CÁNOVAS MARTÍNEZ, Jesús (2020). Soy de tierra, también de cielo, y canto. (Elemental tratado poético de oración).Murcia: Diego Marín. Con prólogos de Joaquín Campillo, Fernando Colomer y Emilio Saura y epílogo de Dionisia García.
“Per aspera ad astra”
Séneca
“la transparencia, dios, la transparencia”
Juan Ramón Jiménez
“Y para ver hay que elevar el cuerpo,
la vida entera entrando en la mirada
hacia esta luz, tan misteriosa y tan sencilla,
hacia esta palabra verdadera”
Claudio Rodríguez
“Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
solo Dios basta
[…]
aunque todo lo pierda,
solo Dios basta”
Teresa de Ávila. Santa Teresa de Jesús.
“Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vistas de las aguas descendía”
San Juan de la Cruz
“Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia,
contando su melodía”
Antonio Machado
“Agranda la puerta, padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar”
Miguel de Unamuno
“si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra”
Blas de Otero
El animal de fondo que es el hombre en el paisaje infinito que es Dios deseado y deseante. “Ad astra per aspera”: “sic itur ad astra” / “opta ardua pennis astra sequi” (Virgilio: así se va a las estrellas: eligiendo los sacrificios para volar hasta ellas). Las penurias y la dificultades de vivir (ese camino áspero, esa senda ruda) tienen en la loa al alrededor su centro más motivante. Porque el sujeto lírico de esta oda a la trascendencia que es el libro de Jesús Cánovas es de tierra y de cielo y canta: su canto, trasminado de amor, enhebra en veintisiete oraciones y una alabanza mariana un tratado de oración salvadora.
El don de la ebriedad de vivir poéticamente de Claudio Rodríguez es semilla en los versos de Jesús Cánovas, otra vez. Es un poemario religioso y puede, también, no serlo. Es un canto de amor que culmina en María como amada y amante, como epifonema y metonimia del amor. María, madre. Myriam, amada por Abbá, el padre. Mireya, mar en que convergen todas las gotas, todos los poemas y su milagro. Como en el icono anónimo del siglo XIV que ilumina la portada del libro, orlada del violeta feminista o el litúrgico de la penitencia y la humildad, la virgen acoge en su seno al hombre niño que vuela entre sus brazos hasta la estrella de su rostro.
El salmo pide salmodia. La oración pide canto. Y canto nos da la cadencia poética de Jesús Cánovas. Es un libro para ser leído en voz alta. Los versos claman ser declamados. Como las Cantigas de Santa María de Alfonso X o los Milagros de nuestra Señora de Berceo. Como el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, tan bien cantado por Amancio Prada. Hay un misticismo pagano en estos versos tan religiosos, una oda frayluisina a la música de la palabra, a la armonía de las esferas desde el ascetismo estoico que se aparta del “mundanal ruido” para hallar la claridad de la oración cuando “el aire se serena y viste de hermosura”. El “locus amoenus” del “carpe diem” espiritual. Un cantar de cantares pletórico de “soledades sonoras” y de “músicas calladas” que dan fundamento a la existencia. Es el de Jesús Cánovas, también un libro de buen amor. Amor a lo divino. Amor desde lo humano. Con sus interjecciones, sus vocativos, sus preguntas, sus apóstrofes, sus mayúsculas: sus invocaciones y sus plegarias, lejos de la jaculatoria, desde la liturgia del endecasílabo y el heptasílabo en una suerte de silva sinfónica con epítome mariano. El sujeto lírico reza el credo del avemaría desde la letanía que combina todas las formas posibles de endecasílabo, arrobado como canta el poeta a la maravilla de sentirse vivo y creador por creado: enfáticos (“Viento que pasa, polvo y humo soy”), heroicos (“Amor que yo persigo, viento, nada”), melódico (“cuando crecen las aguas y se anega”) o sáficos (“Como el Espíritu retorna al Padre”). Combina endecasílabos anapésticos, dactílicos y de gaita gallega (664 versos en XXVII cantos) para conducirnos hasta el estuario de los 36 versos heptasilábicos del canto final. Una coda mariana que recoge las alabanzas sembradas como sedimentos de un río en el trayecto musical, “in crescendo”, por aluvión amoroso. La oración convoca la soledad. La alegría de la plegaria invita a la comunión en coro, desde la intensidad del “aleluya” domado y secuenciado en palabras, desde la onomatopeya jubilar de agradecimiento por poder ser y poder seguir siendo. Tiempo pascual entrojado en la virginidad fértil que necesita la polifonía y el eco que el sujeto lírico sabe entonar. Versos que alaban a Yahvé desde el útero cósmico de la poesía de versos blancos (con un atisbo de sonoridad asonante vislumbrada).
