viernes, 5 de abril de 2019

Destellos XCIV









La vida no cotiza en bolsa. Todos somos monaguillos




         Desde octubre de 2018 no he vuelto a publicar Destellos. Quizá sea falta de luz o encandilamiento de la realidad que los hace chispear. Sigo, sin embargo, iluminándome con ellos al caminar, mirar y ver.
         





En tiempos de revisión, entre el patriarcado impuesto y el matriarcado huérfano de derechos, sigue imperando el machiarcano, ese mono primigenio satisfecho del fruto del árbol de la vida que trisca siempre torpe pero feliz entre el follaje del árbol de la ciencia.




-Quien mucho abarca, poco aprieta.
-Ya no, que el universo es global y algorítmico.




El teléfono móvil es espejo en el que mirarse y ver la profundidad insondable del espejismo enajenador.




La personalización es el gran negocio del liberalismo económico y un fracaso para las personas.



Cuando la vida es herida, el dolor no se ve.



Por el método sutil e indoloro de la educación reclutamos usuarios que serán clientes de la selva de bancos y negocios más civilizada. El dólar impide ya ver el bosque de símbolos de Baudelaire o la aurora de Lorca.



Creative thinking”: coartada humana de la usura.



Mercenarios de la ilusión.




Adolece de alegría, feliz, el  mundo. Crece el progreso en su secuencia preñada de promesas amenazantes en una adolescencia abonada que se hace centro del dolor que se niega.




En la distancia de un segundo cabe toda la ausencia del mundo.




Cuando la educación alimenta la economía de mercado y construye nichos de oportunidad, la deflación de la cultura es inversamente proporcional a la inflación. Cara felicidad inflada, inflamada, devaluada.

 


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