domingo, 27 de noviembre de 2016

Brújula y ancla del ser en el querer educar



 
"Profe: gracias por enseñarme a brillar". El norte, entre la pluma y el agradecimiento.



                                 “Quasi nanos gigantum humeris insidentes”

Tópico de la escolástica medieval puesto en boca de Bernad de Chartres (siglo XII)





         La música de Johann Sebastian Bach tiñe de oxígeno el aire.

La pasión como la más bella forma de entregarse, de ser hacia afuera cuando se ha sabido cultivar el huerto íntimo. Desde la serena compulsión constructivista en la duración, entrojando la luz de la inquietud para hacerla intuición. Siempre se ha movido todo, pero las dinámicas eran ojos de aguja ensartadas por el hilo embastador de la certeza provisional. Incluso la anarquía derribaba muros reconocibles y atacables. Ahora el relativismo es el único axioma: puntal de un horizonte y un cielo que nos han vendido como nuestro y que sigue siendo horizonte y cielo, utopía de colores y esperanza.

La luz fría de los leds compite con la calidez de la llama de vela y son compatibles: pueden colaborar, metonimias de la claridad, en iluminar el camino. Las luciérnagas pueden competir con los faros también en compartir rumbos.

El alumno es el centro del aprendizaje: su posibilidad, no el animal que lo habita. El sistema es el garante del progreso, pero sin  personas no hay sistema humano, hay sistema. Y rendir pleitesía fagocitadora al futuro parece “carpe diem” alienante.

Tejen el aire Bach, Mertens y Nyman: enriquecen el oxígeno que alientan.

Una vela aromatiza es el espacio de este tiempo. Una brújula diseña objetivos. Un ancla lastrada de llaves da hogar al naufragio.

No estamos solos: somos en lo que sabemos y en lo que ignoramos y queremos saber. Nos necesitamos. Somos limitados: al sur con lo que fuimos; al norte con lo que seremos; al este con nuestros alumnos; al oeste con nuestros maestros. Somos lo que hemos sido y lo que queremos llegar a ser en el excipiente de un nadar histórico.

¿Somos enanos aupados a hombros de gigantes o ingenuos pretenciosos sastrecillos valientes alentados y alienados por el poder de nuestros gadgets, falsamente autodidactas liberados? Una conferencia de cualquier gurú transmoderno capta el instante: somos suricatas digitales (los móviles periscopio –los mismos en los que, entre las piernas, “wasapeamos”, paralelos al presente presente- se elevan sobre nuestras cabezas para inmortalizar la presentación ignorada por los ojos) La técnica tiene una ética que ignora.

La música de Johann Sebastian Bach tiñe de oxígeno el aire como Homero, Ovidio, Garcilaso o Mallarmé convergen y dan vida y correspondencia a mi palabra en este aquí y ahora cercados de futuro, numantinos ante el imperialismo candy y palomitero.

Rousseau y Maquiavelo discuten mientras John Stuart Mill, depresivo, remonta el vuelo, ancla y brújula, leyendo a los poetas lakistas.






martes, 15 de noviembre de 2016

"Amor fati"




 
Superluna, regalo del cielo y del arte de Albert Capell.



    A Pilar, pidiéndole perdón por haberle robado tiempo al amor con su verbalización.

     A Pilar, por sostener capiteles y basas, cielo y suelo. Por ser corazón, además, de este nosotros tan nuestro.


         Bajo la sombra de la superluna de noviembre, tu luz difusa, tu silencio escudero del ritual cotidiano del amor. Sin pretensión, fuerte. Dorada de soles y mar, templada en la generosa aventura de dar en el darte (sueño perdido en la noche y ganado en el día, azacaneo doméstico sin recompensa, viajes frustrados por las cadenas de la costumbre, renuncias sin premio…)

         Crecer sobre el crecimiento de quienes tanto te quieren,  abono de amor. Es tiempo de sabia sazón: como copo de catalejo, como atalaya jánica, sabes quién eres y sobre esa construcción levantas la mejor que aún serás.

         Más que “carpe diem”: “amor fati”. La fértil cosecha de amar lo que se ha hecho para, sobre su jardín, seguir amando. Amar el destino que has elegido, la experiencia que ya eres. Y mejorar su vivencia mañana a la luz de ese astro que tú sabes ser. Tus satélites se alimentan de esos destellos seguros de amor y de su orbitar seguro te nutres tú.




