miércoles, 11 de septiembre de 2013

Destellos LV



Si en el siglo pasado se decía que la mayor parte de la humanidad no tenía nada que perder, salvo las cadenas, hoy se tiene que decir que la mayoría cree que lo posee todo gracias a las cadenas de las que no se da cuenta.

 Günther Anders, filósofo alemán.


 

El carácter, pedestal del corazón: el mío se hace verde.

Un místico y un ingeniero informático son hombres. Lo comprendí mientras leía La experiencia abisal de José Ángel Valente este verano. El pensamiento en clave metafísica y trascendente de san Juan de la Cruz o Miguel de Molinos, la cábala judía, La lámpara maravillosa de Valle Inclán, la filosofía lírica de María Zambrano... no están muy lejos de algunos de esos tutoriales (disfraz léxico de un texto instructivo a contrapelo) que pueden llegar a invitar a clonar el infinito. Pero fines y medios son diferentes.

Ahíto de la luz del sur, sudo destellos para nadie: asperjo sobre mí el eco de lo que fui mientras era raíz. Luz con su haz de sombra, que también viene aquí a relampaguear, huérfana o viuda de amante de vaivén marino. El recorte de mi silueta sigue reclamando en su recuerdo, Arquímedes de secano ahora, el peso del volumen del fluido que desalojaba y nadie reclamó. La palabra es la luz que ilumina la sombra.

De vuelta a lo sólido y sus multicentros, el ingeniero mutila al místico, cercena sus atributos y conecta su corazón al complemento directo de la maquinaria que nos lleva. Lo hace sentir una mujer sumisa a los caprichos de tu tiranía masculina: humillada pero feliz en su matrimonio, resignada a dejarse ser para seguir siendo y poder soñar otro verano en su luz líquida, anestesia de la realidad.

Aquí centellean algunas bioluminiscencias. Lo hacen aquí, precisamente: porque soy mujer sumisa y sin alternativas al poder de mi marido, que tanto me quiere. A sus espaldas cultivo mi feminidad: ¡la vida me insemina para parir Destellos!




Cultura de futuro: proyecto solvente desde lo que sabemos y somos. Proyección de lo que queremos ser.

Saber es recordar el futuro.

El progreso pedagógico contemporáneo (imposible ya la docencia socrática) buscaba desarrollar el intelecto enseñando el exterior, lejano entonces. Ahora todo son ventanas al mundo. La revolución educativa nos espera en el método para cultivar los interiores. El viaje al centro de cada yo es el reto actual de la pedagogía.


Con la edad, el tiempo y las emociones se dibujan planas en el paisaje de la percepción. La evolución es sabia: nos prepara para la horizontalidad de la muerte, que es un valle sumergido en el que pasamos a ser plácidos pecios de la nada rectilínea.


El peor de los exilios es el que nos hace sentirnos extranjeros de nuestro tiempo: asincronía de nuestra contemporaneidad, destierro del yo del nosotros.

Reducimos la mirada a vernos en la última capa de los espejos. Para reconocernos en lo que somos también hay que querer ver los rostros que viven bajo su aparente nitidez. Bajo la piel del espejo habita también el que seremos.

Existo: por tanto puedo pensarme y puedo ser pensado.

El pulpo, argonauta que habita la inmensa concha del mar, nos mira sin miedo: dos brazos, seis patas, nueve cerebros y tres corazones lo hacen un ser muy superior a nosotros. Pero él lo ignora y nosotros no lo sabemos.

¡Comuniquicidio¡ ¡Llamen al spiderman de las redes sociales!

Un tiempo sin contornos, abierto y líquido como un espacio en el que vivir volando.