miércoles, 27 de abril de 2011

Destellos VI

Castillos en la arena sin arquitectura, pura circunstancia del capricho del momento. Chisporroteo espermático gaudiniano con voluntad efímera de aguja gótica. Accidente del tiempo y el espacio: coyuntura, encrucijada del aquí y el ahora en la coctelera del pensamiento. Balbuceos sin filigranas: reverberaciones  en el silencio más oscuro o en el mediodía más denso de luz. Reflejos de claridad sobre la superficie bruñida; ecos escupidos por el ruido… Reverberos. Destellos.
Loor de multitud: olor de palmas trenzadas y futuros cadáveres liofilizados en los balcones que ahora varean y peinan el aire. La mojama vegetal ya habita en la fiesta. Esta víspera ya contiene el huevo de la resurrección, también.
Hic et nunc: ser todo posibilidad y promesa.
Móvil: escapulario de la incomunicación en la nueva Babel.
Ese beso, esa mirada, es acaricia sin  más porqué que el querer hacerlo (cuando ya no se espera) son las  boyas del mar en que naufragamos y que nos salvan de morir atragantados del salobre veneno de la inercia a la que nos encadenamos y por la que remanos. ¡Qué fuerza para un simple gesto!
Piensa en ti, mitifícate en tu pasado, transforma en películas las fotos y emociónate viviéndote. Ya eres un personaje literario: pide el futuro  que quieras, que la memoria es el umbral del olvido y no hay peor amnesia que la del porvenir.
Tengo nostalgia del presente porque las cosas que lo habitan yacerán como pecios en el océano del olvido.
Todos podemos ser un Gregorio Samsa metamorfoseado y podemos sufrir la tragedia, egofóbicos, atrapados en un yo irreconocible y  hermético, sin un Kafka que nos de voz.

martes, 19 de abril de 2011

Los rostros de José María Quiroga Plá

Pongámosle ahora cara al poeta: todos los rostros que hemos podido salvar del olvido, fragmentos de tiempo, instantes de vida. Quizás las fotografías que siguen puedan ser un reclamo para otras que sueñan en cajones como lázaros que esperan una resurrección impensada.
La primera, la más “oficial” de todas por ser la más difundida (si es que podemos utilizar esta hipérbole), es obra, creo, de Joan Gelabert, un joven que trabajó con Quiroga Plá en la UNESCO. Es, por tanto, una fotografía del exilio, seguramente de mediados de los cuarenta.

Las que siguen, ahora sí por orden cronológico, pueden, simbólicamente, ubicarnos al poeta en algunos de los ámbitos que frecuentó. Falta la fotografía que haga justicia a su vinculación con algunos de los hombres de la Generación del Veintisiete: la amistad con Pedro Salinas, Gerardo Diego o Jorge Guillén no deja más testimonio que el de las cartas. Su ausencia del marbete generacional, congelado en la famosa instantánea del Ateneo de Sevilla de 1927, ya lo desterró antes del exilio real forzado a las lindes de las notas a pie de página de la historia de la literatura.

Esta parece una instantánea recortada de una fotografía de un plano general que captaba a un joven Quiroga Pla de mediados de la década de los veinte, cerca todavía de sus inicios ultraístas. La he tomado de la última edición del libro de Andrés Trapiello Las armas y las letras (Madrid: Destino. Imago Mundis, 167, p. 579).

Su relación con Salomé, la hija de Unamuno, no pudo durar más de seis años y medio: uno y medio de noviazgo (iniciado a principios de 1927) y apenas cinco de matrimonio. Su muerte, la madrugada del 11 al 12 de julio de 1933, sumó dolor al dolor de la certeza de una enfermedad, la diabetes, que le acompañaría veintidós años: sin Salomé (Felisa, hermana de su esposa y segunda madre de su hijo, y Suzanne Duval, su compañera, secretaria y enfermera en París, Ambilly y Ginebra nunca ocuparon el hueco que dejó); lejos de Miguel y de los suyos; sin  nombre literario sobre el que seguir creciendo; en brega continua con la salud y las precariedades económicas, vivió “muriendo al día”, al otro lado de la frontera, reflejando las realidades del pulso del instante que alimentaba sus esperanzas.

