Vestirte de mar.
Sentirte su corazón. Con lo mínimo para esa comunión. Llenarte de la vida que
te da. El deseo de branquias viene, correspondencia, desde el origen. Pero es
la apnea la que permite el goce de la visión: el mar te respira y te vive.
Porque la
realidad no es mítica: necesita el filtro del pensar lírico para conquistar esa
cumbre.
Guardo
silencio.
Crepitar frágil de algas.
La mar me guarda.
El gozo mismo. El yo del haiku ya vive en él. |
Debe de existir un espacio muy difuso, muy pequeño, para unos versos como estos entre lo marino y lo playero. Buen verano querido Ábradas.
ResponderEliminarMe interesa mucho esa grieta que abres entre lo marino y lo playero. El espacio puede ser el mismo, pero no la vivencia. Una forma de evitar la contamiración es querer el paisaje: disfrutarlo también cuando no es "playero", en invierno, por ejemplo. Y disfrutarlo a horas intempestivas: a las ocho de la mañana es marino. A las doce, playero.
ResponderEliminarGracias, Eduard.