domingo, 27 de enero de 2013

Destellos XLVI

Isla herida por el hombre. Embarcadero de mineral herido por el tiempo. El mar y su palio discontinuo de cielo como garantía de la esencia.
Es una fotografía, pero fue paisaje vivido.




¿Vivir atado a un árbol por no tener columna vertebral? El exoesqueleto humano siempre es una solución excepcional, de urgencia. Curtir la piel para que sustente los órganos pide una coraza que nos blinde y aísle de quienes queremos ser en el nosotros. Un nosotros que no es la yuxtaposición de yos ciegos y sordos: es la declaración del dar lo que hemos cultivado desde la reflexión íntima. Que dar, compulsivamente, vacío solo nos aleja como las fiestas de etiqueta con una copa en la mano y el hilo musical ensartando los oídos de los parloteadores, enhebrando sus orejas de besugo.

Construir sobre el hueco: la estructura de la poesía levanta el edificio de la imaginación.

Se pierde el valor de las páginas de los libros, amarilleadas por el tiempo. Un tiempo vivido juntos. Presagio de muerte sí, pero a ritmo humano. ¿Cómo amarillea una página web? Que no lo haga, quizás, es síntoma de su aborto intrínseco, de su muerte a ritmo de la nueva humanidad.

Nuevo hombre hidrópico y tantálico, estos “Destellos” son para ti.


Una migraña densa, intensa y efímera: eyaculas dolor.
Desorden de la libertad:
un supermercado para las  micronecesidades.


Se extinguen las estrellas a lo lejos: refulgen las vidas aquí abajo.


Universos paralelos:

Celda de la soledad reflexiva, búsqueda del yo más suyo y profundo: el que habita tras la pantalla de los párpados.

Balcón del egoísmo exhibicionista del vivir hacia afuera.

La hipoteca es la resaca de la compra.
Todavía no pasa nada… Está  la posibilidad agazapada y expectante. Vivir hasta hacer infinitas las opciones de lo posible.
Sentidos: agujeros para henchirnos de mundo.
Cerebro: traductor de los impulsos vitales, reversible.
El peso difuso de lo que solo podemos ignorar: falsa sensación de conocimiento exógeno, dispersión de la posibilidad certificada sin horizontes inalcanzables de tan cercanos.
Vivir por debajo de las posibilidades que nos da el tiempo, por encima de las que nos da la vida

domingo, 13 de enero de 2013

Lectura de la imagen


Realidad trascendida por la mirada atenta de Manuel Morales, quien me ha regalado ese instante para que lo transforme en palabras.


                                  A Manuel Morales, por su amistad y por prestarme sus ojos.

Como en algunos libros de texto de la EGB, esta habitación de los limbos pretende transubstanciar lo que podemos ver con los ojos en lo que nos permiten ver las palabras. La cita de María Zambrano, que supo “escuchar con el tercer oído” y supo “ver con los ojos del alma”, es ya un lugar común en este seno:
La poesía son los ojos con los que vemos lo invisible
Que puede ser glosada por Julio Cortázar (“Para escuchar con audífonos” en Salvo el crepúsculo. Madrid: Alfaguara, 1985, pág. 37:
Cómo no pensar, después, que de alguna manera la poesía es una palabra que se escucha con audífonos invisibles apenas el poema comienza a ejercer su encantamiento
Y la transmutación de la percepción está servida. Vemos, pero podemos ejercer de ciegos si no leemos la imágenes en toda su potencia sinestésica y conceptual. Ver con la mente para explicarnos lo que vemos con los ojos: esa es una de las dimensiones de la poesía, la que ensancha el espíritu dentro del cuerpo, lejos de las nubes a las que nos obligan a subir las ideas digitalizadas. La palabra como banda sonora del paisaje que nos acoge como un decorado.
Esta es la primera lectura de la imagen.

Rectángulo robado al cielo, que baila sobre las supuestas aristas  de la regularidad esperable. Geometría de la raíz que aspira a elevarse en vuelo por el hueco. Los obeliscos son estelas de hormigón con vocación ascendente: albergan los mecanismos que trasladan las ilusiones del suelo a su concreción en altura, a sus respectivos cubículos de techos cotidianos.
El enigma de la sombra frente al encandilamiento de la luz: sugerencia de lo cerrado frente a la claridad meridiana de lo abierto. Oblicuidades, sueños biselados esculpidos sobre las proyecciones de todos los horizontes que caben en este cubo de aire que acota el infinito.
Parecen torres de un recinto carcelario sin vigías: columnas desnudas que sustentan su cima y lastran nuestra condición grave de desagües de la divinidad, de pararrayos de la incertidumbre de universo. Bajo nubes y ventanas el hombre es nota del pentagrama de las baldosas y es música que solo él debe permitir oír, ver, oler, tocar, gustar y sentir. Ser sinfonía sorda puede ser su mejor concierto.
El capricho vaporoso de los trazos celestes se hace añicos y cuadricula al reflejarse opaco en este suelo desde el que miramos.
No estamos  presos: somos libres de nuestro enclaustramiento en la costumbre que nos trae y nos lleva en este espacio y tiempo de encuentros y desencuentros que es la vida. La coyuntura de este templo pagano de obeliscos planos nos aferra a la existencia mientras nos acuna la posibilidad de habitar el templo del tiempo sin ventanas que es la muerte.
En esta porción rectilínea del mundo curvo, seguimos siendo mientras podamos imaginar formas reconocibles en el diseño efímero de las nubes. En este aquí y este ahora podemos merecer querer seguir siendo mientras la soledad consciente sea el contraste necesario ante el abismo del todo que nunca seremos en vida. El silencio amortigua la luz con su sombra recortada sobre el hormigón: solo se oyen los pasos sordos hacia un jardín y el recuerdo del aire caracoleando en los oídos ajenos.
Otros nichos nos esperan para hacernos sentir vivos como en un cuadro de Edward Hopper.