Su admiración por Unamuno, que algunos han interpretado como una forma de hacerse hueco en la élite intelectual, a la sombra del suegro, fue más perjudicial que beneficiosa porque, precisamente para evitar prebendas, renunció a trabajos que justamente le correspondían y asumió otros, como su secretariado, que le impidieron dedicarse por entero a su obra. En la fotografía, tomada un 6 de octubre de 1930 en el teatro Bretón de Salamanca durante un mitin republicano, podemos verlo en el extremo derecho, junto a Álvaro de Albornoz, Castro Prieto Carrasco y Unamuno, como orador.

La familia Unamuno crece. José María Quiroga Plá y Salomé le dan el primer nieto al autor de Amor y pedagogía. De ello dará cuenta en el “Prólogo-epílogo” a la segunda edición de esa obra de 1903, en 1934. La fotografía nos acerca a un Quiroga Plá, padre novato, en 1930.

En la Salamanca de 1934, suegro, poeta y nieto, posan distraídos ante una cámara hoy anónima que inmortaliza su imagen. Ese es el Miguelín que daba argumentos filológicos al abuelo con sones como “oplapistos” o “cutibatunga”. Léase el Amor y pedagogía, por el placer de contextualizar esa imagen y estas palabras y el de la simple lectura de un texto enorme.


La dedicatoria de aquel agosto de 1932 nos vuelve a situar ante un Quiroga Plá enamorado de una Salomé viva. Su gesto congelado, muy de la época por la “caracterización” (peinado, tipo de gafas, estilo de traje…), lo acerca en la distancia del tiempo a amigos como Max Aub.

La fotografía muestra una simetría que falsea la realidad que nos acerca: parecen dos matrimonios que contemplan a sus dos hijos en un parque de Salamanca en una fecha incierta (por la edad de Miguel Quiroga, el niño de la derecha, podría ser hacia 1934). La pareja de la derecha son Felisa de Unamuno y Quiroga Plá. Salomé ha muerto ya y la necesidad de madre del hijo que deja desplaza a su hermana a ocupar su lugar. La relación será complicada y con unos matices que los fotografiados no sospechan en ese momento robado al tiempo. Desconocemos la identidad del trío de la izquierda.

En agosto de 1934 podemos ver a Quiroga Plá paseando por Madrid con una acompañante que no identificamos: ver al poeta en movimiento, sorprendido con un libro entre las manos, nos acerca algo más a lo que fue, lejos de poses que nos lo traen algo muerto.
Ni rastro gráfico de su paso por la Guerra Civil, a pesar de tener un peso importante como jefe del Departamento de Censura de la Prensa Extranjera en la Subsecretaría de Propaganda. Ni una imagen de su paso por la frontera y de los primeros momentos del exilio, seguramente junto a un grupo de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, en un convoy especial que le permitió evitar los campos de hacinamiento franceses. La fotografía que sigue, quizás de la misma sesión que la primera que hemos presentado, lo arma con su inseparable pipa.

Esta otra, que también roba un instante de movimiento, nos lo trae en un gesto que debió ser cotidiano: así lo recuerda, por ejemplo, Max Aub mientras le leía los capítulos de su Campo Cerrado en su buhardilla de Capitaine Ferber, 5.

En estas dos últimas, tomadas del Independencia. Revista de cultura española, borroso, irreconocible casi, aparece un Quiroga Plá comprometido, representando como presidente a la Unión de Intelectuales Españoles. 

La primera es del número 6, del 30 de abril de 1947, y recoge un momento del acto organizado con motivo del paso por París de Joseph Groman, presidente de la Unión Mundial de Estudiantes. En la fotografía, el señor Santaló, ministro de Instrucción Pública de la República, está en el uso de la palabra. Quiroga Plá es el segundo por la izquierda, entre el señor Arturo Acebez, secretario general de la UFEH, y el propio Groman. El señor Montiel, presidente de la Agrupación de Universitarios, es el que está a la derecha de la imagen.