Misticismo sin beatería. Felicidad poética religiosa desde la libertad de la fe, desde el vitalismo contemplativo del mundo. Desde la humildad del canto I a la trascendencia del alma, a pesar de la muerte del cuerpo, del canto XXVIII hay un camino de perfección con diferentes modulaciones en fondo y forma. Hay cantos, como el XIII, que necesitan 60 endecasílabos; otros, como el XII, tienen bastante con 4. El itinerario argumental podría seguir estas estaciones que no son de penitencia sino de celebración:
Canto I (38 v.): el poeta, desde la insignificancia humana, llama a la puerta de dios. “Polvo y humo soy”, “dolor y gozo”, “sed y boca”.
Canto II (37 v.): el deseo, el gozo humano, también lo afirma en su presente. Las urgencias contingentes de habitar el mundo desde las pasiones humanas.
Canto III (30 v.): en la debilidad, naufraga el alma acechada por la negación espiritual: dios salva y no abandona al hombre perdido en su vacío.
Canto IV (46 v.): ante los ataques a dios, el poeta revive la pasión divina desde lo híbrido de ser deseo y fe, desde la indignidad que querer ser salvado por la piedad.
Canto V (34 v.): hijo de la tierra, heredero del oficio del padre, arador del desierto, el poeta es ofrenda de dolor que busca el amparo divino en la intemperie humana.
Canto VI (32 v. sellados con un “Amén”): dios vela el abismo humano lleno de recuerdos de otros tiempos, saciando la sed con el verbo que lo hace visible.
Canto VII (35 v.): la hipóstasis, metáfora biológica celular, es el corazón de la vida. “Un día así nosotros viviremos / limaduras de hierro en el imán / poderoso de Dios”.
Canto VIII (20 v.): es necesario silenciar el ruido para oír pasar el silencio elocuente de dios.
Canto IX (22 v.): ante los engaños, la severidad humana y la misericordia de dios son el nido hacia el Paraíso que fue y será.
Canto X (13 v.): el verbo divino es el nódulo final de todas las palabras humanas que ascienden como en incienso para que el cielo descienda y sane los corazones heridos.
Canto XI (15 v.): en la cámara secreta del poeta se impone la oración como mantra, como respiración espiritual necesaria.
Canto XII (4 v.): reclamo de la paternidad divina.
Canto XIII (60 v.): glosa del “Padre nuestro”. Credo fundacional del misterio epifánico de la palabra.
Canto XIV (21 v.): dios dice que la oración de los humildes asciende para ser: la de los soberbios es yerma en espíritu.
Canto XV (20 v.): la llama viva de amor no es cuantificable.
Canto XVI (29 v.): el poeta canta desde su condición de amasijo de tierra y cielo. La aspereza del mundo puede ser esperanza para llegar a las estrellas.
Canto XVII (20 v.): el poeta se sabe vivo y respirante y presente, ajeno a la muerte futura, abolida por dios.
Canto XVIII (40 v.): el poeta es un aspirador del aroma divino de la belleza del universo. El poeta halla su lugar en el mundo del seno de dios.
Canto XIX (20 v.): la alegría humilde las cosas sencillas hace germinar el mundo en el sembrado de amor que es dios.
Canto XX (17 v.): dios abrazo en la oscuridad sosegada del silencio el mundo de lo humilde: el arrullo de lo sin nombre amortigua todo conato de ruido humano.
Canto XXI (5 v.): en la calma divina, germina la humanidad.
