Ucronía
sincrónica, leyenda vívida de recuerdos mitificados. Que la infancia solo es un
paraíso consciente cuando se ha perdido, a redrotiempo, desde un “carpe
diem” preñado de vacío, de la respiración asistida por el aire de las
burbujas de los embalajes que tan felices nos hacen.
Metonimia de la fiebre
infantil,
el mercurio fascinaba
en su accidente
provocado.
Un hogar rezumando
hogar
encamado y feliz
de universos a ras de
suelo.
Como
formación en blíster,
el
embalaje de burbujas de aire
(“push throung”)
medica
sin química,
casual,
la
fiebre de ahora.
Enfermedad dulce
de convalecencia
infinita
al amor de madre y
libros
traicionada
por la furtiva
aventura
del azogue
geometrizado
en esferas hipnóticas.
El
mismo paquete
que
te desasosiega
contiene
el sosiego placebo,
homeopático:
ese
aire que da aire
desde
la breve violencia
que
calma.
Esferificación de la
calma
de la duración,
ingenua y nostálgica
de futuro
en el mercurio;
pletórica de vacío
envasado
en el paquete que
llega por Amazon
con el último gadget
de Microsoft.
Felicidad
desparramada
que converge
en
termómetros
y periferias
de autorregalos
comprados.
La
infancia es tóxica
cuando secuestra
el presente adulto
(de principitos
sistémicos)
a contratiempo
vendido.
En la bola de mercurio
contenida en el
plástico convexo
vive el reflejo que
fuiste,
su expectativa
ingenua,
y la sombra que eres
ansiosa de aire.
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