La segunda es de la página 9 del número 8 (30 de junio de 1947): Quiroga Plá es el segundo por la izquierda, atento a las palabras de José Mancisidor, escritor mexicano y presidente de la FOARE. El acto, organizado por la Unión de Intelectuales Españoles, tuvo lugar en el salón de la Ligue Française de l’Enseignement, en París. Entre otras personalidades, están el señor Valera, en representación del presidente de la República, los señores Santaló, Bacarisse y Martínez Risco y la señora Victoria Kent, vinculados, como Quiroga Plá, a la UIE.
No puede este “reportaje fotográfico” acabar sin visitar la otra orilla. La última instantánea es de mayo de 2000: en ella aparece Rafael Martínez Nadal entre Miguel Quiroga de Unamuno y Pascual Gálvez, en fraternal abrazo que abarca más que los brazos. Tres generaciones (la de Quiroga Plá, representada por su amigo y albacea Martínez Nadal, la de su hijo y la del que ha propiciado el encuentro). La fotografía celebra la publicación del libro de Martínez Nadal Miguel de Unamuno: dos viñetas. Y José María Quiroga Pla: hombre y poeta desterrados en París (1951-1955). Madrid: Casariego, 2000. La Residencia de Estudiantes acogió el acto de presentación del libro que, simbólica y momentáneamente, devolvía a Quiroga Plá al hueco que dejó en la fotografía de la Generación del Veintisiete.

domingo, 17 de abril de 2011

Los libros y los silencios de José María Quiroga Plá

Para Miguel Quiroga de Unamuno, in memoriam.
Para José María Quiroga Ruiz, en quien sigue latiendo la sangre de su abuelo.
La inmortalidad no nos pertenece: vivirá fuera de nosotros, que somos un accidente.
                                 Ilustración a tinta de Joan Rebull para la primera edición de Morir al día
No son la falta de obra ni de mérito literario los que han desterrado a Quiroga Plá al olvido. El aborto del sueño, real, republicano lo llevó en peregrinación involuntaria por las capitales de la II República (Madrid, Valencia, Barcelona…) hasta arrojarlo al exilio: París, Ambilly, Ginebra, muerte.
Cuando nació en el abril madrileño de 1902, virgen de toda tragedia, no se cernía sobre el futuro poeta la sombra de unas cenizas aventadas en el cementerio de San Jorge, en Ginebra, veinticinco años después de su muerte, lejos de Madrid, de Salamanca y de la oportunidad de ser recordado. Murió Quiroga Plá un 28 de marzo de 1955, en una clínica ginebrina, a un mes de cumplir los 53 años. Durante veinticinco años reposó, anónimo, en el nicho 1047 de un cementerio extranjero. Sigue siendo un extranjero para la literatura española.

Sólo dos obras pudo hacer cuajar en libro: Morir al día (enero de 1946)
                                 

y La realidad reflejada (enero de 1955, que toca, pero que no puede ver bien a causa de su ceguera)
 

La primera recoge sonetos escritos entre el 21 de abril de 1938 hasta el 9 de septiembre de 1945. Fue el número 1 de la colección Cervantes, editada por Eduardo Ragasol y prologada por José María Semprún y Gurrea. Salieron 2000 ejemplares (“impresos como un mazacote, nada anunciado y sacado al comercio casi clandestinamente”, según afirma el autor en carta a Max Aub del 16 de enero de 1953), más quinientos de “lujo”.
La segunda, tras algún fracaso editorial (como el de la colección Patria y Ausencia de Max Aub), apareció de manos de Joaquín Díez-Canedo en su colección Tezontle del Fondo de Cultura Económica, en México.
En el ejemplar de Morir al día que conservaba su hijo Miguel Quiroga de Unamuno, además de reseñar libros que nunca lo fueron como Baladas para acordeón (1928) o Veinticuatro horas después (1934), aparecen anunciadas obras que nunca lo llegaron a ser: seis en preparación en 1946 (Unamuno, poeta civil, ensayo; Espejo desazogado, novelas cortas; Cadena del amor, novela; Donde estaba yo, ensayo de memorias; Cantos de Matusalén, poesía en verso y prosa; y un Tratado de versificación española) y tres libros de poemas “terminados, pero inéditos”, anotados en lápiz en 1949 sobre el ejemplar de su hijo (Pausa, Rapsodia del destierro y Ellos nosotros y la primavera).