Canto XXII (25 v.): los ángeles, personas con alas, ensanchan y defienden la gloria divina del nombre sin mácula ni podredumbre.
Canto XXIII (25 v.): la fragilidad humana, náufraga en el proceloso mar del sinsentido y las tristezas, tiene en dios la UCI de la esperanza: aparece la virgen como garantía de amor al sosiego. En este Canto, la cesura versal restaña la herida entre la angustia humana y la medicina divina: “perdido en el desierto de la vida, / es lo que digo. [cesura] Pero, Tú, Señor, / sostienes mi esperanza…”. Así, con la voluntad divina abrazada a la sonrisa humana, carne del mundo “hágase el Amor”. María es ya la garantía del puente entre el amor humano y el de dios.
Canto XXIV (27 v.): el dulce nombre de María, sol y luna, coronada de las estrellas del final del camino áspero, gozo del gozo, ampara al poeta pecador para gestar el amor desde la trinidad de la luz hacia la sangre, desde el espíritu.
Canto XXV (14 v.): ríe María como la niña con niño que es. Almena con faro, llena es de gracia, sostén de corazones desde la belleza.
Canto XXVI (8 v.): María como éxtasis de la belleza y la gratitud, victoriosa sobre la oscuridad y el vacío.
Canto XXVII (6 v.): María, puente entre lo humano y lo divino, es el cáliz que asperja el amor y se alimenta de plegarias.
Canto XXVIII (9 estrofas de cuatro versos heptasílabos): triunfa el amor en la batalla. El hombre, hecho espíritu de incienso, asciende, bello, hacia la belleza desde el regazo de María como una ofrenda filial hacia el padre global que engendra inmoralidad.
El proceso interior de la creación poética de esta oración parece responder a una epifanía lírica, a un estado de gracia poética que Jesús Cánovas comparte con los lectores, transluminados por la revelación, orantes con el poeta en plegaria gregoriana, en rosario mariano, en estigmas dulces endecasilabados, fuera de la caverna platónica, iluminados por el dios de Descartes, de Pascal y de Spinoza, que fue Razón en Kant.
Los hallazgos poéticos son parte del itinerario de la aventura que los lectores que se dejen llevar por la palabra poética de Jesús Cánovas van a poder gozar. La soledad que cimbrea o el deseo-ariete os esperan entre serendipias que balizan el sendero de abismos sublimes y consciencia de la conciencia humana.
La palabra del poeta ha necesitado tres lustros para poder ser escuchada porque alguien, Diego Marín, se ha atrevido a imprimirla. Al otro lado de Wittgenstein, cuando es mejor callar que balbucear lo que no se sabe decir, está la oración poética.
Amén. Para poder amar y ser amados. Desiderativamente. Así sea. Así es. En verdad. Verdad poética.
Sin palabras, Pascual, sin palabras con las que pueda expresar mi gratitud a lectura tan profunda como la tuya sobre mi poemario “Soy de tierra, también de cielo, y canto (Elemental tratado poético de oración)”. Incisiva, cimbreante, herida y vulnerada, símbolo y concepto con que arañar lo indecible del Canto, o los Cantos, del poemario; guía de lectura de anchos márgenes a la vez que puente entre lo divino y humano, lo expresado en la palabra y aquello otro que la palabra no puede expresar (muy bien traída la mención a Wittgenstein), oración al fin de gozo y celebración, con María al fondo, la Inmaculada, Madre de Dios vivo y, por ende, Madre nuestra. Este comentario tuyo ha sido hoy el mejor regalo posible que me podía advenir en el día de mi santo. Me has hecho un gran honor. De verdad siento que darte las gracias es demasiado poco, casi ruin; por eso invoco a Dios por ti y te integro en el Canto. Un abrazo inmenso.
ResponderEliminarDice Jaime Gil de Biedma que aunque creía que quería ser poeta lo que de verdad quería era ser poema. Gracias, Jesús, por integrarme en tu canto. En la reseña no he entrado en los detalles (hay muchos que merecen la lupa de la glosa) para no alargarla más. Es una excelente oración poética con mucha raíz sobre las que crecen y vuelan las palabras como frutos.
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