Llueves hojas,
coronada de ti misma
desde tu tronco.
Te precipitas en el abono
del siempre empezar a ser novios.

Más de la mitad de la vida
de tu medio siglo
(alas, camino y raíz),
pronunciando mi nombre,
preñándolo de vida,
iluminando sus rincones:
en  la caligrafía epistolar,
en el cordón umbilical de la cabina telefónica,
en el ritual cotidiano,
en el silencio cómplice.

No tengo ojos suficientes para verte
y te miro también con los dedos,
                      con el oído,
                      con la voz,
                      con la lengua,
                      con la nariz,
                      con la nostalgia esperanzada.
El beso se hace abrazo de labios
como brazos.
El abrazo se hace beso de brazos
como labios.

El mapa herido de tu cuerpo
guía la aventura de serte
hacia la fuente.
Horizonte circundante
al corazón del deseo
(ese centro que crece con vocación de alrededor y busca tu centro y encuentra ser centro)
Por donde se abre la piel, entrar.
Con el amor, zurcir los rotos del deseo.
Negociar con la realidad la posibilidad,
engrasar con cariño
sus goznes,
encarnar las palabras en carne.

En el naufragio del yo que es cada exilio,
volver.
Volver,
acabada la odisea de cada día
a hogar puesto,
a corazón dispuesto
para entrojar nosotros
(mucho más ya que tú y yo desnudos)

Un beso en la frente
para dar
con la lengua de tu pensar
abre el día y su promesa
de lecho sembrado
y encarnado.

Llueves hojas
desde tu tronco coronado
para cultivar raíz,
para importar lo que realmente importa
y hacerlo nuestro
en el otoño más fértil.


    Sant Cugat, 15 de noviembre de 2016






domingo, 13 de noviembre de 2016

Perfección del instante aquí



Una simple cuchara, desde los tiempos sin lujo de la duración, desayuna cada día conmigo. La tía Juana y mi madre viven en ella, sin saberlo, aunque sabiéndolo.


       

 
Flor de atocha, espanta moscas desde su simplicidad artesana (iba a decir analógica) Todo el sol cabe en cada una de sus fibras cocidas. En mi casa entrojo su luz.

  Poesía sin negocio. Negocio entendido como la negación del “otium” romano. El ocio como la más fértil de las posibilidades de crecimiento personal (lejos del “carpe diem” pervertido en “mindfulness” –budismo zen de serie B para exorcizar el “selfiecentrismo”-)

         Vienen, raíz, atanor y alas, aquí y ahora: John Keats,  Stéphane Mallarmé, Paul Valéry, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Claudio Rodríguez. De ellos bebo arraigo y vuelo para ser. Que el futuro es un negocio que coloniza este ahora cada vez más huérfano de pasado. Y crecer sobre la tierra excavada para elevarnos solo es fértil (en orfandad) para los que levantan sus propósitos con la raíz robada.

         El poeta, creacionista, demiurgo, inventa un mundo de cosas al enseñar a verlas sin usura. O de usura sin negocio.

 Desde el escepticismo más lúcido, de un estoicismo temporal,  solo puedo afirmar:

Cualquier tiempo pasado fue (para algunos, incluso ha sido). Cualquier tiempo futuro será


Esta simple cuchara,
este esparto simple,
concentran en sus átomos
la perfección posible.

    Poesía concreta
de los objetos vivos
en las manos y ojos
que infunden su sentido.

    En silencio de claustro,
agua y piedra, blindar
al embaucador faro
este instante de paz.

    ¡Autárquico presente,
burbuja del durar,
líbrate del futuro:
te quiere colonial!

    Cantan sobrias las cosas.
Quien sabe escucharlas,
ebrio de alrededor,
centra en ellas su alma.

    Incluso este vacío
lleno de vida plena
maravilla en su pausa
pletórica de ausencia.

    La luz está en los ojos
para que todo sea:
contemplación y asombro
los rápidos capean.

    Este metal forjado,
este monte domado,
cifran en su algoritmo
el ritmo vertebral de lo amado.