Baladas para acordeón no pasó de ser un proyecto de edición para Los Cuadernos Literarios dirigidos por Enrique Díez-Canedo, que llegó a cobrar en parte. Esa coyuntura le cerró las puertas de la antología de Poesía contemporánea de Gerardo Diego y, con ello, la posibilidad de entrar en una maniobra editorial que le habría permitido salir de España con un nombre con el que volver.


Veinticuatro horas después solo fue una novela corta publicada en Revista de Occidente en sus números CXXVII y CXXVIII (enero y febrero de 1934). El resto de obras han quedado en títulos sin libros que los avalen. Por desgracia, estamos ante un ejemplo perfecto de escritor iceberg a la deriva, en el naufragio impuesto por una historia que lo ha enquistado en ilustre desconocido.




En el agosto parisino de 1949 dedica Morir al día a su hijo Miguel con las siguientes palabras:
                                              Dedicatoria autógrafa de Quiroga Plá a su hijo Miguel.

A Miguel, este “libro de horas amargas”, por el que pasa, sin embargo, un soplo de alegría de vivir y de esperanza y fe en el hombre y en la vida misma. Que todos esos sentimientos acompañen siempre a mi Miguel; como el pensamiento suyo me ha acompañado siempre, en los momentos malos como en los buenos, dándome a la vez raíz y alas.
    El libro va ya, desde el primer momento, dedicado a MI HIJO MIGUEL, se lo vuelvo a dedicar aquí, con todo mi amor de padre”.

Quizás sea su obra perdida Valses de la memoria el mejor testimonio de su circunstancia. Este libro, del que tenemos el improvisado prólogo dictado a Virgilio Garrote (quien lo tomó taquigráficamente) y un poema salvado del olvido por su amigo Rafael Martínez Nadal, se perdió de camino a las manos editoriales de Max Aub. Según Herrera Petere, Gonzalo Semprún asumió el encargo de llevarlo hasta México, pero nunca llegó: nos espera en el limbo de lo recuperable, más perdido por ignorado que por desaparecido.
                                      Facsímil de un fragmento de uno de los poemas del libro perdido, mecanografiado
                        y corregido a mano por el autor. El original se conserva en la Casa Museo de Unamuno
                                                   en Salamanca, cedido por Rafael Sánchez Nadal.

Si la suerte del traductor es triste, más lo es la del poeta eclipsado por el traductor que le da de comer, perdido en el doble anonimato del oficio nutricio y la vocación boicoteada por las coyunturas. Su trabajo como trasladador de Proust al castellano es toda una declaración: ver, todavía hoy, en la edición de Alianza Editorial (En busca del tiempo perdido. El mundo de Guermantes, Madrid, 1998) un © de la traducción de los “herederos de Pedro Salinas y J.M Quiroga Plà (sic)” es una ironía amarga. Si bien el encargo se lo proporcionó Salinas, fue Quiroga quien llevó el peso real de una traducción por la que tampoco se le recuerda porque el canon literario contribuye, con su olvido, a ignorarlo.

             

  





Quien tenga interés, puede conseguir ejemplares de Morir al día en Internet  de la edición de  Molinos de Agua (Madrid, 1980). Fue el número 2 de la colección España Peregrina dirigida por Aurora de Albornoz. Gran parte de los ejemplares impresos fueron comprados por el hijo del poeta al peso. Esa edición, preparada por Miguel Ángel González Muñiz, recoge el prólogo original de Semprún y Gurrea (el padre de quien, según parece, vio por última vez Valses de la memoria)


  Ex libris del doctor Miguel Quiroga de Unamuno sobre el ejemplar de la primera edición de Morir al día

sábado, 16 de abril de 2011

Destellos V

Puntos de luz, constelaciones en el océano: evaporaciones en el cóncavo alambique del mundo. Centelleos, brillos en la oscuridad… Suena la palabra en el silencio del ruido, en la algarabía de las interferencias.


