Vivimos un barroco minimalista. Barroco conceptista en los hechos. Barroco culterano en las palabras. La hojarasca del oropel del discurso eclipsa y vende por dejación del comprador, por agotamiento actualizador, la realidad que compramos. Vemos mundo pero son entidades cerounísticas lo que vertebra la verdadera realidad, la que progresa, la que nos lleva como un río insondable y proceloso con apariencia de atracción de feria hacia un océano de posibilidades que son anzuelos. El cero es nada; el uno es todo: del todo y de la nada nace el nuevo mundo. No hay empatía entre los polos binarios de las nuevas mónadas del universo. Hay eficiencia sin humanidad. Porque las personas pierden el tiempo y el tiempo es dinero. Como es mundo es un negocio, cualquier máquina mejora el rendimiento humano. En el discurso culterano se dice lo contrario. Culteranismo desgongorinizado y alineado con los iletrados de la nueva cultura.
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Triángulo virtuoso: lo nuevo, lo conocido y la tensión sexual.
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Los mensajes son cáscaras llenas de vacío. Sobre su hueco navegamos, decidimos y actuamos.
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La nada es mayor que 0.
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Misantropía filantrópica. Eremita que funda mundo contra la inercia del mundo.
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“Popular” es raíz. “Pop” nace del desarraigo y germina en el abono del dólar.
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Cuando dar besos expone a la hipoxia debemos aprender a hacerlos. Hacer besos para ser arquitectos del amor.
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Siembra semillas de sombra y brota la luz.
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Permanencia de la provisionalidad: mantra del progreso. Como el seguro azar de Pedro Salinas pero sin poesía.
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Tiempo de silencio. Progresivamente (hasta dar con algo más lucrativo) el “autonomus sensory meridian response” susurra desde los audios envolventes. Es el megáfono de los nuevos vendedores de elixires y crecepelos de este oeste americano, de este rancho, de este ruedo ibérico norteamericanizado que es el mundo. Erotismo de escaparate: pornografía sin sexo. Susurros pervertidos.
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