lunes, 30 de junio de 2014

Destellos LX



El ajolote, ese extraño y cortazariano anfibio, expande sus branquias como alas para volar en el agua.






Ser farero, no. Ser eremita o humilde luz de posición de pesquero en la mar de invierno. Sabio porque sé que siempre se vive entre el antes y el después y que en la duración de ese momento, sin la usura de la impaciencia, hay un mundo: lo que he sido y lo que quiero ser, concentrado en lo que soy. Intramuros del yo habita un tú (ese yo del porvenir): el que soy el instante que media entre el agua y el aire.

Anfibio volador: eso es el poeta.




Nada dura más que lo efímero bien vivido.



El dolor no tiene nombre, aunque se puede compartir. La tristeza sí admite los disfraces léxicos para entretener los puentes tendidos hacia la muerte.



Ya no vamos hacia nosotros: hemos quedado fuera. Ajena a mí; ajeno a ti: sonámbulos náufragos de un sueño, derrotados por la necesidades asimétricas del amor.




En mis ojos, la noche. La mañana en los tuyos. En los crepúsculos nuestro amor.




Pletórico de transparencia, me revelo en la cámara oscura de mi intimidad.




Un reloj dentro de un cajón es como un corazón.




El relámpago reivindica la oscuridad. El trueno, el silencio.




Murió ahogado para borrar la frontera entre el agua y él.




Un hoy tan lleno de actualidad que sobresatura su densidad: esos son los días en los que nos buscamos sin encontrarnos.




Quizás llamarlo axolotl lo haga más sugerente. Si te atrae y te apetece conocerlo mejor, capúzate en esta poza. Respirar por las plumas, bajo el agua, no está al alcance de todos.



martes, 24 de junio de 2014

Destellos LIX



 
Uróboros: el infinito acotado.






Infinito de dos, sobre cualquiera de la costillas móviles de la esfera armilar de nuestra libertad




Segregar poesía con geometrías de tela de araña, aunque sea en grosor de aforismo. La verdad del caminar hacia atrás del cangrejo y su matiz: ¿alguien ha visto a un cangrejo desandar? Ese error de cálculo de la dirección, en física, puede ser fatal. Pero es lugar común.

Uróboros e infinitos tatuados o hechos colgantes o pulseras: ese circuito cerrado del flujo eterno (un nosotros de dos, en el mejor de los casos) en tiempos del inmediaticidio. No son excluyentes: el universo puede ser una infinitud de lazos paralelos autoalimentados en lo efímero de su intrascendencia trascendentemente particular.

El mundo es una controversia. Un esperpento.





Libre, dueño de mi destino. Pero sobre la esfera armilar de las coyunturas.




Necesitamos una mutación (o un implante): ver el mundo y atender al móvil es, de momento, incompatible con el fluir pleno de la vida en el filtro de nuestra mente.



De la controversia salta la chispa que ilumina el pensamiento. Lo absoluto busca siempre la broza en el ojo




Llegar a ser tú fuera de ti, objetivado: poder ser tu reflejo para amarte. Esa mutación llegará cuando puedas reírte con tus propias cosquillas.




Barco varado: pecio del aire.




El anarquismo de derechas se está haciendo dueño del mundo.




El poeta puede crear circunángulos. También aristas que corten hasta el aire.



El presente es el nudo gordiano o lazo de regalo que ata pasado y futuro.



Letra muerta, ahogada en el papel mojado sin agua ni papel de internet. Quizás sea solo el abono para el nuevo terreno de la palabra fértil.



Esfera armilar

domingo, 22 de junio de 2014

Sonetos de carne II







Cortocircuito que pone en marcha la vida, pero desde la palabra que lo retiene y lo recrea. Lo vuelve a tener, lo vuelve a crear: semilla incólume del placer condensado en catorce versos y un manojo de imágenes. Orgasmo léxico, frontera de una transición siempre nueva y la misma. El relámpago, porque cesa es relámpago. Y oscuro, porque su luz descarga sobre lo oculto para iluminar por dentro.       


         En los agujeros viven las muertes.
Lo cóncavo acoge a lo convexo:
el cabo le pide a la mar sexo
y sus aguas contra él se frotan fuertes.

         En su madriguera, agazapado,
tu pulpo se deshace en dulce pulpa,
cómitre del compás limpio de culpa
que lubrica con ácido salado.

         Un cementerio de cruces erectas
tienta al aire y, perforando el cielo,
se hace cipreses de sombras perfectas.

         En el oscuro hueco del deseo,
la luz de un rayo traspasa y proyecta
el mástil agónico de mi cuerpo.   








jueves, 12 de junio de 2014

Sonetos de carne I



Man Ray, Rayograph (1922)
Gelatin silver print (photogram)
9 3/8 x 11 3/4″ (23.9 x 29.9 cm)
The Museum of Modern Art, New York. Gift of James Thrall Soby
© 2012 Man Ray Trust / Artists Rights Society (ARS), New York / ADAGP, Paris






         A la intersección entre la vida y la literatura, en su simbiosis vital, vienen a habitar estos sonetos de carne. Podrían ser simples Destellos domados, pero son mucho más. El verbo se hizo carne y aquí la carne se ha hecho verbo.


         Como en los “Sonetos votivos” de Tomás Segovia, el sexo explícito busca en la palabra la duración del orgasmo que lo trascienda.


         Aquí va el primero.




Cuando te haces flor y buscas tu eje,
                   un ramo de sangre entra en tu centro
                   y  las hormigas bajan a su encuentro
entre los vaivenes del desmadeje.

         En eso, el beso: risa bivalva
que libera una lucha de moluscos
contorsionistas que buscan los bruscos
espasmos de la raíz que nos salva.

         Desde dentro, violento, te culmino.
Desde dentro, telúrica, me siembras.
Haces denso el instante que fulmino.

Escrutaba tu rosa de mis vientos:
                   perdido entre malezas sin camino,
en ti encontré el caos más perfecto.