El tren nocturno abre la cremallera del silencio oscuro.
Arrebato sereno en el plácido conocimiento: tú te buscas en mí y yo me encuentro en ti.
Este infinito concreto que yo imagino contigo sin más riesgo que la aventura diaria de quererte por encima de la usura pegajosa de la costumbre.
Perspectiva: alzarnos sobre nosotros para vernos viéndonos. Tomar así consciencia del valor de quererte y quererme mientras nos amamos.
La vida es una transición de transiciones silenciosas y sin guirnaldas: que la frontera que celebra engalanada la semilla sea el homenaje, fugaz como la estrella de las epifanías, que ilumine todos los cambios anónimos con los que crecemos, revelados y conscientes de la metamorfosis, hacia lo que seremos.
Lo que hago es un iceberg a la deriva en el proceloso mar de lo que pienso: ¿quieres nadar, sirena, y sumergirte hasta la base de mis actos?
La magia tiene su truco. No hay más prodigio que la realidad, abierta de par en par y sin simulacros, a la vida.
Vivir en una eterna frontera sobre un puente de amor y transitoriedad, salvando la turbulencia o la reseca rambla: su construccción justifica nuestra existencia y salva nuestros pies de polvo y lodo.
El amor es un lugar en el que habitar la intemperie, un filo que mejora su corte cuanto más corta y hiere: la extensión de su herida con su siembra vive y crece.

jueves, 14 de abril de 2011

República y mayoría de edad




Aunque parece que república se opone a monarquía en el ámbito ibérico de los últimos tiempos, su profundidad va más allá de esa simple elección entre corona y cabeza descubierta porque tiene que ver con la mayoría de edad de una sociedad. Las mujeres y los hombres que confían en un “deus ex machina”  no son dueños de su destino. Como en la Comedia Nacional barroca, el rey aparece ante ellos, justo y misericordioso, para sentenciar una realidad siempre falsa, ajena a sus agentes reales: los hombres y mujeres de su intrahistoria. Como un Borbón que nos salva, por televisión, de un fracasado golpe de estado, en el que todavía vive un rey que huye porque el pueblo no lo quiere, llámese Alfonso XIII o de cualquier otra manera. Si al dictador fascista lo elige su ego sublimado, al rey lo elige dios y sus méritos quedan al albur de la genética, al margen de la realidad. “Real” se opone a “real”: lo que tiene existencia efectiva, del latín “realis” (de “res”, las cosas, la realidad, la naturaleza…), frente a lo perteneciente al rey (de “rex”,regis”). La sangre roja frente a la azul.
La república se atiene a la realidad, reivindica la razón (“rei vindicatio, defensa de algo, recuperación de lo que le pertenece): busca la realización del hombre que, como dijo Antonio Machado, nada tiene de mayor valor que su propia condición de hombre. La república, desde Roma con el SPQR (SENATVS POPVLVSQUE ROMANVS), se ha reinventado en cada coyuntura histórica que la ha necesitado. El senado y el pueblo, el sistema y sus gestadores, ya han llegado a su mayoría de edad, lejos ya del “pueblo” de patricios y “equites” romano. “Res” y “publica”: la cosa pública, el estado, los asuntos de interés  público y colectivo. Horizontalidades hacia la razón de estado vertical, lejos del paternalismo del despotismo ilustrado. Cada hombre y cada mujer, un argumento de poder, urdidos en el telar de la democracia. Ya es tiempo de que vivamos regidos sin reyes ni dictadores, que rija el sentido común, que solo puede optar al regicidio conceptual. La monarquía enquista el mundo en su sistema feudal de vasallajes, amables o impuestos por protocolo férreo, que estanca a la humanidad en la minoría de edad. La monarquía infantiliza porque es infantil: ¿qué niño aspira a ser coronado como presidente de la república en su fiesta de cumpleaños? ¿Qué niña prefiere ser diputada a ser princesa en sus juegos? Es infantilizante y sexista. El discurso del rey, mera paradoja: infantas o infantes, niños de mantilla incapaces de hablar. ¿Cómo, entonces, una monarquía parlamentaria? Un rey, un infante al que el tiempo ha convertido en adulto, que preside, que figura y que no habla. El gobierno de uno (que es lo que quiere decir “monarquía”) no debe erigirse con el privilegio de defendernos de la anarquía (esto es, el gobierno sin jefe): el pueblo es soberano (del “superianus” del latín vulgar, derivado de “superius”: más arriba, por encima, del rey, en este caso). Al coronar a las niñas, al disfrazar a los niños en sus fiestas de cumpleaños, pensemos en la proyección de esos gestos en la historia y sus caprichos.

