De vuelta a mi tierra (¡volver, siempre volver!) desde mi
mar, atardezco entre senderos de lunes de pascua. El cielo, como un gris océano
invertido, anuncia verter sus aguas sobre esta reminiscencia de lecho marino
sin apenas memoria.
Acompaso sílabas y pasos: el haiku pule sus latidos en el
tiempo de volver al cero, lejos ya de la visión que lo encendió. El Pi d’en Xandri,
solitario en el campo sin siembra, apuntalado, atalaya que eclipsa un “skyline” de Monestir y Montserrat, guía
a caminantes y paseantes como un faro verde de sombra en secano, como un hito
de ires y venires.
Machadianamente minimalisma.
Enhiesto
pino
partido
por un rayo.
Faro
en camino.
El comentario del amigo José María Quiroga Plá hace
necesaria una rectificación lírica del haiku.
Enhiesto pino
nevado por un
rayo.
Faro en camino.
Imagen del pino de 1941, antes de las nevada que
le han dado su silueta actual. Las patatas y los cereales custodiaban su soledad.
La fotografía es de Laureà Barnadas
Hay un transfondo en el icono, un hervir sordo de causas bajo el símbolo. Si el paseante quiere transitar, con algo más de consciencia, por ese paraje presidido por el melancólico pino piñonero, puede entrar en este Escarabajo verde para llegar, gracias al gusano de signos que lo habita, a una explicación.
Sin cámara, queda esta fotografía de palabras del amanecer de este viernes santo. Como dentro del huevo que volverá a recordarnos la vida tras la muerte, el paisaje se hace centro. Entre cabo Cope y el freo de la isla del Fraile, superpuestos en el horizonte, sobre el punto de mira del cigarro, emerge el sol, levanta el día, incandescente y progresivo hacia su transparente oficio iluminador.
Buenos días: Cristo vuelve con su cruz a su Calvario.
Altar laico: estampas, pulpos, papeles y libros. Universo profano profanador, rincón del mundo. Cápsula lírica en la noria sin centro del tiempo. Puñal hacia la luz.
La impaciencia
mata la ciencia. La usura de la avidez asesinala duración. Es el suicidio de la inmadurez, naufragando en tiempo. Unos
dan cuerda a relojes como Sísifo: en el esfuerzo, aparentemente inútil, gozan
de la consciencia de su hacer. Otros, ajenos a su importancia, dejan correr el
tiempo sobre sus muñecas, digitalmente: en la felicidadde la facilidad, pasean inconscientes por su
anestesia. La nueva pedagogía cultiva la intuición sin el esfuerzo del
conocimiento: placer vacío del tocar lo que otros pensaron y te cobran.
He muerto. Ya
solo soy perfil. Queda mi perfil solo. Soy un recuerdo eterno y solitario de
tres o cuatro redes sociales, disperso y sin convergencia ya en ningún yo.
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La ventana es la pantalla de cine
más vista de la historia. Cuando la televisión o los ordenadores, las tabletas
o móviles ganen la estadística, habrá perdido la vida. La vida como la
entendíamos.
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Redundancia del ruido: ruido que se explica con ruido
(diálogo de estadio de fútbol entre rugidos de goles; filosofía de discoteca)
En el silencio, las ausencias dictan significados susurrados al oído.
Redundancia del silencio: páramo fértil.
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Reloj: traducción espacial del tiempo, circularidad
cerrada de lo lineal infinito. Eternidad fractal de relojes superpuestos y en
fila, sin primero ni último. Y el hombre entretenido en darles cuerda,
absurdamente: todos son autónomos, activados por la cinética del tiempo, su
padre.
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Cuando vivir no
permite la vida entre tanta identidad fragmentaria y distribuida, somos estares
al pairo.
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Abismo de nadas, maquillado del abigarramiento de los
todos que nos entretienen.
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Somos el eco de las ondas gravitatorias primordiales de
hace catorce mil millones de años: el latido de un cero siempre fundacional.
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Árbol: pirotecnia cuajada de raíces con vocación de
altura. Las palmeras siempre lo han sabido. Un bosque es la traca visual final
de fiesta mayor.
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El anverso del reverso y viceversa: en esa yinyágnica
dinámica se nos va la vida.
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Aplazar el presente por exceso de celo vividor: vivir
siempre en diferido, no vivirlo por no tener tiempo más que para otra cosa.
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Aquello que no puedo recordar es ajeno a mí: soy lo que
puedo llevar en la danza de mi memoria. Y en la lanzadera de los cálculos de
mis proyectos. Lo que vegeta apuntado en las agendas vive afuera, sin corazón.
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Corazón
de mi corazón: coraza de su centro más vital, fractalmente abisal, aunque con
fecha de fabricación y de caducidad.
Fotografía de Ana Gálvez Navarro, ganadora del premio a la más votada por Internet en el XX Rally Fotográfico-Águilas 2013. Tomada con una Olympus digital: longitud focal: 42 mm; abertura relativa: F/5,6; tiempo de exposición: 1/80 segundos.
Cadáver de cardizo.
A Ana Gálvez Navarro, por regalarnos su mirada de un 20 de julio de 2013
(la de las 20:21:16 h.)
Sin
aparente trascendencia, los átomos juegan con nosotros. Lo mismo que todo lo
compone da lugar a materias muy diferentes: y lo diferente puede parecerse
hasta el asombro.
Una
marina, ese terreno de transición entre el monte y el mar, puede exhibir su
crisálida: un cardo, realidad equidistante entre la flor y el erizo. Capítulos
púrpura o enhiestas púas negras o rojas: cardizo. Mutación por superposición
imposible de agua y tierra; posible en el terreno fértil del pensamiento lírico.
