martes, 8 de marzo de 2011

Caballo de Troya en el corazón de la humanidad

Los griegos conquistaron Troya desde dentro para recuperar la belleza de Helena secuestrada y devolverla al mundo.Somos sus deudores: ahora, desde el corazón mismo del mundo, debemos alimentar la belleza panhelénica que nos quiere habitar. Vivimos un tiempo de silencio locuaz. Una sociedad de zapping que busca el orgasmo sin saber cuándo lo encuentra, insatisfecha, que niega el erotismo cegada de pornografía. Levantamos la cabeza y hay más esperanza en una sublevación estética y moral del universo Tron que en la justicia de la lluvia de Blade Runner: desde la fertilidad silenciosa de las personas se podrá levantar de nuevo un mundo apuntalado de hombres y mujeres que se citan el el ágora para tocarse y hablarse mientras se hacen crecer.
La experiencia de la modernidad (que no del modernismo, anclado para siempre en lo decimonónico, estetizante y huero) pasa por hacer de los vértices metropolitanos, a los que cantó Lorca con dolor impostado, un paraíso posible y real (frente a los artificiales que buscaba Baudelaire). "Todo lo sólido se desvanece en el aire", pero son las ideas, que son aire, las que construyen la vida, que no se desvanece, que se reinventa en cada insuflo. "De lo que no se puede hablar hay que callar", dice Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus: callar con los silencios explícitos que nos impulsan a hablar mejor y más alto. Es el aire que se hace viento, que va del cerebro a los órganos articulatorios (cuerdas vocales, yemas de los dedos) y ayuda a salvar a Helena de las manos de los troyanos como un eco reivindicador de lo que ya se hizo y hay que recordar eternamente.
La imagen de millones de seres como venas de un solo cuerpo, como latigazos sanguíneos hacia un solo corazón, bajo la capa visible de las calles y sus edificios, el universo tron de la vida, concierta los pulsos de un caos con vocación entrópica, una anarquía hacia la armonía de los individuos transmutados en personas.
Las imágenes nos hechizan como espejismos en una sociedad que goza más el carnaval que la semana santa: una sociedad que hace del ojo el pie de rey de las ideas y se pierde en la autocomplaciente satisfacción de lo inmediato y efímero.
Salvemos de Ilión la belleza de Helena, que no sea solo para Paris. Traduzcámosla  a Braille, universalicémosla en sinestesias. Estamos en el inicio de la era postcontemporánea (que sean nuestros nietos quienes les pongan la etiqueta taxonomizadora): desde la Revolución Francesa no ha habido una subversión del orden igual. La libertad, la igualdad y la fraternidad puede tener su espacio y su tiempo verdadero en esta dimensión humana que estamos creando. Cayó el nuevo antiguo régimen: los estamentos enquistados en una única clase social (con muchas gradaciones, siempre con el dinero como rasero) se diluyen, confraternizan libremente en la igualdad de medios que debemos exportar a todos los rincones del mundo. Ilión será testigo de la revolución.

1 comentario:

  1. Sabem el que és Bellesa, però quan la volem definir, acotar, ens perdem per aquest maremàgnum que dius... i la perdem.

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