La república es una consciencia civil que hace ochenta años que sigue latiendo bajo todas las circunstancias impuestas. Porque la República proclamada el 14 de abril de 1931 sigue siendo nuestra referencia republicana, tricolor, culta y ecuménica. Es una esperanza a redrotiempo, la nostalgia de la esperanza. Sin melancolía nos alienta por un recuerdo fértil de futuros. La guerra no solo rompió un país: hizo trizas una posibilidad que estamos recuperando setenta y dos años después. Estamos preparados para la segunda parte de la Segunda República, después de este paréntesis impuesto, de esta “edad media”. Nuevos Lorcas o Migueles Hernández están por nacer todavía. Toda una generación borrada de la historia será vengada culturalmente, será reivindicada: Max Aub, Jacinto Luis Guereña, José María Quiroga Plá…, después de ser restituidos a los herederos de su público lector natural, devueltos a la vida de las letras tras su secuestro por el anonimato impuesto por las circunstancias del exilio (como tantos otros, ya irremediablemente hechos olvidar), serán los cicerones de una segunda Edad de Plata de la cultura ibérica, fusionada ya en el espíritu europeo del siglo XXI.
José Luis Sampedro tenía unos catorce años cuando se proclamó la II República. Hoy tiene noventa y cuatro y representa esa tesitura moral que la República quiso normalizar, ese triunfo de las clases medias cultas que ya tienden a ocuparlo todo. La dignidad humana es lo que está en juego. El nuevo tablero de ajedrez debe tener nuevas piezas y nuevos jugadores: que un rey se mueva para defenderse o atacar a otro rey es historia digna de los museos y no de la vida. Un mundo que ha hecho suya la economía capitalista hasta convertirse en una sociedad capitalista necesita más que nunca el compromiso para refundar las reglas el progreso personal y material.  La política la hacen los hombres. Los reyes viven en los cuentos, paralelos a la vida.

domingo, 10 de abril de 2011

Destellos IV

Elementos en suspensión en el aire o el agua de la vida. Motas de polvo que danzan, etéreas, al ritmo anárquico de su luz; plancton que, errante, recorre los mares y les da sentido y alimento. Así, estos destellos pululan por los espacios constelados de la mente del mundo: esa gran bóveda que nos pertenece y a la que pertenecemos. Sus infinitas capas superpuestas somos nosotros. Los destellos nos conectan.

Beber el mar con los ojos y en la casa sin costa.

Si estuviese soltero sería más alto, pero no habría crecido tanto.
En el trabajo de investigación de la vida, los hijos son las hipótesis de lo que siempre queda por descubrir.
Que el cariño inmanente que te habita deje sentir sus tentáculos fuera del ser.
Cuado, aún dormida, te abandonas ingrávida a la expansión de tu cuerpo encuentras mi molde para ahormarte, plácida, por unos minutos, a la vida.
En celo busco un misterio amordazado en lo alto de la mina: hendidura arriba, un corazón con coraza ahuyenta las vísperas del placer.

Pétalos dobles de carbonato cálcico en espera de ser ocupados por un molusco ermitaño, náufrago en tierra todavía.
Meter el sentimiento en el microondas para acelerar la felicidad, por sobreexcitación. Su llama fulmina la posibilidad, sin fuego.
Desear es instintivo: sentirse deseado, humano, alimento del yo. Quiero ser hombre: que para sentirme animal, me basto.
Amaneces con las manos dormidas, residuo de un sueño que empiezas a soñar cuando despiertas dispuesta a tocar: el mundo se hace piel ante tus dedos y espera en orfandad recurrente tu tacto.
Gracias por alentarme a hacer del aura viento para emborracharme de sed.