Esta imagen obra el milagro gracias a los ojos de una niña y a la cámara de un
hombre. Rescata el fenómeno, sirena o anfibio; lo fija a este aquí. Ojo de
cíclope espinado: iris verde que concentra su pupila negra y se corona
cristológicamente con brácteas como soles verdes y morados. Como al mirar bajo
el mar, la realidad se difumina: solo vemos con nitidez lo que llevamos dentro,
que es lo que tenemos cerca. Un ojo que fotografía un ojo que es un erizo varado
en tierra, o un cardo que añora su mar.
¿Qué
quedará de la fotografía debajo de su imagen? ¿En qué formas subsistirá esta
contundencia visual ahora allí, en su origen? El espíritu de Dorian Gray solo
habita en la mente de los hombres, no en la de los cardos ni en la de los
erizos que, simplemente, son. Ese prodigio volverá a ser aunque lo ignoremos:
de su ruina agostada surgirá, orlado de indiferencia cada verano, esta estrella
de pirotecnia dosificada que antes de ser penacho escarlata es equinodermo
terrestre, dermoesqueleto vegetal, florilegio de una posibilidad siempre en
ciernes. Una ofrenda del mar al sol, absorta en su silencio, ajena al aire y al
tiempo, nos está mirando, nos habla desde su etimología. “Abrojo”: Planta
armada de espinas, disciplinante de la espalda del viento; también peña aguda
que germina a flor de agua, periscopio de equinodermos. Abrojos submarinos le
quitaba Gabriel García Márquez a su ahogado más hermoso del mundo.
Envidia
sutil de chumberas, esa mirada ya vive para siempre, enfocada y difuminando con
desprecio su contexto, en las pantallas.
Nadir, ojo
abierto que nos mira y que miramos, cenitales, arrobados por su humilde
trascendencia.
Abrojo:
flor erizada; erizo floreciente.
Entrega del premio a la fotografía más votada por Internet del XX Rally Fotográfico-Águilas 2013. Trasciende ese instante la cámara de José Ignacio Martínez Navarro. La imagen nos empequeñece: el humilde cardo luce mayestático por el milagro de la técnica mientras agoniza agostado y solitario.
por la portuguesización de una noche de verano en
la bahía de Águilas, en la anchura de la poesía.
Hay letras que vienen mucho
después de la música que las sustenta. Casi siempre es así: la música ahoga con
su mensaje inmediato lo que las palabras nos quieren decir, a una velocidad no
epidérmica.
Hay
una hipérbole amorosa en este texto de Amália Rodrigues que nos viene desde las
jarchas. No hay que leerlo desde la sumisión femenina, que le hacer perder la
fuerza con que la voz portuguesa lo viste. Pensemos que quien reclama esa
lágrima es un hombre, una persona despreciada que ama sin ser amada, que quiere
querer sabiéndose no querida y perseverando en su amor. Hasta sor Juana Inés de
la Cruz (1651-1695), en su juego poético, lo vio al plantear la paradoja en su
romance “Que resuelve con ingenuidad
sobre problemas entre las instancias ente la obligación y el afecto”:
“Quien ama porque es querida,
sin otro impulso más noble,
desprecia al amante y ama
sus propias adoraciones”
Amar ya conduce al deseo de ser amado, aunque este
horizonte esté lejos: está presente en el acto mismo de amar. Amar es el todo:
ser amado la propina. Queremos para querer, no para ser amados. Es el egoísmo
más altruista que existe. Pero la esperanza de ser amados se planta en el
querer amar. No queremos que nos quieran sin querer antes: el motor de esa
fuerza está en un yo que ama y espera el regalo de la correspondencia, siempre
después.
Todo
puede ser más físico, también (y no menos trascendente): un deseo que se clava
y duele en su insatisfacción y una agonía sexual, sobre el chal extendido, que
reclama la lágrima seminal como daga de la muerte más dulce. Lágrima cóncava o
convexa.
Intensidad en menos de cinco
minutos: toda una historia concentrada en una voz que repite los versos para
hacer de su eco una tregua a la urgencia. El corazón del fado nos hiere con su
tristeza dulce: explica con su oxímoron lo que las palabras no saben trasladar
desde la vida. Puede hacerse y sentirse: si quiere decirse, esta es una buena
fórmula.
Ahora cierra los ojos
(búscate desde dentro) y déjate llevar
por lo que vas a oír. Tres universos de un mismo universo, a redrotiempo, como
buscamos la fuente de los ríos en los mapas.
Lídia Pujol, Mayte Martín y Dulce Pontes secuencian la lágrima "in crescendo"
Dulce Pontes, ya en solitario, nos regala su versión de 1995
Y, para acabar, la autora, Amália Rodriguez, desde al portada del disco de 1983.
Cheia de penas me deito
E com mais penas me levanto
Já me ficou no meu peito
O jeito de te querer tanto
Tenho por meu desespero
Dentro de mim o castigo
Eu digo que não te quero
E de noite sonho contigo
Se considero que um dia hei-de morrer
No desespero que tenho de te não ver
Estendo o meu xaile no chão
E deixo-me adormecer
Se eu soubesse que morrendo
Tu me havias de chorar
Por uma lágrima tua
Que alegria me deixaria matar
Letra: Amália
Rodrigues / Música: Carlos Gonçalves (1983)
Llena de penas me acuesto
y con más penas me levanto.
Ya se me clavó en el pecho
esta manera de querer tanto.
Siento para mi desespero
dentro de mí el castigo:
yo digo que no te quiero
y de noche sueño contigo.
Si considero que un día he de morir
no desespero por dejarte de ver.
Extiendo mi chal en el suelo
y me dejo adormecer.
Si yo supiera que muriendo
tú me habrías de llorar…
Por una lágrima tuya
(¡qué alegría!), me dejaría matar.