Ábradas cuando todavía no era consciente de serlo (Fotografía de Mané Espinosa Doblado, invierno de 1991) |
“Somos
el tiempo que nos queda”
“No
necesito
nada: tengo bastante con vivir”
J.M. Caballero Bonald
“Cuando
me paro a contemplar mi ‘stado
y
a ver los pasos por dó me han traído,
hallo,
según por do anduve perdido,
que
a mayor mal pudiera haber llegado”
Garcilaso
de la Vega, Soneto I
Hace
veinticuatro años que me estaba mirando, que miraba este punto del tiempo que
es hoy. Me sorprendo ahora, sin embargo, mirándome a redrotiempo en mi mirada.
Tengo todavía esos veinticuatro años: los que tenía en esa imagen del invierno
de 1991. Tenía padre y proyectos difusos de hombre de letras. Y un amigo que me
regaló la posibilidad de verme hoy tal como era. Tenía un jersey gris tejido
por mi madre. El María Moliner y los dos volúmenes en piel sobre la vida de
Lorca de Ian Gibson que me regaló mi novia. Y tenía el placer de desvirgar las
páginas de los libros de poesía de Lumen (esos, creo, eran de José Agustín
Goytisolo y Carlos Barral) Y tenía la misma mala caligrafía que conservo y una
plumilla y un tintero para poder hacerme entender en los exámenes de la
universidad. Quedan, a este lado de la mirada, los libros, la plumilla, la
madre, una novia que es esposa y los sueños (cuajados en dos hijas, algunos
poemas y artículos)
Los
objetos albergan parte de lo que ayudaron a vivir. Tocarlos es poder volver a
sentir lo que se vivía a través de ellos. Contienen el incienso de las noches
de estudio y la voz de Wim Mertens y el piano de Michael Nyman. Son todavía lo
que he sido, lo que fui. Las noches del mes julio de Jaime Gil de Biedma y las
torpezas ilusas ante un mundo que no es un teatro.
Sigo
queriendo aprender, esa intuición vital, sin desaprender, aunque
desaprendiendo. Sin arbotantes, con voluntad de pilar alado. Elevándome sobre
las palabras que también he sido, sobre los silencios que me han hecho un oído
atento y paciente.
Ahora sé
que el mundo habita dentro de mí, aunque no soy más que sujeto paciente. Que de
cómo lo asumo depende cómo lo vivo: el miedo a perder lo que quiero, mis
frustraciones y mis deseos son los ojos desde los que accedo a la realidad, no
la realidad. Saberlo no la cambia, pero
me cambia. Sé que tengo una certeza: soy mi pasado, mi presente y mi futuro.
Pero no quiero que el tiempo me lo diga una pantalla sino mi saboneta. O el
reloj que heredé de mi bisabuelo al que tengo que darle cuerda cada día para
que no se pare y muera. Sé que soy puente y que las gafas que ahora llevo
atrofian mi visión y me hacen dependiente de su lupa. Que estoy obsoleto y que
solo la paradoja de mi condición me justifica en el mundo: sigo creyendo en el
esfuerzo y la responsabilidad para crecer, mentalmente judeocristiano, en un
universo fractal de átomos electrónicos que han anulado la física y la mecánica
del movimiento y la fuerza. El alma es hoy un espectro que habita en la nube,
intangible y omnipresente como Dios o el narrador omnisciente, pero siempre de
otro, con peaje, con cuello de embudo que puede anular, paralizar y enajenar
todo lo que pensabas que era tuyo. Hay un comunismo poscomunista en ese
paradigma que me atrae y me repele por igual. La facilidad de compartir, la
colaboración para ser mejor gracias a los otros, el dejar de ser corredor de
fondo solitario son oportunidades. Pero para generar generosidad debes,
primero, cultivar lo que regalas. Si no tienes nada no puedes dar nada. Aunque
dar nada empieza ser una moneda de curso
legal.