jueves, 7 de abril de 2011

Destellos III

No hay pretensión de fulgor, que El fulgor es patrimonio de José Ángel Valente, semilla, flor y fruto de una poesía del conocimiento. Estos son, simplemente, destellos, resplandores vivos y efímeros. Etimológicamente (¡qué bella contradicción aparente!), este relumbre relaciona su fuego con el agua: la gota que cae, al ser herida por la luz, provoca el brillo. “Destellar”, gotear, llega a nosotros desde “destillare” (y este de “stilla”, gota). La vía culta nos regala “destilar”: separar por medio del calor, en alambiques, una substancia volátil de otras que no lo son para, una vez enfriado su vapor, reducirla nuevamente a estado líquido, ya aislada. La transubstanciación de gota en resplandor la quintaesenció el substantivo “destello”. Los “estels” (estrellas) mallorquines también alumbran desde los destellos líquidos del cielo.
En un mundo desvaído a fuerza del abuso de los colores, estos destellos acuosos, como perlas cristalinas atravesadas por rayos de luz, estas iluminaciones “de estels” terrenales, destilan pensamientos que, sin proponérselo, unen el fuego, el agua y el cielo, para beberlos con los pies firmes en la tierra.
●Como las hojas en los árboles, como el cabello y las uñas, la muerte nos crece desde dentro, a su ritmo, sin tiempo: ajena a nuestra voluntad, paralela a la vida.
En el rescoldo del hogar vive también la llama: solo hay que soplar.
Si vivir es sentirse vivo, es necesario sentir para vivir: tocar, oler, pensar... En el amor todo vive en expansión.
Entre el arrebato y el horizonte plano del electrocardiograma hay todo un universo: nuestra vida.
Un beso, adánico, robado a la inercia de la vida reinaugura la ilusión del instante y siembra emoción en la costumbre.
El beso nuestro de cada día: ¿el que tú no me das? Hay besos que sin darlos se reciben porque así se puede imaginar.
Mirar desde los ojos del querer comprender al otro: así, la vida alcanza su plenitud en el doble sentido que nos da y en que nos damos.

domingo, 3 de abril de 2011

Destellos II

¿Malos tiempos para la lírica? No: malos tiempos para la épica. Y para los poemas. La poesía sigue ahí, como un atanor en el que refrescarnos y que no siempre vemos porque las urgencias eclipsan cuanto no nos ponen delante. La poesía vive en los antihéroes: hay una épica de la lírica detrás de cada vértice.
Pero hay píldoras líricas, antesala del poema, que entretienen la espera. Ahora, para llegar a La Odisea de esa suma de voces que es Homero, hay que pagar el peaje del Ulysses de Joyce. Las Metamorfosis  de Ovidio solo pueden ser vistas ya desde la lucidez perturbada, desde la lógica del absurdo del Gregorio Samsa de Kafka. La Eneida y la Ilíada caben en un partido de fútbol. Las siete novelas del ciclo À la recherche du temps perdu son un monumento funerario a la totalidad narrativa: el laberinto, los senderos que se bifurcan, trifurcan y cuatrifurcan, en progresión geométrica, en enlaces abisales, sin más hilo de Ariadna que el de la barra de herramientas, son los albaceas del todo, su substitución por las partes infinitas.
No importa. El poema vive en las entretelas de la poesía, aunque no siempre nace entero. Mientras nos duchamos, mientras conducimos, al ritmo binario o ternario de nuestros pasos (cuando andamos, cuando corremos), nos sorprende un guiño de la poesía que habita en la vida: versos que nunca serán poema, sin voluntad de cuerpo, efímera ocurrencia lírica. En ese tiempo fuera del tiempo que son las fronteras: entre la consciencia y el sueño o en la salida del sueño a la playa del día. Son los destellos, en minúscula por su tono menor, por su humildad: susurros contra el ruido del mundo. David venció a Goliat, pero en el valle de Elah todavía había épica. De sus ecos vive nuestra lírica: la que trufa y trenza nuestros días. La que ilumina nuestras noches.
La carne se tensa buscando su encaje que acoge tu puerto para varar en el aire: el vaivén de tus olas invita a quedarse.
Acoplados en persecución estética y extática, tú me prestas la columna y el corazón: yo te doy mi calor.
Fuera del tiempo, fundidos en el sopor crepuscular, conscientes y nucleares mientras el universo y sus gentes se dispersan hacia ningún sitio.
El roce de la vida erosiona hasta pulimentarnos y hacernos brillar en desnudez esencial.
La vida es una amputación perenne de cuyo hueco brota la posibilidad.
Del yo al tú hay un puente sobre la nada por el que ya solo pasean los niños en los que nos reconocemos y que no somos: el puente es nuestro y pide nuestro paso.
El tiempo, denso, gira en sus cangilones invisibles. Bajo el mar todo es tiempo alrededor de sus pecios. El agua relojea.