas de gozar de lo que me rodea y me pongo a correr. Mientras corro, sin huir der nada, traduzco líricamente lo que veo.
      Pero si el campo estuviese lejos, me lo inventaría. Sería como la rosa de papel del poema de Jaime Gil de Biedma.

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  2. Fantàstica entrada amb tot el regust clàssic de l'acant. Avui el buscaré pel bosc a veure si el trobo però no li posaré una llosa a sobre perquè pugui "ser eterno retornar"...

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    1. Des de nen que he relacionat l'acant vegetal amb l'acant petrificat del capitells. El claustre del Monestir de Sant Cugat m'ho ha permés. Ara, amb una decoració més de "plaça dura" ha perdut l'encant selvàtic d'abans. Pero la vinculació entre els acants encara perdura a la meva memòria. Per això aquesta haikus, pensats una tarda pel Parc Central al seu llindar amb Mirasol, passat, pujat i gaudit el turó de Can Mates.

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  3. Ese equilibrio entre vida viva y vida muerta, querido Ábradas, que condensan estos haikus destila la esencia misma del género. Que sea la visión real del acanto la que te lleve a su objetualización, con coartada legendaria incluida, da cuerpo al vegetal y al capitel porque los hace dialogar: diálogo de planta y piedra, convergencia necesaria entre causa y consecuencia.
    La secuencia de tres haikus también la veo acertada porque da perspectiva múltiple a la realidad poetizada: de planta inmortalizada en muerte de piedra que añora su vida vegetal a valoración existencial del estar pétreo que ve como el ser de su modelo sigue reviviendo, pasado por la visión arquitectónica de la propia planta, que regala capiteles morados cada primavera desde su basa y fuste verdes y frondosos, entre los que emergen, periscópicos y estilizados, los tallos-columnas.

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    1. Es curioso, don José María, cómo fabula la mente humana lo que ve. Y más todavía que haya personas, como usted, que reproduzcan esa fabulación en paralelo a cómo se pensó, desde otra cabeza. Los tres haikus buscaban esas perspectivas que usted glosa: naturaleza viva inmortalizada en piedra muerta que es imitada por la planta viva y que eleva su condición a una valoración existencial y filosófica.

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