He
conseguido ser Ábradas, espacio mental en el que vivo siempre a medio camino
del que quiero llegar a ser. Allí me puedo mirar con perspectiva de
intersección, con la visión de altura que da saberme armonía de contrarios,
como en la mirada de esa fotografía que me mira. Persona y clon, libre y agnate,
individuo y persona. Como en una película que trence argumentos, sin
posibilidad de ironía dramática porque vivo dentro de ella: The Island (2005, Michael Bay): The Matrix
(1999, Larry y Andy Wachowski): Fahrenheit
451 (1966, François Truffaut): Léolo
(1992, Jean-Claude Lauzon): Le mari de la
coiffeuse (1990, Patrice Leconte): Bleu
o La double vie de Véronique (1993
y 1991, Krzysztof Kieslowski)… Una
distopía presente, gozada y sufrida por igual, que podrían hacer novela Aldous
Huxley y José Saramago, a dos manos, convertir en película Peter Greenaway y
sensibilizar musicalmente Wim Mertens cantando con Dulce Pontes. Ábradas, como
la caverna de Platón, es un espacio de sombras y realidades, de ignorancias
defendidas como certezas y de conocimientos evanescentes sobre los que
construir el ser que soy.
Ecuador de
mis días. Fiel de la balanza, columna para las alforjas de horas cosechadas. Me
miro desde mis veinticuatro años y me veo con cuarenta y ocho, desde los que me
miro y me veo con veinticuatro. Soy yo
porque me recuerdo. Soy yo porque me intuía.
Les essències continuen fermes i inalterables. Les tempestes de 24 anys, afortunadament, no han canviat aquell projecte d'Àbradas que de mica en mica es va construint i que esperem compartir 24 anys més.
ResponderEliminarL'única diferència serà que la fotografia d'avui serà una selfie pixelada que no sé si d'aquí a 24 anys en podrem desxifrar els seus mecanismes!
Les essències, estimat Galderich, són, com els llibres al pilar, medul.les que connecten cervell i moviment, idees i formes. Som allò que hem anat construint amb el temps i el que encara ens queda per ser. En aquest trajecte de presents com imatges que suren sobre l’aigua, generem els contextos que ens pertenen seguir sent. Els “selfies” que també som només ens fan si ens els fem des de dins. La seva pixelació indexifrable es la de la nostra consciència de ser. La resta és “postureo” que s’emporta l’aire de les modes.
EliminarLlegar a ser es el mayor desafío de la vida. Enhorabuena por conseguirlo. En cuanto a lo de estar en el ecuador, no te pongas un límite a tu existencia que causas ajenas a nuestro control ya se ocupan de eso.
ResponderEliminarMe gusta ver que en esencia el tuyo es un balance optimista.
Gracias, Eduard. El ecuador no se lo pongo a mi vida (ya sabes que pasar de los 46 ya era superar un límite del destino): es la línea caprichosa que separa mi vida vivida en dos mitades perfectas: tenía 24 años cuando me dejé retratar y hoy tengo los 48 que doblan aquella posibilidad vital. Por muy optimista que sea (en el balance de lo sentido y en proyecto por cumplir), seguro que estoy más allá de la mitad del que seré. Pero soy el tiempo que me queda y lo voy a aprovechar, aunque sea sin más grandeza que el vivir mismo.
EliminarDoy gracias por lo que he leído, Ábradas, Conmueve y acerca al ser, a ese "centauro ontológico" de Ortega y Gasset. Pero también me permite sentarme, agradecida, junto a Pascual.
ResponderEliminarOrtega y Gasset, en su “Meditación de la técnica” (1965), decía, como tú, querida Gabriela, me recuerdas, que el hombre es un “centauro ontológico”, que en él conviven su impulso natural y su necesidad de inventar artificios. La poesía es, como sabes y vives, la mejor forma de armonizar ambas tendencias, una necesidad básica y superflua a la vez: la emoción indómita domada, la inefabilidad encauzada en palabras que son luz. Walter Benjamin, en “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, fue un visionario que, antes que Ortega, proyectó cómo el artificio podría darles alas al centauro ontológico, convertirlo en un centauro-pegaso ontológico. El canal de expresión nos acerca, pero si no hay poesía, el canal encauzará nadas para nadies.
EliminarGracias por querer sentarte junto a Pascual, que es el corazón de Ábradas.
¡Ay, Ábradas! Empiezas ya a empezar a no tener edad… Casi medio siglo: pasado el siglo (lo celebres vivo o muerto) eres ya un habitante más de la nada que también eres. Pero mientras puedas seguir dándole voz a la poesía, el mundo te agradecerá, en silencio, tu transparente aportación. Me parece que tu repaso por tu mirada merece más cancha que la que le das.
ResponderEliminarGracias, don José María. En el hemistiquio que va de esa fotografía del amigo Mané hasta hoy usted ha sido una parte muy importante de mi “vivir al día”. Sabe que también habla con mi voz.
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