jueves, 23 de marzo de 2017

Burbujas de aire









         Ucronía sincrónica, leyenda vívida de recuerdos mitificados. Que la infancia solo es un paraíso consciente cuando se ha perdido, a redrotiempo,  desde un “carpe diem” preñado de vacío, de la respiración asistida por el aire de las burbujas de los embalajes que tan felices nos hacen.






Metonimia de la fiebre
infantil,
el mercurio fascinaba
en su accidente
provocado.
Un hogar rezumando hogar
encamado y feliz
de universos a ras de suelo.

Como formación en blíster,
el embalaje de burbujas de aire
(“push throung”)
medica sin química,
casual,
la fiebre de ahora.

Enfermedad dulce
de convalecencia infinita
al amor de madre y libros
traicionada
por la furtiva aventura
del azogue geometrizado
en esferas hipnóticas.

El mismo paquete
que te desasosiega
contiene el sosiego placebo,
homeopático:
ese aire que da aire
desde la breve violencia
que calma.

Esferificación de la calma
de la duración,
ingenua y nostálgica de futuro
en el mercurio;
pletórica de vacío
envasado
en el paquete que llega por Amazon
con el último gadget de Microsoft.



Felicidad
desparramada

que converge


en termómetros

y periferias
de autorregalos comprados.


La infancia es tóxica
cuando secuestra
el presente adulto
(de principitos sistémicos)
a contratiempo
vendido.

    En la bola de mercurio
contenida en el plástico convexo
vive el reflejo que fuiste,
su expectativa ingenua,
y la sombra que eres
ansiosa de aire.










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